Los Bajos Fondos (Les Bas-fonds)

La muerte lo apacigua todo

Por Emiliano Fernández

Muchas son las temáticas que han marcado la carrera del gran Jean Renoir, tantas veces reducido a su condición de figura clave del realismo poético de la década del 30 a la par de Jean Vigo, Marcel Carné, Julien Duvivier, Pierre Chenal, Jacques Feyder, Jean Grémillon y René Clair, y en este sentido se pueden nombrar la bohemia, la lucha de clases, el mundo del espectáculo, las apariencias y su hipocresía, la inmigración, los arrebatos pasionales, los códigos de comportamiento social, la vida campestre, la amistad, los recovecos espirituales, el dominio emocional o interpersonal, la historia de Francia, los regímenes de lealtad, la cultura como terreno de intercambio y diferenciación, los estratos comunales marginales, el parasitismo capitalista, la utopía del ascenso plutocrático, el encanto femenino, las fiestas de la oligarquía, las infidelidades, el rol de las quimeras en el día a día y la rutinización asfixiante de la existencia proletaria más mundana. Sin embargo es posible sintetizar en tres núcleos conceptuales principales su derrotero en el séptimo arte, aquel que abarcó desde mediados de la década del 20 hasta finales de los años 60, a saber: en primera instancia está el pacifismo de índole antifascista, un compromiso que se ubica incluso por encima de su apego al socialismo del Frente Popular de Léon Blum, coalición de partidos políticos de izquierda que apoyó activamente durante el segundo lustro de los 30, en segundo lugar viene la ridiculización de la burguesía, tópico sardónico al que regresaría una y otra vez a lo largo de los años bajo distintos andamiajes retóricos que solían desnudar el egoísmo, las compulsiones hedonistas, la insensibilidad y el fariseísmo más macro del estrato social, y en última instancia tenemos la heterogeneidad de la experiencia cotidiana de los humanos y su poca predisposición a ser limitada a una única perspectiva ideológica o doctrinaria o profesional como si se tratase de anteojos que engañan al bípedo particular reduciendo la riqueza y las múltiples contradicciones de lo vivido, todo por supuesto siempre encarado desde una honestidad innegable en lo que respecta al desarrollo de personajes, las tramas concretas en general y un esteticismo sutil muy bien administrado a lo ancho del metraje.

 

A posteriori de un período mudo inaugural poco interesante que ha caído en el olvido, la trayectoria de Renoir, uno de los vástagos del célebre pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir, despega con todo de la mano de su segunda película sonora, La Perra (La Chienne, 1931), un proto film noir en verdad exquisito de tragedia sentimental que ofició de prólogo para la seguidilla sublime de Boudu Salvado de las Aguas (Boudu Sauvé des Eaux, 1932), una de las primeras comedias iconoclastas y cuasi lisérgicas de la historia del cine, Toni (1935), aquel melodrama de inmigración con fuertes dosis de un incipiente neorrealismo, y El Crimen de Monsieur Lange (Le Crime de Monsieur Lange, 1936), una fábula socialista/ anticapitalista muy cercana al ideario del ascendente Frente Popular. Los Bajos Fondos (Les Bas-fonds, 1936), otro relato coral tragicómico pero en este caso basado en la famosa puesta teatral de 1902 de Máximo Gorki, abre sin duda la etapa más conocida de la carrera del cineasta porque en pocos años se acumularían joyas de la talla de La Gran Ilusión (La Grande Illusion, 1937), mega clásico del humanismo pacifista y las gestas sobre la Segunda Guerra Mundial, La Marseillaise (1938), uno de los mejores y más completos retratos de la Revolución Francesa, La Bestia Humana (La Bête Humaine, 1938), film noir existencialista inspirado en la novela homónima de 1890 de Émile Zola, y La Regla del Juego (La Règle du Jeu, 1939), legendaria parodia de la trivialidad de las clases acomodadas y la sumisión tontuela de los estratos populares que fracasó en taquilla y demostraría ser su última gran película -o por lo menos la última libre en serio e incuestionable- porque inmediatamente después tuvo que exiliarse por la invasión nazi a Francia de 1940, así recayó en Hollywood y se dedicó a rodar obras menores como el film noir El Pantano de la Muerte (Swamp Water, 1941), la faena bélica propagandista Esta Tierra es Mía (This Land Is Mine, 1943), la odisea campesina El Sureño (The Southerner, 1945), la sátira aristocrática camuflada Memorias de una Doncella (The Diary of a Chambermaid, 1946) y el policial negro de intriga y ambigüedad moral Una Mujer en la Playa (The Woman on the Beach, 1947).

 

Los Bajos Fondos, objeto de remakes futuras de Chetan Anand y Akira Kurosawa y opus bisagra entre la etapa inicial de Renoir y el esplendor posterior que sintetiza lo mejor de ambos períodos, gira alrededor de una pluralidad de personajes que viven en un albergue ruinoso de una metrópoli sin identificar de principios del Siglo XX, popurrí humano que incluye a Pépel Wasska (Jean Gabin), un ladrón que siguió los pasos de su progenitor y se especializa en casonas de ricachones, El Barón (Louis Jouvet), funcionario público hiper ludópata que formaba parte de un cuerpo diplomático y se quedó sin mansión, trabajo y posesiones por deudas de juego, Kostylev (Vladimir Sokoloff), el dueño avaro y avejentado del albergue, Vassilissa (Suzy Prim), la esposa del anterior y amante despechada de Pépel, Natascha (Junie Astor), hermana de Vassilissa y especie de criada esclavizada del lugar, Anna (Nathalie Alexeeff), una mujer moribunda que necesita consuelo, Nastia (Jany Holt), una fanática de las novelas rosas que suele apropiarse de sus relatos, Alochka (Maurice Baquet), acordeonista delirante y demasiado frenético, Gastón (Robert Le Vigan), un actor alcohólico que siempre está consagrado a meditaciones infaustas, Satine (Paul Temps), un telegrafista malhumorado, el zapatero Klestch (Henri Saint-Isle), aparentemente el único que tiene trabajo, y Louka (René Génin), veterano que gusta de filosofar sobre el carácter apaciguador de la muerte y cómo empareja a todos y destruye las penurias de los pobres. La mínima historia apunta a retratar tanto la amistad entre Pépel y El Barón, justo luego de que el primero se colase en la morada del segundo cuando el aristócrata pretendía suicidarse, como el amor en ciernes entre Wasska y Natascha, una relación que se ve saboteada por el prejuicio de la chica hacia el ladrón, la idea de Vassilissa de convencerlo para que mate a su marido cuanto antes y sobre todo la intención/ plan de la susodicha y el mismo Kostylev de “entregar” a la ninfa a Toptoun (André Gabriello), un inspector gubernamental, gordinflón y ventajista que amenaza con un registro general en el albergue y está muy interesado en Natacha, por ello la invita a almorzar en un restaurant para el disgusto de un celoso Pépel.

 

Entre el realismo socialista de Gorki, ese que exaltaba la existencia obrera y sus luchas de emancipación contra los explotadores zaristas, oligárquicos y burgueses, y aquel realismo poético paradigmático de Renoir, mucho más melancólico y pesimista en sus abordajes y por cierto cercano al relativismo ideológico o el antifundamentalismo de toda índole, Los Bajos Fondos es en simultáneo un análisis desromantizado de la miseria, una epopeya minimalista de amor, una farsa sobre la fragilidad del privilegio, un melodrama de chantaje y lenocinio, una alegoría acerca del olvido que padecen los excluidos en el capitalismo y especialmente un retrato de la camaradería entre iguales, no tanto los menesterosos como parece insinuar el final, cuando todos los inquilinos se hacen cargo de la muerte accidental de Kostylev después de que Pépel saltase en defensa de una Natascha que estaba siendo golpeada por el parásito y la arpía de su esposa, sino más bien entre Wasska y El Barón, dos ejemplos de un nihilismo positivo que le escapa al sustrato angustioso y paralizante del resto de la fauna del albergue ya que prefiere evitar la hipocresía y la autocondescendencia barata. Gabin, actor renoireano por antonomasia, está perfecto como un cuasi protagonista que más que rescatar a la meretriz en potencia, Natacha, lo que busca es autoimponerse una misión para ya dejar atrás la vida criminal, sinónimo de un destino carcelario, y darle una oportunidad -desconocemos el éxito o fracaso del proyecto- al devenir laboral tradicional, alternativa a la marginación del inconformismo eterno. El director y guionista aquí anticipa a la perfección su tono agridulce marca registrada, ese que retomaría en La Gran Ilusión y La Regla del Juego pero también en obras varias correspondientes a su regreso a Europa de los 50 y 60, pensemos en su mejor película de la madurez, Río Sagrado (The River, 1951), o en la trilogía musical de La Carroza de Oro (Le Carrosse d’Or, 1952), Cancán Francés (French Cancan, 1955) y Elena y los Hombres (Elena et les Hommes, 1956), amén de opus tardíos en línea con El Desayuno en el Césped (Le Déjeuner sur l’Herbe, 1959) y El Cabo Atrapado (Le Caporal Épinglé, 1962), último film estrenado en salas cinematográficas…

 

Los Bajos Fondos (Les Bas-fonds, Francia, 1936)

Dirección: Jean Renoir. Guión: Jean Renoir, Charles Spaak, Jacques Companéez y Yevgeni Zamyatin. Elenco: Jean Gabin, Junie Astor, Suzy Prim, Louis Jouvet, Jany Holt, Vladimir Sokoloff, Robert Le Vigan, René Génin, Maurice Baquet, André Gabriello. Producción: Alexandre Kamenka. Duración: 93 minutos.

Puntaje: 10