Perversa Luna de Hiel (Bitter Moon, 1992), una de las películas más incomprendidas de la década del 90 y uno de los films más románticos, hermosos y auténticos sobre la paradójica comarca de los sentimientos humanos de la historia del séptimo arte, responde a un período muy específico de la trayectoria de Roman Polanski porque la faena que nos ocupa está enmarcada entre dos obras previas y dos obras posteriores que en conjunto constituyen una suerte de etapa de transición entre el primer bloque de su carrera, aquel que empezó con la ópera prima El Cuchillo bajo el Agua (Nóz w Wodzie, 1962) y se cerró con su primer opus en el exilio francés luego de huir de los Estados Unidos en 1978 un día antes de la sentencia por el asalto sexual contra Samantha Gailey, Tess (1979), y la vuelta a la preeminencia en el mainstream a partir de la recordada El Pianista (The Pianist, 2002) y odiseas adicionales en línea con Oliver Twist (2005) y El Escritor Oculto (The Ghost Writer, 2010). Antes de Perversa Luna de Hiel el genio polaco había dirigido Búsqueda Frenética (Frantic, 1988), una fascinante relectura con Harrison Ford del motivo del “hombre común y corriente en circunstancias bastante inusuales” en clave hitchcockiana modelo La Ventana Indiscreta (Rear Window, 1954), El Hombre que Sabía Demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1956) e Intriga Internacional (North by Northwest, 1959), y había consagrado la primera mitad de los años 80 a financiar, producir, rodar y conseguir distribución mundial para la problemática Piratas (Pirates, 1986), faena adorable protagonizada por Walter Matthau y Cris Campion que asimismo desconcertó al público y a la crítica por su combinación de realismo visceral y aventuras lúdicas marítimas, y en lo que respecta a las dos propuestas inmediatamente posteriores, La Muerte y la Doncella (Death and the Maiden, 1994) y La Novena Puerta (The Ninth Gate, 1999), también fueron realizaciones inesperadas porque la primera ofició de reflexión muy amarga sobre las torturas y desapariciones de personas durante las dictaduras en Chile y Argentina, todo con desempeños actorales supremos de parte de Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson, y la segunda fue un regreso en términos prácticos al horror de opus legendarios como La Danza de los Vampiros (Dance of the Vampires, 1967), El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y El Inquilino (Le Locataire, 1976), los otros eslabones del ciclo de exponentes sobrenaturales del realizador.
Basado en Lunas de Hiel (Lunes de Fiel, 1981), neoclásico de la novela erótica y satírica de Pascal Bruckner, el guión estuvo a cargo de Polanski y dos de sus colaboradores cruciales de siempre, en primera instancia John Brownjohn, socio del señor en Tess, Piratas y La Novena Puerta, y en segundo lugar Gérard Brach, coautor de las mencionadas La Danza de los Vampiros, El Inquilino, Tess, Piratas y Búsqueda Frenética más Repulsión (1965), Cul-de-sac (1966) y ¿Qué? (Che?, 1972), constituyendo Perversa Luna de Hiel precisamente su última odisea con el polaco en una época en la que también uniría fuerzas con Jean-Jacques Annaud para El Amante (L’Amant, 1992) e incluso con Dario Argento para El Fantasma de la Ópera (Il Fantasma dell’Opera, 1998). En un crucero de lujo por el Mar Mediterráneo viaja un matrimonio de ingleses aburridos, el de Fiona (Kristin Scott Thomas) y el corredor de bolsa Nigel Dobson (Hugh Grant), en camino hacia Estambul y desde allí a Bombay en plan de “éxodo de placer” con el objetivo de celebrar los siete años de casados, sin embargo la monotonía se rompe primero vía el encuentro con un hindú viudo, el Señor Singh (Victor Banerjee), que está acompañado por su hija, Amrita (Sophie Patel), y desmitologiza a su país diciendo que en él sólo hay moscas y mendigos, ataque explícito contra el fetichismo religioso/ cultural del turista, y segundo a través de una serie de intercambios incómodos con otra pareja de pasajeros, esa de la francesa Micheline “Mimí” Bouvier (Emmanuelle Seigner, esposa de Polanski desde 1989), una camarera y bailarina, y el norteamericano Oscar Benton (Peter Coyote), un escritor fracasado y parapléjico que se trasladó a París después de heredar la fortuna de su abuelo, un fabricante de material quirúrgico. Mientras Mimí coquetea con el mojigato y cada vez más excitado Nigel y su esposa celosa no se queda atrás y se acerca a un galán italiano llamado Dado (Luca Vellani), Benton le narra a Dobson la historia de su tormentoso amor con Bouvier en sesiones privadas en su camarote, así descubre que se conocieron en un autobús y gozaron de una intensidad sexual que fue condimentada con urolagnia, bondage, sadomasoquismo, hematolagnia y voyeurismo, fase de felicidad que se corta con el triste desgaste del cariño, la necesidad de él de separarse y el ansia de ella de mantenerse unidos, provocando humillaciones, infidelidades y conductas crueles varias por parte de Oscar que a posteriori serán el foco de la venganza de la fémina.
Entre Charles Bukowski y Donatien Alphonse François de Sade alias Marqués de Sade, entre Lolita (1962), de Stanley Kubrick, y El Portero de Noche (Il Portiere di Notte, 1974), de Liliana Cavani, y entre el trash erótico ochentoso/ noventoso de 9 Semanas y Media (9½ Weeks, 1986), de Adrian Lyne, Orquídea Salvaje (Wild Orchid, 1989), de Zalman King, y Las Edades de Lulú (1990), de Bigas Luna, y las preocupaciones históricas del amigo Roman en materia de los tópicos del amor envilecido, la picardía comunitaria, la represión sexual y los recovecos menos luminosos de la intimidad o vida privada de las personas, en sintonía con las fundacionales El Cuchillo bajo el Agua, Repulsión y Cul-de-sac aunque también El Bebé de Rosemary, ¿Qué?, El Inquilino, Tess, Macbeth (1971) y Barrio Chino (Chinatown, 1974), la película por un lado recupera una premisa prototípica del aluvión del porno soft posterior a Emmanuelle (1974), el film de Just Jaeckin, nos referimos al racconto de una pasión arrolladora utilizando de contexto presente a un escenario paradisíaco o de marcado corte hedonista, en este caso un barco que una y otra vez nos reenvía mediante una retahíla de flashbacks a esa París que ofició de sede del romance entre el egoísta petulante de Oscar y una Mimí que eventualmente se cobra sus atenciones dejándolo paralizado de la cintura para abajo al sacarlo con fuerza de su cama de hospital luego de ser atropellado en plena calle, y por el otro lado se mueve con maestría entre el melodrama y la comedia negra gracias a la destreza de Polanski en lo que atañe a burlarse del puritanismo ultra hipócrita del matrimonio Dobson y ponderar la curva ascendente -tanto en afecto como en brutalidad y entendimiento/ comunión mutua- de Benton y Bouvier, quienes se casan a pesar del doble hecho de que ella se acuesta adelante suyo con un compañero de baile, el morocho Basil (Heavon Grant), y Oscar la abandona en un viaje a Martinica después de hacerla abortar, lo que le provoca una infección y la deja estéril de por vida. Perversa Luna de Hiel es puro desparpajo y analiza una serie de temáticas que para la higiene moral y el conservadurismo del mainstream de los 90 en adelante ya eran tabúes, pensemos en el amor que consume, la bancarrota libidinosa, los recuerdos convertidos en cloaca atávica, el romance en tanto farsa y tragedia faustiana de entrecasa, el patetismo de la burguesía y del turismo como industria escapista, las fantasías en torno al coito y finalmente las diferencias ideológicas y de edad.
Claramente esta idea de fondo de empardar a la intensidad con la condena existencial, a la pareja formal con la tumba y al clímax con una torre de cristal que en cualquier momento puede derrumbarse estrepitosamente, sobre todo a raíz de la pulsión de muerte inherente a los sujetos y su incapacidad de pisar el freno en el instante propicio, está vinculada a una crítica furibunda tanto contra el individualismo caprichoso y ciego de los varones, aquí representados en el infiel en potencia Nigel -sorprendente trabajo de Grant- y ese Oscar del excelente Coyote que se muestra condescendiente con la editora banal Beverly (Stockard Channing) y mutila sin piedad a su compañera para que luego ella lo mutile a él, como contra el sustrato débil y oportunista de las mujeres cuya única “arma” para desquitarse o escapar de las narrativas/ ficciones amorosas que ellas mismas se inventan es ser putas, en pantalla la Fiona de una eficaz Scott Thomas que se termina acostando con Mimí sólo para arrebatársela a su marido y una Bouvier que pasa de nena ingenua a una femme fatale digna del film noir de los 40 y 50 aunque en versión hardcore, por cierto una obra maestra de la interpretación a cargo de una despampanante Seigner que ya había trabajado con Roman en Búsqueda Frenética y repetiría la colaboración en La Novena Puerta, La Piel de Venus (La Vénus à la Fourrure, 2013), Basada en Hechos Reales (D’Après une Histoire Vraie, 2017) y El Oficial y el Espía (J’Accuse, 2019), actriz que se siente cómoda en la etapa de ninfa de Micheline, en la sumisión romántica extrema subsiguiente y en aquellas postrimerías del relato cuando eclosiona como una hechicera comehombres y torturadora serial espiritual de Benton. Anticipando la parodia de la institución matrimonial de Ojos Bien Cerrados (Eyes Wide Shut, 1999), de Kubrick, y jugando irónicamente con un televisor lavacerebros donde es posible ver Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984), joya de Sergio Leone, y El Muelle de las Brumas (Le Quai des Brumes, 1938), del querido Marcel Carné, la primera mediante una escena previa a la célebre violación que aquí aparece dentro de un episodio de celos y la segunda de la mano de una secuencia de pasión a flor de piel que ahora retrata la decadencia terminal del romance del escritor y la camarera/ bailarina, la película incluye un soundtrack estupendo e hiper etéreo y lírico de Evangelos Odysseas Papathanassiou alias Vangelis, padre del ambient ampuloso cinematográfico y colaborador de Hugh Hudson, Costa-Gavras, Koreyoshi Kurahara, Ridley Scott, Liliana Cavani, Oliver Stone y Roger Donaldson, entre otros, y utiliza con enorme astucia canciones preexistentes como Fever (1958), de Peggy Lee, I Will Survive (1978), de Gloria Gaynor, Sweet Dreams (Are Made of This) (1983), de Eurythmics, Faith (1987), de George Michael, y un cover de Slave to Love (1985), de Bryan Ferry, en la voz de Danny Wuyts alias Danny Garcy. En Perversa Luna de Hiel la ternura caníbal todo lo devora y en la ridiculización generalizada ni siquiera se salva el karateca Dado, abatido burdamente en una trifulca de año nuevo en el bar de la nave por un desconocido con un traje de los Ositos Cariñosos (Richard Dieux), porque el atolladero sentimental está homologado a una catástrofe autobuscada que lleva a las lágrimas o a la risa según el momento considerado de este meticuloso periplo hacia el suicidio de Oscar de un tiro en la boca justo después de acribillar a Mimí mientras dormía, típica dialéctica de la atadura y la libertad en tantos fases del cariño contradictorio y de una codependencia voraz que se convierte en sinónimo de degradación y locura escalonada…
Perversa Luna de Hiel (Bitter Moon, Francia/ Reino Unido, 1992)
Dirección: Roman Polanski. Guión: Roman Polanski, Gérard Brach y John Brownjohn. Elenco: Emmanuelle Seigner, Peter Coyote, Hugh Grant, Kristin Scott Thomas, Victor Banerjee, Sophie Patel, Luca Vellani, Richard Dieux, Heavon Grant, Stockard Channing. Producción: Roman Polanski. Duración: 140 minutos.