Más allá de la naturaleza bien bizarra del crimen sexual que retrata y el hecho de estar basada en el tristemente célebre caso de Enumclaw, Washington, del 2005, lo realmente característico de La Muerte de Dick Long (The Death of Dick Long, 2019), segundo largometraje de Daniel Scheinert luego de la también delirante Swiss Army Man (2016), es que se centra en un período poco trabajado por el séptimo arte en general con este nivel de meticulosidad, hablamos del espacio de tiempo que va desde que se encuentra al cadáver en cuestión, en esta ocasión ese Dick Long del título compuesto por el propio Scheinert que termina con contusiones craneanas, una hemorragia rectal y rastros de semen ahí detrás, hasta el descubrimiento por parte de las autoridades de las identidades del susodicho y de los dos idiotas responsables, quienes por cierto se consagran a lo largo del metraje a una verdadera catarata de olvidos, descuidos, torpeza y malas decisiones de toda índole. Entre Beavis and Butt-Head, la genial serie de animación de Mike Judge, un contexto pueblerino ignorante que recuerda a lo lejos a Fargo (1996) -obra que asimismo es referenciada de la mano de agentes de la ley tan apaciguados como freaks- y una ironía a la vez despiadada y delicada en la tradición del cine de Todd Solondz, el film se sirve de la Alabama rural de bajos ingresos y/ o empobrecida para poner en primer plano cuánto de farsa arrastra el matrimonio contemporáneo y cuán palurdos pueden llegar a ser los seres humanos cuando resulta más que necesario volcar todas sus fuerzas a eso de salvarse de la condena social/ institucional/ pública tapando las huellas de algo tan inconcebible que provoca vergüenza ajena en todos los involucrados y la comunidad en su conjunto, desde ya trayendo a colación el tópico de las existencias paralelas y la siempre mentada hipocresía hogareña.
Ahora el asunto se inicia con una zapada nocturna de los integrantes de una banda llamada Pink Freud, léase el futuro finado, Ezekiel “Zeke” Olsen (Michael Abbott Jr.) y Earl Wyeth (Andre Hyland), los cuales luego de que la esposa e hija de Olsen se van a dormir, Lydia (Virginia Newcomb) y Cynthia (Poppy Cunningham) respectivamente, se emborrachan, fuman marihuana, encienden unos fuegos artificiales, disparan unas armas e ingresan en el granero de Ezekiel. El corte es brusco y de inmediato pasamos al instante posterior con Olsen y Wyeth llevando a un moribundo Long a un hospital cercano en lo que por supuesto termina siendo su muerte por la pérdida incontrolable de sangre. La película a partir de este punto divide su desarrollo retórico entre -por un lado- los intentos burdos y desesperados de los dos sureños por salir impunes, como por ejemplo deshacerse de la billetera de Long y limpiar/ arrojar a un lago/ denunciar como robado el automóvil que utilizaron para el traslado hacia el centro médico, y -por otro lado- la igualmente atolondrada investigación que encara un dúo de personajes que representan a las fuerzas de seguridad, la oficial de policía Dudley (Sarah Baker), una mujer corpulenta, flemática e inexperimentada en casos de homicidios o muertes en general, y la sheriff de turno, Spenser (Janelle Cochrane), una señora entrada en años y también obesa que funciona como la jefa directa de la anterior. La trama logra mantener el suspenso y jugar con la idea de que el sexo femenino jamás podrá conocer del todo a su homólogo masculino, ya que tanto las esposas de Long y Olsen, la maestra de escuela Jane (Jess Weixler) y la citada Lydia, como el “interés romántico” de Wyeth, la bella señorita de origen hindú Lake Travis (Sunita Mani), no tienen ni la menor sospecha de las actividades sexuales paralelas de los hombres y sus secretitos bien sucios.
Scheinert, conocido sobre todo por sus colaboraciones con Daniel Kwan en materia televisiva y de videoclips, recupera algo del trasfondo demencial e indescriptible de Swiss Army Man, aquella película surrealista en la que Hank Thompson (Paul Dano) quedaba varado en una isla desierta y utilizaba a un cadáver bautizado Manny (Daniel Radcliffe) como esa “navaja suiza humana” a la que aludía el título, un planteo que curiosamente está manejado con sutileza a pesar del sustrato desconcertante de todo el asunto desde el vamos. Sin lugar a dudas La Muerte de Dick Long es un ejemplo de esas comedias que no están precisamente orientadas a la risa fácil -o siquiera a la sonrisa pasajera a través de gags bien marcados a lo largo del metraje- porque se hacen fuertes en el núcleo tragicómico y complejo del devenir narrativo, el cual bajo una capa superficial de mundanidad e idiotez prosaicas revela un sinfín de frustraciones, sueños rotos, compulsiones de diversa índole y mecanismos paliativos que pretenden subsanar todos los detalles previos vía la mentira o el engaño. La propuesta también forma parte de ese grupo de films que buscan humanizar -de manera implícita o explícita, a pura controversia- a personajes desdeñables dentro de una concepción que suele ser chocante para el grueso del público porque lo priva de los reduccionismos hollywoodenses sobre los “villanos”, ya que el opus pasa a señalar que los responsables son personas como cualquier otra y en sí mismos diletantes de diversas facetas que desarrollan en simultáneo y de manera independiente las unas de las otras, pudiendo así ser padres amorosos, trabajadores amargados y amigos de las aberraciones con todas las letras en una intimidad mantenida por fuera de esos patrones consensuados por la sociedad en cuanto a los comportamientos aceptados en los enclaves simbólicos de la vida cotidiana.
Aclarado lo anterior, no podemos dejar de afirmar que el opus de Scheinert tampoco es perfecto debido a que tiende a abusar un poco de un minimalismo indie que se siente tanto en la puesta en escena como en el desenvolvimiento del misterio fundamental y las maravillosas interpretaciones de los actores, transformando a Olsen y Wyeth en unos clones bastante menos caricaturescos que los Beavis y Butt-Head originales y a Dudley en una prima lejana de la Marge Gunderson de Frances McDormand, aquella recordada oficial de policía de Fargo, de los hermanos Joel y Ethan Coen. Esta falta de originalidad, de todas formas, está en buena parte compensada por la sorpresa que puede llegar a generar el giro narrativo/ vuelta de tuerca en cuestión, ese que es mejor no adelantar para aquellos que no conozcan el caso verídico al que nos referíamos al principio, el de Enumclaw del 2005, ya analizado en el mediocre documental Zoo (2007), de Robinson Devor. Sin caer en recursos gráficos innecesarios y aprovechando un humor negro que se va colando gracias a la soberana ineptitud de los protagonistas, sus esposas y los estrafalarios adalides de las leyes, La Muerte de Dick Long es una obra muy extraña si la pensamos dentro de la coyuntura del anodino panorama artístico internacional de nuestros días y un bienvenido exponente de un cine con cojones que nunca se aleja de la realidad más vulgar, ahora enfatizando en primera instancia que la sombra de la vergüenza y/ o conveniencia social siempre termina primando por sobre la justicia y en segundo lugar que los cómplices tácitos por necedad o ceguera -en esta oportunidad las respectivas parejas de los tres hombres- resultan tan bobalicones como los pervertidos, quienes evidentemente utilizan al ecosistema de mansedumbre de algunas comunidades de impronta claustrofóbica para hacer de las suyas sin “reprimenda” alguna…
La Muerte de Dick Long (The Death of Dick Long, Estados Unidos, 2019)
Dirección: Daniel Scheinert. Guión: Billy Chew. Elenco: Michael Abbott Jr., Virginia Newcomb, Andre Hyland, Sarah Baker, Jess Weixler, Poppy Cunningham, Roy Wood Jr., Sunita Mani, Janelle Cochrane, Daniel Scheinert. Producción: Daniel Scheinert, Jonathan Wang y Melodie Sisk. Duración: 100 minutos.