Eddington

La polarización irreversible

Por Emiliano Fernández

Así como las dos primeras películas de Ari Aster, El Legado del Diablo (Hereditary, 2018) y Midsommar (2019), hicieron pie en el terror de cadencia esotérica y la descomposición familiar y romántica, sus dos trabajos siguientes, Beau Tiene Miedo (Beau Is Afraid, 2023) y Eddington (2025), bebieron fuertemente de la parodia social de alcance surrealista y una masculinidad cuyos ideales están en crisis pero sin que exista en el horizonte reemplazo alguno, especialmente de parte de una feminidad también esperpéntica. Este último film del realizador estadounidense, con un título que remite al astrofísico, matemático y filósofo británico Arthur Stanley Eddington y específicamente a la localidad ficticia del Estado de Nuevo México donde transcurre la historia, es un trabajo particularmente ambicioso que se ubica muy por encima del promedio cualitativo y conceptual del Siglo XXI, algo de por sí muy valioso, sin embargo arrastra algunos problemas en cuanto a su duración excesiva, un tono demasiado heterogéneo, la acumulación de temáticas interesantes que se pierden un poco en el desarrollo y la falta de verdaderos momentos de tensión hasta el último acto, ya muy avanzado este metraje de casi dos horas y media en total. El contexto histórico de la trama, a la vez anárquica e hipnótica, es explícitamente tan importante como lo que sucede, hablamos del mes de mayo de 2020, época caracterizada por la primera presidencia del payasesco Donald Trump (2017-2021), la criminalización de los inmigrantes y todo lo que no sea caucásico, anglosajón y protestante, el crecimiento por revote del movimiento de extrema izquierda conocido como Antifa, en esencia un colectivo ecléctico de anarquistas, comunistas y socialistas que adoran enfrentarse contra la lacra neofascista y capitalista, el asesinato del 25 de mayo de 2020 del afroamericano George Floyd por parte del policía blanco Derek Chauvin, la andanada de protestas locales que llevaron a internacionalizar el eslogan Black Lives Matter/ Las Vidas Negras Importan, ya utilizado desde el año 2013, y finalmente la pandemia del coronavirus (2020-2023), debacle que generó el choque entre un Trump que minimizaba el asunto y muchos gobernadores que decretaron cuarentenas, distanciamiento entre personas, cancelación de eventos y aquel uso obligatorio del barbijo.

 

Eddington combina el neo western, el thriller político, la citada sátira, el drama familiar, el film noir, el cine de acción, la comedia negra, el grotesco e incluso el terror tácito bucólico a medida que el panorama se oscurece hasta llegar a un remate -ametralladora gigantesca incluida- que unifica a puro delirio la soledad del marshal Will Kane (Gary Cooper) en los últimos minutos de A la Hora Señalada (High Noon, 1952), la obra maestra antimacartista de Fred Zinnemann, y la cruzada igualmente ascética del veterano de la Guerra de Vietnam en la piel de Sylvester Stallone durante las postrimerías de Rambo (First Blood, 1982), ese clásico de Ted Kotcheff ubicado en el extremo ideológico opuesto, el reaganismo de corte militarista y siempre inmundamente neoliberal/ especulador/ antiindustrial/ hambreador. El antihéroe es Joe Cross (Joaquin Phoenix, en una actuación en sintonía con el masoquismo de Beau Tiene Miedo), sheriff del Condado de Sevilla perteneciente a Eddington que sufre de asma y eventualmente decide presentarse como candidato para alcalde por una extensa seguidilla de disputas con el mandamás político en funciones, Ted García (Pedro Pascal), quien busca su reelección, está alineado con el gobernador demócrata de Nuevo México y se dejó comprar por la neooligarquía tecnológica permitiendo la construcción en Sevilla de un “centro de datos” que consumirá muchísima energía y muchísima agua por sus sistemas de refrigeración, dos recursos siempre escasos en el desierto. Luego de un par de conflictos con García, dueño además de un bar, por un vagabundo que le roba bebidas, Lodge (Clifton Collins Jr.), y debido a la negativa del sheriff al uso de barbijos porque afectan su libertad de elección y afirma no poder respirar con ellos, Cross empieza una campaña electoral muy agresiva ayudado por sus dos auxiliares en la fuerza, el blanquito Guy (Luke Grimes) y el negro Michael (Micheal Ward), mientras ocurre el homicidio de Floyd, todos en Eddington se la pasan filmándose mutuamente con celulares cual escrache infinito, llegan militantes armados de Antifa y los caucásicos encaran protestas embanderados en la consigna Black Lives Matter o citando a los indígenas cuyas tierras fueron robadas por los colonos y sus gobiernos, en el enclave de turno nada menos que España y México antes que los gringos.

 

Aster jamás se queda quieto por mucho tiempo ni se conforma con lo planteado debido a su propensión a seguir y seguir apilando tópicos candentes tanto en el círculo íntimo de Cross, en especial su suegra ultra fanática de las conspiranoias derechosas modelo QAnon, Dawn (Deirdre O’Connell), y su esposa con problemas mentales/ sexuales y adepta a las muñecas y esculturas un tanto tenebrosas, Louise (Emma Stone), por cierto dos mujeres con las que convive, como en regiones sociales más alejadas que en pantalla tienen por núcleo a Brian (Cameron Mann), un adolescente de Sevilla cuyo mejor amigo es el hijo del alcalde, Eric (Matt Gómez Hidaka), muchacho que a su vez le roba su interés romántico, Sarah (Amélie Hoeferle), una influencer rubia y muy linda de izquierda volcada a la justicia social que trata infructuosamente de convencer al policía afroamericano, Michael, para que se sume a las protestas callejeras. La vertiente romántica del relato no se queda en el triángulo de los púberes, con los dos críos simulando interés en la militancia de Sarah para acercársele, sino que asimismo abarca el estallido del matrimonio del sheriff cuando su esposa lo abandona por el caudillo de una secta de lunáticos fascistoides de la desinformación y los embustes, Vernon Jefferson Peak (Austin Butler), porque Joe postea en redes un video en el que acusa a García de haber abusado sexualmente de Louise cuando tenía 16 años al punto de dejarla embarazada, obligarla a abortar y arruinarle su psiquis para siempre. El sheriff se aparece en una recaudación de fondos del alcalde por una queja a raíz de ruidos molestos y termina abofeteado ante la mirada atónita de los presentes, lo que le provoca un colapso nervioso y lo lleva primero a matar a Lodge, baleado mientras robaba alcohol en el bar de Ted y luego arrojado a un río, y segundo a asesinar con un rifle a García y su vástago, pronto eje de una disputa de jurisdicciones gracias a un tal Butterfly Jiménez (William Belleau), oficial de policía de la tribu pueblo, que considera que el crimen ocurrió en tierras de la reserva. Joe, aliado con el racista Guy, incrimina a Michael para desviar la atención de Jiménez en los momentos previos a un ataque/ invasión de Antifa, movida que implica inventarle celos al negro por el vínculo entre Eric y Sarah y “plantarle” en su patrulla un reloj sustraído a Ted.

 

Se podría aseverar que en gran medida el director, guionista y productor se pega un tiro en el pie a conciencia porque ofrece una película profundamente estadounidense aunque desde una mentalidad europea enrevesada, en esencia traicionando a ambos modelos de público porque el mundillo arty no comprenderá el cúmulo de referencias a problemas, desvaríos e idiosincrasias locales y el espectador mainstream promedio, equiparado a los yanquis, no conectará con el ritmo mayormente pausado, las excentricidades de la propuesta y el clímax demasiado tardío y desconcertante, incluida esa alusión hiper sarcástica a El Joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939), convite olvidado de John Ford con Henry Fonda como el futuro presidente estadounidense que aquí es parodiado por lo bajo ya que todas esas “buenas intenciones” del abogado protagónico, quien salva a dos hermanos de ser linchados por una multitud para que se transformen en su primer caso de relevancia, Matt (Richard Cromwell) y Adam Clay (Eddie Quillan), en Eddington ofician de contrapeso utópico de la colección de mentiras y crímenes de otro aspirante a político, Cross, un conservador sui generis que se hunde en eslóganes bobos, campañas ineficaces de odio y una generosa incapacidad a la hora de hacerse respetar o expresarse como un ser humano normal, idiotez que funciona de espejo de la imbecilidad del grueso de la nueva derecha filonazi -y de sus votantes o trolls del ámbito digital- al mismo tiempo que la izquierda woke inofensiva también derrapa en el ridículo, en el film representada en simultáneo por farsantes como Eric y Brian, este último después reconvertido en un influencer conservador, y desde ya por el corrupto García, que como todo cipayo “vende” entre el vulgo la instalación de compañías caníbales afirmando que ello es sinónimo de progreso, y por la sermoneadora Sarah, otra de esas privilegiadas que militan causas ajenas -negros, latinos, aborígenes, inmigrantes, etc.- que operan sobre la culpa del hombre blanco y nunca generan cambio valioso alguno debido a su costumbre de centrarse sólo en reclamos sectoriales/ de minorías dejando de lado los padecimientos económicos y socioculturales de las mayorías del lumpenproletariado y la baja burguesía, quienes se transforman en votantes de los fascistas a pura frustración u orfandad política.

 

La primera mitad de la película, esa que cubre todo lo acontecido hasta el incremento de una conflictividad que se traslada de lo nacional urbano hacia lo rural, recupera chispazos de Robert Altman, David Lynch, los hermanos Joel y Ethan Coen, Roman Polanski y Paul Thomas Anderson y explora temáticas como el salto hacia la política de los empresarios y los miembros del aparato represivo, el rol contaminante de la mafia tecnológica y sobre todo la inteligencia artificial, toda esa mediocridad de las ciudades pequeñas, la psicopatía cruzada durante la pandemia del COVID-19, la desobediencia civil, el surgimiento de esta nueva derecha oligofrénica y oportunista, la militancia tantas veces farsesca o impostada de nuestros días y la claustrofobia en determinadas familias, vecindarios, vínculos románticos e ideologías de la más variada envergadura en función de la incapacidad de sacar la cabeza de la burbuja -o del propio culo, si queremos utilizar una metáfora anal- para considerar la opinión del prójimo o diferente, con el que sí o sí debemos convivir porque los tiempos de los genocidios como soluciones mágicas a problemas reales quedaron en el pasado. La segunda parte, como decíamos antes, abre considerablemente el abanico retórico de fondo y se lanza hacia una multitud de cuestiones y motivos argumentales complementarios, desde la tendencia hoy mayoritaria a lavarse las manos cuando aparece la crisis, o a directamente responsabilizar al otro juzgado como “competencia”, hasta la hipocresía en casi todas las causas defendidas por los sectores medios y altos de la población, la búsqueda patética de gurúes o panfletos new age del universo discursivo que sea, la ausencia generalizada de escrúpulos en redes sociales, la violencia latente en todos los intercambios del Siglo XXI, la corrupción institucional tanto en el enclave público/ estatal como privado/ empresario, la paranoia terrorista y conspirativa en yanquilandia, el rol de los cultos fundamentalistas en el armazón colectivo de la manipulación y finalmente ese costado paradójico o irónico de la vida que nos hace pagar cada una de nuestras decisiones de las maneras más imprevistas y por lo general menos honrosas, más dolorosamente denigrantes, en este sentido el destino terminal del personaje de Phoenix, ya paralizado, constituye un buen ejemplo al respecto.

 

Quizás es ese desenlace, con Joe transformado en un títere de una Dawn maquiavélica, el que mejor sintetiza una de las dos ideas rectoras de Aster, hablamos primero de la nación estadounidense quedando en manos del execrable Trump -como les pasó a los brasileños con Jair Bolsonaro o les sucede a los argentinos con Javier Milei- y segundo del choque actualizado en términos macros entre derecha e izquierda, aquí con una rama o célula de Antifa invadiendo Eddington a posteriori de lo que se percibe como un Golpe de Estado en la comarca por parte del sheriff de simpatías republicanas contra el alcalde demócrata, más una operación de falsa bandera ya que Cross en un primer momento -antes de incriminar a Michael por la intervención de Jiménez- efectivamente simula en el hogar de García una embestida de Antifa. El cineasta norteamericano no propone soluciones, evita posicionarse en un cien por ciento a favor o en contra de alguna ideología, detalle que enmascara cierto cinismo facilista, y opta en cambio por señalar los absurdos detrás de cada bando porque el atolladero de la actualidad es producto de la acción, inoperancia y/ o apatía de todos, desde el ecosistema político y la lacra chupasangre capitalista hasta los medios de comunicación y esos tibios del montón de las patrias abúlicas de hoy en día, en este sentido la polarización en pantalla se nos aparece como irreversible o caricaturesca o pesadillesca o tal vez tan surrealista y confusa como la “guerra civil” del último acto entre Joe y los francotiradores de izquierda en las sombras. El film trabaja bien el contraste entre la vulnerabilidad del protagonista (la esposa loquita, el asma, sus muchas inseguridades y un posible contagio de coronavirus, precisamente por necio y no usar barbijo) y esa enorme ambición política que le despierta de repente aunque no por vocación verdadera o doctrina concreta a defender sino por desprecio, justo como suele ocurrir entre la fauna de derecha del nuevo milenio (a la candidatura en sí se suma el triple asesinato, dos por venganza y el primero para sacarse de encima el vagabundo, un pobre odioso en la tradición de Luis Buñuel). El miedo y la verdad fragmentada se mezclan con una angustia de larga data y una tecnofilia de celulares consagrados al narcisismo, el morbo o una denuncia crónica banal que deriva en sadismo…

 

Eddington (Estados Unidos/ Finlandia, 2025)

Dirección y Guión: Ari Aster. Elenco: Joaquin Phoenix, Pedro Pascal, Emma Stone, Austin Butler, Luke Grimes, Deirdre O’Connell, Micheal Ward, Cameron Mann, Amélie Hoeferle, Clifton Collins Jr. Producción: Ari Aster, Lars Knudsen y Ann Ruark. Duración: 149 minutos.

Puntaje: 8