Situada justo en el momento de transición por antonomasia de la historia del slasher como subgénero del horror, No Entres en la Casa (Don’t Go in the House, 1979) literalmente tiene un pie en la primera etapa del célebre formato narrativo, aquella fase correspondiente a la década del 60 y el grueso de los 70 que nace con Psicosis (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock, y Peeping Tom (1960), de Michael Powell, y el otro pie en el desarrollo ya subsiguiente del rubro a partir del empobrecimiento paulatino que llegaría de la mano del gigantesco éxito de Halloween (1978), de John Carpenter, y Martes 13 (Friday the 13th, 1980), de Sean S. Cunningham, cuando el sustrato mayormente gótico y elegante de los 60 y el nihilismo paranoico e hiper violento de los 70 mutan en una fórmula estándar símil colección de asesinatos en secuencia -de pretensiones más o menos artísticas u originales- por parte de un homicida con una capacidad de regeneración de cadencia prácticamente sobrenatural. El film que nos ocupa, dirigido por Joseph Ellison y escrito por el susodicho, Ellen Hammill y Joe Masefield a partir de una idea original de este último, sintetiza de maravillas todas las variantes históricas del slasher en apenas 83 minutos de metraje y una trama tan simple y escueta que, como muchos exponentes del terror de antaño de recursos presupuestarios más que limitados y actores no profesionales o primerizos, transforma sus debilidades en fortalezas por el sustrato freak, visceral y minimalista aguerrido de todo el planteo discursivo de cabecera y lo que éste tiene para ofrecer al espectador en términos de filosofía bien descarnada alejada de la levedad y la complacencia promedio del mainstream.
El relato se centra en Donald “Donny” Kohler (el gran Dan Grimaldi), un esquizofrénico que trabaja en una planta de incineración de basura y está obsesionado con el fuego porque su madre (Ruth Dardick), una hembra dictatorial y muy lunática, solía castigarlo de manera brutal con cualquier excusa colocando sus brazos sobre las hornallas encendidas de la cocina, costumbre que le dejó unas espantosas cicatrices que oculta con su ropa. Un día al llegar de su trabajo, donde hubo un accidente ya que un compañero se quemó al explotar un aerosol en uno de los hornos ante la mirada apática de Donny, éste encuentra a su madre muerta y por ello las voces en su mente le comunican que ahora él es “el amo del fuego” y debe embarcarse en una cruzada purificadora de venganza no sólo contra las mujeres que le recuerdan a la finada sino también contra esas otras que despiertan su libido, así es cómo se carga a señoritas muy lindas como una florista, una chica que se quedó con su coche y otra que compraba cosillas en un supermercado, todas llevadas a la casona del clan Kohler, golpeadas con algún objeto contundente, colgadas de un gancho en una habitación ignífuga y prendidas fuego con un lanzallamas por putas de mierda que acarrean toda la tentación maligna del coito. Si bien su jefe gritón, Vito (Bill Ricci), amenaza con despedirlo si sigue faltando al trabajo por su hobby asesino e incluso el cura local, el Padre Gerritty (Ralph D. Bowman), y un compañero casado pero bastante putañero, Bobby Tuttle (Robert Carnegie), desean ayudarlo y se acercan para tal fin, Donald ya no puede reconectarse con la realidad ni dejar de odiar a su madre y a las ninfas del montón, vinculación resentida de por medio.
La película de Ellison, más allá de evidentemente ser una remake camuflada de Psicosis a lo Maniac (1980), de William Lustig, y Mil Gritos Tiene la Noche (1982), de Juan Piquer Simón, ahora reemplazando a los cuchillos con esta piromanía de acepción moralizadora, juega de modo muy interesante con diferentes motivos de su época como el costado oculto y/ o tenebroso de los suburbios, la decadencia del cristianismo y en especial de la Iglesia Católica, la aparición de asesinos en serie cada día más bizarros o patéticos, el pesimismo y la desconfianza hacia las instituciones como consecuencias del Escándalo Watergate y la Crisis del Petróleo de 1973, la metamorfosis de aquel “amor libre” del hippismo en affaires cínicos tracción a alcohol, cocaína y mucha música disco chatarra de fondo, el declive de la psicología tradicional en materia de ayudar a comprender al individuo posmoderno -algo explicitado a través de este Donny con problemas que van más allá del Complejo de Edipo mal curado o un caso estándar de neurosis- y finalmente los traumas todavía presentes en el tejido comunal norteamericano a raíz de la derrota en la Guerra de Vietnam, latiguillo que aquí queda en primer plano mediante la presencia de un lanzallamas que no sólo representa la intervención genocida de Estados Unidos en Asia sino su apego para con la utilización de napalm y las masacres sistemáticas de civiles indefensos, en pantalla unas mujeres cuyo único crimen es ser bonitas y en la realidad aldeas enteras que eran aniquiladas como esa de la Matanza de Mỹ Lai de marzo de 1968, claro ejemplo de la enajenación bélica en la que las armas incendiarias simbolizan la hipérbole de los homicidios cotidianos naturalizados.
Como decíamos previamente, No Entres en la Casa está dividida en tres partes que se corresponden -sin siquiera proponérselo, desde ya- con los diferentes períodos de la historia del slasher, por ello todo el segmento introductorio, el del descubrimiento del cadáver de la progenitora y la preparación del mítico primer asesinato, toma la forma de un cuento tétrico mundano sesentoso a lo William Castle, en cambio la segunda parte de la trama, esa que cubre el lento colapso mental y los dos homicidios siguientes de manera más tácita, parece anticipar los clichés de las carnicerías ochentosas por venir, lo que en última instancia nos deja con los intentos del desenlace por parte del protagonista, basados en acercamientos vanos muy de los años 70 al cura y al amigo del trabajo, en pos de acoplarse el redil social en relativa paz tratando de perdonar a su madre o aunque sea olvidar en parte su implacable fantasma, algo que no logra por la banalidad tontuela -a la vez escapista y muy agresiva e intolerante- de una sociedad que genera un constante rechazo y por sus sucesivas pesadillas y alucinaciones símil Lucio Fulci en torno a los cadáveres rostizados y repugnantes de las hembras pretendiendo revancha o simplemente castigarlo con suma crueldad como hacía la matriarca, otra tarada misándrica, castrada y quejosa que odiaba a los hombres porque su macho la había abandonado. Denuncia sobre la tendencia de los dos géneros sexuales a confundir “el árbol con el bosque” y entregarse a la locura sin freno, el film es una fábula Clase B apasionante sobre la represión erótica, los abusos domésticos y una claustrofobia anímica llevada al terreno de una alienación insalvable que ve enemigos por todos lados…
No Entres en la Casa (Don’t Go in the House, Estados Unidos, 1979)
Dirección: Joseph Ellison. Guión: Joseph Ellison, Ellen Hammill y Joe Masefield. Elenco: Dan Grimaldi, Bill Ricci, Robert Carnegie, Ralph D. Bowman, Ruth Dardick, Charles Bonet, Johanna Brushay, Darcy Shean, David McComb, Tom Brumberger. Producción: Ellen Hammill. Duración: 83 minutos.