Los Delincuentes

Adónde está la libertad

Por Martín Chiavarino

El realizador argentino Rodrigo Moreno emprende en Los Delincuentes (2023) un análisis sociológico de los anhelos y las miserias de los argentinos en un film contemplativo sobre el robo a un banco por parte de un empleado del rubro cansado de trabajar toda su vida y de ver pasar por sus narices el dinero ajeno, de la rutina, la ciudad y todo lo que la vida urbana tiene para ofrecer.

 

En plena explosión de una crisis existencial, Morán (Daniel Elías), un tesorero de una sucursal céntrica de un banco nacional, decide robar 650 mil dólares en efectivo de la caja fuerte del banco aprovechando la confianza vertida en su persona, con la única motivación de usar ese dinero para jubilarse anticipadamente como contrapartida a trabajar los próximos veinticinco años en relación de dependencia. Soltero, sin hijos, con un alquiler a punto de vencer, el hombre de más de cuarenta años, con una pequeña panza incipiente, es consumido por la crisis de su edad, su condición laboral y afectiva y las decisiones que lo llevan a una acción demencial producto de la necesidad de vivir al menos una aventura en su lánguida existencia. Su rústico plan consiste en darle el dinero a un compañero de trabajo, Román (Esteban Bigliardi), un hombre de la misma edad y aún más embotado por la labor cotidiana que él, para que lo esconda mientras huye para finalmente entregarse en las agrestes sierras de Córdoba, no sin antes probar el dulce aroma de la vida bucólica en el campo junto a un grupo de cineastas que viven allí en armonía con la naturaleza, intentando captar la vastedad de sus paisajes en filmaciones crepusculares.

 

El ingenuo plan de Morán de pasar alrededor de tres años en la cárcel y repartirse luego el dinero del atraco, una especie de jubilación anticipada según su lógica, con su compañero al salir, se topa, por supuesto, con varios escollos. Su compañero, acosado por las sospechas de una contadora investigadora, Laura Ortega (Laura Paredes), enviada por la central para auditar los alcances del robo y descubrir si alguno de los empleados fue cómplice del desquiciado Morán, se desmorona por los nervios, por lo que visita al recluso en la cárcel, alimentando la desconfianza que pesa sobre él, que muta en hostilidad, maltrato y persecución laboral por parte del gerente del banco, Del Toro (Germán De Silva). Morán, por su parte, es persuadido forzosamente por uno de los presos, Garrincha (De Silva de nuevo), a pagar una suma mensual a cambio de protección para que los presos que responden a su mando no le hagan la vida imposible en la prisión.

 

Dividida en dos partes, la película escrita y dirigida por Rodrigo Moreno ofrece una narración partida en clave de realismo mágico entre los dos protagonistas, ya sea a través del campo y la ciudad o de los dos personajes, para proponer que la duplicidad es en realidad una imagen reproducida, cuya contracara es prácticamente igual. Ambos personajes terminan en las sierras cordobesas, se enamoran de la misma mujer, quedan embelesados con la vida en el campo y están atrapados, uno en la cárcel y el otro en el trabajo, oprimidos por la misma persona, Garrincha/ Del Toro, criaturas interpretadas por el mismo actor, Germán De Silva. Para reafirmar, sin lugar a dudas, que todo en la vida es una mera reorganización circular, los nombres de casi todos los personajes son anagramas de las mismas cinco letras.

 

A pesar de que el film claramente transcurre en el presente y en la ciudad de Buenos Aires y hay de hecho escenas de postpandemia con algunos pocos ciudadanos aún transitando el espacio público del microcentro porteño con barbijo para apuntalar el momento en el que el realizador sitúa la acción, la estética remite a los años ochenta, ya sea en el diseño del interior del banco, la vestimenta de sus empleados o la tecnología que usan los cineastas en la provincia de Córdoba para captar su visión de la naturaleza. Siguiendo esta lógica, una de las cuestiones que más llama la atención es la ausencia casi completa de tecnología durante toda la propuesta, tan solo introduciendo un llamado breve a un teléfono celular en una escena intrascendente y completamente innecesaria como para enfatizar que los protagonistas no se encuentran en un mundo utópico o distópico en el que la tecnología digital no existe, sino que más bien la ausencia de los dispositivos tecnológicos se condice con la decisión narrativa de excluirlos del relato para remarcar el abuso que los seres humanos realizamos de estos aparatos en nuestra vida cotidiana como parte de un problema de libertad. Sin tecnología los personajes de la película son más libres de vivir, de experimentar y tomar decisiones, mientras que con la tecnología estarían todo el tiempo entretenidos, atrapados, encadenados al dispositivo y sus numerosas aplicaciones, sin poder reflexionar, sentir, rebelarse y menos aún vivir una aventura y relacionarse con los otros.

 

Al igual que en las películas del realizador independiente norteamericano Jim Jarmusch, en Los Delincuentes la música ocupa un lugar central, de sublimación y de claves para entender la trama. En este sentido, el personaje de Morán es fanático de Pappo’s Blues (1971), el primer disco de la banda por entonces integrada por Norberto Napolitano, David Lebón y Juan Carlos Amaya, que contiene canciones cuyas letras son muy reveladoras de la lógica de los personajes, especialmente en el Lado B, más específicamente El Hombre Suburbano y Adónde Está la Libertad, dos iconos del rock en castellano con letras aún vigentes. Así como Moreno recurre a la música de la década del setenta para hablar del presente, también hay un intento de dejar a un costado los lineamientos más políticos del cine social del Nuevo Cine Argentino de fines de los años noventa, producto de la crisis nacional, para reflexionar sobre lo que nos ha dejado la pandemia y la cuarentena y cuáles son los cambios en la psiquis de una clase media hiper individualista y sumida en una adicción al consumo, consecuencias en parte de estos acontecimientos y de las políticas económicas posteriores a la dolorosa salida de la ley de convertibilidad del peso y el dólar luego del estallido social del año 2001.

 

Pero la impronta de Jarmusch es tan solo una parte de un todo experimental que mezcla el cine del realizador iraní Abbas Kiarostami con homenajes a El Dinero (L’Argent, 1983), de Robert Bresson, o escenas de la arquitectura monumental del centro porteño con música de fondo de Astor Piazzola, o la lectura de la obra poética del poco conocido poeta, traductor y periodista argentino Ricardo Zelarayán, del que el escritor Fabián Casas recita un fragmento de La Gran Salina (1997) en una clase en la cárcel, o hasta una secuencia en el comienzo con la madre del realizador intentando hacer un trámite en el banco, Adriana Aizenberg, pinceladas antojadizas que conforman este laberinto de ideas que Rodrigo Moreno enlaza a partir de una decisión coherente de apartarse del realismo social para abrazar la tradición mágica, utilizando la trama del crimen para llevar al espectador hacia ese territorio desconocido y revelador de los temores de la clase media a no encontrar solaz en el entretenimiento vacuo instantáneo, a aburrirse, a pensar, a adentrarse en sí misma o a tener intimidad con el prójimo, aprehensiones que Los Delincuentes aborda no para dar una respuesta o un camino para superarlas sino tan solo para exponer la dimensión del problema.

 

Moreno, conocido por la dirección junto a Ulises Rosell y Andrés Tambornino de la comedia El Descanso (2002), y luego por el drama El Custodio (2006), su ópera prima en solitario protagonizada por Julio Chávez, apuesta en Los Delincuentes a una comedia dramática reflexiva que pone mucho énfasis en la fotografía de Alejo Maglio, responsable del rubro en El Estudiante (2011), el debut de Santiago Mitre, aquí captando cómo los sucesos de la realidad desbordan los inocentes presupuestos sobre el futuro de los enajenados protagonistas.

 

Otra decisión importante de la película es la de elegir actores no consagrados para protagonizarla, sana opción que cada vez se extiende más en el cine argentino, especialmente tras la pandemia. Daniel Elias y Esteban Bigliardi soportan muy bien el peso de la cámara y están excelentemente acompañados por Margarita Molfino, de gran labor, Germán De Silva en un doble papel, Cecilia Rainero, Laura Paredes, Mariana Chaud, Gabriela Saidón y hasta Iair Said en un pequeño rol.

 

Los Delincuentes es un film que retrata en forma paródica el dilema de la clase media actual, atrapada en un trabajo sin posibilidades reales de ascenso ni mejora salarial, aún menos de un progreso en su situación social, sumida en una rutina agobiante o en la depresión, siempre atrapada en esa trampa individualista que ve la vida en el campo como una utopía distante, que apasiona y aterroriza por igual y que en este caso lleva al protagonista a cometer un crimen absurdo para romper con este círculo vicioso de explotación y humillación. Rodrigo Moreno logra un trabajo tan caótico como bien resuelto, construido a partir de recursos diversos, como flashbacks, pantalla partida y capítulos varios, para reflexionar sobre el esquizofrénico trabajador actual, que realiza su labor a desgano, sueña delirios adolescentes, es incapaz de asumir su adultez y vive la vida como un zombie impasible.

 

Los Delincuentes (Argentina/ Brasil/ Chile/ Luxemburgo, 2023)

Dirección y Guión: Rodrigo Moreno. Elenco: Daniel Elías, Esteban Bigliardi, Margarita Molfino, Germán De Silva, Mariana Chaud, Gabriela Saidón, Cecilia Rainero, Javier Zoro, Lalo Rotavería, Adriana Aizemberg. Producción: Ezequiel Borovinsky. Duración: 189 minutos.

Puntaje: 7