Contra Todos (Boy Kills World, 2023), rutinario debut en el campo de los largometrajes del director y guionista alemán Moritz Mohr con dinero del hoy productor Sam Raimi, es otra de las tantas obras del nuevo milenio que maquillan su conservadurismo y su redundancia discursiva con una pose engreída que la va de pirotécnica o altisonante para atrapar a los espectadores menos exigentes cuando en realidad lo único que se hace es atrasar por lo menos un par de décadas, panorama trasnochado que tiene que ver con la pobre formación intelectual de los cineastas, en el nuevo milenio muy lejos de la cinefilia de otras épocas, y desde ya con la preeminencia de la superficie lustrosa por sobre algún contenido valioso y/ o con una mínima capacidad de despertar empatía a nivel humano. La película de Mohr, precisamente como casi todo cocoliche posmoderno del mainstream de alcance planetario de hoy en día, no se decide entre lo meloso, la sátira solemne, la vertiginosidad, el delirio de pretensiones irreverentes y una comedia bien hueca y autorreferencial que oficiaría de “frutilla de la torta” para un público que son todos y al mismo tiempo nadie en especial, cortesía de un tono narrativo esquizofrénico que no sabe qué hacer con una narración muy simple que en pantalla quiere compensarse con el frenesí visual atolondrado en cuestión.
El protagonista es un joven ignoto, en la piel de Bill Skarsgård cuando adulto y del dúo de Cameron y Nicholas Crovetti de niño, que es dado por muerto por una tal Hilda Van Der Koy (Famke Janssen) que dirige un Estado totalitario distópico y asesinó a su progenitora (Rolanda Marais) y su hermana menor, Mina (Quinn Copeland), en una época en la que ambos eran pequeños, por ello después es criado por un Chamán asimismo sin nombre (Yayan Ruhian) que lo moldea para la venganza sometiéndolo a un riguroso entrenamiento que dura años e incluye numerosas experiencias alucinógenas. El joven, un mudo al que le cortaron la lengua y que adoptó la voz grave de un locutor de un arcade (H. Jon Benjamin), Super Dragon Punch Force 2, sólo recuerda de su vida pasada algunas situaciones y se la pasa manteniendo conversaciones con una imagen mental de Mina que se entromete todo el tiempo en su periplo de desquite contra la dinastía Van Der Koy, de hecho encabezada por Hilda y completada por sus dos hermanos, Gideon (Brett Gelman), que controla las calles, y Melanie (Michelle Dockery), experta en el circo mediático de las “relaciones públicas”, amén del marido de Melanie, un Glen (Sharlto Copley) que oficia de conductor/ anfitrión televisivo, y la hija de Hilda, esa 27 de Junio (Jessica Rothe) que es la jefa de seguridad.
Ayudado por un par de miembros de la resistencia que encuentra en su accidentado camino, Basho (Andrew Koji), un asiático cobardón y muy verborrágico, y Benny (Isaiah Mustafa), un grandulón de tez oscura que habla en una jerigonza incomprensible, el chico/ “boy” del título original en inglés encara una carnicería de enormes proporciones que en esencia gira alrededor de un evento anual y también truculento de estos campeones del nepotismo, El Sacrificio (The Culling), en el que doce supuestos enemigos de la dictadura son asesinados en vivo en televisión con vistas a infundir miedo y despertar la adhesión de los sectores más ignorantes y fascistas de la sociedad. Aquí Mohr juega con el lenguaje de los videojuegos, las novelas gráficas, los videoclips, el terror, la publicidad y los pastiches de acción de la década del 90 hasta el presente, esos especializados a su vez en combinar el neo film noir, la dialéctica bélica y el cine de artes marciales de los 70, sin conseguir redondear más que un buen nivel de gore y algunos chistes relativamente simpáticos ya que la acción en sí es demasiado caricaturesca, la trama ultra previsible, los diálogos bobos, los soliloquios del protagonista muy elementales y los personajes en general bastante precarios, pueriles o esquemáticos, sin el trasfondo necesario para esta epopeya y su metraje inflado en balde.
La construcción de la violencia es hiperbólica y remite constantemente a productos mucho mejores como por ejemplo The Matrix (1999), de Larry y Andy Wachowski, John Wick (2014), de Chad Stahelski, Hardcore Henry (2015), de Ilya Naishuller, y Upgrade (2018), de Leigh Whannell, y en materia de los comentarios sociales/ políticos/ massmediáticos/ culturales un tanto difusos que se mueven por allí, siempre perdidos entre la sangre y los latiguillos más lelos de las odiseas de revancha, se pueden nombrar las alusiones a Poder que Mata (Network, 1976), de Sidney Lumet, Carrera contra la Muerte (The Running Man, 1987), faena de Paul Michael Glaser, Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012), de Gary Ross, y La Noche de la Expiación (The Purge, 2013), de James DeMonaco. Contra Todos a veces pretende ser una parodia de la nueva derecha oligofrénica actual, basada en la manipulación pública y la negación de todo lo diferente, aunque rápidamente muta en un artificio formal que aburre a pura desproporción, torpeza y tendencia al pastiche sin pies ni cabeza, para colmo el final desea ser tomado en serio -Skarsgård es un arma lobotomizada que opera al servicio de cualquiera que sepa controlarlo- y por ello niega en buena medida el desarrollo previo, propio de una bufonada para púberes que no suelen usar su cerebro…
Contra Todos (Boy Kills World, Estados Unidos/ Alemania/ Sudáfrica, 2023)
Dirección: Moritz Mohr. Guión: Moritz Mohr, Arend Remmers y Tyler Burton Smith. Elenco: Bill Skarsgård, Jessica Rothe, Michelle Dockery, Brett Gelman, Isaiah Mustafa, Yayan Ruhian, Quinn Copeland, Andrew Koji, Sharlto Copley, H. Jon Benjamin. Producción: Sam Raimi, Stuart Manashil, Roy Lee, Alex Lebovici, Simon Swart, Dan Kagan, Wayne Fitzjohn y Zainab Azizi. Duración: 111 minutos.