La ópera prima del director español Agustí Villaronga posee la cualidad de ser uno de esos trabajos complejos de encasillar en un género específico gracias a su filosa historia, su frío desarrollo y la soberbia dirección con la que fue firmada. Sin embargo, más allá de la “escasa” sangre derramada durante el metraje, el rótulo que mejor se le acomoda corresponde al cine de terror “shock” de puro autor. La historia cinematográfica está repleta de obras cuyo principal objetivo fue perturbar y dejar marcas imborrables en la psique de los espectadores mediante tramas e imágenes de alta crudeza donde la representación del horror busca asemejarse a la realidad de la forma más directa e impactante posible. Desde la primera decapitación actuada para cine en The Execution of Mary, Queen of Scots (1895), pasando por la perturbadora pero chabacana Nekromantik (1987) de Jörg Buttgereit, hasta ejemplos más modernos como la fallida A Serbian Film (2010), dan cuenta de la pretensión de algunos trabajos por alterar nuestros sentidos de manera más o menos gratuita. Pero Tras el Cristal (1986) no tiene nada gratuito, chabacano o fallido durante sus 105 minutos de tabú explícito y de descenso al inferno humano. No se trata de una película para disfrutar, identificarse con sus personajes o que pueda verse en cantidad de ocasiones; se trata de una experiencia angustiosa, tensa y asfixiante en la que Villaronga provoca e insinúa de forma casi límite, pero donde en ningún momento abandona la seriedad o el tratamiento atroz que merecen los temas tratados por la historia.
La trama nos presenta de forma voyeur a Klaus (Günter Meisner), un médico nazi torturando y asesinando a un niño como lo hacía en los campos de concentración donde también realizaba experimentos con los mismos. Acto seguido, el personaje procede a ejecutar un intento de suicidio cuyo resultado es un estado de tetraplejía que lo condena a una existencia dentro de un pulmón de acero para vivir. Al cuidado de esta bestia encerrada se encuentra Griselda (Marisa Paredes), su esposa, de aspecto y actitud gélida hacia las situaciones que se presentan en su día a día, tomando ya como una carga el mantenimiento de su maltrecho esposo y llegando a desconectar temporalmente el pulmón y hasta cortar la energía del hogar, provocando agonías en Klaus. El núcleo familiar se completa con Rena (Gisela Echevarría), la hija del matrimonio, visiblemente trastornada por la condición permanente de su padre y el desgano de su madre que incluso llega a abofetearla y destratarla. La llegada de Ángelo (David Sust), un joven que afirma ser enfermero y haber cuidado de Klaus en un pasado, da la impresión de alivianar la tensión familiar en un principio, pero las cosas se retuercen aún más cuando se revela que Ángelo conoce y busca imitar el turbio pasado pedófilo y asesino del médico nazi. De esta manera se desarrolla un ejercicio de tortura psicosexual entre ambos donde el maltrecho Klaus pasa de victimario a “víctima”, siendo el principal testigo de la psique fracturada de Ángelo y su conducta imitativa.
El trabajo realizado por Villaronga es realmente impecable, más cercano a la obra de un director veterano en completo control de sus habilidades detrás de la cámara que de un debut directoral. Es sobresaliente la sensibilidad del mallorquín a la hora de combinar luces y sombras dentro del caserón donde transcurre la mayor parte de la historia, lo que envuelve al largometraje de un ambiente gótico, helado y claustrofóbico deudor de los films del maestro italiano Mario Bava; y esas referencias al cine de terror italiano también se perciben durante la turbia escena de asesinato a mitad del metraje, esta vez tomando influencia de los primeros minutos de la magnífica Suspiria (1977), con primerísimos planos incluidos. Toda esta elegancia visual se contrapone a la intensidad pavorosa y cruenta del argumento central, el cual provoca en varias ocasiones la dificultad de continuar observando lo que ocurre en la pantalla como producto de las transgresiones y el tratamiento de temas tan tabú como la pedofilia y el asesinato de niños. Pero Villaronga jamás pierde el foco y los escabrosos momentos que involucran inyecciones letales, niños cantando durante escenas de tortura e inversión de roles se apegan a la fórmula que logró formar a muchos de los mayores exponentes del género: lo que se insinúa es mucho más perturbador que lo mostrado.
Tras el Cristal no es una película para recomendar su visionado al público general, no se trata de una experiencia que se recuerde con agrado. Pero si se trata de una obra reservada para los cinéfilos en búsqueda de experimentar un realismo puro y duro con temáticas prohibidas pero presentes en una sociedad decadente. Mucha gente tildará de “enfermos” a quienes deciden ver este tipo de obras, pasando por alto que lo enfermizo es la realidad que sirve de motor para largometrajes como este. El debut cinematográfico de Agustí Villaronga es sin lugar a dudas una de las películas más perturbadoras en la historia del séptimo arte.
Tras el Cristal (España, 1986)
Dirección y Guión: Agustí Villaronga. Elenco: Günter Meisner, David Sust, Marisa Paredes, Gisela Echevarría, Imma Colomer, Josué Guasch, David Cuspinera, Ricardo Carcelero, Alberto Manzano. Producción: Teresa Enrich y Paco Poch. Duración: 105 minutos.