La Última Corista (The Last Showgirl)

Edadismo prostibulario en Las Vegas

Por Emiliano Fernández

Gian-Carla “Gia” Coppola es la nieta de Francis Ford Coppola y la hija del vástago mayor del director de El Padrino (The Godfather, 1972), Gian-Carlo “Gio” Coppola, hermano de Roman y Sofia Coppola y un muchacho que había tenido algunos cameos y había trabajado en calidad de productor asociado y director de segunda unidad en realizaciones de su padre de los años 70 y 80 hasta que en 1986 fallece con apenas 22 años de edad en un accidente de lancha, cuando viaja junto a un tal Griffin O’Neal que pilotaba el bote bajo el efecto de drogas y pretendió pasar entre dos barcos que estaban unidos por un cable de remolque, detalle no percibido que le costó la vida de manera espantosa a Gian-Carlo, golpeado por el cable a la altura de la cabeza y arrojado hacia la cubierta de metal, mientras filmaba otra propuesta de su progenitor, Jardines de Piedra (Gardens of Stone, 1987), rol que terminaría siendo interpretado por Elias Koteas, el reemplazante de turno. Como sus dos tíos, Sofia y Roman, artífices de extensas carreras empezando por Las Vírgenes Suicidas (The Virgin Suicides, 1999) y CQ (2001), respectivamente, Gia con el transcurso del tiempo seguiría la tradición familiar -muchas acusaciones de nepotismo de por medio por parte de la prensa y el público, infaltables dentro del clan Coppola- y dirigiría dos películas francamente bobas o intrascendentes que fueron directo al olvido, Palo Alto (2013), un retrato de adolescentes en modalidad autodestructiva, y Mainstream (2020), intento muy deslucido de sátira acerca de la fama en el ecosistema de la virtualidad y las redes sociales insufribles del Siglo XXI.

 

Su tercera y flamante propuesta, La Última Corista (The Last Showgirl, 2024), no sólo es la mejor película de Coppola, lo que por cierto no es mucho decir ya que las dos anteriores efectivamente eran lamentables, sino además una intentona desesperada primero en pos de ser considerada una “autora” dentro del mundillo del séptimo arte, muy en línea con Sofia y su abuelo, y segundo destinada a revalorar a una figura que Hollywood jamás tomó en serio en términos actorales, Pamela Anderson, ícono erótico trash de la década del 90 que hoy cuenta con 57 años y ha venido experimentando una suerte de “humanización” de la mano de Pam & Tommy (2022), la excelente miniserie de Robert Siegel para Hulu, y Pamela Anderson: Una Historia de Amor (Pamela: A Love Story, 2023), documental asimismo biográfico de Ryan White para Netflix. Para el grueso de los espectadores Pamela siempre estará vinculada a su rol de enfermera hot en el videoclip de Marty Callner de Blind Man, gran balada de Aerosmith correspondiente al álbum recopilatorio Big Ones (1994), y por supuesto a sus intervenciones en las series Baywatch, en 110 episodios emitidos entre 1992 y 1997, y V.I.P., en esta oportunidad para 88 episodios entre 1998 y 2002, no obstante otro segmento del público -también voluminoso- la tendrá presente por su debacle profesional en ocasión de Barb Wire (1996), desastrosa película de David Hogan con la misión tácita de convertirla en estrella de acción, y la masificación de un video pornográfico robado en 1995 de la mansión de su marido de entonces, Tommy Lee, el baterista de Mötley Crüe.

 

La Última Corista gira alrededor de Shelly Gardner (Anderson), de hecho una bailarina de mediana edad en un show picaresco de revista en un casino y hotel de Las Vegas que entra en crisis cuando el productor central, Eddie (Dave Bautista), le informa que el espectáculo en cuestión, Le Razzle Dazzle, será reemplazado por otro más osado debido a una sostenida merma en la venta de entradas. Luego de tres décadas de trabajar en el mismo lugar, Shelly no puede jubilarse porque el dinero ganado fue mínimo y para colmo toda su concepción acerca de la “dignidad selectiva” laboral se viene abajo, siempre considerando a Le Razzle Dazzle como un sinónimo de glamour​ y a los demás shows eróticos como denigrantes o vinculados a la pornografía, por ello un par de colegas bailarinas que la ven como un alma materna, Mary-Anne (Brenda Song) y Jodie (Kiernan Shipka), comienzan a buscar trabajo en el circuito de strip clubs para no terminar como la mejor amiga de Gardner, Annette (Jamie Lee Curtis), bailarina veterana que fue expulsada de Le Razzle Dazzle años atrás y hoy apenas sobrevive como camarera de cócteles, un trabajo intermitente que no alcanza para cubrir su alcoholismo y su adicción al juego. La inseguridad psicológica de Shelly se ve incrementada por la súbita reaparición de Hannah (Billie Lourd), hija adolescente de la mujer a la que abandonó para privilegiar su carrera, por ello la chica, próxima a saltar desde el colegio secundario a la universidad y deseosa de asistir a Le Razzle Dazzle, le refriega en el rostro su hipocresía moral ultra yanqui y el dejo prostibulario tradicional del espectáculo.

 

Resulta difícil determinar qué lugar ocuparía el opus de Coppola dentro de la esperpéntica trayectoria de Anderson, una ex diva que había probado suerte en el camp todo terreno de Almas Desnudas (Naked Souls, 1996), de Lyndon Chubbuck, Scary Movie 3 (2003), de David Zucker, Superhéroes: La Película (Superhero Movie, 2008), de Craig Mazin, Dos Rubias muy Rubias (Blonde and Blonder, 2008), del dúo de Dean Hamilton y Bob Clark, y Baywatch (2017), anodina adaptación cinematográfica del producto noventoso a cargo de Seth Gordon, y también en este mismo ámbito de una pretendida “seriedad” que tampoco nos privó de bodrios que no vio casi nadie como por ejemplo El Jardín del Pueblo (The People Garden, 2016), de Nadia Litz, El Instituto (The Institute, 2017), de James Franco y Pamela Romanowsky, y Sola de Noche (Alone at Night, 2022), de Jimmy Giannopoulos, obras en las que aparentemente pretendía convertirse en una scream queen tracción a cuasi cameos. En todo caso La Última Corista viene a tachar el último casillero disponible en el derrotero de Pamela, el del indie cercano a John Cassavetes y Robert Altman, una comarca insólita tratándose de ella pero con un contenido acorde con su experiencia de vida ya que el edadismo y la cosificación libidinosa son dimensiones de la discriminación intra show business que conoce muy bien, de allí que por momentos el convite se parezca a una biopic simbólica que nos pasea por sus diferentes estados emocionales en sintonía con la ilusión, la paranoia, la incomodidad, la prepotencia y la confusión ante el ocaso laboral inventado.

 

Coppola, aquí trabajando a partir de un guión de la debutante Kate Gersten, libretista con bastante experiencia televisiva, vuelve a entregar una propuesta despareja que se siente un tanto incompleta o repetitiva a nivel dramático y sin muchas ideas visuales más allá de cierta fotografía noventosa que la va de lírica e intimista, sin embargo ello no arruina el hecho de que el film explora de manera más o menos indirecta temáticas candentes como el fariseísmo burgués alrededor del rubro laboral sexual cuando en realidad es una tarea como cualquier otra que también involucra fuerza de trabajo, el patetismo femenino de la coraza artificial reluciente que esconde un núcleo de vulnerabilidad o de dignidad maltrecha por belleza venida a menos, la presencia de un porno digital omnipresente que reemplaza al show erótico en vivo de antaño y por supuesto esa destrucción y ese destino miserable de la clase obrera desde los años 70 y 80 mediante la sustitución del trabajo por la especulación y la lenta desaparición del rubro servicios a raíz de la automatización digital y los algoritmos de Internet, amén de tópicos más atemporales como la disfunción familiar, la decadencia profesional en términos cualitativos y la obsesión para con valores éticos superficiales que no se condicen para nada con la realidad y un pragmatismo cada día más cruel. Muy lejos de la valentía de backstage de Showgirls (1995), de Paul Verhoeven, y con algo del tono melancólico/ autoindulgente de Adiós a Las Vegas (Leaving Las Vegas, 1995), de Mike Figgis, La Última Corista sufre mucho por la rauda comparación con dos obras maestras recientes sobre el edadismo artístico y los sueños de este lumpenproletariado prostibulario, hablamos de La Sustancia (The Substance, 2024), de Coralie Fargeat, y Anora (2024), de Sean Baker, en este sentido el primer rol potable de Anderson y su primera obra interesante exuda buenas intenciones aunque no llega ni remotamente al nivel de El Luchador (The Wrestler, 2008), una joya de Darren Aronofsky con Mickey Rourke que evidentemente funciona como horizonte discursivo -o más bien realización espejo- a ojos de la directora y su guionista. Pamela en general abandona el maquillaje y está perfecta regalándonos una sesión de masoquismo vía autoengaño y mucho glamour​ fetichizado que se cae a pedazos por las injusticias del capitalismo del mundo del espectáculo y una tanda de mediocridad en primera persona por parte de nuestra Gardner/ Anderson, a decir verdad sin demasiado para ofrecer por fuera de su “encanto” o dos tetas de plástico, no obstante la actriz en algunas ocasiones exagera la angustia ciclotímica del personaje -no muy querible que digamos por su irresponsabilidad materna, como decíamos antes- y en suma termina siempre opacada cuando está en escena la maravillosa Jamie Lee Curtis, efectivamente la protagonista de la mejor secuencia del film cuando baila en soledad arriba de una tarima del casino esa power ballad Total Eclipse of the Heart, himno de Bonnie Tyler del disco Faster Than the Speed of Night (1983), colaboración con el querido Jim Steinman como productor y compositor…

 

La Última Corista (The Last Showgirl, Estados Unidos, 2024)

Dirección: Gia Coppola. Guión: Kate Gersten. Elenco: Pamela Anderson, Jamie Lee Curtis, Dave Bautista, Kiernan Shipka, Brenda Song, Billie Lourd, Linda Montana, John Clofine, Giovani L. DiCandilo, Jason Schwartzman. Producción: Gia Coppola, Natalie Farrey y Robert Schwartzman. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 6