Fedra (Phaedra)

De hibris, amor y muerte

Por Emiliano Fernández

Jules Dassin fue un director norteamericano que es recordado como uno de los padres fundamentales del film noir, rubro en el que brilló primero de la mano de una legendaria tetralogía compuesta por Fuerza Bruta (Brute Force, 1947), clásico absoluto de las faenas de escape de prisión, La Ciudad Desnuda (The Naked City, 1948), joya semi documental sobre procedimientos policiales y el entorno metropolitano neoyorquino de mediados del Siglo XX, Carretera de Ladrones (Thieves’ Highway, 1949), una maravilla del cine de camioneros sobre la formación de precios de los alimentos, y La Noche y la Ciudad (Night and the City, 1950), exploración impiadosa acerca de los buscavidas y el negocio mafioso de la cultura y los deportes masivos, y en segunda instancia gracias a la asimismo mítica Rififí (Du Rififi chez les Hommes, 1955), estupenda caper movie filmada en Francia debido a un exilio impuesto por los esbirros del macartismo a raíz de la militancia de izquierda del señor, el hecho de haber formado parte del Partido Comunista yanqui en el pasado, al cual abandonó después del Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939 de no agresión recíproca entre la Alemania Nazi de Adolf Hitler y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de Iósif Stalin, y por haber sido denunciado por sus execrables colegas cineastas Edward Dmytryk y Frank Tuttle en 1951 frente al Comité de Actividades Antiestadounidenses (House Un-American Activities Committee), aquel órgano de la Cámara de Representantes encargado de una caza de brujas hiper antidemocrática contra figuras del espectáculo, el gobierno, la sociedad civil y la milicia que podían ser catalogadas de simpatizantes de izquierda, léase opositores políticos en aquella coyuntura paranoica de la Guerra Fría. La segunda etapa de la trayectoria de Dassin, esa correspondiente a Europa con visitas esporádicas a Estados Unidos cuando la persecución ideológica amainó con el tiempo, está marcada por las colaboraciones con su segunda esposa después de Béatrice Launer, la actriz griega Melina Mercouri, futura Ministra de Cultura de Grecia entre 1981 y 1989 y entre 1993 y 1994 y muy fuerte opositora -a la par del propio Dassin- de la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), el repugnante gobierno militar de extrema derecha que padeció el país helénico.

 

Dassin y Mercouri colaboraron en una serie de películas que terminaron algo enterradas en la memoria cinéfila popular -en especial por problemas de distribución y de acceso en nuestra paupérrima contemporaneidad- aunque resultan muy interesantes y bien variadas, hablamos de El que Debe Morir (Celui qui Doit Mourir, 1957), La Ley (La Legge, 1959), Nunca en Domingo (Pote tin Kyriaki, 1960), Fedra (Phaedra, 1962), Topkapi (1964), Verano a las 10:30 (10:30 P.M. Summer, 1966), Promesa al Amanecer (Promise at Dawn, 1970) y Grito de Mujer (Kravgi Gynaikon, 1978), lote en el que se destacan especialmente Nunca en Domingo, Fedra y Topkapi y en segundo término La Ley y El que Debe Morir, esta última el primer trabajo en conjunto del dúo luego de que la intérprete alcanzase cierta notoriedad en Europa con Stella (1955), de Michael Cacoyannis, clásico rotundo del cine griego que a su vez la llevó -ayudada también por el éxito internacional de Topkapi y de Nunca en Domingo, incluso siendo nominada al Oscar a Mejor Actriz por la susodicha- a ponerse bajo las órdenes de luminarias como Joseph Losey, Vittorio De Sica, Carl Foreman, Juan Antonio Bardem, Ronald Neame, Norman Jewison, Guy Green y Michael Lindsay-Hogg. Fedra constituye un caso aparte por varias razones: en primer lugar es el mejor exponente de Dassin dentro de la comarca genérica del melodrama, rubro con el que coqueteó desde siempre, también hablamos de su primera película a posteriori del exitazo de Nunca en Domingo, lo que le permitió contar con nada menos que un Anthony Perkins que venía de Psicosis (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock, y No me Digas Adiós (Goodbye Again, 1961), de Anatole Litvak, y que pronto se embarcaría en El Proceso (Le Procès, 1962), de Orson Welles, y Dos son Culpables (Le Glaive et la Balance, 1962), de André Cayatte, y en tercera instancia debemos aclarar que la propuesta que nos ocupa es la primera aproximación en sí de Dassin a la cultura de Grecia bajo la evidente influencia de Mercouri, quien ya era su pareja romántica y con la que estaría casado desde 1966 hasta el fallecimiento de la mujer en 1994 a la edad de 73 años, cuando ya se había retirado de la actuación, se había volcado a la política y ejercía como Ministra de Cultura de la nación.

 

Como su título lo indica, la realización está basada en la figura de una princesa cretense perteneciente a la mitología griega, una señorita hija de Minos y Pasífae que fue raptada por Teseo, el Rey de Atenas, para casarse con ella luego de abandonar a la hermana de Fedra, Ariadna. Todo va bien hasta que Afrodita, la Diosa de la belleza, la sensualidad y el amor, mete la cola y decide vengarse de Hipólito, hijo de Teseo y la Reina de las Amazonas Antíope, quien había despreciado a Afrodita en favor de Artemisa, Diosa de la caza y de la virginidad, y así la divinidad resentida insta a Fedra a enamorarse locamente y de manera obsesiva de Hipólito, su hijastro, el cual rechaza las insinuaciones de la madrastra al punto de provocar su suicidio y dejar una acusación mentirosa en una tablilla contra Hipólito, afirmando que quiso violarla. Teseo, preso del rencor, le manda a su vástago las furiosas huestes de Poseidón, el Dios de los mares, y el muchacho termina agonizante aunque antes de sucumbir padre e hijo logran reconciliarse gracias a que Artemisa revela de repente el plan maquiavélico de fondo de Afrodita en pos de castigar aquella hibris o falta de respeto sacrílega y consciente de Hipólito ante la Diosa de la feminidad, una a la que siempre conviene no importunar. El mito generó muchas adaptaciones, como por ejemplo Hipólito (428 a.C.), de Eurípides, y Fedra (1677), del dramaturgo francés Jean Racine, y si bien el guión de Dassin y Margarita Lymberaki dice estar basado en la tragedia de Eurípides, lo cierto es que apenas si comparte la premisa central y algunas referencias y detalles aislados: en esta oportunidad Fedra (Mercouri) es la pareja de un magnate del rubro del comercio marítimo que posee su propio astillero, Thanos (Raf Vallone), el cual tiene un hijo de un matrimonio anterior con una inglesa, Alexis Kerilis (Perkins), y tonteó un tiempo con la hermana de la protagonista, Ariadna (Zorz Sarri), mujer que a su vez se casó con Andreas (Andreas Filippides), otro millonario del rubro de los mega buques, y tiene por hija a la adolescente Ercy (Elizabeth Ercy), quien como todo el clan vive a la sombra del patriarca y gran progenitor de Fedra y Ariadna (Tzavalas Karousos), precisamente por ello Thanos y Andreas planean fusionarse tanto a nivel comercial como familiar más profundo ya que pretenden que Alexis y Ercy contraigan nupcias a pesar de ser primos, forma de consolidar sus respectivos linajes y elegir a un “príncipe heredero” de los jefazos. La fiel sirvienta de Fedra, Ana (Olympia Papadouka), le transmite su miedo de que el “hijo de la extranjera” se quede con todo el imperio naviero y deje sin nada al purrete del personaje de Mercouri de una unión previa, el pequeño Dimitris (Alexis Pezas), no obstante el asunto se sale de curso -mucho más de lo esperado- cuando la pareja de Thanos se enamora de su hijastro en Londres, ciudad a la que concurre en nombre del magnate para supuestamente convencer a Alexis de que abandone la pintura y retome sus estudios de economía para eventualmente hacerse cargo del negocio familiar. El tórrido romance, como corresponde, desemboca en tragedia porque Fedra, celosa de Ercy, le comunica a Thanos sobre el affaire y éste golpea salvajemente a su vástago, el cual se suicida manejando a toda velocidad su Aston Martin DB4 en el mismo momento en el que Fedra hace lo propio con una sobredosis de pastillas.

 

A diferencia de las sonseras y las poses banales y/ o remanidas del Hollywood Clásico en estos menesteres, Dassin en Fedra demuestra comprender -y estar completamente asentado en- el paradigma expresivo europeo de la época, ese realista y apesadumbrado que en esta ocasión bebe de manantiales artísticos evidentes, como los ya señalados de la mitología griega y del campo del folletín de entonación melodramática ultra ampulosa, y de otros relativamente insólitos para lo que había sido la carrera del estadounidense hasta este punto, hablamos primero del erotismo incestuoso, no sólo el vinculado al tabú edípico entre Alexis y la protagonista, uno sancionado por la sociedad porque se mete con el rol endiosado de la maternidad, sino el relacionado con esa unión entre primos que las dos ramas del emporio marítimo pretenden facilitar, vínculo romántico que en última instancia demuestra estar desfasado debido a la inmadurez no reconocida de Ercy y los problemas de polleras en los que se mete Alexis vía la pasional Fedra, y en segundo lugar de las exploraciones a lo Welles del sustrato claustrofóbico y enceguecido del poder, por ello Thanos, a pesar de su sonrisa permanente y su buen humor, no puede ocultar el hecho de que se desembarazó de su vástago durante gran parte de la existencia del muchacho y ahora que lo necesita para consolidar sus intereses y su posición de preeminencia empresaria, apuesta a recuperarlo enviándole a esa bomba paradójica llamada Fedra, mujer que por un lado destroza todos sus planes, no en función de un proyecto ideológico verdadero en favor de Dimitris sino por pura improvisación amorosa que indica cuánta influencia posee el corazón en las dialécticas y las pugnas cotidianas, y por el otro lado lo pone en ridículo a más no poder, enfatizando la estupidez de siempre de los varones al momento de confiar en las mujeres como si fuesen entes neutros sin agenda propia o hasta subordinados de por sí a la voluntad incuestionable del hombre, soberbia machista que siempre se paga de una forma u otra cuando las féminas se revelan con la misma complejidad, secretos y vileza que su contraparte masculina. Más allá de la excelente fotografía de Jacques Natteau, la genial música del querido Mikis Theodorakis y la belleza de las locaciones griegas en general, la película está construida alrededor del carácter dominante de la Fedra de la exquisita Mercouri, primero rechazando la invitación de Alexis de que abandone a Thanos y viva con él en Londres y luego -a pura ciclotimia romántica- no pudiendo apartarse de él cuando cae en Grecia a instancias de su padre, y de la vulnerabilidad marca registrada del eterno Perkins, un actor en la tradición de Montgomery Clift, Dirk Bogarde y James Mason que hacía de su dejo frágil un verdadero fetiche interpretativo al extremo de agradarle por igual a hombres y mujeres del público ya que definitivamente veían cosas distintas en pantalla, los primeros sintiéndose reflejados en los típicos estallidos anímicos neuróticos de Perkins, aquí concentrados sobre todo en la segunda mitad del metraje, y las segundas apreciando su delicadeza y precisión sentimental en lo que hace a un retrato cuasi femenino de sus personajes, hoy poniendo en primer plano los juegos tácitos de amor y muerte que se esconden detrás de los arrebatos caprichosos de estos Dioses modernos del capitalismo cual nobleza decadente que cava su propia tumba…

 

Fedra (Phaedra, Grecia/ Francia/ Estados Unidos, 1962)

Dirección: Jules Dassin. Guión: Jules Dassin y Margarita Lymberaki. Elenco: Melina Mercouri, Anthony Perkins, Raf Vallone, Elizabeth Ercy, Tzavalas Karousos, Zorz Sarri, Andreas Filippides, Olympia Papadouka, Stelios Vokovich, Alexis Pezas. Producción: Jules Dassin. Duración: 116 minutos.

Puntaje: 9