Dogman

Mis amigos cuadrúpedos

Por Emiliano Fernández

Que Luc Besson es un cineasta extremadamente desparejo a nivel cualitativo y un tanto esquizofrénico a escala estilística resulta una verdad de Perogrullo a esta altura del partido pero lo que se suele pasar por alto al hablar del francés, un vicio occidental porque en el público y la crítica domina la mirada hollywoodense burguesa tradicional, es su cariño por el grotesco, las hipérboles y el surrealismo más demente, rasgos que hegemonizan su obra en términos generales y le dan cierta coherencia en medio del caos. Luego de aquella rareza de la ciencia ficción postapocalíptica que ofició de ópera prima, El Último Combate (Le Dernier Combat, 1983), el señor pronto se consagró a las excelentes Subway (1985), Azul Profundo (Le Grand Bleu, 1988) y Nikita (1990) más el documental Atlantis (1991), opus englobados en el Cinéma du Look de entonces o la preponderancia de la imagen por sobre la narración clásica y de un romanticismo fatalista basado en los marginados -hermanado al realismo poético de los años 30- por sobre el naturalismo mainstream modelo anglosajón. Su indiscutible obra maestra, El Perfecto Asesino (Léon, 1994), abre un período de grandes presupuestos que abarca las rimbombantes El Quinto Elemento (The Fifth Element, 1997) y Juana de Arco (Joan of Arc, 1999), no obstante Besson eventualmente regresa a Francia de la mano del estupendo minimalismo de la fábula Angel-A (2005) y el dejo naif de la trilogía infantil y demasiado desabrida de Arthur y los Minimoys (Arthur et les Minimoys, 2006), Arthur y la Venganza de Maltazard (Arthur et la Vengeance de Maltazard, 2009) y Arthur y la Guerra de los Dos Mundos (Arthur 3: La Guerre des Deux Mondes, 2010), todas ellas adaptaciones de una retahíla de cuatro novelas escritas por el propio Luc entre 2002 y 2005.

 

Besson, quien en los últimos años ha venido padeciendo una serie de acusaciones de plagio, abuso sexual y explotación laboral por parte de allegados y alumnos de su Cité du Cinéma de París, un complejo cinematográfico polirubro, a posteriori trató de ampliar su catálogo de recursos vía la fantasía de época cuasi steampunk de Las Extraordinarias Aventuras de Adèle Blanc-Sec (Les Aventures Extraordinaires d’Adèle Blanc-Sec, 2010), aquel régimen discursivo semi testimonial de La Fuerza del Amor (The Lady, 2011) y la parodia mafiosa correspondiente a Familia Peligrosa (The Family, 2013), sin embargo desde mediados de la década previa fue volcándose a la nostalgia en materia de un pasado que nunca regresaba del todo como lo demuestran Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017), su interesante reinterpretación de toda la parafernalia espacial de El Quinto Elemento, y el díptico bastante flojo de Lucy (2014) y Anna (2019), vueltas espirituales a su fetiche de siempre para con los sicarios, ese de Nikita y El Perfecto Asesino. Ahora bien, honestamente nadie esperaba un regreso tajante a los días del Cinéma du Look -categoría cinéfila también aplicada al acervo de Jean-Jacques Beineix y Leos Carax de los 80 e inicios de los 90- y la sorprendente Dogman (2023) es precisamente eso, una recapitulación por parte del hoy sexagenario realizador y guionista en lo que respecta al preciosismo esperpéntico de Subway, Azul Profundo, Nikita y El Perfecto Asesino y sobre todo en lo referido a la idea de izquierda de celebrar a las sociedades alternativas de dichos films, creadas alrededor de las “familias” que uno elige como adulto en base a afinidades y no a partir de los vínculos consanguíneos habituales que heredamos de manera automática.

 

El guión de Luc, bajo el formato de racconto, es uno de los más ridículos e inusualmente humanistas que haya entregado en décadas, totalmente despreocupado de cualquier lógica que contente al espectador conservador de nuestros días y mucho más interesado en edificar un cuento de hadas para adultos con un costado sobrenatural y/ o surrealista semejante a su homólogo más o menos sutil de Angel-A y Lucy: Douglas Munrow (Gabriel Pepe cuando mocoso, Lincoln Powell de adolescente y el tremendo Caleb Landry Jones en sus años de adulto) es un sujeto con una historia un tanto particular porque fue sometido a una vida familiar terrorífica ya que su progenitora se fugó (Iris Bry) y su padre y su hermano, Mike (Clemens Schick) y Richie (Alexander Settineri) respectivamente, se pusieron de acuerdo para encerrarlo en la perrera del clan y eventualmente dispararle con una escopeta que lo dejó parapléjico, así las cosas de jovencito se enamora de una actriz fanática de las obras de William Shakespeare, Salma Bailey (Grace Palma), que después le termina rompiendo el corazón cuando de grande descubre que está en pareja con otro macho (Jarreth J. Merz) y para colmo espera un bebé, catarata de tragedias que lo llevan a desarrollar un instinto de comunicación excepcional con su ejército de canes, a los que envía a robar en casas de ricachones mientras trabaja como drag queen interpretando canciones de Édith Piaf en un cabaret, por ello con el tiempo debe cargarse mediante los perros a un investigador de una agencia de seguros, Ackerman (Christopher Denham), e incluso se enfrenta a un mafioso de temer conocido como El Verdugo (John Charles Aguilar), dejando en el trajín un tendal de cadáveres que lo conducen a su detención y a la psiquiatra negra Evelyn (Jojo T. Gibbs).

 

La fascinante Dogman, en vez de transformar en eje del relato a los dos pivotes que de seguro en yanquilandia hubiesen sido las grandes obsesiones redundantes de turno, léase el entrenamiento de los canes y la escalada en rivalidad con el jefe pandillero, ese tal Diego Morales alias El Verdugo, propone en cambio un derrotero heterogéneo, pasional y muy grotesco que hace énfasis en tres latiguillos fundamentales del cine de Besson, primero lo femenino martirizado por la fauna masculina, ahora en versión travesti porque Douglas está durante gran parte del metraje disfrazado de mujer, segundo la solidaridad o amistad entre excluidos, aquí también metaforizada en el vínculo imposible entre el protagonista y los cuadrúpedos a los que alimenta y rescata de las calles en contraposición a aquella violencia imperante en su hogar cuando niño, detalle barroco que además se explica por el ámbito de “trabajo” del padre, las peleas de perros, y tercero cierta noción de cristianismo verdadero versus falsos profetas que simbolizan a un statu quo que odia la vida, hoy enfatizando que los marginados de ayer serán el nuevo rebaño de Dios ya que la verdad siempre estará del lado de los que sufren, como Munrow y esa psiquiatra con problemas familiares vinculados a la violencia doméstica, y no de los poderosos y sus personeros bobos de las fuerzas de represión. Jones, aquel de Nitram (2021), excelente retrato de Justin Kurzel sobre el asesino masivo australiano Martin Bryant, se luce en un personaje a mitad de camino entre Marilyn Monroe, el genial Ziggy Stardust de David Bowie y ese Guasón/ Joker del siempre visceral Joaquin Phoenix, por ello su personaje es tan entrañable como mortífero y -al igual que los animales- encarna la potencia redentora/ punitiva/ justiciera que anida en los inadaptados…

 

Dogman (Francia, 2023)

Dirección y Guión: Luc Besson. Elenco: Caleb Landry Jones, Jojo T. Gibbs, Christopher Denham, Clemens Schick, John Charles Aguilar, Grace Palma, Iris Bry, Lincoln Powell, Alexander Settineri, Gabriel Pepe. Producción: Steve Rabineau y Virginie Besson-Silla. Duración: 113 minutos.

Puntaje: 7