La Carnada (L'Appât)

Al morder el anzuelo

Por Emiliano Fernández

El incidente Hattab-Sarraud-Subra, también llamado “caso de la carnada”, es un célebre episodio delictivo francés de 1984 en el que una bella chica de 18 años, Valérie Subra, se confabuló con dos cómplices igual de ingenuos que ella, Laurent Hattab de 19 y Jean-Rémi Sarraud de 21 años, para funcionar como cebo en restaurants y clubes nocturnos de la alta burguesía con el objetivo manifiesto de poder ingresar en la morada de las víctimas, abrirles la puerta a sus secuaces y finalmente robar el lugar sin dejar testigos que pudiesen identificarlos. Subra, que trabajaba como vendedora en una tienda de ropa de París y vivía con su madre, comenzó a noviar con Hattab, un muchacho de muy buen pasar económico que se mantenía con el dinero de su padre, dueño de una compañía dedicada a la venta de buzos o sweaters, y que les contagió a su mejor amigo, Sarraud, y a la joven la idea de emigrar a los Estados Unidos, para lo cual calculaban que necesitarían unos diez millones de francos con vistas a instalarse allá y montar una empresa textil. Si bien el formato de la carnada erótica y cuasi lúdica es exitoso porque la chica atrae a hombres adinerados, se acumulan los pasos en falso y los episodios que ameritan cancelarlo todo por sistemas de seguridad o problemas varios para dejar abiertas las puertas, no obstante en dos ocasiones el trío logra su cometido, así al abogado Gérard Le Laidier le roban 1.200 francos y lo asesinan a puñaladas y al director de un local de prêt-à-porter, Laurent Zarade, le quitan 13 mil francos, un reloj y algunas joyas y lo matan clavándole un abrecartas en el corazón, luego de atarlo e intentar asfixiarlo. La tercera víctima hubiese sido Paul Taiclet, encargado de relaciones públicas de un restaurant, sin embargo la policía encontró el nombre de Subra en las agendas de los dos fallecidos y rápidamente la arrestó y la presionó para que confiese el plan, algo que la muchacha hizo situándose como cebo y acusando de homicidas a Hattab y Sarraud, este último un hombre bastante corpulento. La metodología utilizada y la belleza de la joven, más el morbo de los viejos verdes, desencadenan la atención de la prensa y los tres acusados reciben cadenas perpetuas que en sí se reducen a menos de un par de décadas.

 

A pesar de que Valérie recupera su libertad en 2001 y los dos varones en 2003 y hasta en conjunto logran alejarse del crimen, terminar carreras universitarias, casarse y tener hijos, dos factores colaboraron durante la década del 90 para un regreso del escrutinio masivo sobre el trío, primero uno pasajero que indica que Subra no ha perdido ninguna de sus mañas, hablamos de su poder de convencimiento sobre la fauna masculina ya que estando en prisión se ganó a uno de los guardiacárceles en 1998 y consiguió que le entregase un teléfono celular y una computadora portátil, algo expresamente prohibido que provocó que el varón de turno sea condenado a seis meses de prisión condicional y la por entonces detenida sea trasladada a otra penitenciaria, y segundo uno atemporal que tiene que ver con la versión cinematográfica del devenir de los púberes delincuentes, La Carnada (L’Appât, 1995), dirigida por Bertrand Tavernier a partir del libro homónimo de 1990 de Morgan Sportès, escritor que como Isabelle Pelletier se dedicó a sumariar el derrotero de Hattab, Sarraud y Subra. El guión del realizador y su pareja Colo Tavernier, con quien asimismo colaboró en Una Semana de Vacaciones (Une Semaine de Vacances, 1980), Un Domingo en la Campiña (Un Dimanche à la Campagne, 1984), Cerca de la Medianoche (Round Midnight, 1986), La Pasión de Beatriz (La Passion Béatrice, 1987) y Nuestros Días Felices (Daddy Nostalgie, 1990), se mantiene muy fiel al caso, cambia apenas los nombres de los protagonistas máximos y en esencia se enrola en la seguidilla de exponentes del film noir y faenas criminales en general del amigo Bertrand, nos referimos a El Relojero de Saint Paul (L’Horloger de Saint-Paul, 1974), El Juez y el Asesino (Le Juge et l’Assassin, 1976), La Muerte en Directo (La Mort en Direct, 1980), Más allá de la Justicia (Coup de Torchon, 1981), L.627 (1992) y En el Centro de la Tormenta (In the Electric Mist, 2009), rubro en verdad adorado por un Tavernier multifacético que fue crítico de cine, agente de prensa de Stanley Kubrick y Jean-Luc Godard, asistente del gran Jean-Pierre Melville e incluso rodó en inglés Cerca de la Medianoche, Nuestros Días Felices y En el Centro de la Tormenta.

 

Nathalie Magnan (una gloriosa Marie Gillain) ocupa el rol de Subra dentro del relato y aquí es una hermosa muchacha de 18 años que trabaja en una tienda de indumentaria y gusta de frecuentar el restaurant de Jean-Claude (Jean-Louis Richard) para conocer a clientes de alto poder adquisitivo con la vaga idea de coquetear con ellos y así conseguir un trabajo bien pago de la manera más rápida posible. La joven vive en un departamento propiedad de su madre (Jeanne Goupil) junto a su novio, Eric (Olivier Sitruk), hijo de un empresario textil que recientemente le ha cortado el chorro de dinero para que busque su sustento por cuenta propia, y el amigo de éste, Bruno (Bruno Putzulu), un huérfano algo retrasado mental que vivió un tiempo en la calle y se dedica sin demasiado éxito a la venta de enciclopedias hasta que lo echan. Es Eric quien se aparece con el proyecto delirante de reunir diez millones de francos asaltando a burgueses ricachones, todos contactos de Nathalie por sus visitas al restaurant de Jean-Claude, con la meta de mudarse a yanquilandia y montar una cadena de tiendas de importación de jeans desde Asia que ofrezca pantalones a muy bajo precio para eliminar a la competencia dentro de un contexto laboral norteamericano que favorece al capital, donde la flexibilización y precarización obreras son moneda corriente. El trío en un primer momento intenta incluir en el esquema a una cuarta pata femenina, Patricia (Clotilde Courau), amiga de Magnan, pero la susodicha pronto se acobarda y los deja de nuevo solos lidiando con problemas iniciales como puertas blindadas, cámaras de vigilancia o la llegada de personas imprevistas a la morada elegida, hasta que finalmente ingresan en la residencia de un abogado, Antoine Jousse (Philippe Duclos), al que Bruno mata golpeándolo en el cráneo con una porra, y de un oligarca del segmento tecnológico, Alain Pérez (Richard Berry), a quien Eric apuñala con un abrecartas según un acuerdo previo que estipulaba que ambos hombres se turnarían para cargarse a los dueños de casa, en el primer caso debido a que se les escapó frente al abogado la mentirilla de que habían matado a Nathalie y en el segundo episodio, el de Pérez, ya por automatismo y quizás algo de celos a raíz de la chica.

 

La película responde en un cien por ciento a la idiosincrasia paradigmática de Tavernier, por un lado vinculada a su típico humanismo de izquierda que denuncia la corrupción obscena de las cúpulas sociales capitalistas y en consonancia los sueños patéticos del vulgo, cada día más fragmentado y egoísta al extremo de privilegiar la apariencia plutocrática por sobre la espesura de lo real y sus afectos, y por el otro lado homologada no sólo al papel de crítico e historiador del séptimo arte de Bertrand sino a su dimensión de cinéfilo liso y llano, algo que por supuesto tiene que ver con la tradición de la Nouvelle Vague de ensalzar al cine de género estadounidense mientras se ofrece una relectura realista de los géneros clásicos de los acervos mainstream e indie, de hecho la jugada retórica/ ideológica/ formal de un Tavernier siempre proclive a recuperar los engranajes narrativos de antaño aunque sin caer en las poses remanidas o pomposas baladí promedio de Hollywood. El director y guionista por momentos pareciera identificarse de manera irónica oblicua con el trío porque los púberes viven en un mundo hermético de cinefilia y melomanía muy naif centradas de lleno en el ámbito cultural anglosajón, por ello en un videoclub de aquella época Eric le rechaza una película a Bruno argumentando que de seguro será una mierda por ser francesa ya que el trío -y los varones en especial- se la pasan viendo films industriales yanquis y romantizándolos -en plena extranjerización imperialista inconsciente- sin comprender que la violencia y los dramas en pantalla son en gran medida farsescos y no se condicen con la mugre, la desesperación y la torpeza del quid cotidiano; de allí las múltiples referencias a Caracortada (Scarface, 1983), de Brian De Palma, Duro de Matar (Die Hard, 1988), de John McTiernan, Cry Baby (1990), de John Waters, El Rey de New York (King of New York, 1990), de Abel Ferrara, The Doors (1991), de Oliver Stone, Pesadilla 6: La Muerte de Freddy (Freddy’s Dead: The Final Nightmare, 1991), obra de Rachel Talalay, Juego de Patriotas (Patriot Games, 1992), de Phillip Noyce, Alerta Máxima (Under Siege, 1992), de Andrew Davis, y El Experimento Philadelphia II (Philadelphia Experiment II, 1993), de Stephen Cornwell, amén de alusiones a Iggy Pop, Peter Gabriel, Lenny Kravitz, The Cure y U2, entre tantos otros artistas y opus. La Carnada enfatiza con sabiduría el sustrato pueril de la banda mediante esos pantalones manchados con sangre que Bruno deja remojando eternamente en el bidet, los arranques caprichosos de furia de Eric cuando algo no sale bien y los mismos juegos en soledad de Nathalie, su tendencia a ir al hogar de su madre cuando se pelea con su novio, la presencia de una sensualidad a flor de piel que no sabe controlar del todo cuando la presa en cuestión muerde el anzuelo y el detalle de que, a posteriori de su confesión ante los esbirros institucionales, les preguntó si podía pasar Navidad con su padre, inmadurez que el cineasta utiliza como “broche de oro” de la trama en tanto resumen de la imprudencia adolescente de fondo y la ausencia de un marco ético comunal que los contenga o un mínimo sentido común que los ancle en la realidad por fuera de los desvaríos de la sociedad del espectáculo y de la información, promesas de progreso que jamás se cumplen ni se cumplirán de por medio. Además de burlarse por lo bajo de esta utopía del bienestar futuro en el reino del individualismo, la insensatez, lo lustroso reluciente y la ganancia entronizada, planteo que también puede rastrearse en la escena en la que estos mocosos dejados a la buena de Dios se llevan todos los regalos del árbol de Navidad del departamento de Pérez y los abren en su guarida sin entender que conservarlos es sinónimo de evidencia y de facilitarles las cosas a la policía, el film también comprende en toda su complejidad a los protagonistas, viéndolos siempre como bombas en potencia cercanas a la irresponsabilidad, y pone en su lugar al trabajo en relación a la prostitución, el primero con aura de aceptación social y la segunda ninguneada o condenada cuando en verdad ambas dimensiones son prácticamente idénticas y ello bien lo sabe Magnan desde su visceralidad cognitiva primigenia, por ello la muchacha prefiere poner todas sus energías en coquetear con payasos del gremio parasitario empresarial antes que desperdiciar su vida en un trabajo anodino con vistas a hacer lo propio con respecto a su jefe aunque de un modo mucho más gradual y solapado, precisamente como hace la enorme mayoría de los mortales a diario…

 

La Carnada (L’Appât, Francia, 1995)

Dirección: Bertrand Tavernier. Guión: Bertrand Tavernier y Colo Tavernier. Elenco: Marie Gillain, Olivier Sitruk, Bruno Putzulu, Richard Berry, Philippe Duclos, Clotilde Courau, Jean-Louis Richard, Jeanne Goupil, Philippe Héliès, Christophe Odent. Producción: René Cleitman y Frédéric Bourboulon. Duración: 112 minutos.

Puntaje: 10