Tetsuo: The Iron Man (Tetsuo)

Sensorio de metal

Por Emiliano Fernández

En Tetsuo: The Iron Man (Tetsuo, 1989), la recordada obra maestra de Shinya Tsukamoto, convergen dos corrientes que se corresponden al cine y la comunidad global actual pero que también pueden pensarse en términos de la cultura concreta detrás del film, la japonesa: por un lado tenemos el cine avant-garde o simplemente experimental, ese que se mantiene alejado de la repetición conformista eterna del mainstream y que en esta oportunidad se hermana a una mezcla extrema y muy poderosa de elementos varios del manga, el anime, el expresionismo, la ciencia ficción, el terror, el surrealismo, los videoclips, el humor negro y las epopeyas underground filmadas con mucho esfuerzo, y por el otro lado se ubica el temor que despierta la tecnología en un contexto capitalista atroz cada vez más proclive a reemplazar trabajo por especulación y doctrinas tecnocráticas que aumentan el desempleo y en especial deshumanizan el contacto social tradicional haciéndolo más gélido, rutinario y paranoico/ narcisista desde una distancia que garantiza el anonimato y una marcada pauperización cultural progresiva. Los nipones, invadidos por los norteamericanos durante el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, saben muy bien hasta qué punto pueden convivir el esquema simbólico comunal de otras épocas, sin duda más volcadas al cuidado del espíritu y la mente de los seres humanos, y la génesis -incesantemente renovada- de un culto a la técnica y los implementos tecnológicos cual falsa panacea que promete sustituir gran parte de las relaciones sociales de antaño y hasta a los mismos sujetos, vistos por las corporaciones y los nuevos Estados -sus socios en esta pesadilla kafkiana bien real- como criaturas destinadas a ser vigiladas y controladas cuanto antes para reducir la curva de imprevisibilidad dentro de una lógica en la que predominan el marketing y los algoritmos como principales armas para garantizar la sumisión de las mayorías, siempre al amparo de una manipulación que muchas veces deja ver sus hilos de manera grosera y ultra estúpida.

 

Entre el trasfondo siempre caótico de Tokio y la devoción de los salarymen a las empresas chupasangres que los tienen de esclavos, entre la compulsión workalcoholic de los centros urbanos y esos “escapes” cada día más bizarros, entre la dialéctica onírica de David Lynch y aquel body horror de los comienzos de la carrera de David Cronenberg, entre los juegos con las luces y sombras del expresionismo alemán y la visceralidad del surrealismo en cuanto a su predilección por una comedia mordaz tendiente a destrozar a la burguesía, el opus de Tsukamoto continúa siendo uno de los mejores ejemplos de ese “cine experiencia” obsesionado con bombardear al espectador con una edición hiperquinética, primeros planos aguerridos y muchos movimientos de cámara y tomas oblicuas, hoy dentro de un contexto retórico en el que una fotografía en blanco y negro de 16 milímetros se da la mano con el video ochentoso, una excelente banda sonora de proto rock industrial de Chu Ishikawa y efectos especiales en verdad exquisitos -tanto en materia del maquillaje y las prótesis como en lo que atañe al enclave del stop motion- cortesía del propio Tsukamoto, quien además de dirigir escribió el convite, lo produjo, lo editó y hasta se encargó de la dirección de arte, la producción y la fotografía a lo largo de los durísimos 18 meses de rodaje, con una infinidad de miembros del reducido equipo técnico abandonando el proyecto debido a las difíciles condiciones de trabajo cortesía de un presupuesto casi inexistente. El realizador incluso compone a uno de los personajes centrales, el Fetichista del Metal, un hombre que en la primera escena vemos abrirse una herida en una pierna e introducirse un trozo de acero para luego salir corriendo despavorido por las calles cuando descubre larvas de mosca en la espantosa lesión. Pronto el susodicho termina siendo atropellado por un auto que conduce uno de esos yuppies Clase B del Japón (Tomorowo Taguchi), quien junto a su novia (Kei Fujiwara) tiran al hombre en un bosque y enseguida tienen sexo ante sus ojos agonizantes.

 

A partir de este punto el Asalariado empieza a convertirse de a poco en un horrible híbrido entre hombre y acero como consecuencia de la pequeña “transgresión” en la vía pública y del mismo contacto con lo que parece ser una enfermedad freak/ disposición sobrenatural contagiosa del Fetichista del Metal, quien asimismo se obsesiona con una venganza que parece poder tercerizar tomando posesión de una mujer con anteojos (Nobu Kanaoka) con la que el hombre se topa en una estación ferroviaria, fémina también en plena metamorfosis que desencadena una lucha ampulosa y descarnada en la que el Asalariado sale victorioso. A posteriori de una pesadilla en la que su novia se entrega a un baile exótico y parece haber desarrollado un falo símil manguera que se contorsiona como una serpiente, el cual va a parar a la retaguardia del protagonista, el hombre experimenta cambios grotescos en su cuerpo con protuberancias de hierro y plástico apareciendo de la nada y hasta un taladro ocupando el lugar del pene, ese que eventualmente termina asesinando a su pareja en un encuentro sexual con mucho de suicidio por parte de la chica. El Fetichista sobrevive a la colisión y en medio de una coyuntura fabril derruida sufre una visión en la que un doctor (Naomasa Musaka) le avisa que tiene un trozo de metal en el cerebro y que morirá si se lo quita, provocando en términos prácticos que se presente en la morada del Asalariado -ya totalmente transformado en un hombre de acero de apariencia muy extravagante, lleno de caños y partes de productos de consumo masivo y la industria pesada- y así comienza una persecución y batalla entre ambos que sólo es interrumpida cuando el Fetichista tiene una nueva alucinación/ recuerdo en la que es apaleado por un vagabundo (Renji Ishibashi) de manera bien brutal y sin mayores explicaciones que el aparente capricho sádico contra alguien que el menesteroso identifica como preso de esta condición en la que la biología cede paso a lo sintético desde un marco cercano al placer sexual más insólito y demencial.

 

Echando mano a pleno de actuaciones ultra exageradas, un frenesí óptico permanente y un prodigioso diseño en lo que respecta a los híbridos, Tsukamoto crea una metáfora irónica y por demás salvaje acerca del choque entre la cultura milenaria japonesa y un fetichismo tecnológico que se extiende desde las últimas décadas del Siglo XX hasta nuestro presente, a su vez suscribiendo a una tradición reciente de películas de profunda raigambre radical que incluye a Eraserhead (1977), The Evil Dead (1981), Basket Case (1982), Street Trash (1987), Begotten (1989) y Man Bites Dog (C’est arrivé près de chez vous, 1992), entre muchas otras propuestas que hicieron del trash y/ o el shock underground de barricada su bandera formal. El director y guionista no sólo se anticipó a la secta psicosexual de desquiciados que se excitan chocando autos de Crash (1996), de David Cronenberg, sino también a la efervescencia retórica y el dejo autodestructivo de los personajes de Réquiem para un Sueño (Requiem for a Dream, 2000), de Darren Aronofsky, por un lado poniendo de relieve que era posible encarar trabajos a priori juzgados infilmables, como precisamente lo eran las novelas homónimas de James Graham Ballard de 1973 y de Hubert Selby Jr. de 1978, y por el otro lado abriéndole el camino a otros realizadores que como Tsukamoto hicieron de la perturbación de los sentidos una de sus grandes “marcas registradas”, en la línea del danés Nicolas Winding Refn y su compatriota Takashi Miike. Tetsuo: The Iron Man tuvo una secuela bastante digna, Tetsuo II: Body Hammer (1992), y otra tardía y de lo más floja, Tetsuo: The Bullet Man (2009), y en esencia responde al mejor período de la trayectoria del cineasta, ese que abarca a Tokyo Fist (1995), Bullet Ballet (1998), Gemini (Sôseiji, 1999), A Snake of June (Rokugatsu no Hebi, 2002) y Vital (2004), todos trabajos en los que seguiría analizando los recovecos del control psicológico, la ira como fuerza transformadora, el hastío de las grandes metrópolis y los crímenes prosaicos de los que son capaces los seres humanos cuando se proponen determinado horizonte o utopía considerada “placentera”, aquí definitivamente homologada a un sensorio de metal que se fagocita la voluntad individual en tanto tecnología al servicio de un poder capitalista difuso que de todos modos habilita su toma de posesión -e inversión práctica- por parte de una vanguardia contracultural de deliciosos psicóticos imprevisibles llevados al extremo, hoy representada en la criatura del desenlace producto de la unión entre el Asalariado y el Fetichista, dos personajes que pasan de querer matarse entre sí al proyecto de recuperar el mundo de las manos del statu quo o por el contrario destruirlo hasta reducirlo al nivel de polvo cósmico, objetivos que parecen en cierta medida entrelazarse gracias a un nihilismo altisonante…

 

Tetsuo: The Iron Man (Tetsuo, Japón, 1989)

Dirección y Guión: Shinya Tsukamoto. Elenco: Tomorowo Taguchi, Shinya Tsukamoto, Kei Fujiwara, Nobu Kanaoka, Naomasa Musaka, Renji Ishibashi. Producción: Shinya Tsukamoto. Duración: 67 minutos.

Puntaje: 10