Los que se Quedan (The Holdovers)

Disciplina académica básica

Por Emiliano Fernández

Los que se Quedan (The Holdovers, 2023), la nueva y extraordinaria película de Alexander Payne, sin duda alguna uno de los pocos directores del Siglo XXI a los que le calza perfecto la categoría de autor de vieja cepa, piensa la distancia entre el aprendizaje intelectual y su homólogo emocional y en términos generales viene a reconfirmar lo que ya sabíamos del cineasta norteamericano, hablamos de su inteligencia dramática y cómica a la hora de crear personajes entrañables que hacen de sus “peculiaridades” más contradictorias -es decir, las virtudes y los defectos, siempre dependiendo del punto de vista elegido- el origen de todos sus males, la posibilidad de quebrar las compulsiones de fondo, su principal herramienta de comunicación e incluso los indicios de un pasado negado o por el contrario, fetichizado al extremo de generar la misma consecuencia, la inmovilidad del sujeto o un conformismo símil punto muerto en el que las miserias constituyen un escudo para defenderse de una sociedad que atosiga. El señor no sólo funciona como uno de los últimos héroes de aquel cine independiente de las postrimerías de la centuria pasada sino que además -y mucho más importante- hoy mantiene una vigencia arrolladora porque a la fórmula de siempre de la tragedia sardónica existencial, quizás el esquema favorito del enclave underground y cierto cine mainstream festivalero que hasta no hace mucho tiempo dominaba la temporada de premios, le agregó una pátina de parodia heterogénea que suele ser bastante anómala en el ámbito productivo hollywoodense, cuyas temáticas no están empapadas de crítica social, económica, institucional, ideológica y cultural ni mucho menos. En este sentido basta con pensar en las capas satíricas de cada una de sus películas y cómo se las arreglaron para desmenuzar tópicos pesaditos de la actualidad, en sintonía con el aborto de Ciudadana Ruth (Citizen Ruth, 1996), las luchas políticas escolares de Elección (Election, 1999), el callejón sin salida otoñal de Las Confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002), el narcisismo esperpéntico de Entre Copas (Sideways, 2004), el duelo progresivo de Los Descendientes (The Descendants, 2011), las relaciones paterno-filiales de la sublime Nebraska (2013) y la sobrepoblación a lo largo y ancho del planeta de Pequeña Gran Vida (Downsizing, 2017).

 

Si bien a simple vista Los que se Quedan parece penetrar en terreno harto conocido en lo que atañe a los latiguillos formales y discursivos de Payne, de hecho aquí explorando la rigidez del fundamentalismo más mundano y metiéndose con ese fluir educativo agitado que ya analizó en Elección y que forma parte de la larga tradición del cine norteamericano en materia de las conflictivas relaciones entre alumnos y profesores o todos los grupos de presión del ecosistema pedagógico, un esquema retórico que abarca la seriedad de Semilla de Maldad (Blackboard Jungle, 1955), de Richard Brooks, Al Maestro, con Cariño (To Sir, with Love, 1967), opus de James Clavell, Apóyate en mí (Lean on Me, 1989), de John G. Avildsen, y Mentes Peligrosas (Dangerous Minds, 1995), de John N. Smith, pero también las muchas ironías de odiseas como Un Experto en Diversión (Ferris Bueller’s Day Off, 1986), de John Hughes, Escuela de Jóvenes Asesinos (Heathers, 1988), film de Michael Lehmann, Ni Idea (Clueless, 1995), de Amy Heckerling, y Napoleón Dinamita (Napoleon Dynamite, 2004), la joya de Jared Hess, lo cierto es que el director en esencia construye una inusual propuesta de época que reproduce al dedillo las características del cine del presente narrativo, 1970, en primera instancia enarbolando una banda sonora y un diseño de títulos como los de la época, más un ritmo narrativo concienzudo que no fuerza la acción, y en segundo lugar sustituyendo la pomposidad de la comedia negra noventosa de Elección con las sutilezas cáusticas del Paul Mazursky de Harry & Tonto (1974) y Próxima Parada, Greenwich Village (Next Stop, Greenwich Village, 1976) y del maravilloso Hal Ashby de Enséñame a Vivir (Harold and Maude, 1971) y El Último Deber (The Last Detail, 1973), algo que asimismo tiene que ver con uno de los fetiches infaltables de la industria cultural estadounidense, esa soledad que dispara conductas patológicas de distinta envergadura y hace que los puentes que se levantan para relacionarse con el prójimo no sean muy estables que digamos, a su vez una de las obsesiones temáticas cruciales del realizador desde La Pasión de Martín (The Passion of Martin, 1991), aquel mediometraje basado en El Túnel (1948), la novela de Ernesto Sábato, que le sirvió de tesis durante su fase como estudiante.

 

Payne le encargó el guión a David Hemingson, un profesional de extenso bagaje televisivo que aquí debuta en el séptimo arte, y definitivamente corrigió sin acreditar el material en crudo porque lleva su sello e incluso él mismo originó el proyecto como una especie de remake o actualización doctrinaria de la premisa de base de Merlusse (1935), ignota obra de un Marcel Pagnol en modalidad de director y libretista que en nuestro nuevo milenio es mucho más conocido por su faceta de novelista y específicamente por haber generado el texto sobre el que se edificó el díptico de Jean de Florette (1986) y Manon del Manantial (Manon des Sources, 1986), films dirigidos y escritos por Claude Berri. Paul Hunham (un Paul Giamatti supremo que ya había colaborado con el realizador en Entre Copas, hoy más que nunca en formato de cuasi unipersonal) es un profesor de la asignatura Civilizaciones Antiguas en un internado primario y secundario remoto e hiper elitista de Nueva Inglaterra, Barton, que despliega una gran misantropía en parte sostenida en su apariencia y problemas físicos varios algo mucho grotescos, como eso de ser bizco y padecer tanto trimetilaminuria o síndrome de olor a pescado como hiperhidrosis o sudoración excesiva. Como desaprobó al vástago de un oligarca y donante de la institución el director del lugar, el Doctor Hardy Woodrup (Andrew Garman), le asigna la tarea de hacer de niñera de un grupito de alumnos que se tienen que quedar en la escuela por diversos motivos durante el receso navideño de dos semanas, así debe cuidar de dos mocosos, Alex Ollerman (Ian Dolley) y Park Ye-joon (Jim Kaplan), y tres adolescentes, Jason Smith (Michael Provost), Teddy Kountze (Brady Hepner) y Angus Tully (Dominic Sessa en un debut estupendo). Sólo acompañados por dos empleados negros, el conserje Danny (Naheem García) y sobre todo la jefa de la cafetería Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph), pronto de toda la fauna educativa clásica sólo quedan Hunham y Tully porque el resto se marcha cuando el progenitor de Smith se aparece con un helicóptero y los lleva a esquiar durante las vacaciones. Paul, un mega ermitaño alcohólico sin familia ni amigos y odiado por todos a raíz de su inflexibilidad, y Angus, un depresivo con una lengua también filosa, comienzan a convivir entre la desconfianza y la melancolía.

 

Como siempre en el cine minimalista del director sinceramente mucho no acontece y el retrato de personajes se va desarrollando en función de una cotidianeidad tragicómica que en esta ocasión incluye un brazo dislocado del adolescente semi rebelde, una pelea evitada en un bar con un veterano manco de la Guerra de Vietnam, una fiesta de Navidad en la casa de una administrativa/ secretaria de Barton de la que Paul está románticamente interesado, Lydia Crane (Carrie Preston), el acercamiento paralelo de Angus hacia la linda sobrina de la anterior, Elise (Darby Lee-Stack), y un viaje final a Boston por parte del dúo más Lamb a lo parentela ensamblada que por supuesto nos permite conocer el trasfondo identitario del docente y su alumno, espejos deformantes que se entienden, el primero otrora expulsado de la Universidad de Harvard a posteriori de un episodio de plagio y atentado automovilístico contra un ricachón, por ello Hunham tuvo que volver a su colegio secundario a pesar de que detesta a todos los burgueses soberbios o tontos del lugar, y el segundo un púber traumado por los trastornos psiquiátricos repentinos de su padre, Thomas (Stephen Thorne), de hecho internado en una institución mental mientras la madre, Judy (Gillian Vigman), está de Luna de Miel con su nuevo y asimismo acaudalado esposo, Stanley Clotfelter (Tate Donovan). Payne una vez más va de lo general, tanto el carácter caricaturesco del profesorado como el odio clasista contra los hijos y padres de las cúpulas explotadoras del capitalismo, hacia lo individual, un Paul cuya idiosincrasia tiránica tiene que ver con las decepciones de la vida y la profesión y un Angus que se siente reflejado en Hunham porque también considera que la enorme mayoría de los burgueses son unos necios insoportables que no conocen nada por fuera de su jaula autoconstruida de oro, amén de una Mary que oficia de la mirada externa proletaria que humaniza los dardos cruzados entre ambos y por cierto atraviesa un doloroso duelo por la muerte en combate de su hijo Curtis, ejemplo de una “disciplina académica básica” que jamás iguala del todo porque el negro estudiaba allí y fue convocado al servicio militar sin miramiento alguno, a diferencia de sus compañeritos blancos que consiguieron evitarlo por un linaje siempre vinculado a la alta alcurnia del poder y el privilegio yanqui…

 

Los que se Quedan (The Holdovers, Estados Unidos, 2023)

Dirección: Alexander Payne. Guión: David Hemingson. Elenco: Paul Giamatti, Dominic Sessa, Da’Vine Joy Randolph, Carrie Preston, Brady Hepner, Ian Dolley, Jim Kaplan, Michael Provost, Andrew Garman, Naheem García. Producción: Mark Johnson, David Hemingson y Bill Block. Duración: 134 minutos.

Puntaje: 10