Sopa de Ganso (Duck Soup)

La comedia del poder

Por Emiliano Fernández

Hay películas que más que sólo películas son toda una experiencia y Sopa de Ganso (Duck Soup, 1933) siempre será una de las más gloriosas experiencias que haya ofrecido el séptimo arte: la obra maestra fundamental de los maravillosos Hermanos Marx es una de las realizaciones más sólidas, inteligentes e hilarantes de la historia de la comedia, por un lado un trabajo brillante que encuentra a los actores aprovechando al máximo su bagaje cómico multifunción cortesía del vodevil, Broadway y el mismo Hollywood, y por el otro lado un convite que funciona en su conjunto como una de las grandes sátiras políticas del cine en la que toda corrección política y/ o complacencia para con cualquier sector de las sociedades modernas termina estallando por los aires desde el comienzo, en consonancia con una libertad y un talento general que se transforman en sinónimos de inconformismo, locura sin freno y una verdadera virulencia retórica a discreción. Inspirándose en algunos elementos aislados de A Todo Gas (Million Dollar Legs, 1932), y a su vez desencadenando una larga serie de parodias de ese poder público enquistado en las dirigencias nacionales implícitas o explícitas vía un derrotero histórico que va desde El Gran Dictador (The Great Dictator, 1940) y Dr. Insólito o Cómo Aprendí a Dejar de Preocuparme y Amar la Bomba (Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964) hasta las más recientes Mentiras que Matan (Wag the Dog, 1997), El Dictador (The Dictator, 2012) y La Muerte de Stalin (The Death of Stalin, 2017), el film dirigido por Leo McCarey y escrito por un equipo de guionistas compuesto por Bert Kalmar, Harry Ruby, Arthur Sheekman y Nat Perrin desnuda las miserias estatales, el maquiavelismo de los políticos y sobre todo el egoísmo caprichoso de los seres humanos a través de sketchs, diálogos y planteos que dejaron su marca en el inconsciente colectivo de generaciones y generaciones.

 

La acción se sitúa en el pequeño y arruinado país de Freedonia/ Libertonia, donde la estupidez e inoperancia de la cúpula estatal ha condenado al pueblo a una eterna crisis que una y otra vez se busca resolver saldando las cuentas públicas con un préstamo de la adalid de la oligarquía local, una mujer llamada Gloria Teasdale (Margaret Dumont) que heredó toda su fortuna de su marido y que impone como condición para una nueva partida de 20 millones de dólares que dimita el actual mandatario y asuma Rufus T. Firefly (Groucho Marx), “un progresista y luchador audaz” que pasa de ningunear a la veterana responsable de su asunción como presidente a cortejarla para hacerse de su dinero. En simultáneo tenemos la conjura de la dirigencia de la vecina Sylvania, una nación sin duda más fuerte, desarrollada y estable que Freedonia, en pos de anexarse al país de la mano del embajador de turno, Trentino (Louis Calhern), el cual falla en generar una revolución para que asuma un gobierno títere al servicio de Sylvania y opta por insistir con la nula información que le brindan sus dos espías de cabecera, Chicolini (Chico Marx) y Pinky (Harpo Marx), un par de lunáticos que no consiguen descubrir ni un secreto sucio del también desquiciado Firefly para desprestigiarlo a ojos de un pueblo que parece adorarlo. Mientras Trentino intenta ganarse el corazón de Teasdale para que deje de brindarle ayuda financiera a Freedonia, el secretario del flamante mandatario, Bob Roland (Zeppo Marx), aconseja a Rufus que provoque al embajador con el objetivo de generar una pelea y tener motivo para echarlo del país terminando así con su conspiración, no obstante la situación se sale de control porque ambos hombres se enredan en una retahíla interminable de insultos e invitaciones tácitas a duelos que sientan la base para un conflicto armado general entre las naciones a las que representan, incluidas estratagemas para robar los planes y códigos de guerra de Freedonia.

 

La película responde al período de mayor autonomía creativa y más interesante por lejos de la carrera de los Hermanos Marx, aquel que incluyó otras joyas de la primera mitad del Siglo XX como Los Cuatro Cocos (The Cocoanuts, 1929), El Conflicto de los Marx (Animal Crackers, 1930), Los Rompecabezas (Monkey Business, 1931), Plumas de Caballo (Horse Feathers, 1932), Una Noche en la Ópera (A Night at the Opera, 1935) y Un Día en las Carreras (A Day at the Races, 1937), todas epopeyas repletas de segmentos magistrales pero que en cierta medida carecen -por la propia naturaleza del humor anárquico de los protagonistas, siempre tendiente a escapar de cualquier corsé conceptual- de la coherencia y el poderío discursivo que el director McCarey supo imprimir en Sopa de Ganso, una propuesta que va más allá de la habitual colección de números independientes de comedia bajo un paraguas temático por demás difuso ya que el opus en sí logra imponerse como un film redondo, muy dinámico en sus esplendorosos 69 minutos y sin ingredientes forzados a la vista como la típica fórmula romántica o la construcción de un héroe de parámetros tradicionales, dos recursos que en buena parte dominarían a futuro la segunda etapa de la trayectoria cinematográfica de los señores. En la odisea que nos ocupa, por el contrario, lo que tenemos es un recorrido sarcástico por los engranajes del imperialismo tanto bélico como económico, las crisis cíclicas del capitalismo, la farsa de la separación institucional de poderes, el oportunismo y la corrupción de los payasescos “líderes” que nos gobiernan, el absurdo de la doctrina del “déficit cero” en sociedades que deberían velar por el bienestar de todos los ciudadanos, la animosidad pueril y bastante caprichosa de una facción contra la otra, y finalmente las maquinaciones de variada índole de una fauna política parasitaria con respecto a un vulgo desabrido e ignorante que no entiende lo que acontece en las cúpulas.

 

Los momentos memorables son muchos e incluyen la apertura con esos cuatro gansos nadando campantes en una olla a fuego no tan lento, la entrada de Groucho en el contexto de una pompa banal semi monárquica y con el Himno Nacional de Freedonia (Freedonia National Anthem) sonando de fondo, la irónica escena posterior de Estas Son las Leyes de mi Gobierno (These Are the Laws of my Administration), los famosos episodios con Harpo en versión chófer y esa moto con sidecar que siempre deja a Firefly a pie, la rutina circense demencial de Chico y Harpo en el despacho del embajador, la secuencia en la Cámara de Diputados tracción a un Groucho saboteando absolutamente todo, el graciosísimo conflicto entre unos Harpo y Chico que venden maníes y un pobre vendedor de limonada (Edgar Kennedy) que los tiene que soportar, el segmento prácticamente surrealista en el que Firefly nombra ministro de guerra a Chicolini cuando lo ve desde su balcón con el carrito de maníes y su perro, la aparición subsiguiente de Pinky con todos sus tatuajes e incluso uno en su pecho de una casilla por la que se asoma otro can que le ladra al presidente luego de imitar el maullido de un gato, la paranoica, hipócrita y bien patética andanada de insultos entre Groucho y Trentino, la intromisión de los dos espías en la mansión de Teasdale -con ayuda de una hermosa cómplice, la femme fatale Vera Marcal (Raquel Torres)- en pos de sustraer los planes de guerra de Freedonia, la comedia pícara de situaciones que provoca el asunto con los “tres grouchos” -uno real y dos falsos- en la recámara de la millonaria, el célebre número del espejo roto entre un Firefly que se la pasa haciendo tonterías para desenmascarar a su doppelgänger de ocasión, Pinky, el disparatado juicio contra Chico por su “alta traición” como doble agente de Freedonia y Sylvania, la secuencia correspondiente a la canción El País va a la Guerra (The Country’s Going to War) luego del guantazo final de Groucho al embajador por la mera posibilidad de que se niegue a la paz y lo ridiculice frente a su pueblo, el encuentro posterior de Pinky con la esposa del vendedor de limonada (incluida su aparición desde adentro de la bañera del hombre tocando una corneta) y con otra mujer al paso que lo invita a su hogar (la escena incorpora una genial burla al Código Hays de censura de la época -el cual dictaminaba que un hombre y una mujer no podían ser mostrados en pantalla compartiendo una cama- vía la imagen de la chica durmiendo por un lado y Harpo y su caballo en otro lecho), y el mismo desenlace en su conjunto con los cuatro Marx a pleno y esos permanentes cambios de vestimenta militar de un Groucho que incluso le dispara a sus propias tropas, situación que por cierto desemboca en la captura de Trentino y el lanzamiento masivo de frutas contra él por parte de los señores y contra una Teasdale bien chauvinista e imbécil que se pone a cantar el Himno Nacional de Freedonia.

 

Más allá de diversas anécdotas como por ejemplo que Sopa de Ganso fue la última película del algo insulso Zeppo, quien a posteriori uniría fuerzas junto a Gummo Marx -el quinto hermano, todos hijos de Minnie y Samuel Marx- y se convertiría en agente teatral, que aquí Harpo no toca el harpa ni Chico el piano, sus dos instrumentos característicos en lo que atañe a los segmentos musicales de los films de la parentela/ compañía de cómicos, y que la recordada escena de El País va a la Guerra es en términos prácticos el único instante de toda la carrera de los señores en el que los cuatro miembros originales cantan y participan al unísono, a decir verdad la propuesta deja entrever lo bien que se desempeñaban los protagonistas en todas las vertientes de la comedia, ya sea física, verbal, mordaz, inocente, embrollada, de remates, paulatina, situacional, sádica, musical, erótica, surrealista, política, social, minimalista, frondosa, cultural, absurda, satírica o económica. Este generoso rango actoral, el cual se condice con aquellos “artistas completos” de otros tiempos -hoy casi extintos- en los que la preparación, la valentía, el desenfreno y la curiosidad más extensivas conformaban el horizonte de pequeños artesanos que trabajan incansablemente desde la experiencia del público real y sin tanta vanagloria teórica previa, en esta oportunidad está puesto al servicio de una crítica fortísima a ese nacionalismo estupidizante que se confunde con la xenofobia y a la malicia individualista de la oligarquía financiera/ empresaria/ estatal, dos enclaves simbolizados en los delirios anexionistas de Trentino, la petulancia de las elites dirigentes con las que debe lidiar Firefly y esa misma Teasdale que se aboga el derecho de elegir a dedo a los gobernantes de Freedonia bajo el peso de una sumisión económica digna del imperialismo yanqui o el Fondo Monetario Internacional. Entre la versión más ciclotímica de Chico, un Harpo siempre cercano a la violación para con alguna señorita apetitosa y la mítica frase de Groucho “hoy ya voy por el quinto viaje y todavía no he ido a ninguna parte”, el film le asigna el rol y la importancia justas a cada uno de los vértices del triángulo central, uno que parafraseando a Slavoj Žižek en The Pervert’s Guide to Cinema (2006) se divide en ese súper yo representado en el verborrágico e hiperactivo Groucho, un yo encarnado en el siempre consciente y racional Chico y finalmente un ello muy misterioso que adquiere la forma de Harpo, personaje mudo que unifica dos rasgos cruciales de la infancia, léase una ingenuidad de cadencia lúdica y cierta perversidad de lo más ambigua que reclama su objeto de deseo con una llamativa vehemencia, en ocasiones exasperada o directamente violenta. La comedia y la pantomima intrínsecas al poder nunca fueron tan despampanantes y reveladoras como en Sopa de Ganso, lo que constituye el bello e inconmensurable legado de la realización a nivel histórico, artístico e ideológico…

 

Sopa de Ganso (Duck Soup, Estados Unidos, 1933)

Dirección: Leo McCarey. Guión: Bert Kalmar, Harry Ruby, Arthur Sheekman y Nat Perrin. Elenco: Groucho Marx, Harpo Marx, Chico Marx, Zeppo Marx, Margaret Dumont, Raquel Torres, Louis Calhern, Edgar Kennedy, Edmund Breese, Charles Middleton. Producción: Herman J. Mankiewicz. Duración: 69 minutos.

Puntaje: 10