Si bien a simple vista se podría decir que El Otro Sr. Hamilton (Seconds, 1966), maravilla freak pesadillesca de los años dorados de John Frankenheimer, la década del 60, se enrola dentro del glorioso ciclo obsesionado con el flamante fetiche de la modernidad de aquel tiempo, las por entonces novedosas cirugías estéticas, retahíla de propuestas en la que por ejemplo nos topamos con Los Ojos sin Rostro (Les Yeux sans Visage, 1960), exponente horroroso y semi surrealista tardío del gran Georges Franju, El Ojo de quien Mira (Eye of the Beholder, 1960), recordado capítulo dirigido por Douglas Heyes y escrito por Rod Serling para su mítica serie televisiva de la CBS La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), y El Rostro Ajeno (Tanin no kao, 1966), clásico de uno de los padres fundamentales de la Nueva Ola Japonesa de los años 60, Hiroshi Teshigahara, sin embargo la realización que nos ocupa es mucho más que una reflexión sobre la superficialidad de las sociedades contemporáneas y su tendencia a prefabricar incluso las mentiras que vienen “enmarcadas” en los semblantes, la disposición física y hasta la identidad de las personas, pensemos que la fábula kafkiana que tenemos ante nosotros por un lado recupera el motivo faustiano de la venta del alma al Diablo para llevarlo al terreno de esa antigua verdad de la humanidad en torno al hecho de que el bípedo promedio nunca se muestra del todo cómodo con su vida y se siente de lo más vacío cuando obtiene lo que tanto anhelaba, panorama que por supuesto implica una tensión de fondo entre el conservadurismo con vistas a atarse a lo ya conocido, decadente o muy aburrido y un inconformismo en pos del cambio aunque sin seguridad alguna en lo que atañe a saber si esa otra dimensión existencial será en realidad lo que estábamos buscando desde el vamos, y por el otro lado apuesta por un estudio sobre el berretín del capitalismo de vender fraudes cotidianos en el mercado y para colmo reciclar sus muchos fracasos al reempaquetarlos como éxitos cual cadena de montaje en la que los equívocos y descalabros del montón no sólo se barren bajo la alfombra del olvido sino que funcionan de alimento para nuevos y relucientes negocios basados en la cooptación de otros bobazos e ingenuos que caen en las redes de un discurso publicitario y/ o marketinero que promete el cielo y luego casi siempre entrega frustraciones de diversa envergadura y tenor.
Realizada en un período fascinante de la trayectoria de Frankenheimer, justo luego de sus dos otros clásicos del thriller político y sociológico alrededor de la paranoia, hablamos de El Embajador del Miedo (The Manchurian Candidate, 1962) y Siete Días de Mayo (Seven Days in May, 1964), y rodeada de joyas humanistas de variada entonación, en sintonía con La Celda Olvidada (Birdman of Alcatraz, 1962), El Tren (The Train, 1964) y El Hombre de Kiev (The Fixer, 1968), El Otro Sr. Hamilton está basada en la novela homónima de 1962 de David Ely y fue escrita por el famoso Lewis John Carlino en su debut en el séptimo arte, aquel de La Zorra (The Fox, 1967), de Mark Rydell, Un Reflejo del Miedo (A Reflection of Fear, 1972), opus de William A. Fraker, Asesino a Precio Fijo (The Mechanic, 1972), del querido Michael Winner, Nunca te Prometí un Jardín de Rosas (I Never Promised You a Rose Garden, 1977), de Anthony Page, Resurrección (Resurrection, 1980), de Daniel Petrie, y El Marino que Perdió la Gracia del Mar (The Sailor Who Fell from Grace with the Sea, 1976) y El Don del Coraje (The Great Santini, 1979), estas dos últimas dirigidas y escritas por el propio Carlino. Arthur Hamilton (John Randolph) es un ejecutivo bancario de 51 años insatisfecho, residente de Nueva York, casado con una fémina a la que no ama, Emily (Frances Reid), y con una hija adulta que contrajo matrimonio y se mudó muy lejos. Patrocinado por un amigo al que creía muerto, Charlie Evans (Murray Hamilton), entra en contacto con una misteriosa empresa, llamada escuetamente la “Compañía”, que por 30 mil dólares simula su óbito con un cadáver fresco y le inventa nuevos rostro y cuerpo y una vida como un pintor de renombre llamado Antiochus Wilson (uno de los mejores trabajos de Rock Hudson), en apariencia su sueño de joven. Luego del suplicio de las intervenciones quirúrgicas, la recuperación y la adaptación mental, la firma lo traslada a una comunidad de “renacidos” en Malibú, California, donde conoce a Nora Marcus (Salome Jens), mujer que la va de mística después de abandonar a su marido y sus dos hijos aunque en verdad es una empleada de la empresa que está ahí para controlarlo y que se alarma cuando en una fiesta, con unas cuantas copas de más, el protagonista revela su identidad pasada, provocando que sea trasladado nuevamente a Nueva York a la espera de otra operación de recambio físico.
Con una magnífica partitura de Jerry Goldsmith, señor que se luce generando nerviosismo vía una suerte de misa negra tácita sin caer en las redundancias de los soundtracks actuales, un excelente desempeño en fotografía de James Wong Howe, profesional chino que apuesta a la vanguardia en blanco y negro con mucha cámara en mano, arneses, primeros planos claustrofóbicos, lentes deformantes, juegos con el fondo y diversas tomas oblicuas o desde ángulos para la época insólitos, y una escena de créditos iniciales maravillosa de Saul Bass, quien optó por trastocar ópticamente una serie de primeros planos que giran alrededor de bocas, orejas, narices, ojos y vendajes cual adelanto de lo confuso y especialmente doloroso que será renacer, según palabras del jefe de la Compañía, un viejito en la piel de Will Geer que combina la sinceridad descarnada con la típica persuasión fraudulenta del capitalismo, el film de Frankenheimer está repleto de detalles y momentos brillantes como esa apertura con la entrega de la dirección de la sede neoyorquina de la firma, anotada en un pedazo de papel, por parte de un hombre (Frank Campanella) que sigue y encara sin más a Arthur en una estación de tren, la llamada telefónica de Charlie para convencer a Hamilton de que se presente en el lugar, escondido primero bajo la fachada de una tintorería y a posteriori de un matadero/ frigorífico, aquella legendaria secuencia de cadencia entre expresionista y surrealista centrada en la escenificación de una violación sobre una señorita en una cama (Françoise Ruggieri) para chantajear al “cliente cautivo” con esto de jamás regresar a su vida previa como esposo y banquero, la escena documentalista -una rinoplastia real- de la primera operación sobre el rostro del protagonista, el instante inicial de Hamilton mutado en Wilson con las cicatrices aún presentes y delante de un espejo, la entrevista con el muy bizarro “guía” psicológico, Davalo (Khigh Dhiegh), esa frialdad de los momentos con el asistente/ mayordomo que le ofrece la Compañía en Malibú, John (Wesley Addy), la escena de la celebración dionisíaca y protohippona basada en la técnica de pisar uvas desnudos, la borrachera de Antiochus en la velada con los otros renacidos, el reencuentro marchito con Emily y desde ya todo el desenlace en su conjunto, cuando descubrimos que los fracasos se convierten en los cadáveres usados para enterrar a los nuevos clientes símil círculo vicioso.
A diferencia de tantas otras faenas posteriores de intercambio de cuerpos de los rubros de la ciencia ficción, la fantasía, el thriller y hasta la comedia, casi todas embarrando el asunto con escenas tontas de acción y la insoportable tentación de hacer regresar al protagonista de turno a un estado anterior a la metamorfosis cual cuento moral acerca del egoísmo o la poca valoración prosaica para con los afectos, El Otro Sr. Hamilton mantiene en todo momento su idiosincrasia de sátira adusta orwelliana, basada en una mundanidad castradora que no satisface en ningún momento porque el exterior opresor y la identidad comunal pueden desaparecer pero el interior y las inseguridades y oquedad espiritual permanecen intactas, y además evita la propensión a romantizar el pasado del adalid del cambio raudo y brusco porque su esposa, Emily, es una fémina tan anodina y estéril como él mismo y su hija, por su parte, no pasa de un recuerdo difuso vinculado a su infancia y no a su vida adulta como hembra ya casada, esa que jamás conocemos en serio y a la que sólo vemos a la distancia mediante un flashback final en la playa, con Arthur llevándola en sus hombros y ambos acompañados por un perro, mientras el Doctor Innes (Richard Anderson), el cirujano de la Compañía encargado de las operaciones estéticas y también de los asesinatos maquillados, le perfora el cráneo con un taladro para simular una hemorragia cerebral en medio de un accidente automovilístico. En este sentido, la película indaga con astucia y desenfado en la derrota de los sueños de juventud, sobre todo cuando uno se contempla a sí mismo a una edad avanzada y no le gusta para nada lo que ve, y en simultáneo en el aprovechamiento oportunista y cruel del mercado capitalista de este desagrado primigenio para desparramar productos y servicios que la van de milagrosos aunque no son más que estafas que niegan lo esencial, esto de que los cambios deben ser inherentes al sujeto y sus responsabilidades y no parte del esquema de imposiciones, condicionamientos y “sugerencias” que nos llegan de a montones desde el exterior para influir en lo que somos y lo que hacemos, de allí que Arthur/ Antiochus termine en la misma sala de espera de los frustrados con Charlie, otro pobre cliente que para colmo quedó atrapado en la extorsión de tener que recomendar a otra persona para que el ciclo se perpetúe sin saber que su recompensa será mutar en cadáver…
El Otro Sr. Hamilton (Seconds, Estados Unidos, 1966)
Dirección: John Frankenheimer. Guión: Lewis John Carlino. Elenco: Rock Hudson, John Randolph, Salome Jens, Will Geer, Richard Anderson, Murray Hamilton, Khigh Dhiegh, Frances Reid, Françoise Ruggieri, Frank Campanella. Producción: Edward Lewis. Duración: 107 minutos.