Raging Grace

De trampa social en trampa social

Por Emiliano Fernández

Así como aquel trabajador promedio de mediados del Siglo XX estaba acostumbrado a la protección legal, el pleno empleo, salarios altos y la cultura del “puesto para toda la vida”, su colega empobrecido del Siglo XXI, en cambio, no le queda otra opción que amoldarse a la precarización laboral y a un ejército de reserva de trabajo cada ver más gigantesco -la masa desocupada o sin estabilidad- que puja por ingresar al sistema de explotación mientras acepta salarios incluso más bajos que los imperantes, destruyendo en el trajín la capacidad de lucha de los individuos que sí tienen empleo. Esta espantosa modalidad del mercado capitalista, en auge desde los años 70 y 80 del Siglo XX en consonancia con el ascenso del neoliberalismo salvaje que propone el repliegue del Estado como garante de derechos para que el poder del dinero ejerza sin resistencia alguna su tiranía, empeora significativamente una vida laboral que puede llegar a convertirse en una pesadilla en caso de circunstancias de vulnerabilidad adicional, por ejemplo la inmigración, el trabajo en negro, una identidad racial, sexual, étnica, cultural o religiosa minoritaria, el hecho de residir lejos del lugar de trabajo, el tener hijos a cargo, la desaparición de alguno de los progenitores en cuestión y/ o la eventualidad de desempeñarse en rubros concretos que responden a un influjo abusivo hogareño de larga data de base tan claustrofóbica como feudalista/ aristocrática/ esclavista.

 

Raging Grace (2023), interesante debut en el campo del largometraje del cineasta británico de ascendencia filipina Paris Zarcilla, explora precisamente uno de los peores escenarios posibles en lo referido a los trabajadores extranjeros moviéndose en el Primer Mundo de la actualidad, el que padece Joy (la excelente Max Eigenmann), una empleada doméstica símil siervo de la antigüedad que carga con una hija pequeña, esa Grace furiosa del título (Jaeden Paige Boadilla), y se la pasa saltando de casa vacía en casa vacía para sobrellevar la noche porque sus pocas posesiones están en un depósito de un edificio al que accede cuando nadie está mirando. En una Londres repleta de burgueses de mierda que piensan que ella podría robarles, que se toquetean viéndola limpiar, que dicen estupideces de woke o que la vigilan de modo maniático para corregirla por pavadas varias, la protagonista acumuló diez mil libras que piensa usar para comprarle una visa a un tal Gary (Oliver Wellington) que pide quince mil y fija como fecha límite más o menos un mes, por ello se muestra muy exultante cuando aparece de repente un trabajo en una mansión que paga mil libras a la semana en efectivo y ofrece un cuarto donde dormir, todo a instancias de Katherine (Leanne Best), una ricachona que tiene a su cuidado a su tío moribundo, el veterano Nigel Garrett (estupendo desempeño de David Hayman), aparentemente un paciente oncológico ya en fase terminal.

 

Zarcilla, de una manera similar al enfoque de las recientes e inferiores Nanny (2022), de Nikyatu Jusu, y Nocebo (2022), opus de Lorcan Finnegan, mezcla el registro testimonial, el suspenso y el horror gótico de trampa comunal no sólo para pensar temáticas clásicas de este tipo de propuestas de izquierda, en línea con el racismo, la xenofobia, la misoginia, el clasismo y ese manto de esclavitud -al que nos referíamos con anterioridad- que arrastran profesiones como la de Joy, en Filipinas una enfermera y en el Reino Unido una ama de llaves/ niñera/ cocinera/ limpiadora/ de nuevo enfermera, sino también para analizar cómo los trabajadores del rubro sufren mucho más que los explotados del neoliberalismo estándar ya que sus principales clientes, la alta burguesía y la clase media, reproducen prejuicios y conductas sádicas de sus antepasados de la nobleza tanto por un atavismo del privilegio como por la misma naturaleza del trabajo que nos ocupa, en el que las fronteras entre lo público y lo privado están difuminadas porque el siervo de puertas adentro no tiene ámbito alguno en el que refugiarse de la explotación cotidiana, de hecho allí se enraíza su círculo vicioso carcelario. Si la primera mitad del metraje funciona como una faena social cuasi satírica, sustentada en el eterno errar de los desplazados o perseguidos y en la mudanza al caserón por parte de la filipina pero con su hija siempre escondida por no poder salir del cuarto de turno para no espantar a la patrona, la segunda parte de la narración se mete con el cine de género más agitado porque Joy descubre que Garrett está en un coma inducido y lo saca de dicho estado creyendo que Katherine efectivamente lo está envenenando de a poco con unas misteriosas pastillas que le administra a diario, señor que resulta incluso más lúgubre y peligroso que nuestra cuarentona oligarca por su clara idiosincrasia de psicópata.

 

La película de perfecta no tiene nada ya que el director y guionista en el primer acto abusa un poco de los jump scares tontuelos y en los minutos posteriores incorpora elementos fantasmagóricos que bien podrían haber quedado en la sala de edición, consideremos para el caso los sueños de la protagonista -el principal, junto con algunas visitas enigmáticas a un hogar específico, explica que Grace fue producto de un abuso o violación a instancias de un empleador inglés casado y con un vástago- y aquella alucinación del desenlace que lleva a Katherine a caer por las escaleras, no obstante en términos generales el film trabaja muy bien el suspenso, la música de Jon Clarke pone los nervios de punta y resulta fascinante la relación entre las dos duplas, por un lado Joy y Grace, la primera haciendo lo que puede en lo que atañe a su condición de madre soltera y la segunda atravesando una etapa de rebeldía preadolescente, y por el otro lado Katherine y su tío, por supuesto dos típicos representantes de unas clases altas que se canibalizan entre sí y reproducen comportamientos nefastos a veces sin siquiera saberlo, con Nigel habiendo desvalijado a la madre de la oligarca y con esta última haciendo lo propio con Garrett, el cual para colmo adora “poseer” a todas sus empleadas domésticas como hiciese desde niño con su madre sustituta, la también filipina Gloria (Stephanie Connell), una mujer que lo crió y a la que manipuló para separarla de su familia, momificó al morir y puso en una vitrina de cristal en el sótano junto con los trastos olvidados de la familia. Zarcilla, con razón y suma perspicacia, enfatiza que el personal doméstico -vernáculo o inmigrante- resulta fundamental en clases sociales inútiles como la aristocracia o la burguesía capitalista que no pueden hacer nada por sí mismos o no saben cómo tener una relación con el otro que no implique ninguneo, crueldad o cosificación…

 

Raging Grace (Filipinas/ Reino Unido, 2023)

Dirección y Guión: Paris Zarcilla. Elenco: Max Eigenmann, Jaeden Paige Boadilla, Leanne Best, David Hayman, Stephanie Connell, Oliver Wellington, Seb Yates Cridland, Jodie Cuaresma, Caleb Johnston-Miller, Eugenia Low. Producción: Chi Thai. Duración: 100 minutos.

Puntaje: 7