Lemora

Eclosión y dependencia sexual

Por Emiliano Fernández

A pesar de que algunas de las características principales de Lemora (1973), el único y cada año más y más famoso largometraje de Richard Blackburn, tranquilamente remiten a otras obras variopintas del mismo período, aquella fascinante y ultra iconoclasta década del 70, como por ejemplo un sustrato lovecraftiano comparable al de Mesías del Mal (Messiah of Evil, 1973), opus de Willard Huyck y Gloria Katz, aquel vampirismo lésbico y sumamente alucinado de Asustemos a Jessica hasta Morir (Let’s Scare Jessica to Death, 1971), de John D. Hancock, la arremetida contra la familia nuclear/ clásica/ tradicional de Los Asesinatos de la Caja de Herramientas (The Toolbox Murders, 1978), de Dennis Donnelly, los ataques simbólicos anticatólicos de El Extraño Secreto del Bosque de las Sombras (Non si Sevizia un Paperino, 1972), de Lucio Fulci, y Alucarda, la Hija de las Tinieblas (1977), locura de Juan López Moctezuma, y aquellas referencias a la producción artística de Lewis Carroll de odiseas como Valerie y su Semana de las Maravillas (Valerie a Týden Divu, 1970), de Jaromil Jireš, y Luna Negra (Black Moon, 1975), de Louis Malle, en realidad el film que nos ocupa posee su propia y robusta personalidad porque al cuento habitual femenino sobre la eclosión en la adolescencia del deseo sexual, ese que apunta a señalar la necesidad de dejar en el pasado toda moralina tanto cristiana como feminista para disfrutar del encuentro amatorio con el prójimo con respeto aunque sin culpa ni preconceptos ideológicos, aquí se suma una parábola acerca de la dependencia libidinosa o doméstica en la adultez cual faceta potencialmente negativa de un cariño que muta en yugo porque -en mayor o menor medida- siempre uno de los miembros de la pareja ejerce su poder de veto sobre el otro, ya sea que hablemos de una hegemonía permanente o de una transitoria de tipo intermitente y/ o por postas que se condicen con estadios, ceremonias o complejos estados de ánimo de la dupla.

 

En sí Lemora es una adaptación no oficial pero indiscutible de La Sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth, 1936), genial novela corta de H.P. Lovecraft perteneciente al ciclo de los Mitos de Cthulhu, que incluye elementos de Soy Leyenda (I Am Legend, 1954), de Richard Matheson, La Isla del Doctor Moreau (The Island of Doctor Moreau, 1896), de H.G. Wells, Carmilla (1872), del irlandés Sheridan Le Fanu, y desde ya Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (Alice’s Adventures in Wonderland, 1865) y su secuela, A Través del Espejo y lo que Alicia Encontró Allí (Through the Looking-Glass and What Alice Found There, 1871), ambas de Carroll. Todo transcurre durante la Ley Seca y el auge gansteril en yanquilandia de los años 20 y 30 del Siglo XX, donde un mafioso dedicando al contrabando de alcohol llamado Alvin Lee (William Whitton) mata a su esposa y su amante a escopetazos y luego atropella a una mujer con su automóvil en plena huida, todo para que momentos después una figura misteriosa, la Lemora del título (Lesley Taplin), lo induzca a conducir hacia ella con sus poderes sobrenaturales para ser secuestrado de inmediato. No pasa mucho tiempo hasta que la hija del susodicho, Lila Lee (Cheryl Smith), una púber de trece años que lleva tres otoños al cuidado del Reverendo Meuller (el propio Blackburn), recibe una carta de la mujer solicitando que venga a visitar a su padre al pueblo de Astaroth porque el varón, un fugitivo de la justicia, está próximo a fallecer. Luego de una serie de encuentros con personajes masculinos que la sexualizan a lo largo del periplo, la chica llega a Astaroth gracias a un chófer algo bizarro de ómnibus (Hy Pyke) que es faenado por unas criaturas nocturnas animalizadas momentos antes de que las huestes de Lemora rescaten a Lila, quien se transforma en la obsesión romántica del personaje de Taplin al punto de que la baña en su mansión y le ofrece la vida eterna vía un rito de iniciación en el vampirismo.

 

La propuesta de Blackburn, señor que llegaría a dirigir un capítulo para Historias del Lado Oscuro (Tales from the Darkside, 1983-1988), aquel Miss May Dusa de 1987, e incluso coescribiría Comiéndose a Raúl (Eating Raoul, 1982), obra maestra de la comedia negra de Paul Bartel, amén de algunos trabajos esporádicos como actor en los 70 y 80, se mueve entre por un lado el gótico macabro de los extraordinarios Roger Corman y Mario Bava de los años 60, muy apuntalado en los juegos de seducción de una Lemora que encabeza un orfanato tácito símil ganado pueril del cual alimentarse con su sangre cuando quiera, y por el otro lado una ironía social y cuasi surrealista digna de Luis Buñuel o del experto en esta misma acepción vampírica lésbica, el francés Jean Rollin, en este sentido basta con pensar que Blackburn nunca se molesta en explicitarlo en los diálogos pero se hace evidente que Lemora es la mandamás maquiavélica de la pequeña ciudad de Astaroth -por cierto, una maravillosa alusión a la demonología- debido a que la mantiene dividida entre una facción que responde directamente a ella, en esencia unos chupasangres pálidos fanáticos de la vestimenta lúgubre, y un cónclave de marginados salvajes que mantiene con hambre y dando vueltas en el bosque, seres a los que la metamorfosis en vampiros no les cayó del todo bien, para alejar a cualquier curioso circunstancial, destino de un Alvin convertido en cebo para atraer a la potencial nueva compañera de la jerarca, quien acumula una larga lista de nenas y diversas ninfas masacradas que no cumplieron con sus expectativas románticas y ahora yacen fosilizadas en un cementerio privado. Como en el caso de las criaturas de Mesías del Mal, los monstruos del film que nos ocupa son de lo más heterogéneos porque los vampiros están homologados a brujos y pederastas y los licántropos animalizados de la espesura verde a infectados o quizás antropófagos que hacen lo que pueden para sobrevivir.

 

Más allá de la atmósfera tétrica de una corrupción infantil empardada a la algarabía y el despertar erótico, algo patente en ese desenlace en el que una Lila ya en formato vampiresa símil femme fatale acecha al reverendo y la tensión sensual de larga data entre ambos pasa a los hechos con los besos y la reglamentaria succión de hemoglobina vía el cuello del cura, la película de Blackburn se sostiene además en la actuación de una Taplin muy intimidante que sólo cuenta con un convite más en su haber, la hoy olvidada El Activista (The Activist, 1969), de Art Napoleon, y una Smith debutante y celestial, apodada “Rainbeaux” por haber sido una groupie que frecuentaba a distintos músicos en el Rainbow Club de Los Ángeles, que tuvo una vida de lo más agitada ya que fue una de las reinas del exploitation y la Clase B de los 70 y 80, posó para Penthouse, se incorporó brevemente en calidad de baterista a The Runaways, legendaria banda del punk y el glam de la época, y falleció en 2002 a los 47 años de edad por hepatitis luego de dos décadas de luchar contra una adicción a la heroína, dejándonos con una retahíla sorprendente de colaboraciones con cineastas como Jonathan Demme, Jack Hill, Brian De Palma, Rene Daalder, Dick Richards, Joseph Ruben, Michael Anderson, Steve Carver, William Sachs, Robert Aldrich, Lou Adler, Tommy Chong, Gary Sherman, Charles Band y Carl Reiner. Entre una fauna colorida aunque feroz a lo Wells y Matheson, un pueblito envilecido semejante al Innsmouth de Lovecraft, algo de locura al inicio y al final en la tradición de Carroll y esa atracción femenina de Le Fanu con detalles de amalgama entre mentora y discípula, el film explora primero el histeriqueo romántico atemporal, léase la indecisión aunada a la desconfianza, y en segundo término la excitación que genera la prohibido, aquí una dimensión sexual que nuestra Lila, una solista en el coro de la iglesia de Meuller, recién está empezando a conocer gracias a la ancestral Lemora…

 

Lemora (Estados Unidos, 1973)

Dirección: Richard Blackburn. Guión: Richard Blackburn y Robert Fern. Elenco: Cheryl Smith, Lesley Taplin, William Whitton, Hy Pyke, Maxine Ballantyne, Steve Johnson, Parker West, Charla Hall, Jack Fisher, Buck Buchanan. Producción: Robert Fern. Duración: 85 minutos.

Puntaje: 8