Testigo Mudo (Mute Witness)

El arte de la simulación

Por Emiliano Fernández

Testigo Mudo (Mute Witness, 1995), ópera prima del cineasta libanés/ británico Anthony Waller, es algo así como el ideal al que aspira el grueso de los servicios de streaming de nuestro Siglo XXI -y sobre todo los más mediocres como Netflix, expertos en rellenar el catálogo on line con cualquier cosa- en cuanto al promedio de los mentados “contenidos” ofrecidos al público, algo que tiene que ver con el hecho de que la realización que nos ocupa está craneada para un consumo veloz y poco exigente desde la intensidad noventosa que apunte al entretenimiento basado en el reciclaje de fórmulas harto probadas, pero hasta allí llegan las similitudes entre el film de Waller y los bodrios intercambiables del nuevo milenio porque mientras estos últimos se pretenden eficaces y pasatistas y sólo son lo segundo Testigo Mudo, en cambio, sí se abre camino como un producto memorable que corrige sus muchas inconsistencias y torpezas con un ánimo muy enérgico que por cierto se emparenta con el exploitation, el cine independiente de género y aquella Clase B polirubro y pirotécnica de antaño, rubros que sabían compensar los pocos recursos, la falta de talento y/ o los evidentes problemas durante la producción, el rodaje y la post producción con un dinamismo siempre delirante tendiente a incorporar ingredientes que satisfagan a todos los públicos aunque sin perder el horizonte narrativo fundamental, en este caso vinculado a la graciosa y doble fórmula que el mismo título se encarga de anunciar a los cuatro vientos en el remoto caso de que no quede de manifiesto durante los primeros minutos del metraje.

 

Billy Hughes (la bella actriz rusa Marina Zudina, por entonces sin hablar ni una palabra de inglés) es una maquilladora y encargada de efectos especiales muda pero no sorda que está trabajando en una película norteamericana de terror under que se está rodando en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas bajo el control de su hermana y el novio de esta última, léase la asistente de dirección Karen Hughes (Fay Ripley) y el realizador Andy Clarke (Evan Richards). Luego de una larga jornada de filmación en un estudio de Moscú, Billy regresa al lugar para buscar una máscara de utilería y sin querer termina encerrada cuando el conserje y vigilante nocturno (Nikolai Pastukhov) coloca el candado en el portón de entrada, lo que la lleva a descubrir un equipo de tres personas aparentemente rodando una escena pornográfica que deriva en asesinato cuando la mujer (Larisa Khusnullina) es golpeada y después acuchillada por Arkadi (Igor Volkov) mientras el también tenebroso Lyosha (Sergei Karlenkov) lo registra todo con una cámara para una red de pornografía y prostitución orientada al cine snuff o de crímenes reales, organización encabezada por La Parca/ The Reaper (el enorme Alec Guinness en su último trabajo estrenado en cines, para colmo registrado en 1985). La ninfa eventualmente logra escapar aunque nadie excepto su hermana le cree, lo que incluye a la policía, por ello La Parca ordena matarla de inmediato y la chica entra en contacto con un tal Alexander Larsen (Oleg Yankovskiy), agente de la ley que juega a dos puntas porque también está bajo la nómina de los homicidas mafiosos.

 

Mixtura esperpéntica entre aquella mudita en la piel de Dorothy McGuire de La Escalera de Caracol (The Spiral Staircase, 1946), de Robert Siodmak, las ironías intra gremio del espectáculo de Aullidos de Pánico (Deliria, 1987), de Michele Soavi, y Terror en la Ópera (Opera, 1987), de Dario Argento, el cine morboso modelo El Ángel de la Muerte (Snuff, 1975), de Michael Findlay y Horacio Fredriksson, y la futura 8 Milímetros (8MM, 1999), de Joel Schumacher, aquellos enmascarados con cuchillos prominentes de Halloween (1978), de John Carpenter, y Martes 13 (Friday the 13th, 1980), de Sean S. Cunningham, y la fascinación con la última camada de los gloriosos practical effects de F/X (1986), de Robert Mandel, y su inferior secuela, F/X 2 (1991), de Richard Franklin, Testigo Mudo, de hecho, hace gala tanto de una tensión minimalista ejemplar, correspondiente a la tradición de Alfred Hitchcock, John Carpenter, Brian De Palma y John Dahl, como de la pompa ya altisonante del querido enclave italiano de los 60, 70 y 80, pensemos para el caso en Mario Bava, Lucio Fulci, Sergio Martino y el mentado Argento. Waller, un artesano de formación televisiva y publicitaria que luego entregaría las anodinas Infierno bajo Tierra (Nine Miles Down, 2009), El Culpable (The Guilty, 2000) y Un Hombre Lobo Americano en París (An American Werewolf in Paris, 1997), corolario demasiado tardío del neoclásico de 1981 de John Landis, divide la acción en tres partes, la primera de suspenso de entorno cerrado, la segunda cercana al drama de mujer ninguneada y la tercera en sintonía con el espionaje.

 

El film por un lado, como decíamos con anterioridad, ofrece una fotografía muy florida y una edición hiperquinética que están consagradas a pensar al arte de la simulación como un arma de doble filo, así Billy cae presa de sus propios truquillos porque Arkadi y Lyosha logran convencer a los esbirros institucionales de la “confusión” de la maquilladora en materia de haber presenciado un asesinato verdadero, y por el otro lado suma a la ensalada retórica sin sutileza alguna ingredientes del giallo detectivesco, la faena erótica, la comedia negra, el thriller de conspiranoias y leyendas urbanas, la metasátira del mundo del cine, el archiconocido suspenso de testigo en peligro e incluso aquellos arcanos de la Guerra Fría porque promediando el metraje el también guionista Waller parece no conformarse con los rusos malvados correteando a la deliciosa mudita y por ello saca de la galera una demencial subtrama vinculada a un disquete que tenía en su posesión la víctima de la secuencia snuff y que recopilaba información crucial para desenmascarar las conexiones entre La Parca y los miembros más corruptos de la policía, disco que está debajo de un armario del estudio y que supuestamente fue utilizado por el novio de la finada para chantajear a la criatura de Guinness. El guión resulta muy simple, las actuaciones son flojas, los personajes dejan bastante que desear y la trama brilla por su inverosimilitud y redundancia, sin embargo el barroquismo de la narración y el buen uso de la ironía y de la música de Wilbert Hirsch a lo Bernard Herrmann son factores que suman encanto y dignifican a la humilde propuesta…

 

Testigo Mudo (Mute Witness, Reino Unido/ Rusia/ Alemania, 1995)

Dirección y Guión: Anthony Waller. Elenco: Marina Zudina, Fay Ripley, Evan Richards, Oleg Yankovskiy, Igor Volkov, Sergei Karlenkov, Alec Guinness, Aleksandr Pyatkov, Nikolai Pastukhov, Larisa Khusnullina. Producción: Anthony Waller, Norbert Soentgen y Alexander Buchman. Duración: 97 minutos.

Puntaje: 7