A simple vista se podría describir a Hierro-3 (Bin-jip, 2004) como una historia centrada en un triángulo amoroso pero en realidad la mejor película del surcoreano Kim Ki-duk es mucho más, específicamente una suerte de representación budista de la existencia y del campo de los deseos que por un lado retoma una de las grandes obsesiones del realizador y guionista desde siempre, léase la violencia como vínculo de pareja y núcleo forjador autodestructivo de una identidad estable en el caso de ese amor maltrecho que sin duda genera adicción entre las dos partes en cuestión, y por el otro lado profundiza la vertiente contemplativa etérea que ya había sido trabajada en la otra gran obra del señor, Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y Otra Vez Primavera (Bom Yeoreum Gaeul Gyeoul Geurigo Bom, 2003), film en el que la dimensión espiritual del ser chocaba con las urgencias del intelecto prosaico y la carne en tanto dos mundos que se aparecen como opuestos para la mayoría de los mortales pero cuya complementación venía de la mano de la redención implícita por faltas varias y de una paciencia que muchas veces está homologada con la capacidad de entender en serio al prójimo y dejar de proyectarle construcciones psicológicas idílicas propias como si el otro fuera una extensión de nuestros anhelos y por eso mismo debería adaptarse a ellos, definitivamente la violencia fundamental hogareña/ social/ romántica que el prolífico Kim trata de desnudar con insistencia a lo largo de cada una de sus diminutas epopeyas anímicas cual Caja de Pandora que esconde mucho más de lo que revela a los ojos no iniciados, esos saturados de superficialidad tontuela y ciegos a las búsquedas ontológicas del director en medio de una realidad comunal hiper abusiva.
La trama se centra en el encuentro de dos personajes solitarios que tranquilamente podrían pasar como fantasmas porque su existencia no es para nada tenida en cuenta por aquellos que los rodean, ya sea que pensemos en la sociedad en términos macros o simplemente en las paredes circundantes y sus moradores: Tae-suk (Jae Hee) es un vagabundo que recorre las calles de Seúl con su moto y suele colgar folletos publicitarios de un local de comida para luego volver a la zona en cuestión y elegir una casa entre aquellas que no los removieron, aprovechando la supuesta ausencia de los habitantes para ingresar, comer sus alimentos, ver televisión, dormir en sus camas y sacarse selfies con los retratos varios de los dueños, particular estilo de vida que el muchacho compensa lavándoles la ropa sucia, regándoles las plantas y arreglándoles distintos aparatejos averiados como relojes, balanzas, pistolas de juguete y hasta el equipo de música; y Sun-hwa (Lee Seung-yeon), por su parte, es una ama de casa maltratada y golpeada por su marido Min-gyu (Kwon Hyuk-ho), un hombre posesivo que parece frustrado tanto por la falta de trabajo como por la frigidez de la chica, definitivamente de una clase social inferior ya que el susodicho la cosifica todo el tiempo y le manda dinero a su familia como si la hubiese “comprado” a sus progenitores en una movida que de hecho dio por finalizada la exitosa carrera como modelo de la mujer, hoy por hoy todo el tiempo encerrada en una casa lujosa pero carente de vitalidad, respeto y por sobre todas las cosas amor. Cuando Tae-suk ingrese al hogar de Sun-hwa ambos se sentirán identificados y eventualmente se marcharán juntos aunque no sin antes enemistarse con Min-gyu, cortesía de una buena tanda de golpes con bolas de golf que le lanza el joven.
Desde un ritmo narrativo pausado, sutiles y bellos apuntes sonoros de Slvian y un sustrato lírico general que -como siempre en lo que atañe al realizador- roza al mismo tiempo lo metafísico y el realismo más cruel y sucio, la película mantiene el mutismo de los amantes y deja las pocas palabras del metraje al resto de los personajes, casi siempre en plan de indignación, cuestionamientos o condena rimbombante para con este errar urbano de residencia en residencia, circunstancia que se transforma en cariño para el dúo y en un permanente peligro de ser descubiertos y castigados por un Estado y una comunidad que no perdonarían estos allanamientos de morada casi cándidos y sin robo alguno involucrado, con la intención tácita de equilibrar el karma bueno y el karma malo durante el período que los visitantes pasen en las viviendas tomadas prestadas. Kim no puede consigo mismo y retoma sus sorpresas tenebrosas de antaño vía la escena en la que los protagonistas -con ella siguiendo por motu proprio al muchacho- ingresan en la casa vacía de un boxeador que regresa en la noche y le da una paliza a Tae-suk, a lo que se suma el momento posterior en que el joven practica golf con el Hierro-3 de Min-gyu y una pelotita perforada y atravesada con un cable atado a un árbol, derivando en un accidente cuando la bola se desprende y golpea el parabrisas de un auto y la cabeza de una mujer. La segunda mitad de la faena apunta a retratar el calvario de la pareja que sobreviene como consecuencia de la decisión de ingresar en un departamento cuyo habitante, un anciano, falleció de cáncer de laringe, así la dupla lo entierra con cuidado y es descubierta por el hijo y la nuera del finado, los cuales los entregan a la policía con el corrupto Detective Lee (Park Dong-jin) a la cabeza.
La idea de la marginación social está muy presente en el cine del surcoreano y la propuesta que nos ocupa constituye una de las cúspides conceptuales en este sentido, ya que la unión de Tae-suk y Sun-hwa se solidifica precisamente en la invisibilidad y el silencio que los unen dentro de un enclave comunal plutocrático capitalista sustentado en el lucro antropófago sin fin, una coyuntura muy agresiva para la vida que el dúo decide atravesar paradójicamente sirviéndose de su enorme destreza para no ser vistos por los exponentes más tradicionales de la sociedad de turno (la misma posibilidad de Min-gyu de sobornar al Detective Lee para que le deje lanzarle pelotas de golf al protagonista, como sucede en pantalla, nos habla de un aparato estatal/ público/ represivo sometido al dinero de la alta burguesía sin que importen en lo más mínimo la ética o la payasesca justicia institucional). Tomando como catalizador el hecho de que la policía debe dejar de lado los cargos relacionados con el asesinato del viejo, los posibles robos y hasta el secuestro de Sun-hwa, lo que por cierto desemboca en una mínima condena por el detalle de violar la cerradura de la retahíla de domicilios, el realizador en el último tercio del relato juega de manera maravillosa con un trasfondo sobrenatural que desde su cosmovisión tiene que ver con lo espiritual cercano al nirvana, en especial gracias a que Tae-suk logra despojarse de modo paulatino de su propia materialidad corporal y pasar inadvertido -ahora con una inusitada radicalidad- frente a los ojos de esos guardias del presidio que no pueden encontrarlo en la pequeña celda, ya que el hombre utiliza a su favor los 180 grados ciegos que los humanos tienen detrás suyo vía el sigilo y una insólita habilidad para el mimetismo con el entorno.
Por supuesto que Kim entregó otras obras interesantes antes y después, como por ejemplo La Puerta Azul (Paran Daemun, 1998), La Isla (Seom, 2000), Domicilio Desconocido (Suchwiin Bulmyeong, 2001), Bad Guy (Nabbeun Namja, 2001), El Guardacostas (Hae Anseon, 2002), Samaritan Girl (Samaria, 2004), El Arco (Hwal, 2005), Tiempo (Shi Gan, 2006), Aliento (Soom, 2007), Sueño (Bi-mong, 2008), Arirang (2011), Piedad (Pieta, 2012), Moebius (Moebiuseu, 2013) y La Red (Geumul, 2016), sin embargo Hierro-3 continúa destacándose como la propuesta más despampanante y coherente del cineasta al punto de superar a la citada Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y Otra Vez Primavera debido a que mientras ésta prefiere meterse con la vida de los monjes budistas de forma explícita, la odisea suburbana de Tae-suk y Sun-hwa es mucho más rica y tangencial en su devenir contemplativo en torno al mutualismo amoroso humano y su necia contraparte, ese parasitismo egoísta simbolizado en un Min-gyu que tiene su irónico merecido durante el desenlace y hasta logra apaciguarse -indicando que incluso él puede redimirse con algo de cariño- cuando confunde un “te amo” de la mujer como dirigido a él y en verdad destinado al Tae-suk símil sombra itinerante del final, ya viviendo en el “lado B” del devenir diario de Min-gyu. Jugando a la par con la contingencia de que ella sea un producto de la imaginación de él y viceversa, el surcoreano señala la trabazón entre praxis exterior y fluir interior y emplea al palo de golf del título -lo único que robó el protagonista, de manera inconsciente envidiando a la burguesía vía su afición por un deporte de capas privilegiadas- como una metáfora de la siempre latente capacidad de daño recíproco entre los sujetos…
Hierro-3 (Bin-jip, Corea del Sur/ Japón, 2004)
Dirección y Guión: Kim Ki-duk. Elenco: Jae Hee, Lee Seung-yeon, Kwon Hyuk-ho, Choi Jeong-ho, Lee Ju-seok, Lee Mi-suk, Moon Sung-hyuk, Park Ji-a, Jang Jae-yong, Lee Dah-hae. Producción: Kim Ki-duk. Duración: 88 minutos.