La prensa y la policía, dos gremios que jamás se caracterizaron por su inteligencia o su sutileza, apodaron El Estrangulador de Boston al homicida y abusador sexual que entre 1962 y 1964 mató a 13 mujeres a lo largo y ancho de cinco ciudades distintas del Estado de Massachusetts, hablamos de Lynn, Lawrence, Cambridge, Salem y efectivamente Boston, siendo esta última la que acaparó ocho asesinatos en total. El desconcierto y la falta de pistas fueron tan grandes que el Fiscal General Edward Brooke recurrió al parapsicólogo holandés Peter Hurkos para que ayude en el caso, el cual de todos modos se consideró resuelto de facto cuando un tal Albert DeSalvo (1931-1973) confesó ser el responsable de los crímenes vía hipnosis frente a William Joseph Bryan, un polémico médico de aquella etapa histórica de cambios sociales radicales, y sin sugestiones de ninguna índole ante John Bottomly, asistente de Brooke que llevó adelante una serie de entrevistas a DeSalvo, quien a mediados de los 60 había caído preso por otra colección de delitos, unas violaciones que a su vez le habían ganado el sobrenombre de El Hombre Verde. El tremendo Albert, como muchos psicópatas desde siempre, había tenido una infancia espantosa porque su progenitor era un alcohólico que le gustaba bajarle los dientes a su esposa a puro puñetazo, romperle los dedos, tener sexo con prostitutas adelante de la fémina y sus vástagos y enseñarles a estos últimos el oficio del ladrón, por ello DeSalvo se dedicó a torturar animales cuando niño y de adolescente dio rienda suelta a una carrera criminal en la que fueron frecuentes los robos de autos y diversos asaltos sexuales en los que solía hacerse pasar por detective para que las víctimas abriesen sus puertas. Una de las chicas en cuestión lo describió con detalle y el asunto condujo a su arresto después de que intentase ingresar en una casa de Bridgewater, no obstante su confesión no sirvió de nada porque no existían pruebas físicas que lo vinculasen a los homicidios y por ello fue condenado en 1967 a cadena perpetua por robo y violación en un tiempo en el que había formado una familia con esposa y dos hijos.
Muchos involucrados en el caso y una retahíla de expertos cuestionaron la validez de las confesiones porque las 13 muertes no eran ni remotamente uniformes y varios perfiles de delincuentes entraban en juego (en la mayoría de los ataques no había signos de entrada forzada y las víctimas habían sido agredidas sexualmente y estranguladas, sin embargo algunas fueron apuñaladas y una incluso fue golpeada con dureza), siempre se sospechó de la influencia de George Nassar (1932-2018) sobre DeSalvo y un posible traspaso de culpa (Albert supuestamente confesó a Nassar por primera vez los crímenes en un manicomio en el que ambos estaban encerrados y éste alertó a las autoridades mediante su abogado, F. Lee Bailey, pero George ya tenía dos asesinatos a cuestas y calzaba mucho mejor con el perfil de El Estrangulador de Boston, además se sabe que DeSalvo deseaba hacerse famoso atribuyéndose los ataques y puede haber llegado a un acuerdo delirante con Nassar para que cobrase el dinero de la recompensa y le entregase una parte al clan de Albert) y finalmente, con el transcurso de las décadas, sólo fue posible vincular a DeSalvo con la última víctima de las 13, Mary Sullivan (mediante una prueba de ADN las autoridades de Massachusetts en 2013 confirmaron que Albert fue el responsable del homicidio de Sullivan aunque no pudieron hacer lo mismo con las otras 12 mujeres, todas de diversas edades). El caso en sí, junto con el derrotero del Asesino del Zodíaco y Ted Bundy, es uno de los más estudiados en el rubro macabro sobre todo debido a las frustraciones que genera en materia de algunas coincidencias y otras muchas contradicciones en lo referido a la distancia entre la realidad y las confesiones ante Bryan y Bottomly, más teniendo presente el patético destino final de DeSalvo, quien en aquel 1967 se escapó de una institución mental para protestar sobre las condiciones del encarcelamiento hospitalario, tres días después se entregó y seis años luego fue asesinado a puñaladas en la enfermería de un presidio de Walpole, en Massachusetts, aparentemente por vender anfetaminas por debajo del precio consensuado por los cautivos.
La película de aquella época de Richard Fleischer, El Estrangulador de Boston (The Boston Strangler, 1968), es uno de los grandes clásicos del docudrama de sexópatas y asesinos y una obra fascinante que se divide en una primera mitad periodística que sigue al pie de la letra los sucesos, de impronta coral en una movida poco usual para el acervo individualista de Hollywood, y una segunda parte tendiente a tomarse unas cuantas “licencias creativas” en lo que atañe a los intercambios entre el gran sospechoso y el interrogador, ya retomando el clasicismo del mainstream estadounidense: en el primer acto tenemos la investigación de Bottomly (un perfecto Henry Fonda), efectivamente designado por el improvisado Brooke (William Marshall), y de una comitiva de policías que incluye a Phil DiNatale (el querido George Kennedy), Frank McAfee (Murray Hamilton) y Julian Soshnick (Mike Kellin), lo que deriva en una histeria masiva, en la insólita intervención de Hurkos (George Voskovec) y en los típicos sospechosos de entonces en línea con los consumidores de prostitutas, los acosadores presenciales y telefónicos, los voyeristas, los homosexuales adeptos al Marqués de Sade, los misóginos un tanto exaltados, los dementes que anhelan llamar la atención, los promiscuos extremos y los masoquistas con tendencias cleptómanas; y en lo que respecta a la segunda mitad del relato ya nos topamos con DeSalvo (Tony Curtis), quien tiene dos hijos pequeños y una esposa, Irmgard (Carolyn Conwell), y suele decir que es un plomero o pintor para entrar en las casas de sus víctimas, una de las cuales sobrevive y le muerde sin más la mano derecha, Dianne Cluny (Sally Kellerman), provocando que sea reconocido por Bottomly y DiNatale mientras estaba internado en un manicomio por negarse a aceptar que había intentado entrar ilegalmente en un domicilio y había sido perseguido por el dueño del hogar, así el mandamás del loquero, el Doctor Nagy (Austin Willis), y el abogado defensor, John Asgeirsson (Jeff Corey), eventualmente dan el “visto bueno” para los interrogatorios a cargo del personaje de Fonda con la idea de poner de manifiesto el quid psicótico de Albert.
Fleischer, un artesano polirubro que había empezado su carrera en el film noir y nos regaló otras joyas criminales biográficas, Compulsión (1959), sobre el famosísimo caso de Nathan Freudenthal Leopold Jr. y Richard Albert Loeb, y 10 Rillington Place (1971), acerca del espeluznante derrotero de John Christie y la ejecución del inocente Timothy Evans, aquí adopta un enfoque modernista y osado que fue muy avant-garde para los lineamientos generales del mainstream, en este sentido basta con pensar que a la efervescente dimensión ideológica/ conceptual, léase este relato coral que no maquilla la torpeza, apatía, homofobia y perplejidad de la policía, las autoridades políticas y el pueblo raso, se suma el combo visual/ sonoro que el director eligió para la ocasión, uno de lo más enfebrecido que abarca la pantalla dividida, superposiciones, fundidos muy elaborados, juegos con la negritud de fondo, flashbacks de impronta surrealista, una oposición entre el color y el blanco y negro, planos subjetivos deformantes y por supuesto la célebre toma secuencia del desenlace cual seguimiento documentalista de la amnesia destruida de DeSalvo y de la que sin duda es una de las mejores interpretaciones del inmortal Tony Curtis. El meticuloso guión de Edward Anhalt, un colaborador histórico de William Castle, Elia Kazan, Edward Dmytryk, John Sturges, Fred Zinnemann, Stanley Kramer, Bryan Forbes, John Frankenheimer, Sydney Pollack, Tony Richardson y Arthur Hiller, entre otros, se basa en uno de los tantos libros sobre el tema, la novela homónima de 1966 de Gerold Frank, y aprovecha la revolución sexual de los 60 no sólo para incluir detalles morbosos sino también para coquetear con una picaresca ultra irónica en materia de los diálogos que retratan a los funcionarios públicos y la ciudadanía. El film, sirviéndose de la idiosincrasia iconoclasta y los datos disponibles de su época, por sobre todas las cosas allanó el camino para un cine mucho más honesto, cruel y minimalista sobre la monstruosidad humana, algo que queda reflejado en el trayecto que va desde la histeria colectiva del inicio hacia esa intimidad perversa de la segunda parte…
El Estrangulador de Boston (The Boston Strangler, Estados Unidos, 1968)
Dirección: Richard Fleischer. Guión: Edward Anhalt. Elenco: Tony Curtis, Henry Fonda, George Kennedy, Mike Kellin, Austin Willis, Murray Hamilton, Jeff Corey, Sally Kellerman, William Marshall, George Voskovec. Producción: Robert Fryer. Duración: 116 minutos.