El Color de la Granada (Sayat Nová)

Tu vestido es fuego

Por Emiliano Fernández

Obra central en el desarrollo posterior de los videoclips, los ensayos visuales de índole críptica y la versión moderna del cine no narrativo basado en la construcción de piezas de profunda idiosincrasia ornamental y alegórica, El Color de la Granada (Sayat Nová, 1969) constituye una verdadera odisea en lo que atañe a los campos de la fotografía, el uso del color, los simbolismos, los paisajes y edificaciones metamorfoseadas en sets, el vestuario, la utilería en general, los misterios de fondo y la pomposidad macro de un film que parece eludir cualquier planteo cinematográfico tradicional para abrazar en cambio un fluir de imágenes y sonidos que obedecen más a la creatividad irrestricta y un surrealismo implícito bastante extremo a nivel de su radicalidad en cuanto a la tendencia a rehuir del más mínimo atisbo de relato clásico. Sin embargo, debajo de todo su armazón esquivo y en apariencia distante, la gran obra maestra de Serguéi Paradzhánov en esencia sigue con fidelidad -y de manera muy abstracta, por supuesto- la vida, carrera y muerte de Harutyun Sayatyan alias Sayat-Nová, el principal poeta y trovador de Armenia del Siglo XVIII y uno de los músicos más famosos de su país, en términos prácticos el autor de muchísimas canciones de raigambre popular/ nacional que el director y guionista transforma en “tableaux vivants”, léase puestas en escena semi estáticas semejantes a los cuadros, junto con episodios varios de su existencia en consonancia con la infancia del retratado, su juventud y formación como poeta y compositor sirviéndose de instrumentos como el kamanché, el choghur y el tanbur, su rol como diplomático en la corte de Georgia, su eventual expulsión por haberse enamorado de la hermana del rey, su metamorfosis en sacerdote de la Iglesia Apostólica Armenia y su muerte por negarse a renegar del cristianismo a manos de las huestes del Sha de Irán, deseosas de que se convierta a un islamismo que el señor rechazó inmediatamente.

 

Paradzhánov, de ascendencia armenia, vivió la mayor parte de su vida en Tiflis, la capital de Georgia, y había comenzado su carrera como realizador dentro del ámbito del realismo socialista, una corriente artística que se convirtió en oficial en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas durante la dictadura de Iósif Stalin y que duró con diversas etapas de “relajamiento” hasta la desaparición del régimen comunista en 1991, pregonando siempre desde una fuerte rigidez dogmática -muy poco proclive a las vertientes experimentales o de implicancias existencialistas- centrada en la exaltación de los trabajadores, de la vanguardia política que eliminó al zarismo y de la misma revolución en general, eje tácito de un estilo en el que la “vida común” de un pueblo endiosado y supuestamente feliz era el principal foco de interés. Luego de una serie de propuestas más o menos tradicionales, el quiebre con respecto al establishment llegó después de ver La Infancia de Iván (Ivanovo Detstvo, 1962), de Andréi Tarkovski, con quien posteriormente desarrollaría una amistad, y así el primer ejemplo del cine de resonancias pictóricas de Paradhánov fue la asimismo excelente Los Caballos de Fuego (Tini Zabutykh Predkiv, 1965), también conocida como La Sombra de Nuestros Antepasados Olvidados, un exponente de insólito influjo shakesperiano -aunque trasladado al enclave agreste de los hutsules, un grupo étnico por demás ignoto de los Cárpatos Ucranianos- que para la fortuna del film fue malinterpretado por unas autoridades soviéticas que terminaron encantadas con la película y facilitando su distribución masiva a lo largo de todo el gigantesco territorio de la URSS. El Color de la Granada, su siguiente largometraje, ya no recibió semejante tratamiento porque en ella aquel retrato popular de antaño fue en gran parte sustituido por un preciosismo extremadamente lírico, estilizado y plagado de referencias religiosas, lo que le valió a Paradzhánov ser tachado de subversivo.

 

De hecho, la película cuenta con muchas alusiones al rol determinante de las instituciones sociales sobre el devenir de Sayat-Nová y el carácter nefasto que tendrían los conflictos históricos sobre su vida, casi anticipando la espantosa persecución contra el propio director por parte de los autoridades comunistas utilizando de pretexto legal su bisexualidad y condenándolo en 1973 a puro disparate a cinco años de reclusión en un campo de trabajo en Siberia, saliendo libre cuatro años después gracias a la intervención de Louis Aragon y su esposa Elsa Triolet, dos escritores surrealistas. En uno de los actos de censura más banales e ineficaces de la historia del séptimo arte, la obra de Paradzhánov fue renombrada por las esbirros del poder El Color de la Granada, título con el que es conocida en todo el planeta hasta el día de hoy, y luego de quitarle escasos minutos aquí o allá y de cambiar el orden de algunas secuencias fue estrenada con casi la misma colección de referencias espirituales/ místicas/ religiosas que tanto habían molestado al Partido Comunista en primer lugar, derivando en una restauración en 2014 que acercó al opus a las intenciones originales del realizador y a su tendencia a darle un peso muy importante a esa coyuntura cristiana de los tiempos en los que vivió Harutyun Sayatyan, incluso de manera un tanto contradictoria porque el retratado en sí orientó su producción cultural a lo secular con vistas a apartarse de esa omnipresencia sacra del Siglo XVIII en Armenia. Muy influyente también en el cine fantástico apuntalado en rituales solapados, ese que abarca a figuras como Alejandro Jodorowsky, David Lynch y Richard Kelly, el film analiza la interconexión entre la cultura humana, los contextos en donde los bípedos eligen -o les toca- vivir y los objetos que suelen crear no sólo en plan de “herramientas cotidianas” sino además aquellos vinculados con lo bello, decorativo, ceremonial, metafísico o el revestimiento de significados íntimos.

 

La principal estrategia retórica de Paradzhánov para evitar el dejo algo mortuorio detrás del recurso de los tableaux vivants pasa por el movimiento en segundo plano, las tomas detalle y la riqueza estética de los sets en donde una cámara fija se planta con el claro objetivo de registrar oscilaciones enigmáticas coreografiadas al dedillo dentro de poses, intertítulos a lo cine mudo y viñetas varias muchas veces centralizadas en la talentosa actriz Sofiko Chiaureli, la cual aquí interpreta a diferentes personajes -tanto masculinos como femeninos- y con quien el cineasta eventualmente volvería a trabajar en sus dos opus posteriores, las más que dignas La Leyenda de la Fortaleza de Suram (Ambavi Suramis Tsikhitsa, 1985) y Ashik-Kerib (Ashug-Karibi, 1988), los últimos largometrajes que pudo completar luego de volver a ser encarcelado en 1982 ya con su salud muy deteriorada, saliendo libre menos de un año después para terminar falleciendo en 1990 a los 66 años. Más allá de los exquisitos delirios que desencadena en la mente de Paradzhánov la producción artística y el derrotero vivencial del trovador de turno, la mayoría girando alrededor de la sabiduría de los libros, la sensualidad de los cuerpos, las costumbres sociales, los ciclos irrefrenables de la vida, el ascetismo monástico y el rol enriquecedor del arte a escala anímica, lo que continuamente queda en primer plano es el sustrato fulgurante del fluir cotidiano humano y de unos ropajes homologados al fuego que desde el lirismo más gloriosamente aparatoso desnudan el conservadurismo del cine mainstream e indie de las últimas décadas del Siglo XX hasta nuestro presente, ese que suele encerrarse en los relatos prefijados y casi nunca explora las verdaderas posibilidades revulsivas de la imagen como sí lo hace el genial realizador en El Color de la Granada. Casi tan interesante como el bastión visual es sin duda el sonoro, ya que Paradzhánov toma nota de la mezcla experimental de sonido de las películas de Jean-Luc Godard de la época para también entretejer allí un collage de iconografías alucinadas en el que el contrapunto más delicado y la yuxtaposición expresiva/ conceptual inflama el intelecto del espectador para desarticular su zona de confort y disparar la imaginación…

 

El Color de la Granada (Sayat Nová, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, 1969)

Dirección y Guión: Serguéi Paradzhánov. Elenco: Sofiko Chiaureli, Melkon Alekyan, Vilen Galstyan, Gogi Gegechkori, Spartak Bagashvili, Medea Japaridze, Hovhannes Minasyan, Onik Minasyan, Yuri Amiryan, Medea Bibileishvili. Producción: A. Melik-Sargsyan. Duración: 79 minutos.

Puntaje: 10