Sinceramente el Hollywood posmoderno biempensante no entregó a lo largo de las últimas décadas muchas películas como Se Presume Inocente (Presumed Innocent, 1990), odisea en la que se ofrece una representación bastante oscura y apesadumbrada del sistema legal de las sociedades contemporáneas, uno enmarcado en sobornos, chantajes, ocultación de pruebas, conflictos de intereses, inoperancia de esbirros estatales, favoritismo policial, una ética que brilla por su ausencia y por supuesto las infaltables mentiras y chanchullos de los abogados no sólo a la hora de “reajustar” la realidad a su discurso defensivo o acusatorio sino en lo que atañe a literalmente salir ellos mismos con vida -o con su reputación no tan dañada- de un proceso jurídico que puede derribarlos de un plumazo por esto o aquello. La película, todo un neoclásico de los courtroom dramas dirigido y escrito por Alan J. Pakula a partir de la novela homónima de 1987 de Scott Turow, forma parte del ciclo de la carrera del maravilloso Harrison Ford en roles de “hombre común y corriente” símil James Stewart o Cary Grant, en clara sintonía con El Fugitivo (The Fugitive, 1993), de Andrew Davis, Secretaria Ejecutiva (Working Girl, 1988), de Mike Nichols, Búsqueda Frenética (Frantic, 1988), de Roman Polanski, La Costa Mosquito (The Mosquito Coast, 1986), de Peter Weir, y Testigo en Peligro (Witness, 1985), asimismo de Weir, y en esencia constituyó la última gran propuesta de un Pakula que venía de las olvidables Pesadilla sin Retorno (Dream Lover, 1986), Un Ángel Caído (Orphans, 1987) y Amores Compartidos (See You in the Morning, 1989) y pronto regresaría a una medianía apenas digna en términos de calidad, ya que ni Juegos de Adultos (Consenting Adults, 1992) ni El Informe Pelícano (The Pelican Brief, 1993) ni Enemigo Íntimo (The Devil’s Own, 1997) nos devolverían en sí al nivel de aquellos inmaculados thrillers de conspiración, engaños y corrupción de los 70, la primera un intento de suspenso erótico hitchcockiano que se caía a pedazos, la segunda una epopeya larguísima y demasiado enrevesada que pretendía aggiornar la idiosincrasia de los opus del pasado a los años 90 y la tercera un relato igualmente convulsionado y desparejo acerca del terrorismo del IRA, también con el amigo Ford en un papel fundamental junto a Brad Pitt.
La premisa se reduce al acusador acusado que descubre la debilidad e intercambiabilidad de su posición dentro del entramado del poder, hoy Rusty Sabich (Ford), mano derecha del poderoso fiscal de distrito, Raymond Horgan (Brian Dennehy), señor que a su vez pretende ser reelegido justo cuando una de sus ayudantes, Carolyn Polhemus (Greta Scacchi), es hallada muerta con signos de haber sido violada, estrangulada y golpeada por alguien a quien conocía. Horgan sabe que la competencia política directa, Nico Della Guardia (Tom Mardirosian), y su socio en la carrera electoral, Tommy Molto (Joe Grifasi), ex empleado/ subordinado de Raymond, le endilgarán su incompetencia bajo el latiguillo de campaña de que no sabe cuidar ni siquiera a sus abogados, por ello le mete presión a Sabich para que en los diez días que restan para las elecciones le entregue a un culpable que pueda presentar a la prensa sin experimentar un revés importante en la voluntad de voto. Inicialmente la investigación queda a cargo del Detective Harold Greer (Tucker Smallwood) pero Rusty lo aparta para asignar a otro policía, Dan Lipranzer (John Spencer), un amigo suyo al que le pide ignorar una serie de llamadas telefónicas realizadas por Sabich a la occisa, fruto de una relación romántica entre ambos que mutó en obsesión cuando la víctima, una trepadora que sólo pensaba en su carrera y en los atajos posibles utilizando su encanto y la idiotez de los varones, cortó el vínculo y luego Rusty, un hombre casado con Bárbara (Bonnie Bedelia) y con un hijo pequeño, Nat (Jesse Bradford), se volcó al automartirio por enamoramiento sincero e inesperado. Basados en un vaso con sus huellas hallado en la escena del crimen y en el testimonio de un perito forense, el Doctor Kumagai (Sab Shimono), que indica que todo fue un montaje por parte de alguien que conocía de técnicas investigativas, planteo sustentado en un diafragma femenino con espermicida que fue removido del cuerpo aunque dejando el químico como evidencia, Della Guardia y Molto acusan del homicidio al propio Rusty después de las elecciones, derrota de por medio, e incluso Horgan pretende soltarle la mano diciendo que su labor en el caso fue opaca y deficiente adrede, situación que obliga al acusado a contratar a un abogado de muy alto perfil, Sandy Stern (un excelente Raúl Julia).
El trabajo de Pakula juega con un recurso repetido de los courtroom dramas para adultos pensantes, léase el carácter turbio de la víctima, una Polhemus que no era precisamente una carmelita descalza y que se acostó con el acusado, con su jefe Horgan y hasta con el juez que le toca en gracia a Sabich, Larren Lyttle (Paul Winfield), abandonando a Rusty cuando en la cama descubre que no pretende heredar la oficina de Raymond, lo que la convertiría en su segunda en calidad de amante y de una de las mejores abogadas de la fiscalía, no obstante el film compensa el asunto con dos jugadas complementarias e inusuales para el promedio anodino hollywoodense, primero el detalle de que aquí el falso culpable no es tan pasivo que digamos y se involucra tanto en la pesquisa en pos de verdad, junto a Lipranzer, como en la defensa judicial en sí, a la par de su colega, Stern, y segundo el hecho de que el típico estereotipo melodramático de los triángulos amorosos, eso de la cornuda o el cornudo armando un escándalo bajo su vocación denunciadora/ de escrache y poniendo en peligro la imagen pública del artífice del engaño romántico, ahora desaparece por completo debido a que Bárbara es consciente desde el vamos de la infidelidad de su esposo con Carolyn y el guión de Pakula y Frank Pierson, éste célebre por sus colaboraciones con Elliot Silverstein, Stuart Rosenberg, Sidney Lumet y Norman Jewison, ya arranca con ella lidiando con el affaire y en apariencia habiendo perdonado a su marido, a pesar de que resulta evidente la fijación tragicómica y pueril del hombre con Polhemus, a la que seguía intentando ver y a la que llamaba por teléfono sólo para escuchar su voz. La película asimismo analiza la farsa de la justicia pulcra y la podredumbre institucional a través de los diferentes estadios del juicio desde el punto de vista de la defensa, arrancando por el intento de Horgan de ocultar un caso de soborno que era llevado por Carolyn, pasando por la desaparición del mentado vaso del depósito policial de las evidencias y finiquitando en la ridiculización en el estrado de Kumagai, cuya hipótesis del homicidio cual montaje de alguien que la conocía está apuntalada en el diafragma y el espermicida cuando en realidad la víctima tenía ligadas las trompas de falopio, información pasada por alto en la acusación de Molto y Della Guardia.
Se Presume Inocente, con su ritmo narrativo apacible y su apego hacia los detalles, además piensa a la impunidad intra instituciones gubernamentales como un camino muy sencillo de tomar, por ello Lipranzer opta por no devolver el vaso cuando el caso cambia de manos y por ello el juez le retira los cargos a Rusty no sólo deduciendo que el perito forense mandó a analizar una muestra vaginal de otra mujer, una que necesitaba en serio un diafragma con espermicida, sino porque su participación en el soborno aludido es un hecho, habiendo recibido cinco años atrás 1.500 dólares de un tal León Wells (Leland Gantt) para comprar su libertad en medio de una transacción facilitada por la fallecida, lo que trae a colación la verdad de que a veces la solución más obvia no es la más precisa ya que la idea de Sabich de que Della Guardia y Molto, éste el delegado de la fiscalía en el caso Wells, incriminaron a Rusty para encubrir el soborno termina deshecha por un nivel incluso superior de perfidia pública y corrupción, el que involucra a Lyttle, un magistrado. Ford está perfecto al igual que Dennehy, Julia, Winfield, Bedelia, Spencer y el querido Grifasi, con Pakula por un lado aprovechando la elegante fotografía del mítico Gordon Willis y el sutil leitmotiv de John Williams y por el otro lado recuperando el peso específico dramático de La Decisión de Sophie (Sophie’s Choice, 1982) y aquellas conspiraciones de su recordada Trilogía de la Paranoia, El Pasado me Condena (Klute, 1971), Complot Parallax (The Parallax View, 1974) y Todos los Hombres del Presidente (All the President’s Men, 1976), aunque hoy rutinizando a escala prosaica la confabulación estatal y subrayando que las distintas partes cuidan de sus respectivos intereses y así todo confluye en la exoneración implícita de un Sabich que termina hallando el arma homicida en su propia casa, cortesía de una Bárbara que mató por celos a la “destructora de hogares” y dejó indicios de su culpabilidad para que su esposo descubriese su identidad y sufriese en consonancia a nivel íntimo y profesional, un objetivo a todas luces alcanzado porque si al protagonista sólo le quedaban jirones de esos ideales del comienzo de su carrera, como dice Horgan en una escena, en el desenlace ni siquiera cuenta con ellos por esta catarata de suciedad barrida debajo de la alfombra…
Se Presume Inocente (Presumed Innocent, Estados Unidos, 1990)
Dirección: Alan J. Pakula. Guión: Alan J. Pakula y Frank Pierson. Elenco: Harrison Ford, Brian Dennehy, Raúl Julia, Bonnie Bedelia, Paul Winfield, Greta Scacchi, John Spencer, Joe Grifasi, Tom Mardirosian, Sab Shimono. Producción: Sydney Pollack y Mark Rosenberg. Duración: 127 minutos.