Macon County Line

La injusticia bucólica

Por Emiliano Fernández

Para comprender el régimen expresivo del cine de la década del 70 es necesario trazar una mínima historia de sus versiones previas, lo que implica retrotraernos hasta los comienzos del séptimo arte, disciplina que nace en plena libertad o mejor dicho, atada a los preceptos socioculturales un tanto salvajones de finales del Siglo XIX y comienzos de la centuria siguiente. Todo cambia cuando Hollywood adopta el Código Hays (1934-1968), un sistema de autocensura por parte de los estudios estadounidenses que repercute fuertemente en el conservadurismo del período de aplicación y no sólo en yanquilandia porque muchísimas cinematografías nacionales del globo pueden haber sido más osadas en lo que respecta a su representación del sexo, la violencia y esa ilegalidad impune aunque honestamente no mucho más, típica alineación cultural planetaria dispar previa a la globalización de finales del Siglo XX. Con el advenimiento del hippismo, la contracultura y los movimientos por los derechos civiles, surge durante la década del 60 un nuevo patrón expresivo más valiente que recupera -en ocasiones sin siquiera saberlo- algunos postulados de la etapa muda con vistas a empezar a filmar de nuevo en las ciudades y el campo y dejar atrás la claustrofobia artificialoide de los sets de rodaje, gran fetiche del grueso de los años correspondientes al Código Hays. Es durante aquellos 70 cuando termina de desarrollarse una Clase B muy profesionalizada que suele ofrecer las “emociones fuertes” que el mainstream le niega al público, no obstante el indie y la gran industria solían pisarse porque esta última captaba a un montón de artesanos del otro bastión y asimismo producía obras de quiebre dentro de la corriente denominada Nuevo Hollywood, cuyos responsables en su mayoría habían dado sus primeros pasos en términos artísticos en el exploitation o cine de explotación apuntado, una tierra de libertad que a su vez probaría ser transitoria porque con el arribo de los 80 la maquinaría del marketing y de las juntas de ejecutivos del neoliberalismo reemplazaría a la vieja dictadura de los magnates del Hollywood Clásico y de su reformulación nihilista de los 70, esa que nos ocupa y cuya sombra se siente en un Siglo XXI sin el talento de antaño.

 

Sin duda alguna ambas vertientes tuvieron una infinidad de variedades o ramas, hablamos del exploitation de los años 60, más kitsch e involuntariamente gracioso por su ingenuidad homologada al ascenso de la juventud como nicho suculento del mercado capitalista, y el cine de explotación de los 70, como decíamos antes cercano al pesimismo fatalista porque estaba obsesionado con la derrota en la Guerra de Vietnam, el Escándalo Watergate, la Crisis del Petróleo de 1973, la reconversión del pacifismo en militancia política armada y sobre todo la contraofensiva fascista de las elites de Washington D.C. y todos sus esbirros del aparato represivo, quienes con Richard Nixon a la cabeza no querían un gobierno de izquierda en Estados Unidos, no obstante una de las subdivisiones del under de género que más se suele pasar por alto cuando se traza una historiografía del rubro es la del docudrama, una corriente que fue furor en los autocines del norte y en las salas especializadas del resto del planeta y que solía incluir ingredientes extraídos del documental y el film noir de las décadas del 40 y 50 como por ejemplo placas aclaratorias iniciales/ finales, algún locutor en off, una fotografía seca pero meticulosa, alguna que otra entrevista y un desarrollo también pausado símil crónica roja. Uno de los trabajos menos recordados aunque más eficaces del docudrama es Macon County Line (1974), obra dirigida por Richard Compton y escrita por el susodicho más el productor y protagonista de turno, Max Baer Jr., que afirma falsamente estar basada en hechos reales -quizás la característica esencial del formato- dentro de una jugada publicitaria modesta que la vincula muchísimo más a Jackson County Jail (1976), trabajo espiritualmente similar de Michael Miller, que a la pompa documentalista de The Legend of Boggy Creek (1972) y The Town That Dreaded Sundown (1976), ambos films de Charles B. Pierce, y al proto slasher de The Texas Chain Saw Massacre (1974), de Tobe Hooper, estas dos últimas sí lejanamente inspiradas en crímenes verídicos porque The Town That Dreaded Sundown se basaba en los Asesinatos de Texarkana de 1946 y la maravilla de Hooper en las andanzas de Ed Gein, aquel necrófilo, ladrón de tumbas y presunto homicida.

 

Macon County Line transcurre en 1954 y nos presenta dos ecosistemas argumentales en paralelo que chocan trágicamente sobre todo en las postrimerías del relato, primero el del oficial de policía Reed Morgan (Baer), sujeto que no quiere a los negros, está casado con Carol (Joan Blackman) y es padre del pequeño Luke (Leif Garrett), a quien pretende pasar a buscar por una escuela militarizada para regalarle un rifle y salir a cazar juntos, y aquella otra trama centrada en los hermanos Dixon, Chris (Alan Vint) y Wayne (Jesse Vint, de hecho hermano de Alan), dos delincuentes de poca monta de Chicago, Illinois, que están a punto de reingresar al ejército para evitar una condena de prisión de Chris de tres años y por ello disfrutan de sus últimos días de libertad mediante un periplo en coche que los lleva a pasar por Nueva Orleans, Louisiana, donde se acuestan con una prostituta (Jan Green) y deben escapar antes de que llegue su marido/ proxeneta (John DeMattio), y por ese Macon County del título, localidad campestre del Estado de Georgia donde se rompe la bomba de combustible del automóvil y no tienen el dinero suficiente para cambiarla porque en Nueva Orleans les remolcaron el vehículo y tuvieron que pagar 21 dólares para recuperarlo. Luego de huir sin abonar un desayuno en un restaurant del camino y atar con cadenas un par de patrullas de policía para evitar la persecución, nuestros hermanos quedan atrapados en el condado en cuestión con una autoestopista de Dallas, Texas, Jenny Scott (Cheryl Waters), que inicia un affaire con Chris y viene se sufrir acoso sexual en un bar donde trabajaba cuando todavía era menor de edad. Dos sujetos en la tradición de In Cold Blood (1967), de Richard Brooks, Lon Hawkins (Timothy Scott) y Elisha Gibbons (James Gammon), se meten de noche en el domicilio de los Morgan para robar algunas pertenencias y violar y matar a Carol, por ello cuando Reed llega al lugar con su vástago confunde a los hermanos Dixon, los cuales habían estacionado cerca en los momentos posteriores al crimen, con los responsables, quienes habían sido apresados por otro cruel uniformado, Bill (Sam Gilman), luego de que matasen a su compañero durante un control de rutina por luces traseras rotas.

 

Compton, a futuro un profesional cien por ciento televisivo y por entonces un experto en la Clase B de motociclistas, veteranos de guerra y homicidas y pandillas postapocalípticas, encuentra su socio perfecto en Baer, en esencia célebre como intérprete por su rol de Jethro Bodine en The Beverly Hillbillies (1962-1971), exitosísima serie de la cadena CBS, y más adelante conocido por hacerse millonario tanto con Macon County Line como con Ode to Billy Joe (1976), dramón dirigido por él mismo e inspirado en la canción homónima de 1967 de Bobbie Gentry, dos de las películas más taquilleras de los 70 en términos de costo/ beneficio, el primero muy bajo y el segundo muy alto. La propuesta no sólo anticipa las confusiones y todos los “arrebatos” impulsivos de la ley de First Blood (1982), opus de Ted Kotcheff enmarcado ideológicamente en el extremo opuesto, ese chauvinismo reaganiano, sino que también se conecta primero con el berretín del docudrama para con la inoperancia o corrupción o virulencia policial y segundo con los finales pesimistas de otras road movies de la época, aquí basándose en Chris reventando en la noche a Reed en defensa propia y en Luke haciendo lo propio en venganza contra Wayne y la muchacha, masacre que no tiene nada que envidiarle a otras carnicerías de izquierda como aquellas de carretera de The Girl on a Motorcycle (1968), de Jack Cardiff, Easy Rider (1969), de Dennis Hopper, Vanishing Point (1971), de Richard C. Sarafian, y Dirty Mary Crazy Larry (1974), de John Hough, amén de la derechosa Electra Glide in Blue (1973), del recordado James William Guercio. Muchísimo mejor que la secuela conceptual o cuasi remake de Compton en soledad, Return to Macon County (1975), odisea hoy completamente olvidada con unos jovencitos Nick Nolte y Don Johnson, el film entrega paciencia naturalista y actuaciones brillantes de parte de todo el elenco, más una breve participación del genial Geoffrey Lewis como el mecánico tontuelo Hamp, y sirviéndose de la excusa de las ironías del destino por un lado desparrama marcas registradas del cine del período, como la secuencia sexual etérea o el flashback de Hawkins durante la violación de Carol recibiendo una paliza a manos de la policía, y por el otro lado se mete con tópicos candentes en la yanquilandia de ayer y hoy como las armas fetichizadas, el militarismo, la white trash, la burguesía acomodada e hipócrita, la represión sexual, el oscurantismo bucólico, la caza de brujas anticomunista, el racismo, la prepotencia de tamaña lacra policial, los crímenes subrepticios o negados, la juventud trashumante, un segregacionismo más o menos institucionalizado, la cultura conservadora, los apremios ilegales, las leyes coercitivas/ abusivas/ delirantes, la obsesión con la cacería, el prejuicio en relación a los forasteros símil xenofobia vernácula y por supuesto el culto en general por la emocionalidad en detrimento del intelecto o por lo menos la táctica de pensar un poco las cosas antes de hacerlas o hablar de más. Macon County Line, como su apéndice asimismo volcado a la violación y una fuga hiperbólica de las autoridades cortesía de Roger Corman, la citada Jackson County Jail, se aleja de la “limpieza social” de las epopeyas de vigilantes de su tiempo, en sintonía con Walking Tall (1973), de Phil Karlson, o Death Wish (1974), de Michael Winner, ya que prefiere una semblanza minimalista de un caso de injusticia por parte de un aparato represivo que deja bastante que desear, en esta oportunidad Reed, mega racista y un padre irresponsable, y Bill, todo un adepto a torturar y amenazar a los presos…

 

Macon County Line (Estados Unidos, 1974)

Dirección: Richard Compton. Guión: Richard Compton y Max Baer Jr. Elenco: Alan Vint, Cheryl Waters, Geoffrey Lewis, Jesse Vint, Sam Gilman, Joan Blackman, Timothy Scott, James Gammon, Leif Garrett, Jan Green. Producción: Max Baer Jr. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 8