The Toxic Avenger (1984), de Michael Herz y Lloyd Kaufman, es uno de los más grandes clásicos del cine trash desaforado de fines de la centuria pasada, en esencia una parodia del eje family friendly del Hollywood de la década del 80, todavía en transición entre el acervo para adultos de los 70 hacia atrás y el infantilismo para subnormales desde los años 90 en adelante, con el Siglo XXI tocando nuevos subsuelos en lo que atañe a estupidez, apatía o antiintelectualismo. El film ofició de inicio -algo anticipado por Mother’s Day (1980), de Charles Kaufman, el hermano de Lloyd- del mejor período de Troma Entertainment, su mítica productora, una etapa sintetizada en otros clásicos de la Clase B como Class of Nuke ‘Em High (1986), Troma’s War (1988) y Sgt. Kabukiman N.Y.P.D. (1990), la primera una burla de las comedias estudiantiles ochentosas, la segunda del cine de acción filo fascista y el jingoísmo estadounidense y la tercera un opus surrealista con reminiscencias de film noir de vigilantes, terror esotérico e incluso chanbara o cine de samuráis. Con el objetivo de subrayar la obsesión con la belleza y el cuerpo perfecto, la contaminación del capitalismo moderno, el fetiche yanqui para con la violencia hueca, el auge de las drogas recreativas sin trasfondo político alguno, la marginalidad de los sectores excluidos por el neoliberalismo, la corrupción/ codicia general de autoridades y empresas, la difusión extrema de la comida chatarra, la policía represiva, inoperante e imbécil de siempre, la gentrificación presente hasta en pueblos pequeños y por supuesto la saturación en materia del lenguaje publicitario, la pornografía y los videoclips, la obra aglutinaba todos los desnudos, toda la violencia y toda la incorrección política que jamás ofreció Hollywood, manjar a su vez sazonado con buenas actuaciones, una edición frenética, mucha inteligencia, gloriosos efectos especiales y una tendencia suprema a la hipérbole terrorista/ ácrata, reapropiándose del slapstick y los cómics para llevarlos al terreno adulto pensante que desprecia el chauvinismo, el cine de cartón pintado inapetente y esa mojigatería burguesa que se toma muy en serio a sí misma.
El mainstream todo lo puede, en concreto una sociedad entre Legendary Pictures y Troma, y hoy lamentablemente nos topamos con una acepción higienizada del querido pasado mugriento que tanto amamos, El Vengador Tóxico (The Toxic Avenger, 2023), flojísima remake escrita y dirigida por Macon Blair del film de 1984 que asimismo oficia de reboot después de una seguidilla de secuelas que no estuvieron a la altura de la epopeya original aunque definitivamente superan a la realización que nos ocupa, hablamos de The Toxic Avenger Part II (1989) y The Toxic Avenger Part III: The Last Temptation of Toxie (1989), ambas firmadas por Kaufman y Herz, y Citizen Toxie: The Toxic Avenger IV (2000), opus bastante tardío de Lloyd en soledad. Blair, en esencia un actor y guionista conocido por sus colaboraciones con Jeremy Saulnier, léase Murder Party (2007), Blue Ruin (2013), Green Room (2015) y Hold the Dark (2018), anteriormente había dirigido un capítulo de Room 104 (2017-2020), aquella antología de los hermanos Mark y Jay Duplass para HBO, y el largometraje I Don’t Feel at Home in This World Anymore (2017), propuesta amena para Netflix. Winston Gooze (Peter Dinklage) es el padrastro enano de Wade (Jacob Tremblay), cuya madre falleció de cáncer, y uno de los encargados de limpiar una planta del consorcio farmacéutico contaminante BTH, propiedad de Bob Garbinger (Kevin Bacon), sujeto que le debe dinero a un mafioso, Thad Barkabus (Jonny Coyne), y le encarga a su hermano todo el “trabajo sucio”, Fritz Garbinger (Elijah Wood), a través de una pandilla de sicarios que también son una banda de nü-metal, The Killer Nutz. A Gooze le diagnostican Alzheimer y su única esperanza es un medicamento que no cubre su seguro médico, por ello le ruega a Bob que interceda en su nombre pero pronto descubre el cinismo del oligarca, optando en cambio por robar en la planta de BTH el dinero necesario al empapar su trapeador con lodo tóxico radioactivo. Mientras escapaba del lugar, los miembros circenses de The Killer Nutz lo encuentran in fraganti y le disparan, tirando luego su cadáver en un tanque de residuos.
Aquí la transformación del petizo en el antihéroe titular viene condimentada por su idea de unir fuerzas con J.J. Doherty (Taylour Paige), empleada de BTH que pretendió denunciar las prácticas nefastas de la compañía entregándole pruebas a un reportero que termina asesinado por los secuaces de los hermanos Garbinger, Melvin Ferd (Shaun Dooley). La sátira de antaño, por milésima vez en el Hollywood del Siglo XXI, muta en un exceso de seriedad que dice aggiornar la noción de base cuando en realidad la denigra/ banaliza o a lo sumo la reproduce desde la mediocridad, en esta oportunidad pretendiendo compensar con psicodelia, algo de prótesis y maquillaje, chistecitos previsibles, gore de CGI y sobre todo un desarrollo melodramático lo que falta en relevancia discursiva, astucia y aquel combo de “tetas + violencia demente + incorrección política antihollywoodense”. Si bien sobrepasa a la desastrosa Street Trash (2024), faena de Ryan Kruger que se metió con otra vaca sagrada del cine underground corrosivo de los 80, la gesta homónima de 1987 de J. Michael Muro, su único film como realizador porque después se consagraría a la dirección de fotografía y muchos encargos televisivos, lo cierto es que El Vengador Tóxico retoma de manera muy tibia temáticas urgentes del primer convite como la contaminación, la gentrificación y la miseria generadas por el capitalismo mafioso y salvaje de nuestros días, un panorama al que se suma otro motivo también desperdiciado, la industria farmacéutica, y el hecho de que la experiencia resulta aletargada al punto de triplicar el tiempo introductorio de metraje hasta llegar a la metamorfosis desde empleado de limpieza modelo nerd o enclenque hacia el engendro de cabecera, ubicado espiritualmente entre las historias de origen más famosas de la Cosa del Pantano y el Guasón. Sin dudas se puede aseverar que la película acumula buenas intenciones pero se sitúa más cerca de la mierda para tontitos de Marvel, prototípico emporio que lobotomiza a su público cautivo, que de la locura ampulosa de la Troma de los años 80 o la libertad expresiva de la Clase B de las décadas anteriores al reaganismo baladí.
Por supuesto que elegir a un enano como el flamante Toxie es un chascarrillo que se agota rápido y huele a desesperación por alguna novedad, al igual que la jugada de trasformar al trapeador en un arma hecha y derecha con tintes radioactivos y la capacidad de despedazar automáticamente cualquier cuerpo, para colmo la voz de crooner de Dinklage arruina uno de los mejores y más recordados gags de la obra original, aquel del contraste entre las entonaciones de Mark Torgl y Kenneth Kessler en lo referido a las etapas previa y posterior a la mutación de nuestro justiciero verde con tutú. En gran medida el slapstick y el humor negro o contracultural brillan por su ausencia y lo mismo puede decirse de una parodia social que sintonice con esta época o por lo menos formule algo valioso sobre el atolladero inmundo actual, ya que el trasfondo farmacéutico -como decíamos con anterioridad- resulta demasiado esquemático y forzado en tanto reemplazo del aparato industrial norteamericano del primer film, aquel que sobrevivía desde los coletazos del Estado de Bienestar de los 50 y 60 y que fue destruyéndose con el neoliberalismo de los años 70, 80 y 90 a instancias de la globalización y el traslado de casi todas las industrias hacia el Sudeste Asiático, mano de obra esclava o ausencia de legislación laboral de por medio para el capital, lo que por cierto no ha disminuido la generación de basura y la contaminación en Occidente y especialmente en el enclave tecnológico. Aquella cieguita putona de 1984, Sara (Andree Maranda), tan importante porque era la novia del justiciero, aquí tiene un par de cameos en el final y en la única secuencia semejante en serio al opus de Herz y Kaufman, la del restaurant bajo el asedio hoy no de criminales comunes sino de un grupo terrorista difuso, Sarah Weatherwax (Margo Cargill), sin embargo la susodicha ahora es negra y empoderada como su verdadero sustituto narrativo, la mencionada Doherty, socia del periodista que investiga al villano corporativo intercambiable de Bacon y eventual compinche de Toxie en sus aventuras. El desenlace es tan hueco y elemental como el resto del metraje, inofensivo a más no poder y sin la potencia retórica del terror o la comedia negra y más cerca de las pavadas simplonas del cine de acción mainstream, además el Hollywood cobarde del nuevo milenio ni siquiera puede matar al mocoso, Wade, o a la hembra denunciante, Doherty, como un mínimo gesto de buena voluntad anticonformista o signo que ayude a legitimar el convite en su conjunto bajo la sombra del pasado, hipotéticamente alejándolo de la ñoñez del “público menudo” que siempre se conforma con basura destinada a todos y por consiguiente a nadie. A pesar de que se agradece el simpático cameo de Kaufman, precisamente acompañando al cameo del director, Blair, como un tal Dennis que desfila sin pena ni gloria por la pantalla, las actuaciones dejan gusto a desgana, tan profesionales o prolijas como la misma película, y el déjà vu con respecto a tantas otras remakes recientes intrascendentes todo lo cubre, aquí de la mano de una obra que ni siquiera aprovecha el leitmotiv de corrupción institucional y por ello no inspira lástima alguna en función de los dos años que estuvo “guardada” a la espera de algún distribuidor que logre estrenarla en salas o venderla a un servicio de streaming…
El Vengador Tóxico (The Toxic Avenger, Estados Unidos, 2023)
Dirección y Guión: Macon Blair. Elenco: Peter Dinklage, Jacob Tremblay, Taylour Paige, Kevin Bacon, Elijah Wood, Jonny Coyne, Margo Cargill, Sarah Niles, Julia Davis, Shaun Dooley. Producción: Lloyd Kaufman, Michael Herz, Alex García y Mary Parent. Duración: 103 minutos.