Bad Santa

La misantropía navideña

Por Emiliano Fernández

Cuando aparece Bad Santa (2003) la comedia como género del mainstream ya comenzaba a caerse a pedazos porque aquellos popes de los estudios empezaron a darse cuenta que los tiempos habían cambiado y la homogeneización cómica ingenua de los 80 y 90 para atrás ya no se sostenía debido a que Internet, la globalización y las estrategias de marketing del capitalismo habían segmentado a los públicos a tal nivel que resultaba imposible que una comedia con pretensiones de risas masivas llegase a ser tan rendidora en taquilla como en otros tiempos, amén de la decisión concreta adicional de evitar riesgos -cada persona se ríe de cosillas muy diferentes según su bagaje cultural e intereses- y optar por productos de base “seria” con apuntes complementarios de sonrisitas bien simplonas, una fórmula que Hollywood viene utilizando desde fines de la década del 90 hasta nuestros días en función de diversos géneros mayormente vinculados con la fantasía épica, la única “mina de oro” para los palurdos reduccionistas de las grandes productoras y semejantes. En medio de todo este panorama, también experimentó una fuerte regresión la cultura alternativa que había surgido en las postrimerías del Siglo XX, de la que el opus que nos ocupa de Terry Zwigoff es uno de los últimos representantes a escala industrial, nada menos que una película profundamente amarga y contracultural englobada en un género que perdería fuerza rápido como la comedia satírica social, para colmo aquí volcada a la destrucción terrorista de las fiestas de fin de año y toda la pompa que suele acompañarlas, léase el consumismo banal, el culto a las utopías hipócritas de la convivencia con el prójimo, el mercado de las ilusiones publicitarias, las mentiras cíclicas que los padres les transmiten a los hijos y en especial la explotación berreta que todo lo anterior oculta ya que por cada pobre diablo disfrazado de Santa Claus y/ o atendiendo un comercio abarrotado de clientes se esconde una retahíla de mafias patéticas vinculadas a las grandes corporaciones, los Estados y toda una cadena productiva repleta de empleados que ganan una miseria y deben cumplir horarios abusivos.

 

Sin embargo la obra maestra de Zwigoff, escrita por Glenn Ficarra y John Requa a partir de ideas varias de los también productores Joel y Ethan Coen, más alguna que otra reescritura a cargo del propio director, va incluso más allá porque se concentra en un ámbito específico de compra o modelo de local de venta que es característico de la posmodernidad, hablamos de los malls, shoppings, centros comerciales o mega tiendas por departamentos, un esquema ambicioso que engulle al potencial comprador desde todas las ramas de productos y servicios posibles y -como las autopistas, otro tótem del fetichismo tecnocrático- pretende imponerse como garantía de velocidad, aunque casi siempre nada de esto es real porque la multiplicidad de rubros esconde poca variedad y marcas “amigas” y el supuesto carácter raudo/ eficaz/ conveniente de todo el asunto no es tal por colas interminables, sobreprecios, promociones mentirosas y asalariados hiper explotados con cero disposición a agilizar el atolladero o convalidar la payasada general. Bad Santa ridiculiza estos aspectos sirviéndose de la introducción de un elemento totalmente foráneo al fariseísmo maquiavélico de las festividades y convirtiéndolo en el eje excluyente del devenir retórico en su conjunto, hoy nuestro querido antihéroe Willie T. Soke (Billy Bob Thornton), un borracho de mediana edad, adicto al sexo y ladrón profesional que ha estado en prisión una vez, se ha casado dos veces, sirvió en la milicia yanqui, le perforaron la cavidad ocular, le han extirpado un riñón y tiene un tobillo astillado. Desde hace siete años y en siete ciudades diferentes Willie y su socio, el enano negro Marcus Skidmore (Tony Cox), trabajan durante todo diciembre en un centro comercial particular disfrazados de Papá Noel y un elfo, respectivamente, y en la Nochebuena Skidmore desactiva las alarmas del lugar y deja entrar a un Soke experto en abrir cajas fuertes, todo asimismo con la ayuda de la “chófer de salida” reglamentaria de los atracos, la esposa asiática de Marcus, Lois (Lauren Tom), quien le suele dar a su pareja una lista de distintos productos a robar que él recolecta con sutil devoción de tienda en tienda.

 

Luego de uno de estos hurtos, Willie se traslada a Miami para montar un negocio en la playa pero termina siendo despedido de un bar por prepararse un trago tras otro y gastando todo el dinero en más y más bebida, lo que lo lleva a tener que sustraer las llaves de un auto en un estacionamiento, ir a la mansión del dueño y abrir otra caja fuerte para mantener su afición al alcohol y los deliciosos culos femeninos. Al borde de la ruina, acepta reunirse con Marcus para asaltar un mall en Phoenix, Saguaro Square, pero el manager conservador del establecimiento, Bob Chipeska (John Ritter), rápidamente termina horrorizado a raíz de la catarata de vulgaridades, insultos y calumnias que salen de la boca de Willie, las cuales por cierto encuentran una respuesta igual de ofensiva de parte de un Marcus que por lo menos disimula frente al jefe, los padres de los chicos y esos purretes que suelen visitar a Soke en medio de una puesta en escena para contarle qué regalo quieren para Navidad, a lo que el hombre en el mejor de los casos responde con desinterés y casi siempre con paranoia e improperios de borracho, desvaneciéndose, vomitando o meándose encima. Mientras Bob alerta al corrupto adalid de la seguridad, Gin Slagel (Bernie Mac), Willie comienza a ser seguido por un nene gordinflón y bastante crédulo llamado Thurman Merman (Brett Kelly), quien efectivamente piensa que Soke es Santa Claus y lo termina salvando de ser golpeado y violado por un bravucón hindú y homosexual reprimido (Ajay Naidu), justo después de tener sexo en su destartalado auto con la bella camarera de un bar, Sue (Lauren Graham), la cual arrastra un fetiche erótico con Papá Noel por su linaje judío y la impronta prohibida de la figura del “gordo reparte regalos” creado por la Coca Cola en 1931. Como Thurman vive sólo con su abuela senil (Cloris Leachman) porque su madre murió y su padre contador, Roger (Ethan Phillips), está preso por malversación de fondos, el estimado Santa pasa de robarle dinero y el BMW E38 de su progenitor a mudarse a la casona del muchacho cuando Slagel irrumpe de sopetón en el cuarto del hotelucho lleno de prostitutas donde se alojaba.

 

A través de la misantropía y el nihilismo muy decadente de Willie, quien llega a tratar de suicidarse con el humo del caño de escape del automóvil y luego abandona el asunto para golpear al líder de un grupo de skaters (Max Van Ville) que acosan a Thurman, y mediante el pragmatismo gélido y avaro de Marcus y Lois, un dúo que no tiene ningún problema en atropellar y electrocutar a un Slagel que descubre el plan y pretendía hacerse de la mitad del botín, la propuesta desarma sin piedad la farsa de las celebraciones anuales y la trilogía principal del calendario, léase Navidad/ Año Nuevo/ Reyes Magos, haciendo hincapié en el segmento poblacional más adepto a la experiencia inmunda que ofrecen los shoppings, las pequeña, media y alta burguesías, a sabiendas de que los lúmpenes nunca son bienvenidos en esos lugares y se sienten turistas en medio del circo, la parafernalia hueca, los latiguillos comerciales y todos los otros montajes capitalistas en cuestión: las barbaridades que se dicen este San Nicolás flacucho y desgarbado y ese elfo diminuto afroamericano rankean en punta como los diálogos más graciosos de la comedia radical de las últimas décadas, nos referimos a un incesante desfile de ataques mutuos de la mano de injurias y blasfemias de proporciones en verdad shakespearianas, muy imaginativas y de una eficacia antológica en lo que atañe a desnudar el cuerpo y el alma de quien habla y quien recibe dichas palabras, logrando en simultáneo que formen parte del mismo desarrollo de personajes -como pocas películas lo han conseguido antes y mucho menos después- y se planten como una antítesis vincular hiper sincera frente al emporio de la hipocresía kitsch que ambos tienen alrededor, uno sostenido tanto en la rapiña burda publicitaria del diseño arquitectónico pulcro como en la generosa estupidez de esos burgueses lambiscones -o cómplices explícitos y felices- del poder público hambreador social, esquema que se reproduce en infantes y adolescentes igual de insoportables, anodinos y caprichosos que vinculan alegría con plenitud material y con eventualmente aprovecharse del otro bajo la lógica caníbal y ciega del “libre mercado”.

 

Este juego de oposiciones ideológicas/ económicas/ culturales entre una clientela trivial ávida de entretenimiento, recuerdos de plástico y “sacarse de encima” a los críos por unos minutos, por un lado, y la humillación de unos empleados semi esclavizados y vigilados al dedillo por la basura de rango medio y alto de las grandes empresas y consorcios, por el otro, está administrado con mano maestra por un genial Zwigoff siempre proclive a analizar la compleja sensibilidad de los marginados e inadaptados sociales, basta con recordar sus dos primeros y maravillosos documentales, Louie Bluie (1985), acerca del ignoto músico de country blues Howard Armstrong, y Crumb (1994), sobre el legendario caricaturista Robert Crumb y su singular parentela, y sus otras dos exquisitas faenas ficcionales, Ghost World (2001), con Scarlett Johansson, Thora Birch y Steve Buscemi, y Art School Confidential (2006), estelarizada por Max Minghella, Sophia Myles, John Malkovich y Jim Broadbent. Aquí el desempeño de Thornton y Cox se ubica en el Olimpo del séptimo arte y está muy bien acompañado por Kelly, Graham, Tom, Ritter -en uno de sus últimos trabajos antes de fallecer en ese mismo 2003- y un Bernie Mac estreñido y ultra bizarro que gusta de las naranjas, de robarles reproductores de MP3 a pequeños rateros, de hacerse trabajar las uñas de los pies y de ingerir laxantes mezclados con agua (la despareja secuela del 2016, sin la participación de ninguno de los involucrados a nivel creativo del opus original, no llega a ser mala y también cuenta con grandes actuaciones pero resulta innegable que no sabe cómo recuperar con naturalidad la magia sardónica, el desparpajo doloroso, la inteligencia y el corazón batallante y coherente de la Bad Santa primigenia). Desde una banda sonora magistral e irónica y una estructura narrativa calibrada a la perfección, el convite articula el sustrato desencajado de los personajes y su cinismo todo terreno con litros de alcohol, la típica improvisación del submundo criminal, una crudeza cuasi lírica que no deja a nadie indiferente y bastante sexo anal tendiente a prometer al culo de turno que no cagará por una semana; redondeando en suma un antídoto anarquista contra la artificialidad/ patrañas/ neurosis de los “buenos deseos” y de sociedades ridículas que gustan de consagrarse a quimeras de nunca acabar en vez de simplemente ver la espantosa realidad y hacer algo al respecto, planteo que desemboca en un desenlace brillante en el que la policía le dispara a quemarropa -y bien a lo bestia- a un Santa putañero, vicioso y sin armas que de todos modos sobrevive y le manda una carta a ese Thurman que al final consigue valerse por sí mismo y darle una buena patada en los testículos al skater abusón con su remera puesta de “mierdas ocurren cuando te vas de fiesta desnudo”, el regalo navideño compensatorio de Soke para el niño ya que el original -un elefante rosa de peluche- quedó todo manchado de sangre, sin duda dando a entender que la verdadera amistad y el verdadero respeto son recíprocos y desinteresados al punto de que no deberían existir explotación de por medio, puritanismo bobalicón y/ o esa mediocridad psicológica tan común entre los lobotomizados por los grandes medios, el Estado y -precisamente- el conglomerado mercantil especulativo más concentrado y manipulador, ese que edifica sus enormes catedrales urbanas del lucro…

 

Bad Santa (Estados Unidos/ Alemania, 2003)

Dirección: Terry Zwigoff. Guión: Terry Zwigoff, Glenn Ficarra, John Requa, Joel Coen y Ethan Coen. Elenco: Billy Bob Thornton, Tony Cox, Brett Kelly, Lauren Graham, Lauren Tom, Bernie Mac, John Ritter, Ajay Naidu, Cloris Leachman, Ethan Phillips. Producción: Bob Weinstein, John Cameron, Sarah Aubrey, Joel Coen y Ethan Coen. Duración: 100 minutos.

Puntaje: 10