No se sabe demasiado del pasado remoto de la Isla de Taiwán, también llamada Formosa, porque mantuvo un aislamiento bastante importante hasta la progresiva llegada en el Siglo XVI de pequeños contingentes coloniales de portugueses, españoles y holandeses, quienes se disputaron diversas partes del territorio en medio de visitas esporádicas de piratas chinos y japoneses. Los aborígenes de origen malayo polinesio serían totalmente superados por la inmigración de la China continental una vez que la isla pasa al control de la Dinastía Qing cuando se elimina el Reino de Tungning (1662-1683), ese favorable al bando contrario, la Dinastía Ming, quedando formalmente incorporada durante más de dos siglos a la provincia costera de Fujian. China en 1895 cede la isla al Imperio del Japón por la colosal derrota en una conflagración por el control de Corea, la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895), traspaso que deriva en una fuerte política de asimilación cultural por parte de los nipones que en gran medida es vista con agrado por los taiwaneses, hijos de aquellos migrantes chinos que sometieron y expulsaron a los nativos restantes. En general la isla fue testigo externo del torbellino de acontecimientos en el continente, empezando por la Revolución de Xinhai de 1911 que desbancó a la Dinastía Imperial Qing, siguiendo con el establecimiento de la República de China al año siguiente y terminando con la llegada al poder del Partido Nacionalista Chino o Kuomintang, de Chiang Kai-shek, no obstante la burbuja se rompe con la rendición del Japón de 1945, el arribo a Taiwán del régimen dictatorial de partido único del Kuomintang y sobre todo la Segunda Fase de la Guerra Civil China (1945-1949), conflicto fratricida que había empezado en 1927 y fue interrumpido por la Segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-1945). El recambio dirigencial, el desabastecimiento de alimentos, la confiscación de propiedades, la crisis inflacionaria y la gran corrupción del gobernador del Kuomintang en la isla, Chen Yi, fueron minando las esperanzas de algún tipo de autonomía que tenían los taiwaneses, los cuales pasaron de un amo a otro con desconcierto en los ojos.
Una vez que el Partido Comunista de China, al mando de Mao Zedong, efectivamente gana la Guerra Civil en 1949 y funda la República Popular de China, Chiang y dos millones de nacionalistas huyen a Taipéi, la capital de Taiwán, donde despliegan un generoso aparato represivo sirviéndose de una ley marcial que se extiende entre 1949 y 1987, un período que en general coincide con el denominado Terror Blanco de Taiwán porque el déspota, quien eventualmente fallecería en 1975 a los 87 años de edad, pretendía la reunificación de la isla y de la China continental bajo su mandato de una forma similar al anhelo de antaño de la Dinastía Ming bajo el Reino de Tungning, planteo político/ militar que lo llevó a masacrar no sólo a los comunistas de Taiwán sino también a los que buscaban la independencia de China, los que se oponían a la dictadura y cualquiera que formulase una opinión contraria a las directivas del gobierno, llegando a encarcelar o ejecutar a unas 140 mil personas con la mirada cómplice de Occidente durante la Guerra Fría. El tema del Terror Blanco siempre fue un tabú en el diminuto país y sólo con las reformas democráticas de los años 80, como decíamos antes posteriores al óbito de Chiang, se pudo rodar la primera película sobre el tópico, Ciudad Doliente (Bei qing cheng shi, 1989), la obra más famosa de Hou Hsiao-hsien, exponente insignia de aquella Nueva Ola del Cine Taiwanés de la época que retomó los postulados ascéticos del neorrealismo italiano para por primera vez analizar la historia nacional desde la seriedad y dejar atrás el escapismo promedio del séptimo arte vernáculo, muy vinculado al melodrama, el wuxia, las comedias y las odiseas de kung fu. El film de Hou retrata de manera fragmentaria y por momentos elíptica la amalgama moderna de los distintos pueblos de Asia y la desconfianza recíproca del momento, con los nacionalistas chinos viendo a los taiwaneses como cómplices de los japoneses y los taiwaneses, a su vez, juzgando a la inmigración del Kuomintang como una fuerza de ocupación que destruía los privilegios que la burguesía y las elites intelectuales tuvieron durante la hegemonía nipona.
Hou, discípulo evidente de Yasujiro Ozu, Satyajit Ray y Akira Kurosawa, se vuelca a un humanismo curiosamente distante basado en una retahíla de intertítulos símil cine mudo para mensajes escritos, tomas secuencias con cámara fija y movimientos muy meticulosos/ coreografiados/ perspicaces de los actores, sus marcas de estilo, con la idea de relatarnos a lo largo de dos horas y media, asimismo la duración promedio de todas sus propuestas de la madurez, el derrotero de una familia taiwanesa en esa etapa crucial que va de 1945 a 1949: la parentela Lin está encabezada por el patriarca Ah-lu (Li Tian-lu), un anciano que tuvo cuatro hijos varones y perdió al segundo en la Campaña de Filipinas de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), por ello en pantalla nos encontramos con el primer vástago, Wen-heung (Chen Sung-young), mandamás del bar Pequeña Shanghái y de una empresa familiar dedicada a la exportación de arroz y azúcar a China, el tercer hijo, Wen-leung (Jack Kao), veterano de guerra al servicio de los japoneses que sufre de estrés postraumático agudo y eventualmente se asocia a las Tríadas para la distribución de billetes nipones robados y el ingreso subrepticio de droga desde China a través de la compañía de la familia, y el cuarto vástago, el cuasi protagonista Wen-ching (Tony Leung Chiu-wai), un doctor y fotógrafo que se ha quedado sordo en su infancia luego de caerse de un árbol y golpearse la cabeza, además un muchacho de izquierda amigo del docente Hiroe (Wu Yi-fang) y enamorado de la enfermera Hiromi (Xin Shufen), la hermana del anterior. Wen-leung es reprendido por Wen-heung cuando éste descubre el asuntillo de la importación/ exportación narco bajo su nombre y la empresa de la parentela, así se detiene de inmediato la operación clandestina y la mafia china se venga denunciando falsamente al tercer hijo ante el Kuomintang como colaboracionista nipón en actividad, generando que lo torturen y mute en un vegetal cuando finalmente el Clan Lin compra su liberación con un soborno. Mientras que el hermano mayor se vuelca al alcohol y las apuestas cuando el gobierno de Chen Yi inicia el prólogo del Terror Blanco y cierra su bar, con el tiempo falleciendo en un garito a raíz de una pelea vinculada a uno de los miembros de esas Tríadas que llevaron a Wen-leung a una muerte en vida, Wen-ching, por su parte, es arrestado por los violentos esbirros de los nacionalistas cuando comienza la represión estatal y después liberado, no obstante se compromete con la lucha política armada brindando asistencia a Hiroe, quien se transforma en guerrillero y se muda a las montañas junto con un destacamento de revolucionarios dispuestos a combatir a la lacra institucional, célula que termina siendo eliminada por las milicias del Kuomintang.
Parte de la excelente Trilogía de Taiwán de Hou, serie de films que exploraron la identidad nacional -y el costado más espinoso de todo este período crucial de la historia de Asia- e incluyeron también a El Maestro de Marionetas (Xi meng ren sheng, 1993), una propuesta híbrida documental/ ficcional que narra la vida del titiritero Li Tien-lu y cubre la ocupación japonesa del país durante aquella primera mitad de la centuria, y Hombres Buenos, Mujeres Buenas (Hao nan hao nu, 1995), otro experimento aunque ahora mucho más de raigambre metadiscursiva que sirvió para analizar las fases ulteriores del Terror Blanco de la segunda parte del Siglo XX, Ciudad Doliente en esencia concentra todos sus esfuerzos retóricos en los años anteriores y posteriores al Incidente del 28 de febrero de 1947 o Masacre 228, un episodio que ofició de catalizador del Terror Blanco y empezó el 27 de febrero cuando agentes del gobierno se abalanzaron contra una viuda contrabandista de 40 años de Taipéi, Lin Jiang-mai, y le confiscaron los cigarrillos que vendía, le robaron todos sus ahorros y encima le golpearon la cabeza con una pistola, embate que generó una rebelión popular de los taiwaneses contra la burocracia y el aparato represivo de la República de China que se propagó a todo el país durante la siguiente jornada y a su vez motivó la mentada ley marcial y asesinatos masivos a instancias del ejército chino contra independentistas, autonomistas, pacifistas, comunistas, demócratas, militantes anticorrupción o pronipones y hasta civiles comunes y corrientes que atestiguaron los hechos o se sumaron a la sublevación de manera improvisada. Este período de transición, entre la derrota japonesa de 1945 en la Segunda Guerra Sino-Japonesa, metamorfoseada en la Segunda Guerra Mundial, y el raudo triunfo comunista de 1949 en la Guerra Civil, no sólo está representado mediante la martirización algo patética y plutocrática de Wen-heung y Wen-leung, ejemplos del comercio dentro y fuera de la ley, sino también a través de la destrucción escalonada del idealismo de Wen-ching, quien no tarda en ser arrestado y asesinado de manera elíptica por el Kuomintang, por haber apoyado a la guerrilla, a posteriori de casarse con Hiromi y engendrar un vástago, algo vinculado a la cadena del revanchismo eterno, la asimilación por la fuerza y la historia agitada y al mismo tiempo estática/ gatopardista del ser humano porque los nacionalistas acapararon todo el poder de la isla como una venganza indirecta contra los “amigos” de los taiwaneses, esos japoneses responsables de la Masacre de Nankín de 1937 y 1938, y para evitar el descontrol que experimentaron de primera mano durante la Era de los Señores de la Guerra (1916-1928), esa caótica ola de sublevaciones de caudillos militares de China…
Ciudad Doliente (Bei qing cheng shi, Taiwán, 1989)
Dirección: Hou Hsiao-hsien. Guión: Wu Nien-jen y Chu T’ien-wen. Elenco: Tony Leung Chiu-wai, Xin Shufen, Chen Sung-young, Jack Kao, Li Tian-lu, Wu Yi-fang, Nakamura Ikuyo, Chan Hung-tze, Wu Nien-jen, Zhang Dachun. Producción: Chiu Fu-sheng. Duración: 158 minutos.