El ecoterror, un subgénero especializado en ataques contra el ser humano por parte de la flora, la fauna o los famosos “elementos” de la naturaleza, con el agua, la tierra y el fuego llevándose todas las miradas, muchas veces se confunde con sus dos antepasados o más bien pivotes históricos, uno lejano, aquel folletín de aventuras de las primeras décadas de vida del séptimo arte que solía incluir a animales grandes o pequeños como antagonistas secundarios, y uno más cercano, hablamos por supuesto de ese horror nuclear de impronta paranoica que surgió a mediados del Siglo XX como consecuencia de los bombardeos atómicos de agosto de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, un genocidio cortesía de Estados Unidos que generó una andanada de obras sobre monstruos gigantescos o simples animales mutados de un tamaño colosal, con Godzilla (Gojira, 1954), de Ishirô Honda, oficiando de representante insignia. Sin dudas el nacimiento del ecoterror como hoy lo conocemos, en su versión moderna, se produce con Los Pájaros (The Birds, 1963), opus de Alfred Hitchcock que sintetiza y explota con maestría los latiguillos fundamentales del formato: una locación aislada, un conjunto de personajes algo mucho soberbios, una serie de embates repentinos de la naturaleza, un aire general de revancha contra la apestosa y destructora humanidad, una escalada de violencia siempre acechante y un final desolador que se sitúa a mitad de camino entre el Apocalipsis general y una extinción mucho más específica, la de nosotros los bípedos. La influencia del film del cineasta británico se hizo esperar porque los años 60 fueron de cambios sociales revolucionarios y de esperanzas hasta que en las postrimerías de la década todo se vino abajo por el contraataque de la derecha y el declive del movimiento hippie en todo el mundo, así fue durante los amargos 70 que el ecoterror -a veces también llamado horror natural- alcanzó su zenit de la mano de un enorme volumen de realizaciones que le sacaron el jugo a prácticamente todos los agentes de la fauna para provocar pánico.
La catarata setentosa del rubro abarca a las ratas de Willard (1971), de Daniel Mann, y Ben (1972), de Phil Karlson, los conejos ridículos de Una Noche Escalofriante (Night of the Lepus, 1972), de William F. Claxton, los anfibios del título de Ranas (Frogs, 1972), de George McCowan, las hormigas de Fase IV (Phase IV, 1974), de Saul Bass, y El Imperio de las Hormigas (Empire of the Ants, 1977), de Bert I. Gordon, aquel escualo de Tiburón (Jaws, 1975), de Steven Spielberg, el amigo hibernante de Garras, el Oso Asesino (Grizzly, 1976), de William Girdler, las seres reptantes de Serpientes de Cascabel (Rattlers, 1976), de John McCauley, las lombrices de Gusanos Asesinos (Squirm, 1976), de Jeff Lieberman, ese cetáceo de Orca (1977), de Michael Anderson, las tarántulas de La Invasión de las Arañas (Kingdom of the Spiders, 1977), de John “Bud” Cardos, el popurrí de El Día de los Animales (Day of the Animals, 1977), de Girdler, y La Plaga Asesina (The Food of the Gods, 1976), de Gordon, el pulpo de Tentáculos (Tentacoli, 1977), de Ovidio G. Assonitis, las abejas de El Enjambre (The Swarm, 1978), de Irwin Allen, los pececitos carnívoros de Piraña (Piranha, 1978), de Joe Dante, aquellos murciélagos de Alas de Noche (Nightwing, 1979), opus de Arthur Hiller, y el reptil de La Isla del Gran Caimán (Il Fiume del Grande Caimano, 1979), de Sergio Martino, amén de El Ataque de los Tomates Asesinos (Attack of the Killer Tomatoes, 1978), graciosa parodia del ecoterror de John DeBello. Sinceramente la mayoría de estas películas no pasaron de su condición de productos flojos condenados al olvido o a las risas involuntarias, no obstante es posible hallar alguna que otra propuesta rescatable dentro del ecoterror del período como La Jauría (The Pack, 1977), un film muy digno de Robert Clouse también conocido en castellano como La Larga Noche de Terror que supera a las semejantes La Rebelión de los Perros (Dogs, 1977), de Burt Brinckerhoff, y El Perro Diabólico (Devil Dog: The Hound of Hell, 1978), epopeya de Curtis Harrington.
El guión del propio Clouse está basado en la novela de 1976 de David Fisher, otro de los múltiples escritores que se sumaron a la vertiente literaria del formato narrativo que nos ocupa, y gira alrededor de Jerry (el excelente Joe Don Baker), un biólogo marino que llegó a la Isla de las Focas/ Seal Island en un encargo gubernamental para estudiar los camarones con fines conservacionistas y terminó tomándole el gusto al lugar porque allí conoció a su pareja, Millie (Hope Alexander-Willis), mujer con la que construyó una familia compuesta porque ambos tienen un vástago pequeño de matrimonios previos. Si bien el susodicho es apenas el responsable de la estación biológica marina de la zona todos lo tratan como una especie de guardabosques y el asunto se transforma en una bola de nieve cayendo de a poco desde la cima de una montaña cuando los locales lo adoptan como su líder ante la amenaza que representa esa jauría del título, un grupete de perros abandonados por los turistas que todos los veranos llegan a la región para pescar, pasar las vacaciones con la parentela y/ o disfrutar del agua, de hecho una comitiva de idiotas de las grandes ciudades cercanas que recogen a los canes en las perreras, antes de llegar a la casa alquilada de turno en la isla, y luego abandonan a los animales al momento del regreso a la metrópoli, todo entre lágrimas de los purretes como ocurre en una escena introductoria en la que un padre de familia ata a un pobre perro en el medio del bosque antes de marcharse. Hambrientos y con rabia, los cuadrúpedos primero se cargan a un viejo ermitaño, el Señor McMinnimee (Delos V. Smith Jr.), después se abalanzan contra una Millie que se refugia en un coche y eventualmente provocan la muerte de Tommy (Paul Willson), hijo bien grandulón del banquero Jim Dodge (Richard O’Brien) que cae desde un acantilado, y hasta devoran a la deliciosa Lois (Sherry E. DeBoer), niñera/ prostituta del anterior que tiene la desafortunada idea de descansar en el mismo granero donde duerme la manada, una encabezada por un mestizo de pelaje dorado.
A diferencia de tantas otras odiseas de animales asesinos que no buscan justificación alguna para los ataques o por el contrario deliran con explicaciones sobrenaturales, algo estúpidas o hasta tendientes a humanizar a la fauna desde una venganza un tanto extrema que no se condice para nada con el comportamiento visceral y salomónico de la naturaleza, La Jauría en cambio apuntala un retrato muy sensato y terrenal tanto de los perros, ahora en pantalla no unos monstruos imparables sino animales enfermos y desesperados por comida, como de los seres humanos, una camarilla que incluye a Jerry, su simpático clan, sus dos mejores amigos, léase los ya veteranos Hardiman (Richard B. Shull) y Cobb (R.G. Armstrong), e incluso el resto del colectivo de los banqueros, unas criaturas no tan insufribles como cabría esperar -si pensásemos, por ejemplo, en la dinámica narrativa del slasher- que le alquilaron a Hardiman una cabaña por una semana para pescar y que además abarcan a la secretaria de Jim, Marge (Bibi Besch), y al vicepresidente del banco, un tal Walker (Ned Wertimer). La propuesta está construida desde el armazón formal del acartonamiento hollywoodense de siempre, panorama que implica que los personajes son estereotipos y a su vez todo respeta a rajatabla la fórmula patentada por Los Pájaros, no obstante Clouse, todo un especialista en el cine de artes marciales que supo trabajar con luminarias del rubro como Bruce Lee, Jim Kelly, Bolo Yeung, Jackie Chan, Joe Lewis y Cynthia Rothrock, aquí consigue la proeza de evitar el clásico sustrato odioso o exasperante de los turistas/ pajueranos/ energúmenos/ niños/ víctimas del montón, filma con mucha garra las secuencias correspondientes a las arremetidas de los canes, en el tramo final sabe refritar eficazmente el acecho de La Noche de los Muertos Vivos (Night of the Living Dead, 1968), de George A. Romero, y por cierto anticipa muchos latiguillos que a posteriori irían a parar a Cujo (1983), el film de Lewis Teague basado en la famosa novela de 1981 de Stephen King. Más cerca de la tragedia de Los Perros de la Plaga (The Plague Dogs, 1982), joya de Martin Rosen, que de la ligereza de El Gran Asalto de los Doberman (The Doberman Gang, 1972), de Byron Chudnow, y superando al otro exponente del ecoterror del realizador, Ojos de la Noche (Deadly Eyes, 1982), aquella faena sobre ratas monumentales con Sam Groom y Scatman Crothers, La Jauría es un placer culpable que dignifica al horror natural porque denuncia el egoísmo de los seres humanos y plantea una muy inusual reconciliación con la fauna en el desenlace…
La Jauría (The Pack, Estados Unidos, 1977)
Dirección y Guión: Robert Clouse. Elenco: Joe Don Baker, Hope Alexander-Willis, Richard B. Shull, R.G. Armstrong, Ned Wertimer, Bibi Besch, Delos V. Smith Jr., Richard O’Brien, Sherry E. DeBoer, Paul Willson. Producción: Fred Weintraub y Paul M. Heller. Duración: 99 minutos.