Todo sobre mi Madre

La maternidad deforme y sus vicisitudes

Por Emiliano Fernández

Pedro Almodóvar ya había recorrido un extenso y atribulado periplo cuando recibió el tardío reconocimiento unánime de la crítica y el público internacional en ocasión de Todo sobre mi Madre (1999), no sólo la película representativa de la madurez por antonomasia dentro de su carrera o el film que efectivamente lo colocó entre los principales realizadores del planeta, como tantas veces se suele decir, sino también una especie de resumen de todas sus preocupaciones previas y por venir, algo que a su vez abarca las lágrimas, las risas y los grises intermedios, y quizás la amalgama perfecta de esos ingredientes que habían estado cocinándose a lo largo del tiempo a veces a fuego lento y en otras ocasiones con las llamas bien furiosas. Después de Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón (1980) y Laberinto de Pasiones (1982), un par de retratos en primera persona de aquella Movida Madrileña, el destape contracultural/ iconoclasta/ provocador posterior a la Dictadura Franquista (1939-1975) y paradigmático de la Transición Española a la Democracia (1975-1982), y de Entre Tinieblas (1983), un nunsploitation o ejemplo de cine de represión sexual en un convento que aún respetaba los lineamientos punks de las odiseas previas, Almodóvar entrega las dos películas cruciales de la primera etapa de su trayectoria y en esencia los trabajos de los que beberán las vertientes principales de su derrotero en general a futuro, el comentario social irónico y el melodrama de marco más o menos intimista, hablamos de ¿Qué he Hecho yo para Merecer Esto? (1984), mezcla del neorrealismo italiano con el costado más truculento de Roald Dahl y Truman Capote, y Matador (1986), thriller pasional convulsionado en el que las violaciones y los homicidios son moneda corriente. Así como La Ley del Deseo (1987), Tacones Lejanos (1991), La Flor de mi Secreto (1995) y Carne Trémula (1997) tomaron a Matador como modelo narrativo u horizonte espiritual, por su parte Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios (1988), ¡Átame! (1989) y Kika (1993) hicieron lo propio con ¿Qué he Hecho yo para Merecer Esto?, clásico de este grotesco terrorista de entrecasa según la concepción del amigo Pedro y su idiosincrasia siempre ambiciosa e inconformista.

 

La historia comienza centrándose en una enfermera argentina que trabaja en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, Manuela Echevarría (Cecilia Roth), la madre soltera de un hijo adolescente, Esteban (Eloy Azorín), al que engendró con el que fuera su esposo, un hombre también llamado Esteban aunque luego rebautizado Lola (Toni Cantó) porque después de un viaje a París se transformó en travesti, se puso tetas y abrió un puesto de bebidas en una playa popular de Barcelona, lo que derivó en diversas escenas de celos cruzados y la fuga de Manuela al enterarse de que estaba embarazada sin decirle nada al progenitor. El vástago muere atropellado en la noche de su cumpleaños número 17 a la salida de una función de Un Tranvía Llamado Deseo (A Streetcar Named Desire, 1947), de Tennessee Williams, al seguir debajo de la lluvia a la actriz que interpreta a Blanche DuBois, Huma Rojo (Marisa Paredes), quien salió rápido del teatro madrileño en cuestión junto a su pareja, Nina Cruz (Candela Peña), precisamente la encargada de componer en la ficción a la hermana de Blanche, Stella, a su vez casada con ese legendario Stanley Kowalski que en las tablas y la gran pantalla tuvo la anatomía de un jovencísimo Marlon Brando. A posteriori de un breve viaje a La Coruña para conocer desde la distancia al hombre que recibió el corazón de Esteban, trasplante de por medio, la protagonista regresa a Barcelona para encontrar al padre, un heroinómano y HIV positivo, y comunicarle el trágico suceso, no obstante se topa en cambio con otro travesti y trabajador sexual, Agrado (Antonia San Juan), un amigo de antaño que la pone en contacto con una monja que pretende marcharse a El Salvador, Rosa (Penélope Cruz), viajecito que por cierto se cancela cuando descubre que está embarazada y tiene SIDA por intimar con Lola, hoy por hoy desaparecida. Mientras Manuela comienza a trabajar para Huma sin contarle de su hijo, actriz que está con la también heroinómana Nina en Barcelona en la misma gira teatral, de a poco los secretos y los anhelos salen a la luz y la enfermera conoce a los padres de Rosa (Fernando Fernán Gómez y Rosa María Sardà), un hombre con Alzheimer y una veterana que se dedica a falsificar cuadros de Marc Chagall.

 

El mérito fundamental de Todo sobre mi Madre no pasa tanto por su impecable diseño de producción de corte kitsch y pop art a cargo de Antxón Gómez, trasfondo que ya se venía explorando desde Matador, La Ley del Deseo y sobre todo Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios, o por las exquisitas fotografía y música de Affonso Beato y Alberto Iglesias, respectivamente, sino por el control de Almodóvar de tres de los pivotes elementales de su cine, léase el desempeño actoral, los diálogos y el tono ciclotímico de la trama, siempre saltando con gracia entre el drama y la comedia: si bien Paredes y Cruz vienen a representar el presente y el futuro del manchego, es de hecho la estupenda Roth la que descuella como Echevarría y la que viene a ocupar el lugar simbólico de la “chica Almodóvar” inaugural, Carmen Maura, quien como la misma Cecilia acompañó al director y guionista en muchas de sus primeras aventuras contraculturales de los años 80, en este sentido los intercambios entre los personajes del film, como decíamos antes un factor muy importante en el acervo almodovariano por cierta dinámica teatral/ clasicista de las situaciones en materia de los enredos y los arcanos, no renuncian del todo a la desfachatez de los inicios profesionales pero se nota una solemnidad fatalista que nos retrotrae a Matador aunque sin llegar a ese nivel de penurias/ truculencias y asimismo escapando de la relectura más telenovelesca de Tacones Lejanos y La Flor de mi Secreto, ambas fascinantes y protagonizadas por Paredes pero excediéndose un poco en cuanto a eso de tomarse muy en serio a sí mismas de manera prematura, sin que estén completamente pulidos los resortes de la debacle del corazón o de la vida apesadumbrada y/ o errática, por ello mismo Todo sobre mi Madre llamó tanto la atención en su época ya que el realizador logró balancear por un lado la tendencia mordaz de su obra, vinculada a la desproporción, el delirio y las coincidencias inverosímiles, y por el otro lado la vertiente taciturna o más bien introspectiva que analiza las compulsiones e idas y vueltas identitarias de los personajes, sustrato melancólico de por medio que aquí por primera vez ofrece una redención al cien por ciento para las hermosas criaturas del relato.

 

Más allá de los exorcismos y autoreferencias de los que está llena la producción artística del director, su película de 1999 también lleva este asunto hasta la hipérbole porque no sólo recupera al personaje de la enfermera Manuela de La Flor de mi Secreto, allí interpretado por Kiti Manver, sino que incluso se apropia del título original en inglés y ese latiguillo de la asistente sospechosa de una actriz de renombre de La Malvada o Eva al Desnudo (All About Eve, 1950), de Joseph L. Mankiewicz, el motivo del amor lésbico sadomasoquista o condenado al fracaso de Las Amargas Lágrimas de Petra von Kant (Die Bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972), de Rainer Werner Fassbinder, y por supuesto aquel recurso del admirador obsesivo de una actriz que termina atropellado por un coche correspondiente a Noche de Estreno (Opening Night, 1977), joya suprema de John Cassavetes, amén de una alusión ocasional a Música para Camaleones (Music for Chameleons, 1980), de Capote, regalo de cumpleaños de parte de Manuela en función de la vocación literaria de Esteban, y todo el leitmotiv metadiscursivo en relación a la mítica puesta teatral de Williams y por añadidura su traslación cinematográfica de 1951 de Elia Kazan, excusa para profundizar en otras obsesiones del manchego como la intertextualidad, esa frontera difuminada entre la realidad y la ficción y el choque entre lo animalístico, hoy el mundo de los travestis, y el ecosistema social que fetichiza a la moral y la familia tradicional en términos occidentales, en Todo sobre mi Madre un enjambre femenino que reclama la utopía de la estabilidad burguesa pero el destino una y otra vez conspira en su contra. Almodóvar, aquí dedicándole la faena a la Bette Davis de La Malvada, la Gena Rowlands de Noche de Estreno y aquella Romy Schneider de la recordada Lo Importante es Amar (L’important c’est d’aimer, 1975), de Andrzej Zulawski, combina la cinefilia con el homenaje a la maternidad deforme, a sus vicisitudes, a la frustración existencial lorquiana y a su progenitora en especial, Francisca Caballero, fallecida en este mismo 1999 y núcleo conceptual de una reflexión acerca de la alegría y el dolor de convivir con otros seres humanos y de verlos marcharse de repente…

 

Todo sobre mi Madre (España/ Francia, 1999)

Dirección y Guión: Pedro Almodóvar. Elenco: Cecilia Roth, Marisa Paredes, Candela Peña, Antonia San Juan, Penélope Cruz, Rosa Maria Sardà, Fernando Fernán Gómez, Toni Cantó, Eloy Azorín, Carlos Lozano. Producción: Agustín Almodóvar y Pedro Almodóvar. Duración: 102 minutos.

Puntaje: 10