Los mercheros, llamados despectivamente quinquis, constituyen una de esas etnias que se parecen a los gitanos aunque han tratado de desligarse incansablemente para no arrastrar la discriminación social ridícula de siempre contra los cíngaros, de los que se supone son una estirpe mestiza de padre romaní y madre paya/ no gitana: viviendo en el norte de España, los mercheros se organizaban en familias nómadas, eran adeptos a la música flamenca y las cadenas o anillos de oro, se la pasaban escapando de la triste marginación institucional y casándose entre ellos, eran mayormente analfabetos, algunos eran morochos y otros tenían tez clara, hablaban una variante del romaní con muchos términos prestados del castellano y en especial se definían por sus ocupaciones más típicas, léase la chatarrería, la recolección agrícola, la venta ambulante y la quincallería o tratamiento del metal barato y de descarte fácil. Sin duda la figura más conocida de la comunidad merchera a nivel internacional es Eleuterio Sánchez Rodríguez alias El Lute, no sólo un ejemplo de la segregación a la que eran sometidos -siempre empujados al delito para sobrevivir por la ausencia de trabajo y la costumbre de los esbirros de la ley de expulsarlos de todos lados- sino también de la etapa de asimilación cultural al resto de la sociedad española a medida que el país a mediados del Siglo XX dejaba atrás el modelo campestre retrasado y avanzaba hacia una modernización desarrollista y urbana que bajo el halo de la dictadura franquista los obligó a asentarse en las grandes metrópolis, justo como cualquier otro colectivo marginal del campo que fue privado de su sustento, y a vivir en las famosas “chabolas” de las urbes ibéricas, casitas precarias que conformaban en conjunto barrios o villas de miseria extendida. Sánchez, un clásico ladrón de gallinas y pequeños objetos, fue apresado en la Madrid de 1965 luego de un asalto a una joyería con dos cómplices y condenado a muerte, no obstante después le conmutan la sentencia a cadena perpetua y se escapa de prisión al punto de desencadenar un periplo que será legendario por la repercusión de una clandestinidad porfiada y exitosa.
El Lute es un apodo que surge en contacto con una fauna estatal y mediática a la que le sale el tiro por la culata porque pretendiendo “entretener” al público con una historia secundaria, precisamente la del algo patético prontuario delictivo de Sánchez, termina construyendo un adalid de los sectores pobres durante el absolutismo y la represión de toda manifestación de descontento o que negase los sacrosantos valores patrios y cristianos del orden, la sumisión y el silencio ante el establishment. El director y guionista Vicente Aranda fue el encargado de llevar a la gran pantalla la vida de Eleuterio adaptando esas dos primeras autobiografías que escribió estando aún preso, Camina o Revienta (1977) y Mañana Seré Libre (1979), en las que relata su juventud como merchero, los primeros choques con el aparato policial y jurídico, la fuga de 1966, su recaptura, la segunda evasión de 1970, su existencia en libertad como fugitivo ayudado por su familia y su recaptura en 1973, lo que eventualmente lo llevó a salir libre en 1981 a través de un indulto en plena Transición Democrática (1975-1982), a posteriori de la muerte del tirano Francisco Franco. Dividido en dos films que se estrenaron en años sucesivos y siguen los títulos exactos de las memorias del protagonista, El Lute es un proyecto de unas cuatro horas que cubren con sumo detalle la adolescencia empobrecida y trashumante de Sánchez (Imanol Arias), aquel vínculo romántico con su primera esposa Consuelo alias Chelo (Victoria Abril), su mudanza a Madrid y negativa a pagar coimas para construir en los suburbios, la sociedad criminal con Raimundo Medrano (Antonio Valero) y Juan José Agudo (Carlos Tristancho), el asesinato por parte de este último del vigilante de la mentada joyería, la captura y torturas subsiguientes a instancias de la Guardia Civil, la huida saltando de un tren durante un traslado, la rotura de su brazo derecho y su detención y segunda fuga desde el Penal del Puerto de Santa María, ahora mediante un agujero en una pared y una soga suspendida en el aire con ayuda del exterior cortesía de su clan, flamante inicio para un devenir social encubierto que incluirá intentos de fusilamiento en vía pública.
Sánchez, que aprendió a leer y escribir en el presidio y colaboró en el guión junto a Aranda y Joaquim Jordà, se transformó en el fugitivo más buscado de España por su capacidad de poner en ridículo a la dictadura no una sino dos veces, régimen que como decíamos ordena en 1965 al aparato mediático servil a centrarse en el asalto a la joyería, uno ultra lastimoso porque se llevó a cabo en plena tarde y rompiendo la vidriera del local con unos ladrillos, con el objetivo de desviar la atención popular con respecto a unas protestas estudiantiles de la época que estaban hiriendo la imagen tambaleante de la autocracia como un gobierno basado en el respaldo mayoritario. Pegándole duro a sacerdotes, burócratas judiciales y ese catálogo de corruptos y sádicos del montón de la Guardia Civil, el opus en su conjunto por un lado pondera la supervivencia improvisada en medio de una cacería kafkiana de nunca acabar y por el otro lado señala mordazmente lo insoportables que pueden ser las mujeres desde la perspectiva de los varones, casi siempre pintadas como quejosas, lloronas, tontas e intercambiables, algo así como un peso muerto para quien no tiene otra opción que escapar de las fauces de la oligarquía y para colmo esquivar la traición de allegados como el primo de Consuelo, Tomás alias El Flaco (Antonio Dechent), muy dispuesto a ayudar a la basura policial. Mientras que El Lute: Camina o Revienta (1987) se caracteriza por sus escenas luminosas, la relativa pasividad del protagonista, su inexperiencia y este sustrato de prófugo en soledad, hambriento y hasta herido, El Lute II: Mañana Seré Libre (1988), en cambio, es mucho más nocturna y volcada a un thriller amargo que deja de lado la faena testimonial previa de realismo social y político, optando ya por retratar la profesionalización delictiva de Sánchez y su vida en comunidad bajo la compañía de sus hermanos, Esperanza (Pastora Vega, pareja de entonces de Arias), El Toto (Jorge Sanz) y El Lolo (Ángel Pardo), más la esposa de este último, María (Blanca Apilánez), los críos de cotillón y las nuevas parejas de Toto y Eleuterio, las bellas gitanas Emilia (Montserrat Tey) y Frasquita (Silvia Rodríguez).
Aranda fue un director bastante desparejo que es recordado por propuestas muy diferentes según el sector considerado: para el cinéfilo internacional promedio el catalán siempre será el responsable de Amantes (1991), sin duda su mejor película, para los aficionados al terror su nombre está vinculado a La Novia Ensangrentada (1972), una de las muchas versiones de la década del 70 de Carmilla (1872), de Sheridan Le Fanu, para los conocedores de la Escuela de Barcelona, corriente vanguardista e iconoclasta de los 60, Vicente es el director de la experimental Fata Morgana (1966), para los amigos de los triángulos amorosos está la trilogía de la mencionada Amantes, Intruso (1993) y Celos (1999), los interesados en las odiseas de época se orientan a aquel trío de Juana la Loca (2001), Carmen (2003) y Tirante el Blanco (2006), y asimismo no falta una realización política y feminista a lo Carlos Saura, Libertarias (1996), e incluso una trasheada erótica símil Bigas Luna, La Pasión Turca (1994), recordado opus con Ana Belén y Georges Corraface que en buena medida sintetiza la obsesión de Aranda con la intersección conceptual entre tenacidad, placer, cultura, dolor, violencia, pasión desbordada, ciclotimia, crueldad y sumisión, todos tópicos que regresan en El Lute para unificarse con los prototípicos latiguillos del cine de primavera democrática como el ataque contra la ferocidad represora de las elites fascistas mediante un tratamiento visceral de las torturas que nos reenvía a El Crimen de Cuenca (1981), de la española Pilar Miró, y La Noche de los Lápices (1986), del argentino Héctor Olivera. En ocasiones una propuesta de género hecha y derecha, a veces un lienzo existencial acerca de la dignidad y el arte de adaptarse para subsistir y por momentos un estudio etnográfico de los mercheros de Camina o Revienta y aquellos cíngaros de Mañana Seré Libre, la mega película llevó al estrellato al ascendente y talentoso Arias y ante todo funciona como un elogio a la valentía de Sánchez y como una denuncia muy sensata sobre la pusilanimidad y maquiavelismo de la lacra derechosa, esos energúmenos de mierda que se la pasan demonizando al prójimo…
El Lute (España, 1987 y 1988)
Dirección: Vicente Aranda. Guión: Vicente Aranda, Joaquim Jordà y Eleuterio Sánchez. Elenco: Imanol Arias, Victoria Abril, Antonio Valero, Carlos Tristancho, Jorge Sanz, Pastora Vega, Ángel Pardo, Blanca Apilánez, Silvia Rodríguez, Montserrat Tey. Producción: Isabel Mulá y José María Cunillés. Duración: 243 minutos.