A Estados Unidos, como país que vive mirándose al espejo y delirando con los resultados, tanto dentro como fuera de la pantalla siempre le ha encantado inflar sus logros y maquillar sus fracasos, soberbia, estupidez, compulsiones y/ o barrabasadas de distinta envergadura como si fuesen victorias o alguna fantasía egocentrista de ese calibre, algo que por supuesto tiene que ver con diferentes factores del montón como la bajada de línea desde las cúpulas gubernamentales, el chauvinismo promedio de yanquilandia, los cuantiosos recursos económicos locales y finalmente el poderío del aparato cultural en sí, un enorme consorcio imperialista de alcance planetario que impone un relato lelo propagandístico en el que los buenos y mejores siempre pertenecen a la lacra estadounidense de las clases media y alta. Este esquema, que en el cine deportivo suele habilitar el endiosamiento de pobres diablos de disciplinas en realidad dominadas por profesionales de otras naciones, se vincula a la epopeya melodramática más exportable y al mentado “esfuerzo individual” para llegar a determinado logro que espera más allá del arcoíris siempre y cuando se viva lo suficiente para verlo materializarse, ya que una característica repetida de este formato de crónicas utópicas, donde lo social o colectivo se desdibuja en favor del particularismo meritocrático burgués, pasa por una fuerza de voluntad fetichizada como si las condiciones comunales e históricas heredadas no interviniesen -o lo hiciesen de manera accesoria- en este proceso de entronización egoísta basado en el masoquismo, en la ceguera o en el arte de no claudicar, región del discurso en la que el límite entre la locura y el seguir porfiando es bastante tenue.
La figura de la norteamericana Diana Nyad, una nadadora de larga distancia que no tiene nada que hacer ante sus colegas de los Países Bajos, sintetiza muy bien lo anterior primero por rasgos propios de su personalidad, una narcisista y ególatra con tendencia a fabular, y segundo debido a una serie de logros mediocres que sinceramente sólo le pueden importar a los yanquis, como por ejemplo haber nadado en 1975 alrededor de la Isla de Manhattan o haber hecho lo propio en 1979 entre las Bahamas y la Florida. Sin embargo el mayor logro de Nyad pasó por llevar a la praxis su obsesión o sueño de toda la vida, léase unir a nado La Habana, en Cuba, con Key West/ Cayo Hueso, nuevamente en la Florida, una travesía muy peligrosa de aproximadamente 166 kilómetros que pudo completar entre el 31 de agosto y el 2 de septiembre del 2013 con 64 años de edad luego de cuatro intentos previos fallidos, el primero en agosto de 1978, fracaso provocado por el oleaje y los vientos tenebrosos del Golfo de México, el segundo en agosto del 2011, topándose con corrientes muy fuertes que la desviaron del rumbo, el tercero en septiembre del mismo 2011, saboteado por un ataque de medusas y aguavivas que la picaron sin piedad, y el cuarto en agosto del 2012, ahora derivando en desastre por un par de tormentas. Nyad, que durante buena parte de su vida adulta se dedicó al periodismo deportivo, jamás consiguió que alguna institución oficial del rubro certifique la hazaña por escasos registros, testimonios contrastantes del equipo que la acompañó, su fama de mitómana y la ausencia de observadores imparciales, detalles que no impidieron que escribiese un libro al respecto, Encuentra un Camino (Find a Way, 2015).
Nyad (2023), opus para Netflix dirigido por el matrimonio de Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi y escrito por Julia Cox a partir del libro de la propia Diana, es la amena versión cinematográfica de una faena que sin proponérselo pinta de pies a cabeza las realidades opuestas de Cuba y Estados Unidos, el primero un país siempre fuente de inmigrantes que recorren casi el mismo trecho marítimo en balsa y de manera desesperada y el segundo cuna de burgueses bobos como Nyad que se encaprichan con una misión autoimpuesta, absurda y sin ningún tipo de connotación política o ideológica. Aquí Diana (la histriónica Annette Bening), efectivamente, es una lesbiana sexagenaria e hiper dictatorial que aburre a todos a su alrededor hablando siempre de sí misma, con sus logros del pasado y su filosofía de vida de “nunca rendirse” llevando el estandarte, hasta que un buen día decide volver a intentar la travesía entre La Habana y Key West y para ello recluta como entrenadora a su mejor amiga y ex pareja, Bonnie Stoll (Jodie Foster), y a un navegante experto en el Golfo de México que suele organizar paseos en barco para turistas, John Bartlett (Rhys Ifans), entre otros profesionales como una encargada de un traje protector contra medusas y un grupito de jóvenes que controlan todo el tiempo un escudo electrónico que repele tiburones, a sabiendas de que la famosa jaula protectora -utilizada en la intentona de 1978- puede ser muy peligrosa en caso de tormenta. Así las cosas, el equipo lucha contra las inclemencias de la naturaleza y contra el carácter insoportable de Nyad, cuya resistencia en el nado es directamente proporcional a su nula empatía y/ o interés para con el resto de los mortales.
La película no es una maravilla ni mucho menos aunque hay que reconocerle que lo que se propone, retratar los últimos cuatro intentos, lo consigue ya que podrá ser ultra previsible y no ofrecer background alguno para la protagonista y para la violación que sufrió de niña a manos de su entrenador Jack Nelson (Eric T. Miller) -en realidad no conocemos nada de ella o de su vida por fuera de su obsesión con nadar lo humanamente imposible sin todos los artilugios que utiliza- pero compensa el faltante con tensión, alucinaciones subacuáticas y el excelente trabajo actoral de Bening y Foster, dos actrices gloriosas que le sacan el jugo a sus sesenta y pico de años, dejan el cuerpo en pantalla y por cierto dignifican lo que de otra forma hubiese sido una gesta muchísimo más olvidable o rutinaria. Chin y Vasarhelyi, ambos con amplia experiencia como documentalistas y el primero también como escalador y esquiador, aquí entregan una simpática ópera prima ficcional luego de un par de joyas del montañismo y la escalada en general, Meru (2015) y Free Solo (2018), el primer film en torno al Pico Meru del Himalaya y el segundo acerca del monolito El Capitán del Parque Nacional Yosemite, una faena mediocre, The Rescue (2021), sobre el Rescate de la Cueva Tham Luang del 2018, una tragedia en Tailandia que asimismo fue explorada en el largo ficcional superador Thirteen Lives (2022), de Ron Howard, y dos bodrios vergonzosos de publicidad encubierta, Return to Space (2022) y Wild Life (2023), el primero alrededor del conglomerado SpaceX del payasesco Elon Musk y el segundo sobre otros dos millonarios apestosos con delirios mesiánicos, la pareja estadounidense de Kris y Douglas Tompkins…
Nyad (Estados Unidos, 2023)
Dirección: Jimmy Chin y Elizabeth Chai Vasarhelyi. Guión: Julia Cox. Elenco: Annette Bening, Jodie Foster, Rhys Ifans, Eric T. Miller, Anna Harriette Pittman, Carolyn McCormick, Anne Marie Kempf, Hanler Rodríguez, Harraka Eliana, Marcella Acuña Báez. Producción: Teddy Schwarzman y Andrew Lazar. Duración: 121 minutos.