No se puede soslayar el lugar de Los Depredadores de la Noche (Les Prédateurs de la Nuit, 1988), propuesta efervescente y extremadamente entretenida también conocida por su título para el mercado anglosajón, Faceless, como una de las dos últimas películas atendibles del tremendo Jesús Franco, héroe del cine inconformista de bajo presupuesto que por cierto en los años venideros generaría un trabajo más que califica de “atendible” aunque por razones muy diferentes, hablamos de Killer Barbys (1996), odisea mucho más vinculada al acervo trash o Clase Z que caracterizó las postrimerías de su larga trayectoria, rondando los 200 títulos a lo largo de casi seis décadas. Los Depredadores de la Noche, en cambio, fue el último y tardío intento del español, aquí filmando con su seudónimo favorito, Jess Franco, de regresar a aquel mainstream que supo cobijarlo durante la primera fase de su carrera, entre por un lado Gritos en la Noche (1962) y La Mano de un Hombre Muerto (1962) y por el otro lado Vampyros Lesbos (1971) y Ella Mata en Éxtasis (Sie Tötete in Ekstase, 1971), antesala a su vez de la etapa de decadencia que se abre con Los Demonios (Les Démons, 1973) y Eugenie de Sade (Eugénie, 1973) y en gran medida se cierra con Sadomanía (1981) y Luna Sangrienta (Die Säge des Todes, 1981). Casi toda la producción artística posterior del Tío Franco, esa que efectivamente engloba al film que nos ocupa, estuvo vinculada a una catarata de productos microscópicos de varios géneros y sobre todo obras pornográficas alimenticias que le permitieron sobrevivir durante el declive del cine underground de los 80 y 90, cuando de a poco desaparecieron las salas especializadas en exploitation y Hollywood por su parte decidió suprimir la competencia que representaban todas las cinematografías nacionales del planeta -especialmente la europea y la latinoamericana- aprovechando el envión uniformizador/ homogeneizador de la primera globalización, por ello mismo sus repetidas incursiones en el terror durante el período final de índole trash también cayeron en saco roto y casi nada llegó siquiera al magro nivel de Luna Sangrienta, recordemos para el caso la seguidilla apestosa de La Tumba de los Muertos Vivientes (1982), La Mansión de los Muertos Vivientes (1982), El Hundimiento de la Casa Usher (Revenge in the House of Usher, 1983), Macumba Sexual (1983), Sola ante el Terror (1983) y El Siniestro Doctor Orloff (1984), entre otros delirios híbridos o volcados al thriller criminal más rimbombante.
Para comprender a Los Depredadores de la Noche, film atravesado por el gracioso y muy grasiento sophisti-pop del italiano cantando en inglés Vincenzo Thoma, debemos tener presente que es una de las remakes, secuelas o variaciones de los motivos del primer éxito de Franco y su trabajo inaugural en la comarca del pánico y las truculencias, la disfrutable Gritos en la Noche, a su vez una relectura de Los Ojos sin Rostro (Les Yeux sans Visage, 1960), convite frankensteineano de Georges Franju que inspiraría un sinfín de ingredientes o facetas de un surtido heterogéneo de películas que van desde El Barón Sardónico (Mr. Sardonicus, 1961), de William Castle, El Rostro Ajeno (Tanin no kao, 1966), de Hiroshi Teshigahara, y Un Baño Turco Embrujado (Bakeneko Toruko Furo, 1975), de Kazuhiko Yamaguchi, hasta La Mansión de los Condenados (Mansion of the Doomed, 1976), opus de Michael Pataki, Bisturí (False Face, 1977), de John Grissmer, y La Piel que Habito (2011), trabajo reciente de Pedro Almodóvar. Algo del metraje de Gritos en la Noche iría a parar a El Hundimiento de la Casa Usher, flashback de por medio, y aquella aventura en concreto tendría una estupenda continuación espiritual, Miss Muerte (1966), dos remakes, la amena Jack, el Destripador (Jack, the Ripper, 1976) y la floja La Venganza del Doctor Mabuse (Dr. M Schlägt Zu, 1972), y cuatro corolarios a instancias del propio Jesús, El Siniestro Doctor Orloff, El Secreto del Dr. Orloff (1964), Los Ojos Siniestros del Doctor Orloff (1973) y nuestra Los Depredadores de la Noche, sin olvidarnos de que Miss Muerte tuvo su propia remake, Ella Mata en Éxtasis, y Gritos en la Noche desencadenó un par de secuelas rodadas por otros directores, El Enigma del Ataúd (1967), de Santos Alcocer, y Orloff y el Hombre Invisible (La Vie Amoureuse de l’Homme Invisible, 1970), de Pierre Chevalier. El generoso presupuesto de Los Depredadores de la Noche lo aportó un sujeto tan bizarro como todos aquellos que rodeaban a Franco, René Château, un francés fanático del cine de género que había amasado una fortuna trabajando de publicista de Jean-Paul Belmondo durante el período de mayor éxito de la estrella, los años 70 y 80, dinerillo que utilizó para financiar tres pornos en la década previa y este trabajo con Franco que ayudó a escribir bajo el alias de Fred Castle, asimismo su única incursión en el rubro más allá de La Ejecutora (L’Exécutrice, 1986), intento de transformar a la bella Brigitte Lahaie en heroína de acción.
Como gran parte del terror quirúrgico/ médico/ de científicos erotómanos e iconoclastas del cineasta español, siempre prestos a la venganza o una cruzada pírrica de reparación, aquí todo gira alrededor de un matasanos desesperado y con problemas de conciencia, el Doctor Frank Flamand (Helmut Berger, amante y socio frecuente de Luchino Visconti), famoso cirujano plástico de París que provoca que su hermana, Ingrid (Christiane Jean), quede desfigurada cuando una ex paciente resentida lo ataca en un estacionamiento con un frasco de ácido y la que recibe el calvario es la susodicha. Flamand, propietario de un nosocomio, la Clínica de las Mimosas, que está al mando de su amante y asistente, Nathalie (Lahaie), a partir de ese momento se obsesiona con realizarle a Ingrid un trasplante de cara/ injerto de rostro utilizando los “recursos” que el médico atesora en el sótano de la clínica, de hecho una colección de ninfas que han sido secuestradas para extraerles sangre y otras cosillas, el secreto de los tratamientos de rejuvenecimiento que el doctor ofrece a sus pacientes de la alta burguesía, y que están al cuidado de un sirviente semi monstruoso, Gordon (Gérard Zalcberg), muchacho de pocas palabras que adora violar a las cautivas y decapitar con una motosierra a las que ya no sirven para nada. Como él mismo se siente incapacitado para efectuar la cirugía, Flamand pide consejo al Doctor Orloff (Howard Vernon, amigo y actor fetiche de Franco), el cual a su vez lo remite al que fuera un cirujano de las SS en el Campo de Concentración de Dachau, el Doctor Karl Heinz Moser (Anton Diffring), señor que vive libre y bajo otro nombre en España evadiendo su sentencia de muerte durante los Juicios de Núremberg. Mientras Nathalie se encarga de una paciente que parece haber descubierto los secretitos de la clínica, la Señora Sherman (Stéphane Audran), Gordon viola y golpea a una donante compulsiva de rostro, la modelo estadounidense, putona y drogadicta Bárbara Hallen (Caroline Munro), por ello Frank y su pareja deben hallar otra candidata que termina siendo Mélissa (Amelie Chevalier), prostituta que protagoniza una operación fallida porque Moser utiliza mucho pentotal que resquebraja la piel. El padre de Bárbara, Terry Hallen (Telly Savalas), envía a París desde yanquilandia a un detective privado para que encuentre a su hija, Sam Morgan (Christopher Mitchum), quien se topa con la clínica justo durante la cirugía de Ingrid, ahora recibiendo la cara de la actriz Florence Guérin (la propia Guérin).
Los Depredadores de la Noche carece de las paradigmáticas desprolijidades de Franco, como cámaras movedizas eternas, zooms cutres y una edición bastante esquizofrénica o alucinada, porque el presupuesto que ofrece Château le permite tercerizar esos menesteres y concentrarse en la dimensión temática/ ideológica del film, por un lado apostando a su Grand Guignol marca registrada, un grotesco de corte anarquista que buscaba espantar al espectador mojigato, y por el otro desparramando críticas a la sociedad de la época que desde ya es casi la misma del Siglo XXI: en pantalla los rostros mancillados, los brazos y las cabezas cortados con machete o motosierra, las palizas a las furcias, una jeringa clavada en un globo ocular, las cirugías hiper gore, las tijeras incrustadas en cuello, los cadáveres pudriéndose y los cráneos agujereados con taladros o percheros tenebrosos constantemente complementan las “peculiaridades” de cada personaje, todos latiguillos del cine franquiano, así descubrimos a un Flamand voyerista e incestuoso, una Nathalie cleptómana, un Gordon violador, una Bárbara promiscua y cocainómana, un Moser megalómano y una Ingrid sadomasoquista y también incestuosa, amén de personajes cien por ciento paródicos como Orloff, aquí un católico devoto que llevó a cabo las mismas atrocidades médicas que el ex nazi, y Maxence (Marcel Philippot), un mariquita ridículo a cargo de la sesión de fotos donde Nathalie y Gordon secuestran a Bárbara, toda una excusa para pegarle a la belleza prefabricada de los 80, el sustrato comercialoide y cosificante de la medicina posmoderna e incluso la hipocresía política de los franceses, a la par defendiendo los derechos humanos y atesorando una de las industrias armamentistas más importantes del planeta, como afirma Moser. Entre un cameo como la esposa de Orloff de Lina Romay, actriz y pareja de Franco, y homenajes explícitos a Lucio Fulci, mediante el ojo con la jeringa, a Jean Rollin, vía la presencia de su actriz fetiche Lahaie, ex estrella del porno, y al Roger Corman adaptando a Edgar Allan Poe, a través del emparedamiento del desenlace que padecen Sam y Bárbara, en esta oportunidad el legendario cineasta se muestra más interesado en la idiosincrasia del victimario que de la víctima, en cuanto a su fetiche de siempre con el Marqués de Sade, y aprovecha sagazmente el glorioso elenco a su disposición, desde Berger, Munro, Vernon y Lahaie hasta Savalas, Diffring, Audran y Mitchum, este último vástago del gran Robert…
Los Depredadores de la Noche (Les Prédateurs de la Nuit, Francia, 1988)
Dirección: Jesús Franco. Guión: Jesús Franco, René Château, Pierre Ripert, Jean Mazarin, Dominique Eudes y Michel Lebrun. Elenco: Helmut Berger, Brigitte Lahaie, Caroline Munro, Telly Savalas, Howard Vernon, Anton Diffring, Stéphane Audran, Christopher Mitchum, Marcel Philippot, Florence Guérin. Producción: René Château. Duración: 99 minutos.