El Imperio de la Fortuna

Los talismanes van y vienen

Por Emiliano Fernández

El escritor mexicano Juan Rulfo (1917-1986), junto con los uruguayos Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández, los brasileños Jorge Amado y João Guimarães Rosa, el cubano Alejo Carpentier y los argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Leopoldo Marechal, fue uno de los autores centrales en el período inmediatamente previo al denominado “Boom Latinoamericano” de las décadas del 60, 70 y 80 del Siglo XX, un movimiento literario vanguardista que por un lado estuvo sustentado en banderas específicas, como por ejemplo el realismo mágico, la jerga vernácula, la ficción histórica, la arenga política y las novelas sobre dictadores, y por el otro lado incluyó a figuras tan variopintas como el colombiano Gabriel García Márquez, los argentinos Julio Cortázar y Manuel Puig, el chileno José Donoso, el mexicano Carlos Fuentes, el paraguayo Augusto Roa Bastos y el peruano Mario Vargas Llosa, entre otros. Con apenas tres obras principales, léase el libro de cuentos El Llano en Llamas (1953) y las novelas Pedro Páramo (1955) y El Gallo de Oro (1980), la fama de Rulfo está vinculada en gran medida a Pedro Páramo, un trabajo que en primera instancia permitió dejar atrás el modelo estándar de la novela revolucionaria, precisamente esa de escritores como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Rafael F. Muñoz y Nellie Campobello que fueron muy marcados por los enfrentamientos de la Revolución Mexicana (1910-1920), y en segundo lugar facilitó la llegada del Boom Latinoamericano subsiguiente de la mano de su vocación ultra experimental, la ambivalencia que siempre genera la figura paterna en Latinoamérica -relación de amor/ odio de por medio- y los cuestionamientos en general alrededor de la identidad local y tercermundista a nivel macro, haciendo foco en las frustraciones que dejó el alzamiento revolucionario porque de los triunfos iniciales se pasó al caos, las luchas internas entre los caudillos y la insólita Guerra Cristera (1926-1929), una conflagración entre las pretensiones de laicidad del presidente Plutarco Elías Calles y aquel catolicismo fanático de los caciques militares y civiles de todo el interior rural de México.

 

Un libro sin duda mucho menos conocido que Pedro Páramo y El Llano en Llamas, éste otro análisis de Rulfo de la pobreza, la injusticia, el analfabetismo, la reforma agraria, los rituales religiosos, las andanzas guerrilleras y la orfandad que dejó la Revolución Mexicana mediante familias destruidas que debieron someterse a la hegemonía de los latifundistas, es El Gallo de Oro, novela corta aparentemente escrita entre 1956 y 1958 por el azteca pero que recién se publicó, como decíamos con anterioridad, a principios de la década del 80 y de muy mala gana por parte del autor -insistencia de sus amigos incluida- debido a que el productor cinematográfico Manuel Barbachano Ponce se interesó en ella antes de que llegase a imprenta y le encargó la adaptación a nada menos que Fuentes y García Márquez, quienes junto al director Roberto Gavaldón firmaron el guión de lo que eventualmente se transformaría en El Gallo de Oro (1964), propuesta que por cierto no le gustó nada a un Rulfo reservado, inconformista y poco prolífico y propenso a repetirse que de inmediato decidió no volver a retocar el texto de base a posteriori de leer el libreto del film y ver la película resultante. Como había ocurrido con Pedro Páramo, que acumula la friolera de tres traslaciones a la gran pantalla, la de Carlos Velo de 1967, la de José Bolaños de 1977 y la de Salvador Sánchez de 1981, El Gallo de Oro sería objeto de una nueva reinterpretación cinematográfica que llegaría en el mismo año del fallecimiento de Rulfo por un cáncer de pulmón y luego de unas tres décadas de alejamiento del mundo literario, El Imperio de la Fortuna (1986), primera colaboración entre el mítico realizador mexicano Arturo Ripstein y su futura esposa y socia fundamental, la guionista Paz Alicia Garciadiego, una propuesta lúgubre, reposada y de cadencia fatalista y sepulcral -rasgos que irían a parar a todas las obras posteriores del dúo a partir de Mentiras Piadosas (1989) y hasta el Siglo XXI- que no agota la sobrevida del texto original porque los colombianos lo recuperarían en ocasión de dos telenovelas, la de 1981 de RTI Televisión y esa otra del 2000 de Caracol Televisión.

 

Lejos del manto de cine folklórico/ pintoresco/ turístico del opus de Gavaldón y mucho más cerca de la desesperación de las páginas de Rulfo, El Imperio de la Fortuna se mantiene fiel a la novela porque indaga en el devenir de Dionisio Pinzón (Ernesto Gómez Cruz), un pregonero empobrecido y con su mano izquierda tullida que vive con su madre (Socorro Avelar) en un pueblito bucólico y un día consigue trabajo como maestro de ceremonias en una feria que incluye un palenque o arena improvisada para peleas de gallos y números musicales, autóctonos o circenses, donde pide que le regalen un ave de cabeza dorada que había perdido un combate y estaba a punto de ser sacrificada por su dueño. Pinzón no sólo no se come al animal sino que lo cura, lo cuida y lo adopta en una jugada curiosa que desemboca en el óbito repentino de su madre, por ello abandona el precario hogar familiar para comenzar un derrotero itinerante por las distintas verbenas y riñas del México rural, donde logra amasar unos cuantos billetes gracias a la condición de ganador nato del gallo, racha que se corta cuando un oligarca de las apuestas y la ludopatía en general, Lorenzo Benavides (Alejandro Parodi), le quiere comprar el animal, Dionisio se niega y Lorenzo se lo hace matar en una arena ante otro gallo. Contra todo pronóstico y desesperado, Pinzón empieza a trabajar como criador/ gallero para Benavides y aprende que las apuestas están arregladas de antemano quebrándole las costillas a las aves antes de empezar los combates, período en el que aprende a jugar a las cartas como un experto con Lorenzo para después alejarse y reencontrarse en su pueblo con la ex pareja de Benavides, Bernarda Cutiño alias La Caponera (Blanca Guerra), hermosa cantante que abandonó al oligarca porque la quería encerrada en su mansión como amuleto de buena suerte. La mujer pronto se transforma en el talismán de un Dionisio que no deja de ganar a las cartas en las ferias al punto de que desvalija al mismo Lorenzo, se muda a su casona y tiene una hija con Bernarda apodada La Pinzona (Zaide Silvia Gutiérrez), símbolo de las ilusiones artísticas deshechas de la fémina.

 

Si bien en los mejores exponentes de aquella etapa previa a la sociedad con Garciadiego, nos referimos a Tiempo de Morir (1966), El Castillo de la Pureza (1973), El Santo Oficio (1974), La Viuda Negra (1977), El Lugar sin Límites (1978) y Cadena Perpetua (1979), ya estaban presentes muchas de las características por antonomasia del Ripstein maduro de los años 80 en adelante, a decir verdad la primera vez que se lanza de cabeza en el melodrama exacerbado y ampuloso -de más de dos horas de duración y con iluminación surrealista de neón- es en El Imperio de la Fortuna, una obra que lo rescata de la mediocridad de los films que vinieron luego de Cadena Perpetua y su interesante incursión en el terror, La Tía Alejandra (1979), sobre todo La Ilegal (1979), La Seducción (1981), Rastro de Muerte (1981) y El Otro (1984), todas películas que cayeron en el olvido una vez que el director refundó su carrera con la propuesta que nos ocupa, su gran modelo para todo el acervo por venir. Asentado en extraordinarias actuaciones de parte de Gómez Cruz, Guerra y Parodi, el film piensa latiguillos y temáticas de siempre del cine de Ripstein y Garciadiego como la claustrofobia de clase social, la vil avaricia, el oscurantismo religioso, los vaivenes de la suerte, la lujuria, el anhelo impiadoso de progreso, las paradojas de la vida y el desamor, el canibalismo capitalista, el culto a los muertos, el grotesco en la cultura latinoamericana, la abulia estatal, las adicciones, la soberbia, el machismo, el desinterés total por el pueblo de la Iglesia Católica como institución -en pantalla representada por el cura sin nombre (Juan Antonio Llanes) del enclave natal de turno, San Miguel- y la arquitectura dramática de la fábula para adultos, aquí con Pinzón mutando en última instancia en un sucesor espiritual de Benavides cuando pierde toda su fortuna al seguir apostando sin darse cuenta que su “pajarito entristecido”, La Caponera, falleció luego de años de encierro en una jaula de oro que la privó de su amado mundo del espectáculo y la llevó a la depresión y el alcoholismo, amén de una hija putona que sigue sus pasos cantando en las muchas ferias pueblerinas…

 

El Imperio de la Fortuna (México, 1986)

Dirección: Arturo Ripstein. Guión: Paz Alicia Garciadiego. Elenco: Ernesto Gómez Cruz, Blanca Guerra, Alejandro Parodi, Zaide Silvia Gutiérrez, Socorro Avelar, Juan Antonio Llanes, Carlos Cardán, Loló Navarro, Edmundo Barahona, Raymundo Gómez Cruz. Producción: Héctor López. Duración: 132 minutos.

Puntaje: 9