Hoy en día hay muchos artistas que se toman muy en serio la corrección política y se dejan limitar por ella principalmente porque viene rubricada desde los multimedios, el bastión publicitario/ marketinero y las distintas industrias audiovisuales del streaming televisivo o la exhibición en salas, en esencia ejecutivos que poco y nada saben de arte, estilo o discurso y sólo se manejan por una noción aproximada de aquello que el público quiere consumir, precisamente por ello padecemos un achatamiento cualitativo de productos intercambiables que desde lo anodino y lo completamente inofensivo buscan caerle bien a todos, planteo que eventualmente genera obras de arte para nadie y sin personalidad propia o una mínima potencia discursiva o capacidad de asombro. La nueva derecha neoliberal y xenófoba se hace un festín burlándose del sermoneo permanente de la corrección política de la seudo izquierda de burguesitos de muy buen pasar del presente, así ésta termina siendo funcional al crecimiento del enemigo político ya que el trazo grueso del discurso integracionista y del feminismo blanco de la televisión y los tanques hollywoodenses provoca más indignación que ganas de salir a abrazar el multiculturalismo o la diversidad polirubro, pensemos para el caso en ese fetichismo para con las minorías de parte del mainstream y su tendencia a transformar en “mascotas” a los discriminados del pasado u hoy en día cual paparulo woke que exhibe todo el tiempo en público su perspectiva fundamentalista, en la que hace mucho tiempo no intervienen otros criterios posibles de análisis como clase social y edad, optando en cambio por -precisamente- fetichizar a la raza y el género sexual de todas las personas.
Suave & Tranquila (Soft & Quiet, 2022), debut en el campo del largometraje de la cineasta estadounidense/ brasileña Beth de Araújo, constituye una interesante rareza porque explora concretamente esta temática, los efectos de la corrección política -no sólo la del ámbito cultural sino sobre todo aquella social más prosaica en el trabajo o los encuentros fortuitos de la calle- en los colectivos neofascistas del Siglo XXI, unos grupitos de psicópatas y de odiadores compulsivos que suelen ganar elecciones a lo largo del planeta tanto por el cansancio de los sistemas políticos bipartidistas tradicionales como por la sencillez de un discurso que curiosamente se parece al de los “progres” de seudo izquierda porque detrás de las injusticias no ven un armazón general hambreador, el capitalismo, sino diferencias superficiales y bien a la vista que de un lado son condenadas y del otro festejadas como si lanzar insultos o besitos resolviese algún problema social, siendo el lenguaje inclusivo un muy buen ejemplo de ello. De Araújo indaga con franqueza en la comodidad ideológica -y el facilismo redundante, ultra obtuso- de demonizar a este o aquel para regresarnos a la Inquisición Medieval, en esta ocasión de la mano de un grupito de burguesas neonazis que pondera la hipocresía de su “suavidad” y “tranquilidad”, las herramientas para difundir su mensaje, y se reúne para compartir su indignación ante los inmigrantes, los homosexuales, las prostitutas, las feministas de cotillón y todo el que no sea caucásico amante de un sueño americano empardado a la plutocracia, la soberbia, el narcisismo, la autovictimización y los múltiples delirios de siempre como las conspiraciones judías y el triste culto a las armas.
La semi protagonista es Emily (Stefanie Estes), una rubia, maestra de jardín de infantes y líder del colectivo de turno, bautizado Hijas de la Unidad Aria, que está casada con un hombre que rechaza su ideología discriminadora fanática, Craig (Jon Beavers), mujer que además arrastra una depresión apenas disimulada debido a que no puede tener hijos y para colmo su hermano está preso por violación, Jeff. Filmada en una larga toma secuencia real en consonancia con Timecode (2000), de Mike Figgis, El Arca Rusa (Russkiy Kovcheg, 2002), de Alexander Sokurov, y Victoria (2015), de Sebastian Schipper, y por cierto lejos de los planos simulados de La Soga (Rope, 1948), de Alfred Hitchcock, Birdman (2014), de Alejandro González Iñárritu, El Hijo de Saúl (Saul Fia, 2015), de László Nemes, y 1917 (2019), de Sam Mendes, Suave & Tranquila salta de la reunión de Emily y compañía al minisupermercado de una de las féminas, Kim (Dana Millican), cuando son expulsadas por fascistas inmundas del simpático ámbito previo, así se encuentran por casualidad con la mujer que denunció a Jeff por violación, Anne (Melissa Paulo), y su hermana, Lily (Cissy Ly), y por ello el núcleo duro del grupito -léase Emily, Kim, la empleada de esta última, Leslie (Olivia Luccardi), y una tal Marjorie (Eleanore Pienta) que odia a los colombianos porque una compañera suya de trabajo fue promovida y ella no- las molesta cobardemente en el lugar y después decide visitar a Anne y Lily en su casa para robarle y quemarle el pasaporte a la primera, todo con complicidad de un Craig que primero ayuda y luego huye cuando las dueñas del hogar llegan de repente. Rápidamente el asunto se descontrola porque el grupo toma de prisioneras a las hermanas y termina asesinando accidentalmente a Lily al hacerla tragar maníes/ cacahuates sin saber de su alergia, lo que provoca que casi todas las intrusas entren en pánico salvo Leslie, una desquiciada muy importante que toma el control de la situación porque parece fascinada con la cuasi modelo Emily, así viola con una zanahoria a Anne para que nadie piense que las responsables fueron mujeres y luego la ahoga con un almohadón con la rauda idea de arrojar ambos cuerpos en un lago cercano.
De Araújo se mantiene todo el tiempo dentro de la comarca retórica del thriller y el horror, a su vez con chispazos de un exploitation arty modelo Michael Haneke, aunque juega con inteligencia con la parodia política y social más hardcore mediante detalles graciosos como esa tarta con una esvástica que lleva Emily a la reunión, el rol de casamenteras patéticas de casi todas entre sí, la filiación histórica/ familiar de Jessica (Shannon Mahoney) en lo que atañe al Ku Klux Klan, el generoso volumen de hijos que varias de las hembras parieron, la obsesión de Leslie -o interés homoerótico, no sabemos- con el hecho de que Emily oficie de modelo para su hipotética tienda de ropa on line y finalmente la idiotez y liviandad con la que se toman la invasión de hogar desde el vamos, como una excursión lúdica a lo salida de amigas, dejando múltiples rastros de su paso por la residencia de las víctimas como buenas descerebradas. Al igual que muchas películas testimoniales del pasado, Suave & Tranquila opta por invertir el esquema de previsibilidad -justo como ocurre tantas veces en la praxis cotidiana- haciendo que la mandamás se caiga a pedazos ante el horror de sus actos, Emily, y que la recién incorporada al colectivo de cofrades/ allegadas/ apenas conocidas se destape con una “sangre fría” imparable digna de los sociópatas, esa Leslie de la genial Luccardi, incluso la directora y guionista sorprende denunciando la vieja estrategia femenina de desviar la culpa de todo hacia los hombres -mediante el episodio de la zanahoria, fuera de campo como corresponde al cine actual- y señalando que el único punto de acuerdo de gran parte de la humanidad contemporánea es el autodesprecio como especie en favor de la flora y la fauna, así las mujeres se cargan a sus dos presas pero tratan con sumo cariño al perrito mascota de las hermanas. De Araújo, asimismo, desidealiza cualquier halo de solidaridad femenina explorando las relaciones de poder y el sadismo de fondo, por ello en la primera parte del relato Emily adora basurear a la sumisa Marjorie y luego se deja controlar por la mucho más dominante Leslie, incluso ejerciendo presión sobre su jefa, Kim, para que apoye sus decisiones de hiper marimacho mientras el resto se sumerge en la histeria…
Suave & Tranquila (Soft & Quiet, Estados Unidos, 2022)
Dirección y Guión: Beth de Araújo. Elenco: Stefanie Estes, Olivia Luccardi, Jon Beavers, Nina E. Jordan, Cissy Ly, Dana Millican, Melissa Paulo, Eleanore Pienta, Rebekah Wiggins, Jovita Molina. Producción: Beth de Araújo, Josh Peters, Joshua Beirne-Golden y Saba Zerehi. Duración: 92 minutos.