Es durante la década del 90 de la centuria pasada cuando el artificio digital ingresa con toda su fuerza en el microcosmos del séptimo arte para hegemonizarlo en su faceta mainstream, desarrollo tecnófilo rimbombante que va desde El Abismo (The Abyss, 1989) y Terminator 2: El Juicio Final (Terminator 2: Judgment Day, 1991), ambas de James Cameron, pasa por La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 1991), de Gary Trousdale y Kirk Wise, y esa Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993), de Steven Spielberg, y desemboca en Toy Story (1995), de John Lasseter, y The Matrix (1999), de los por entonces hermanos Larry y Andy Wachowski, una época en la que asimismo se produce el vuelco desde el entretenimiento heterogéneo para adultos pensantes del pasado hacia el infantilismo monótono y necio de nuestros días, por ello dos componentes centrales del cine de antaño, léase la sensualidad y la violencia de marco gore, son higienizados o directamente desaparecen bajo un flamante puritanismo disfrazado de fantasía heroica repetitiva en la que todo resulta intercambiable ya que el mensaje muta en puro escapismo y la pantalla se llena de personajes castrados e inofensivos. Este es precisamente el contexto en el que Ridley Scott construye Gladiador (Gladiator, 2000) con la idea de patear el tablero y retrotraernos a los tiempos dorados del péplum o cine de espada y sandalia, aquellas décadas del 50 y 60, cuando efectivamente se produjeron una infinidad de películas de intrigas, romances y aventuras históricas alrededor de motivos bíblicos, la mitología griega y el derrotero en general de Mesopotamia, Egipto y aquella Antigua Roma en sus vertientes monárquica, republicana e imperial con la Guardia Pretoriana, para lo cual el opus del genial realizador británico recurrió a los CGIs aunque definitivamente en muchísima menor medida que, por ejemplo, El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring, 2001), épica de autodescubrimiento y fantasía de Peter Jackson, creada a partir de la novela homónima de 1954 de J.R.R. Tolkien, que junto con Gladiador fueron las responsables fundamentales de volver a despertar el interés de los grandes estudios -y de compañías productoras menores de todo el planeta- en torno a los relatos folletinescos sobre tiempos remotos, vicisitudes bélicas de variada envergadura, las confabulaciones palaciegas y por supuesto el infaltable “viaje del héroe” o monomito según la terminología del especialista estadounidense Joseph Campbell, sutil transformación identitaria de por medio que conduce hacia lo desconocido.
Scott, parte de la primera camada de directores que desde la publicidad ochentosa saltaron al séptimo arte, como Adrian Lyne, Hugh Hudson, Alan Parker y su hermano Tony Scott, conocía de primera mano las idas y vueltas de la industria y hacia mediados de la década del 90 estaba atravesando un período de sequía creativa después de dos fracasos de taquilla que lo fueron también en términos artísticos según la vara cualitativa muy alta del inglés, hablamos de Corazón de Héroes (White Squall, 1996), un drama juvenil de supervivencia estelarizado por Jeff Bridges, y Hasta el Límite (G.I. Jane, 1997), delicioso delirio sobre integración sexual en las Fuerzas Armadas con una Demi Moore rapada, trabajos que a su vez fueron precedidos por una colección de obras que puede dividirse entre la excelencia de Los Duelistas (The Duellists, 1977), Alien (1979), Blade Runner (1982), Leyenda (Legend, 1985) y Thelma & Louise (1991), la dignidad o corrección de Lluvia Negra (Black Rain, 1989) y 1492: Conquista del Paraíso (1492: Conquest of Paradise, 1992) y finalmente lo olvidable de Peligro en la Noche (Someone to Watch Over Me, 1987), una suerte de prima hermana en este aspecto de Corazón de Héroes y Hasta el Límite. El guión original había sido escrito por el también productor David Franzoni, señor responsable de Ciudadano Cohn (Citizen Cohn, 1992), de Frank Pierson, y Amistad (1997), de Spielberg, que se había inspirado en algunos elementos de Aquellos que Están a Punto de Morir (Those About to Die, 1958), libro de no ficción de Daniel P. Mannix acerca de los coliseos como franquicias deportivas, y la Historia Augusta (Siglo IV), antología anónima que recopila una treintena de biografías de emperadores romanos y usurpadores varios entre los años 117 y 284, todo para que lo escrito termine siendo revisado de lleno primero por guionistas subsiguientes, en concreto John Logan y William Nicholson, y luego por las propias estrellas durante el rodaje, ese Russell Crowe que interpreta a Máximo Décimo Meridio, un mortífero general hispanorromano al servicio del emperador Marco Aurelio (Richard Harris) pero con alma de agricultor insólitamente pacifista, y ese Joaquin Phoenix en la piel de Cómodo, vástago maquiavélico de Marco Aurelio que mata a su progenitor para asegurarse que el favorito del anciano, Máximo, no llegue a tomar posesión del trono en Roma, jugada que provoca el asesinato de la esposa y el hijo del general cuando se niega a rubricar a Cómodo después de una trifulca entre los romanos y las tribus germánicas en Vindobona, hoy Viena, Austria.
Como todo buen péplum que se precie de tal, la trama es sin duda microscópica y pasa por la metamorfosis del protagonista en aquel año 180 d.C. en gladiador al servicio de Antonio Próximo (Oliver Reed), quien lo compra en Zuccabar, una ciudad extinta en los confines de Argelia, luego de que unos traficantes de esclavos lo encontrasen llorando a su familia en su finca en la Hispania de antaño. Mientras se hace conocido en el norte de África como El Español y traba amistad con otro gladiador aunque de tez oscura y proveniente de Cartago, antigua metrópoli del actual Túnez, Juba (Djimon Hounsou), Cómodo por su parte recurre al senador Falco (David Schofield) para consolidar su poder e inicia una serie de masacres espectacularizadas/ juegos truculentos para el pueblo en el Coliseo organizados por Casio (David Hemmings), estrategia que paga cara no sólo porque vende las reservas de granos de Roma para financiarla, lo que implica que en dos años llegará la hambruna, sino también debido a que trae a la urbe imperial sin saberlo al propio Máximo, deseoso de venganza por la muerte de su esposa e hijo. Después de esquivar a la parca en tres ocasiones, primero en una recreación de la Batalla de Zama (202 a.C.), luego en un combate con un gladiador invicto, el Tigre de Galia (Sven-Ole Thorsen), y finalmente en una situación tramposa que involucra provocarlo con el óbito de los suyos, el natural de Trujillo accede a un complot político y castrense para derrocar a Cómodo bajo el halo del senador Graco (Derek Jacobi) y la hermana del tirano paranoico, Galeria Lucila (Connie Nielsen), la cual fue la amante juvenil de Máximo, tuvo un hijo llamado Lucio Vero (Spencer Treat Clark) y hoy resiste los embates incestuosos de Cómodo, quien por palabras inocentes del chiquillo descubre el intento de Golpe de Estado y decide luchar en la arena del Coliseo contra su adversario. Así como la óptica es típicamente hollywoodense, con todos los personajes basados en figuras verídicas salvo el protagonista y con una historia repleta de detalles cambiados desde la paradigmática “licencia creativa”, el apartado formal responde en un cien por ciento a Scott y su preciosismo en fotografía y apego a las cámaras lentas para determinados momentos de sadismo o tragedia, amén de la limitación de los CGIs al Coliseo, unas panorámicas del montón y algunas tomas centradas en tigres y el querido Reed, quien falleciese durante el rodaje de un infarto -en 1999 y a sus 61 años de edad, en medio de una disputa alcohólica con unos marineros británicos- y así obligase al equipo del film a recurrir al artificio digital.
Apelando al arquetipo del antihéroe martirizado en pos de justicia/ venganza y a la misión complementaria de mantener con vida un legado moral vinculado a la fortaleza, el honor, la humildad y la hidalguía, ejes de lo que más adelante sería el código medieval de caballería junto con la lealtad a un soberano que en este caso es Marco Aurelio, la propuesta por un lado retoma con maestría los puntos cardinales del péplum, nos referimos al melodrama, la gesta de aventuras, el thriller político y la faena de acción y/ o deportes, y por el otro lado recupera a aquellos protagonistas de Espartaco (Spartacus, 1960), de Stanley Kubrick, y Calígula (1979), opus de Tinto Brass, respectivamente en la anatomía de Kirk Douglas y Malcolm McDowell, para nuestro esclavo sublevado y nuestro dictador enamorado de su hermana, además de un homenaje a la célebre escena de la carrera de cuadrigas de Ben-Hur (1959), de William Wyler, y una influencia más que evidente en lo que atañe al relato y los planteos narrativos contextuales de La Caída del Imperio Romano (The Fall of the Roman Empire, 1964), la recordada odisea de Anthony Mann. Una característica muy propia de Gladiador, que explica su vigencia y popularidad en el Siglo XXI e incluso la diferencia de los exploitations descerebrados que la sucedieron, es su riqueza discursiva de la mano de una pluralidad de nociones y cuasi aforismos en diálogos, en este sentido pensemos cómo se preocupa por retratar detalladamente los recursos de la política (esa paciencia a la espera de que se acumulen más enemigos que amigos en el bando del oponente y una autonomía equiparada a la conquista del vulgo vía pirotecnia baladí) y de la resistencia ideológica (la ética militar, el trabajo grupal, la desobediencia ante el poder y la templanza para esquivar las provocaciones aparecen como garantías de supervivencia y contraataque eficaz). Scott nos regala un gran desempeño de todo el elenco, con el ampuloso Crowe de Los Ángeles al Desnudo (L.A. Confidential, 1997), de Curtis Hanson, y El Informante (The Insider, 1999), de Michael Mann, a la cabeza, y administra desde una misma astucia las escenas de acción y las intrigas imperiales, en esencia homologando tácitamente a las carnicerías del circo romano con las de Hollywood, ambas orientadas a satisfacer a un pueblo voluble, amnésico y tonto que las financia mediante el erario público y la taquilla, por ello los que gobiernan con el miedo o con la intimidación ven conspiraciones por todos lados ya que no atesoran el respeto de la plebe ni forma alguna de escabullirse de sus propias cobardía y mediocridad…
Gladiador (Gladiator, Reino Unido/ Estados Unidos/ Marruecos/ Malta, 2000)
Dirección: Ridley Scott. Guión: David Franzoni, John Logan y William Nicholson. Elenco: Russell Crowe, Joaquin Phoenix, Connie Nielsen, Oliver Reed, Richard Harris, Derek Jacobi, Djimon Hounsou, David Schofield, John Shrapnel, David Hemmings. Producción: David Franzoni, Branko Lustig y Douglas Wick. Duración: 171 minutos.