Cacería de Brujas (After the Hunt, 2025), de Luca Guadagnino, es una propuesta polémica que bajo el ropaje de un caso de abuso sexual evita todo maniqueísmo hollywoodense y opta en cambio por indagar tanto en la inmadurez sexual a lo Ingmar Bergman, vía una ninfa ciclotímica enamorada de su figura de autoridad, como en la pérdida de legitimidad, primero, del feminismo misándrico en sociedades hartas de la autovictimización sectorial y segundo, de la parafernalia retórica misógina de la nueva derecha que gusta de retrotraer todo hacia las cavernas, también ocultando la lucha de clases con pavadas de género o raza o credo u orientación de lo que sea, como si a las mayorías populares que sobreviven en la miseria les importase la agenda de algún grupito aislado fundamentalista. El film toma la forma de un trabajo menor aunque todavía interesante de Guadagnino, director italiano que venía de una extraordinaria racha en función de Queer (2024), Desafiantes (Challengers, 2024), Hasta los Huesos (Bones and All, 2022), Suspiria (2018) y Llámame por tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017), a su vez en su conjunto la antesala de una serie bastante más despareja que ayudó a formarlo como artista, aquella de las correctas Cegados por el Sol (A Bigger Splash, 2015) y Yo Soy el Amor (Io Sono l’Amore, 2009) y las muy fallidas Melissa P. (2005) y Los Protagonistas (The Protagonists, 1999). El errático guión de la debutante Nora Garrett, una actriz fracasada que precisamente ahora se volcó a la escritura, construye una radiografía casi invariante de una situación de conflicto vista a través de los ojos de Alma Imhoff (Julia Roberts), una profesora muy respetada de la Universidad Yale que en 2020 está casada con un psiquiatra, Frederik (Michael Stuhlbarg), aunque su vínculo más cordial o afectuoso es con un colega bien mujeriego, Henrik “Hank” Gibson (Andrew Garfield), docente de filosofía como ella que eventualmente termina acusado de violación por una alumna negra, Margaret “Maggie” Resnick (Ayo Edebiri), una lesbiana de lo más anodina que oficia de asistente de Alma y parece sentirse atraída hacia ella desde un amor y una admiración tendientes a confundirse gracias a la bipolaridad infantiloide del Siglo XXI.
Mientras la denuncia pasa a mayores al extremo de que Gibson pierde su trabajo, Imhoff trata de acercarse a Resnick considerando que el asunto puede ser una gran patraña de parte de la chica, a su vez en pareja con un marimacho extremadamente andrógino, Alex (Lío Mehiel), no obstante la experiencia se descontrola cuando Margaret descubre que la propia Alma a sus quince años denunció falsamente de acoso sexual al mejor amigo de su padre, sin olvidarnos del “detalle” de que la veterana termina afuera de la universidad por robarle recetas a una médica del establecimiento, la Doctora Kim Sayers (Chloë Sevigny), otra lesbiana que parece sentir celos del entorno de Imhoff y por ello la denuncia a pesar de ser amigas, jugada criminal que tiene que ver con unos vómitos crónicos que sufre la docente y no hace tratar por matasanos alguno. Desde el vamos tenemos una maravillosa introducción de índole abstracta mediante el latiguillo sonoro de un reloj que machaca la banda sonora, utilizado en pantalla para subrayar momentos de angustia, tensión, ansiedad o claustrofobia, y un buen diseño de títulos en homenaje a Woody Allen, de hecho copiando la tipografía que el estadounidense suele usar en los créditos de apertura y cierre de sus obras. El plano formal, casi siempre de cadencia experimental en el caso de Guadagnino, se completa con la estupenda música incidental de parte de Trent Reznor y Atticus Ross, socios del señor en Hasta los Huesos, Desafiantes y Queer después de trabajar extensivamente para David Fincher, aquí jugando con piezas de piano que se dan la mano con la electrónica, el jazz, el rock y la musique concrète, amén de un soundtrack muy florido plagado de canciones de Everything But the Girl, Miles Davis, Caetano Veloso, The Smiths, David Bowie, Piero Ciampi, Tony Bennett, Stan Getz, Ambitious Lovers, The National y ese Morrissey solista, entre otros. El convite funciona como un retrato de la alta burguesía profesional y culta sin problemas económicos aunque miserable por mentiras, deseos insatisfechos y una distancia emocional/ intelectual/ espiritual que les impide confiar realmente en el otro o abandonar el narcisismo insulso autoindulgente, propio de una clase parasitaria y francamente asquerosa.
Si bien se exploran desde la ambigüedad temáticas hiper burguesas como la hipocresía, la culpa, la corrupción, la ética, la tentación, las compulsiones, la autoexpresión, las falacias y la integridad, en realidad el foco está puesto en las miserias del ecosistema académico, uno de esos micromundos alejados del ciudadano de a pie que en este caso depende fuertemente de la reputación y por ello cualquier acusación -cargada de verosimilitud- puede representar un terremoto en un enclave hermético y caníbal. En esta oportunidad aparece en primer plano la bancarrota moral del sermón rosa de autovictimización símil judíos/ sionistas con manos sucias de sangre, el propio del feminismo misándrico burgués sin conciencia social que confunde al otro género -como algunos confunden a otras nacionalidades u otras opiniones- con el enemigo cuando el único adversario auténtico es de clase, porque aquella culpabilidad o inocencia por asociación automática ya no funciona a raíz de los sucesivos ataques contra este reduccionismo de parte de la izquierda, la derecha e incluso la fauna idiota de los abúlicos/ tibios/ apolíticos que se suben a puro oportunismo a cualquier tren ideológico ajeno del montón. La odisea plantea un regreso por lo bajo a antiguos prejuicios que en muchos casos servían a escala descriptiva en determinados contextos, sobre todo la histeria mujeril y la masculinidad depredadora, aprovechando que ya no se consigue -como sí ocurría apenas unos años atrás- un consenso mayoritario dentro de cada género acerca de la necesidad de solidaridad, a veces lográndose algo parecido exclusivamente en el caso de los hombres en su defensa contra los posibles embates de las mujeres y su paranoia, en este sentido que el guión esté escrito por una hembra y convalide en parte este punto de vista de los machos constituye todo un signo del cambio de época, desde el MeToo hasta su declive en consonancia con el ascenso de la nueva derecha y la revalidación de la vieja militancia marxista para la que el feminismo es intrascendente. Roberts, actriz limitada aunque con mucho kilometraje, está bien pero sus cirugías estéticas siguen siendo distractivas, hoy bajo una apariencia supuestamente naturalista y/ o sin tanto maquillaje y adornos frívolos varios.
Mientras se subraya que estamos frente a un misterio irresoluble del ámbito de lo privado y ante estudiantes mediocres con padres ricos que se desentienden de ellos alejándolos con la excusa de la educación universitaria según los parámetros del sistema de yanquilandia y el Reino Unido, vinculado a unos internados homologables a una cárcel para privilegiados, queda claro que los dos extremos de la acusación son muy poco “queribles”, más bien igual de imbéciles, Gibson un presumido insoportable y Resnick una adepta a la falsa modestia y la falsa debilidad dentro de un marco de mojigatería cercana a la superioridad moral de esa seudo izquierda woke en crisis del Siglo XXI, una rama ideológica burguesa tan payasesca como el neofascismo de los oligarcas, militares, influencers y panelistas de televisión que llegan a presidentes. El film también analiza la fetichización en las nuevas generaciones de la venganza y del propio dolor, nunca del ajeno, como una forma de autolegitimarse en una sociedad capitalista neoliberal a la que le importa un comino el prójimo y toda su agenda de pavadas sectoriales/ de minorías en detrimento de las mayorías, estas últimas las peligrosas en serio para las elites en el poder. Los egos inflados del inicio se van vaciando a medida que avanza el metraje porque las posiciones, los rangos y la admiración del entorno -ítems que parecían eternos y se daban por sentado- en última instancia muestran su fragilidad, un panorama que tiene que ver con el hecho de que los docentes son apéndices intercambiables en la formación de terceros, cada uno de ellos sin haber logrado algo para -y por- sí mismo cual asalariado obtuso cuya existencia equivale a su lugar dentro de la cadena productiva/ reproductiva del conocimiento, hoy en decadencia por la estupidez y la pereza cognitiva. La propuesta analiza, como decíamos antes, la bobada de sentirse un ejemplo de lo que fuese en el reino del egoísmo y la banalidad efímera de hoy en día, para colmo con los alegatos de automartirización absolutamente agotados o cayendo en lo demodé, en sintonía con el de la mujer negra viviendo en una sociedad patriarcal de blancos como si el dinero de su clan no anulase ese y otros problemas que pudiese experimentar en su patética existencia futura.
En gran medida en el desarrollo se insinúa la mentira post MeToo de la alumna porque con ello recibe la atención que no obtiene en otros ámbitos, aprovechando la borrachera y la petulancia del profesor picaflor de turno. Imhoff, asimismo, también es denunciada como un personaje execrable en tanto masoquista (las recetas las roba para mitigar una úlcera de estómago perforada que venía arrastrando), mentirosa (acusación falsa en espejo durante su adolescencia de por medio, la que tuvo de víctima al amigo del progenitor) y abandónica o inerte en términos matrimoniales (siempre impone los criterios en la relación con Frederik para luego no aportar nada en los momentos compartidos, ya sea sexo, entusiasmo, charlas o al menos simpatía/ buena onda). Cacería de Brujas exuda riqueza temática pero no se puede pasar por alto que esquiva por poco ser abiertamente fallida debido a una duración excesiva y cierta morosidad indisimulable a nivel narrativo, con tiempos muertos que no llevan a ningún lado y podrían haber desaparecido durante la edición por lo estéril o quizás redundante de algunas secuencias. Sin duda lo más interesante se condice con el choque entre las dos farsas, por un lado una nueva generación en pose de indignación woke risible y buscando infructuosamente sentirse cómoda en cualquier situación social, una utopía porque en el caso de los seres humanos es imposible la sincronía perfecta, y por el otro lado un surtido de veteranos anhelando respeto o en suma acumulando capital cultural para un futuro de reconocimiento comunitario que nunca llega, flamante payasada que tampoco tiene presente que el otro siempre estará allí clavando espinas en toda flaqueza discursiva que quede a la intemperie en nuestra época, de hecho la era de las necedades de burbuja y megalomanía con fecha de vencimiento. A las relaciones de poder dentro del gremio del saber en la película se añade la desconfianza mutua entre los sexos, hoy más que nunca de los hombres hacia las mujeres para no terminar dándole un amplio margen de influencia a hembras psicopáticas que pueden arruinarle la vida al macho desprevenido, ese que de tanto ventilar su ego se lo termina comiendo cuando lo dejan sin otro amigo que su vanagloria…
Cacería de Brujas (After the Hunt, Italia/ Estados Unidos, 2025)
Dirección: Luca Guadagnino. Guión: Nora Garrett. Elenco: Julia Roberts, Andrew Garfield, Ayo Edebiri, Michael Stuhlbarg, Chloë Sevigny, Lío Mehiel, Will Price, Thaddea Graham, David Leiber, Christine Dye. Producción: Luca Guadagnino, Brian Grazer, Jeb Brody y Allan Mandelbaum. Duración: 139 minutos.