Canción del Sur (Song of the South)

La socialización mediante el relato

Por Emiliano Fernández

El cine como arte colectivo no se presta demasiado a formulaciones retóricas defensivas que alegan candidez ideológica cuando alguna barrabasada forma parte de una película, a diferencia de la literatura, la música u otras artes más volcadas a lo individual o solitario. El generoso volumen de involucrados en cada film garantiza que siempre alguien del equipo técnico o creativo pondrá el grito en el cielo por el trasfondo doctrinario de la odisea en cuestión, sea éste del tenor que sea, y por ello no existe inocencia o accidente o “buenas intenciones” que valgan y el máximo responsable es el productor, amén de asalariados de alto rango como el o los realizadores y el o los guionistas. Canción del Sur (Song of the South, 1946), opus del magnate Walt Disney que combina animación y live action, rubros respectivamente controlados por los directores Wilfred Jackson y Harve Foster, constituye un buen ejemplo de esto porque su sustrato extremadamente burdo a la hora de representar a los afroamericanos, más estereotipado condescendiente que racista o cruel, tiene que ver enteramente con una decisión comercial de parte del tremendo Walt, un tirano explotador y chauvinista de mierda, en materia de pasar por “ingenuo” ante los ojos de los espectadores norteños, por más que la esclavitud ya llevaba 81 años de abolida desde la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de 1865, y por “bribón” en lo que atañe al público sureño, ese siempre amigo de la supremacía blanca y la segregación poco sutil de entonces que de seguro se regocijó al ver que la epopeya transcurría en la llamada Etapa de la Reconstrucción (1865-1877), un período posterior a la Guerra de Secesión (1861-1865) consagrado a la reincorporación de los Estados sublevados de la Confederación, pero jamás lo aclaraba de manera explícita, planteo que implica que los negros que vemos en pantalla pueden considerarse esclavos por más que la plantación de turno resulte de lo más idílica o mentirosa, con una armonía etérea entre los amos blancos y aquella mano de obra oscura.

 

La película es una relectura sensiblera y melodramática para tontitos, típica del acervo del emporio de Mickey Mouse, de las historias del Tío Remus (Uncle Remus), un personaje ficticio que ofició de narrador a lo largo de nueve antologías, publicadas entre 1881 y 1948, de relatos folklóricos africanos e indígenas que fueron recopilados por un periodista blanco, Joel Chandler Harris, el cual efectivamente en estas cuasi fábulas comunales se dedicó a reproducir como podía el dialecto de los esclavos/ trabajadores de las plantaciones con el objetivo de ponderar la denominada posición de la “reconciliación” entre sur y norte en el período siguiente a la Guerra Civil, la citada Reconstrucción, una postura moderada y de base gatopardista que abogaba por un regreso a la etapa previa para que el capitalismo retome su cauce y se reemplace a la esclavitud por un segregacionismo no muy distinto. Basadas, como decíamos, en las palabras del negro veterano Remus y su obsesión con el personaje principal de sus cuentos, el Hermano Conejo (Br’er Rabbit o Brother Rabbit), un embaucador astuto que casi siempre chocaba con un par de rivales que deseaban comérselo, el inteligente Hermano Zorro (Br’er Fox alias Brother Fox) y el muy bobo Hermano Oso (Br’er Bear o Brother Bear), aquellas historias por un lado naturalizaban la presencia de los afroamericanos y les daban una voz válida, por su rol como “maestros de ceremonias” y/ o antihéroes concretos de cada episodio de la saga cíclica de las plantaciones, y por el otro lado se desentendían por completo de las otras dos posturas ideológicas predominantes durante la Reconstrucción, nos referimos por supuesto a la supremacía blanca, esquema que se extiende desde el infame Ku Klux Klan hasta la nueva derecha para retrasados mentales del Siglo XXI, y la lucha por una emancipación completa que genere una igualdad real de oportunidades entre todos los habitantes del país, quimera dentro de un sistema económico injusto que alcanza su apogeo en aquel movimiento por los derechos civiles de los años 60.

 

Disney en un primer momento le había encargado el guión a Dalton S. Reymond, un sureño racista que llenó el texto de clichés denigratorios para con los negros, por lo que contrató a Clarence Muse y después a Maurice Rapf para eliminar la terminología polémica, quienes a su vez propusieron una serie de diálogos que dignificaban a los morochos y aclaraban que todo transcurría durante la comodidad seudo pacificadora de la Reconstrucción, ya con los esclavos liberados, no obstante el productor también eliminó esos intercambios entre los personajes para no molestar a la white trash del sur de Estados Unidos, dando por resultado un film que no deja contento a nadie y caracterizado por negros obedientes y felices -y por ello cómplices pasivos de su opresión, cortesía de los caucásicos- a lo Tío Tom, el héroe de La Cabaña del Tío Tom (Uncle Tom’s Cabin, 1852), célebre novela de la blanquita Harriet Beecher Stowe. En la película todo gira alrededor de Johnny (Bobby Driscoll), un niño de siete años que se muda a la plantación en Georgia de su abuela (Lucile Watson) junto a su madre, Sally (Ruth Warrick), porque el padre del muchacho, John (Erik Rolf), teme por la vida de su familia a raíz de su labor como periodista. El mocoso extraña al progenitor y por ello pretende escaparse de noche para reencontrarse con él en Atlanta, momento en el que conoce al Tío Remus (James Baskett), un negro anciano que contándole una historia sobre el Hermano Conejo logra que desista de la fuga. Johnny pronto se hace amigo de un niño de tez oscura, Toby (Glenn Leedy), y una nena blanca pobre, Ginny Favers (Luana Patten), quien le regala un cachorro, Teenchy, que iba a ser ahogado por los hermanos malvados de la mocosa, Joe (Gene Holland) y Jake (Georgie Nokes). Sally le prohíbe a Johnny retener el animal y por ello el joven se lo pasa al Tío Remus, quien a su vez se gana amonestaciones de la hija de la matriarca/ dueña de la plantación por albergar al can y por llenarle la cabeza al crío con historias de picardía negra, en sí tercerizada mediante aquellos cuentos pueriles.

 

Canción del Sur, siempre controvertida por la actitud a la vez sumisa y sonriente de todos los negros, desde Remus y Toby hasta la cocinera del clan parasitario, la Tía Tempy (Hattie McDaniel), y la colección de trabajadores que cada mañana marchan cantando a sus faenas cotidianas como si nada, ya era algo mucho anacrónica y torpe en su época porque resulta evidente que el populismo de derecha siempre fue el marco ideológico de Disney y que este yugo utópico/ celestial no tendría gran aceptación que digamos ni siquiera en el sur, debido a su versión demasiado light del paternalismo blanco y la docilidad negra con pinceladas de clasismo y edadismo. La apología de la cultura folklórica oral, apuntalada en las secuencias animadas de El Hermano Conejo Gana un Dólar por Minuto (Br’er Rabbit Earns a Dollar a Minute), Bebé de Alquitrán (Tar-Baby) y El Lugar de la Risa (The Laughing Place), está bastante bien por más que la belleza de las ilustraciones originales de los libros de Harris muta en los trazos caricaturescos lelos de siempre de los productos de Disney, aquí con los tres segmentos orientados a moralejas que abarcan la protección del hogar, el no meterse en asuntos ajenos y el hecho de abrazar a la alegría y a la astucia para salir de encerronas del montón. Más estúpida e insensible que aburrida y por cierto bastante mal actuada, con la honrosa excepción de Baskett y Watson, la película no derrapa del todo gracias a su idea de defender la socialización mediante el relato, la pegadiza canción central de Allie Wrubel y Ray Gilbert, Zip-a-Dee-Doo-Dah, y la presencia de la violencia narrativa estándar de Walt, tanto simbólica como terrenal, hoy por ejemplo representada en el abandono del hijo, las burlas cruzadas, la posibilidad de ahogar a un cachorrito, las opciones asesinas que padece el Hermano Conejo, la escena de Ginny aterrizando en el lodo y desde ya aquel insólito y brutal desenlace, con Johnny siendo corneado por un toro cuando pretendía impedir que el Tío Remus se marchase de nuestra plantación ultra romantizada de la paz entre opuestos…

 

Canción del Sur (Song of the South, Estados Unidos, 1946)

Dirección: Wilfred Jackson y Harve Foster. Guión: Dalton S. Reymond, Maurice Rapf y Morton Grant. Elenco: James Baskett, Bobby Driscoll, Ruth Warrick, Luana Patten, Lucile Watson, Hattie McDaniel, Erik Rolf, Glenn Leedy, Mary Field, Anita Brown. Producción: Walt Disney. Duración: 94 minutos.

Puntaje: 5