A contrapelo de las nuevas y muy diferentes adaptaciones cinematográficas que se estrenaron este año del Conde Drácula, me refiero a The Last Voyage of the Demeter (2023), de André Øvredal, y Renfield (2023), de Chris McKay, el director chileno Pablo Larraín retoma la figura clásica o arquetipo del vampiro pero esta vez desde un enfoque políticamente sarcástico. Su nueva película, El Conde (2023), estrenada recientemente en la plataforma Netflix, toma la figura del dictador Augusto Pinochet (interpretado por Jaime Vadell) y la encarna en un vampiro ya anciano cansado de vivir. Larraín construye un relato de terror satírico que no casualmente coincide con los 50 años del comienzo de la última dictadura chilena, mediante el Golpe de Estado de 1973 contra el presidente socialista Salvador Allende, y si bien el cineasta podría referirse a esta situación particular de la historia de su país desde un estilo más fielmente documental o solemne, prefiere arriesgarse en una alegoría de terror fantástica realizada de manera maravillosa.
El director hoy se distancia de sus anteriores trabajos que involucraron la reconstrucción biográfica y política de una manera más lineal y determinante, como en No (2012), Neruda (2016), Jackie (2016) o incluso Spencer (2021), su anterior film, donde buscaba retratar la personalidad y salud mental de una Lady Di o Diana de Gales en crisis. A su vez en aquella realización se permitía coquetear con lo sobrenatural, con una historia casi de fantasmas cuando introducía al personaje de Ana Bolena acechando a la Diana de Kristen Stewart.
Consecuentemente, en El Conde retoma una línea semejante aunque llevándola a un nivel más extremo en el que recupera a sus actores fetiches y construye una lógica ambigua y desbordada, una comedia negra alegórica y de terror con reminiscencias del género cinematográfico “gótico tropical”, desarrollado en los años 70 y 80 y creado por realizadores colombianos del denominado Grupo de Cali como Carlos Mayolo y Luis Ospina, esquema narrativo en el que la estética fantástica de paisajes góticos europeos era trasladada al escenario latinoamericano para evidenciar desde nuestras tierras las relaciones de dominación colonial y postcolonial en el sur del continente. Las obras de este género retomaban el potencial revolucionario de la literatura anglosajona para adaptarlo en historias góticas que trascurren en zonas calientes y selváticas. Estas alegorías fantasmagóricas y/ o monstruosas sobre la situación latina reflejan un desencantamiento en relación al capitalismo importado y subrayan una pulsión latente inconsciente centrada en una violencia o represión extrema vinculada a las relaciones de dominación.
Una fotografía en blanco y negro y una voz en off femenina de habla inglesa -al mejor estilo british- serán los elementos fundacionales que teñirán los hechos de la trama. Esta voz misteriosa sobrevolando el film, de una manera omnipresente y mediante un tono elegantemente soberbio y burlón, irá narrando desde las sombras una especie de antología del mal. De esta forma, sólo nos quedará aferrarnos a su manera de ver las cosas con un tratamiento de la imagen oscuro, de planos extensos y vacíos, entre tomas amplias de vuelos vampíricos, solitarios y nocturnos en un paisaje en ruinas con mansiones antiguas que esconden una guillotina y tumbas incrustadas en la tierra.
En este árbol genealógico malévolo no es casual que sobren momentos explícitamente violentos, porque estas imágenes son las que permiten acentuar la crudeza de la devoción maligna del poder a través de un ritmo aletargado, pero dichos instantes funcionan como hechos consecuentemente necesarios e inevitables, en los cuales vemos acontecer la vida de nuestro protagonista Pinochet, quien en verdad fue un jovencísimo Claude Pinoche en la antigua Francia de Luis XVI y de un momento a otro empezó a notar en su interior un estado de vampirismo y maldad infernal que lo arrastraba desde la cuna. En su afán de sangre decide dejar de ser un simple campesino/ soldado combatiente y acabar con todas las revoluciones y libertades tras la caída de la cabeza de María Antonieta en la Revolución Francesa. Para esto finge su muerte y huye a una tierra abandonada y prometedora del sur de América para lograr su objetivo de consagrarse como dictador.
Sin embargo, tras un inagotable pasado de hegemonía y brutalidad absoluta, nuestro conde de actualmente 250 años se ve muerto en vida. Lejos de sus triunfos y acorralado por la justica, se exilia en un lugar remoto en las afueras de la ciudad, un páramo húmedo y oscuro, una especie de casona/ mansión venida abajo en una Transilvania latina del extremo sur del mundo. Confuso y desanimado, camina con andador y usa un tapado de piel de lobizón. Lo acompaña la no todavía viuda Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer), quien desea fervientemente ser mordida por su esposo para convertirse en vampiro y así acrecentar su poder, y su fiel servidor y por ende esclavo al estilo Renfield, aquí el mayordomo Fyodor Krassnoff (Alfredo Castro), el cual por las noches sale a cazar con el uniforme del general (siendo el único mordido y convertido en vampiro para servirle) y le prepara batidos de corazones extirpados de distintas víctimas en una licuadora para saciar su sed y pervivir.
La otra figura predominante y contrapuesta al Conde es una novicia rebelde, encarnada como la Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer, a la que el destino llama para combatir a este ser malvado mediante un exorcismo. La joven santa hace las veces del personaje inocentón de Jonathan Harker de la novela de 1897 de Bram Stoker y procura administrar los bienes materiales del conde como su fiel contadora en la sucesión de la herencia entre sus diversos y añosos hijos, todos patéticamente mortales y relegados a un segundo plano como derrochadores de poder.
De manera efusiva y sabelotodo, la monja Carmen (Paula Luchsinger) se pondrá en el papel de entrevistadora en interminables y cortantes escenas de diálogos -un poco redundantes- como si se tratase de un juicio a los hijos del conde. Ella, que sacrificó su vida para cumplir esta misión del Espíritu Santo, protagonizará una fuerte tensión sexual con el ex dictador. Seducida finalmente por el placer carnal, cae bajo su tentación y pasa de ser una Carmencita descalza a la Carmilla de Sheridan Le Fanu en una escena magistral al volar por el cielo como una patinadora de hielo mientras la música suena cada vez más fuerte. Corresponde decir que el trabajo sonoro es imponente en toda la película y, entre vocalizaciones de ópera y música instrumental, constituye el alma sombría del film.
El temor de los herederos y la señora de la casa ante la nueva amante de colmillos prominentes de papá invoca la presencia de un mal superior y ancestral. Es aquí donde el relato cambia por completo y aquella voz fantasmal de la película sale desde su escondite y se manifiesta en cuerpo y carne porque su alma siempre estuvo, hablamos de nada menos que Margaret Thatcher (Stella Gonet, quien interpretó a la Reina Elizabeth II en Spencer), así la gran vampiresa de esta historia llega volando desde lo más alto como un halcón en la noche para poner orden en semejante culebrón familiar, algo que era posible anticipar si uno prestaba atención a ese color rosa pastel/ chicle de los títulos. La dama de hierro, una auténtica strigoi o bruja vampira.
La consecuencia: momentos de revelaciones de parentescos que se vuelven transcendentales para la trama, atravesados por flashbacks y futuros sangrientos. Dobleces y juegos de roles de un plan meticuloso que se cumple a la perfección, escenas de una atmosfera telenovelesca con enredos y traiciones habladas en tres idiomas diferentes. En este sentido, la construcción de los diálogos sostiene el desarrollo de toda la propuesta.
El desenlace se desenvuelve inevitablemente en función de pequeñas acciones rudimentarias que se vuelven terroríficas, lejos de imágenes grandilocuentes. Pareciera que no existe salida alguna y que esas mismas acciones están atravesadas por el destino sin manera de cambiar la insólita y aparentemente natural decisión que tiene que tomar el conde. Una redención ante el mal, o mejor dicho una devoción satisfactoria. La secuencia final con un montaje por analogía, sutil y escueto, se vuelca al color y se ancla en el presente, en nuestro tiempo. ¿Analogías? No lo creo.
El Conde (Chile, 2023)
Dirección: Pablo Larraín. Guión: Pablo Larraín y Guillermo Calderón. Elenco: Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger, Stella Gonet, Catalina Guerra, Amparo Noguera, Antonia Zegers, Marcial Tagle, Diego Muñoz. Producción: Rocío Jadue y Juan de Dios Larraín. Duración: 110 minutos.