En Mank (2020), David Fincher por primera vez se vuelve verdaderamente autorreferencial en una historia que homenajea y critica al Hollywood de la década del treinta, el proceso de creación de El Ciudadano (Citizen Kane, 1941), el ataque de los grandes estudios -especialmente de la MGM- a la postulación para gobernador del escritor Upton Sinclair en 1934 por sus ideas socialistas, y la relación del coguionista de la ópera prima cinematográfica de Orson Welles con el magnate de la industria periodística William Randolph Hearst y su amante Marion Davis en un conflictivo, enrevesado y polémico relato basado en el ensayo de una crítica cinematográfica de la revista The New Yorker, Pauline Kael, a principios de la década del setenta en base a las declaraciones del productor John Houseman.
En base a un guión de su padre, Jack Fincher, escrito a finales de la década del noventa, David Fincher se adentra en la vida y la obra de uno de los guionistas más controvertidos de la década del treinta, el sardónico y fascinante periodista y crítico de teatro Herman Mankiewicz. Fincher traza un paralelismo entre dos épocas, la década del treinta que tiene a Mankiewicz como asesor en la contribución de distintos guiones y la inusual escritura del guión de El Ciudadano, film por el que ganó el Oscar a Mejor Guión Original junto a Orson Welles. El film comienza con la convalecencia de Mankiewicz en una casa en Victorville, en medio del desierto de Mojave, debido a un accidente automovilístico en el que se rompe la pierna, lugar donde el escritor redactó la primera versión del guión de El Ciudadano. Allí Mankiewicz es inicialmente privado de su principal motor, el alcohol, vicio que nunca abandonará y que lo consumirá eventualmente hasta causarle la muerte en 1953 a la edad de 55 años, para motivarlo a escribir, pero la redacción se demora mientras Orson Welles espera la entrega de la obra para comenzar con la que será una de las mejores películas de la historia del cine y una de las pocas -sino la única- en la que el director tuvo control total, una rareza en una de las industrias donde la libertad es aplastada como principio para fortalecer la idea de que el dinero siempre manda. En forma de extensos flashbacks Fincher hace regresar a Mankiewicz a la década del treinta para adentrarse en el proceso creativo de los guionistas, los vicios de Mank, el juego y las bebidas alcohólicas, su extraña amistad con William Randolph Hearst y la amante de éste, la actriz Marion Davis, y su sobrino, el guionista Charles Lederer, y personajes como Louis B. Mayer, el cofundador del estudio Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), y el productor Irving Thalberg. Mank se centra aquí también en la campaña de difamación de Mayer, Thalberg y Hearst contra las ideas del candidato a Gobernador de California por el Partido Demócrata Upton Sinclair, que prometía bajar la pobreza en el Estado del oeste de Estados Unidos en plena Gran Depresión, plan que escandalizó a los dueños de los grandes estudios de Hollywood que amenazaron con mudar sus locaciones si Sinclair ganaba las elecciones.
Construida en base a saltos temporales, Mark es un homenaje en muchos sentidos a El Ciudadano, por ejemplo a la estética armónica de transición de secuencias en un film que se centra en el proceso creativo y en las vicisitudes de la redacción de una de las películas cuyo guión ha causado mayor controversia respecto de su autoría. En este sentido Fincher claramente se juega por la versión de Mankiewicz, apoyada por las declaraciones del productor John Houseman al pie de la letra, dilucidación de los hechos denostada por críticos expertos en la obra de Welles como Peter Bogdanovich y Robert Carringer, que aducen que Welles introdujo innumerables cambios en distintos intercambios con Mankiewicz, aportes con los que el guionista nunca se sintió conforme. Carringer y Bogdanovich han analizado y argumentado extensamente que no hay ninguna prueba contundente de las teorías de Pauline Kael de que el guión es una obra en solitario de Mankiewicz ni de que la obra llegó a manos de Hearst y de Davis, por lo que Mank se podría considerar como una revitalización de una polémica que cada lado considera saldada a su favor. La trifulca involucra artículos de Kael en The New Yorker y réplicas de Bogdanovich en la revista Esquire que pueden ser revisadas en español en la edición de Ciudadano Welles (This Is Orson Welles, 1992), del crítico cinematográfico norteamericano Jonathan Rosenbaum, libro de entrevistas que Peter Bogdavovich le realizó a Orson Welles a lo largo de veinte años, editado por La Marca Editora, o en El Libro de El Ciudadano, la compilación del crítico cinematográfico uruguayo Homero Alsina Thevenet, obra editada por Ediciones de la Flor, ambos trabajos imprescindibles para abordar el tema.
Antes que la relación con Welles Mank narra el extraño vínculo de Mankiewicz con su esposa Sara y la amante de Hearst, Marion Davis, pero también la introducción al cine de su hermano, el director Joseph Mankiewicz, y la amistad con su secretaria durante la redacción de El Ciudadano, proyecto inicialmente titulado American por Mankiewicz. La relación con El Ciudadano es más una analogía cinematográfica que un relato sobre la disputa entre ambos escritores. Gary Oldman realiza una interpretación extraordinaria como Herman Mankiewicz, con sus claroscuros, su erudición cultural, su humor cáustico, su cinismo encantador y su relación de amor y desprecio por el cine como fábrica de mentiras. En este sentido Louis Mayer es caracterizado con brillantez por Arliss Howard como un hombre mezquino que engaña a los trabajadores para rebajarles el salario durante la Gran Depresión y que milita activamente contra la candidatura de Upton Sinclair a la vez que expresa su desinterés por el cine como arte. Orson Welles es interpretado en una caracterización polémica por parte de Tom Burke como un hombre iracundo y egocéntrico, estereotipo del artista conflictivo que lo persiguió durante toda su vida, que se disputa con Mankiewicz la autoría del guión en una escena breve pero importante. A la maravillosa actuación de Gary Oldman se suma Amanda Seyfried como Marion Davis, Lily Collins como Rita Alexander, la secretaria inglesa de Mank, Tuppence Middleton como su esposa, Sara, Charles Dance como Hearst, Ferdinand Kingsley como Irving Thalberg y Tom Pelphrey como Josepph Mankiewicz, para completar un elenco que acompaña muy bien al personaje interpretado por Oldman en su conflictiva relación con Hollywood.
Filmado en blanco y negro, con sonido en mono y la estética de la iluminación y los sets de los estudios, el film de Fincher combina escenas memorables como la alegoría sobre el Quijote y Hearst por parte de Mankiewicz en el castillo del magnate de los medios en San Simeon en California, pero también hay secuencias redundantes sobre la adicción al alcohol y al juego que insisten en el estereotipo del artista corroído por sus demonios que cae víctima de sus desenfrenos pero que también toma energía de los mismos en una relación de retroalimentación destructiva. A pesar de que a primera vista Fincher parece no seguir la agilidad que lo caracteriza, el film toma el cine de oro de la década del treinta y El Ciudadano como referencias principales para que el espectador adopte la perspectiva del protagonista en esta propuesta que homenajea y sigue los pasos del cine clásico y ahonda en las obsesiones que caracterizan la cinematografía del director de Zodíaco (Zodiac, 2007), en este caso la alienación y la deshumanización de los magnates de Hollywood y de Welles al recibir el poder, según esta polémica versión de los hechos. Mankiewicz cumple aquí como artista de gran talento que cae presa de sus vicios, pero en realidad Mankiewicz era prácticamente un desconocido que arreglaba guiones ajenos sin recibir crédito, un engranaje de la cadena de producción hollywoodense significativo y representativo del lugar que la industria otorgaba a los guionistas en la época y de su batalla por el reconocimiento y el crédito que ve una oportunidad de lograr el éxito esquivo ante un joven vanguardista recién llegado.
El guión de Jack Fincher es la obra de un periodista cinéfilo fanatizado con El Ciudadano que retoma la historia narrada en The New Yorker por Pauline Kael sin ningún tipo de cuestionamiento, relato basado en las investigaciones de Howard Suber, un académico de la Universidad de Los Ángeles en California (UCLA) que Kael ni siquiera se tomó el trabajo de citar en ninguna parte de su ensayo, trabajo ampliamente rebatido por cineastas de la Nouvelle Vague y Peter Bogdanovich, entre otros, por su falta de pruebas y la laxitud de sus definiciones sin ningún tipo de sustrato. Más allá del episodio con Welles, el guión es un homenaje a un escritor que participó en la redacción de más de noventa films, la mayoría sin recibir ningún tipo de crédito, cuestión que es retratada en la película en el proceso colectivo de creación de guiones y que fue una de las principales causas de la creación del Sindicato de Guionistas.
El contrato que Orson Welles había filmado con la productora RKO estipulada que el director de Sed de Mal (Touch of Evil, 1958) debía dirigir, escribir y protagonizar El Ciudadano por lo que contrariamente a lo que afirma la película, Welles aduce que él luchó por el reconocimiento de Mankiewicz en los créditos ante los ejecutivos de la RKO, dado que la película de Welles es un film coral, en el que tanto la fotografía de Gregg Toland y la música de Bernard Hermann son tan importantes como el guión de Mankiewicz y Welles, y para el caso, como el trabajo de muchas de las personas que quedaron fuera de los créditos de una odisea donde primó el caos y la libertad creativa por sobre las ideas conservadoras de los ejecutivos de los estudios.
La fotografía es Mank, a cargo de Erik Messerschmidt, con el que Fincher había trabajado en la serie Mindhunter (2017-2019), busca recobrar la frescura del cine de la edad de oro y su estilo de filmación y construcción de historias para un público masivo, rubro que entronca con la edición meticulosa de Kirk Baxter, un colaborador asiduo de Fincher desde El Curioso Caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008), la adaptación del cuento del escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald, y con la música de los geniales compositores Trent Reznor y Atticus Ross, quienes aportan su delicada carga perturbadora al film de David Fincher, que al igual que en la mezcla analógica del sonido le imprimen a la película un estilo que combina perfectamente los detalles estéticos clásicos y los modernos que el director de El Club de la Pelea (Fight Club, 1999) busca en sus últimas producciones.
En un círculo concéntrico que se cierra alrededor de El Ciudadano, Mank realiza innumerables homenajes al film de Orson Welles, cineasta boicoteado por Hollywood durante toda su carrera tras su ópera prima, con escenas que replican varias de sus icónicas secuencias y mecanismos cinematográficos paradigmáticos, pero también hay referencias diversas al cine clásico de la década del treinta que convierten a la obra de Fincher en un film nostálgico pero también crítico de los maltratos de la industria con sus artistas, típico de una época obsesionada con la revisión de las injusticias del pasado ante la impotencia que genera el presente y la angustia ante el futuro. Se podría considerar que Fincher, un director que se caracteriza por las puestas en escena y que no escribe sus propios guiones, coloca la disputa entre Welles y Mankiewicz a un lado durante la mayor parte del film, aunque otorgándole gran preponderancia en el final. Según este análisis se podría argumentar que la autoría del guión es en realidad un debate baladí más cercano a las ideas de propiedad intelectual capitalistas que a los cuestionamientos de la idea de autor brillantemente ejemplificados en el texto del filósofo francés Michel Foucault, ¿Qué es un Autor? (1969), y en las obras de Roland Barthes, Fragmentos de un Discurso Amoroso (Fragments d’un Discours Amoureux, 1977) y S/Z (1970), teniendo en cuenta que gran parte de la genialidad de El Ciudadano corresponde a las ideas cinematográficas de Orson Welles, película por la que, al fin y al cabo, ambos serán castigados de por vida. También se puede discutir si la decisión de dejar la relación entre Mankiewicz y Welles en un segundo plano fue una buena idea, dado que en realidad todo el film parece una gran introducción y una preparación para ese desenlace esperado por el espectador, pero la decisión de Fincher es clara, pasa por presentar los claroscuros de la época clásica de Hollywood, su drama y su miseria, su grandiosidad y su patetismo, contradicciones y dicotomías que conforman la esencia del cine con la disputa entre Mankiewicz y Welles como la frutilla del postre y no como su plato principal.
Si hay un tema que sobresale en Mank y puede ser considerado su centro de gravedad es la relación entre el cine y la política, cuestión retratada con maestría en la financiación y la militancia de los estudios en favor del candidato republicano en contra de Upton Sinclair, guionista, escritor y autor de la novela Petróleo (Oil, 1927), que perdió la elección a Gobernador de California en 1934 en una contienda marcada por la difamación. La utilización del miedo al comunismo y el socialismo sirve aquí de cuartada claramente para engrosar las ganancias de unos capitalistas ávidos de poder y dinero, incluso -o aún más- en un país abatido por la Gran Depresión, época de crisis ideal para la astucia y la inmoralidad de los grandes empresarios. Entre esta historia y la actualidad se pueden trazar grandes paralelismos, bajo los cuales la sociedad actual podría descubrir los mismos miedos, las mismas luchas, el mismo poder angustiante que rebaja a las personas con talento a un cinismo desesperanzador en un mundo que sigue repitiendo los mismos esquemas y creyendo las mismas mentiras de antaño en un bucle interminable.
Mank (Estados Unidos, 2020)
Dirección: David Fincher. Guión: Jack Fincher. Elenco: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Lily Collins, Tom Pelphrey, Arliss Howard, Tuppence Middleton, Charles Dance, Monika Gossmann, Sam Troughton, Tom Burke. Producción: Eric Roth, Douglas Urbanski y Ceán Chaffin. Duración: 131 minutos.