Cuando nos proponemos revisar la obra de directoras y directores prolíficas/ os corremos el riesgo de observar solo sus trabajos en períodos clásicos. Es decir, visionar sus películas más reconocidas, sea por la crítica especializada, por los fríos números de la taquilla o el boca a boca más contracultural. Esto nos puede llevar a pasar por alto puntos esenciales y/ o de transición dentro de la filmografía del cineasta que potencialmente pueden llegar a superar en calidad a sus largometrajes más “populares”. Lucio Fulci encaja a la perfección en la categoría de autores prolíficos gracias a su arsenal cinematográfico: desde el inicio de su carrera en 1950 hasta su fallecimiento en 1996 el “Padrino del Gore” ocupó la silla de director en nada más y nada menos que 58 películas; sin contar sus trabajos como guionista y productor. Una carrera envidiable en la cual Fulci se aventuró en géneros como el spaghetti western, la comedia, la ciencia ficción épica, el drama histórico y, por supuesto, el cine de terror puro y duro. Sus piezas centrales como Zombi 2 (1979), City of the Living Dead (Paura nella Città dei Morti Viventi, 1980), The Beyond (E tu Vivrai nel Terrore! L’Aldilà, 1981), The House by the Cemetery (Quella Villa Accanto al Cimitero, 1981) y The New York Ripper (Lo Squartatore di New York, 1982) son obras de visión obligada para cualquier aspirante a conocedor del género. Sin embargo, detrás de estos clásicos de hierro, residen trabajos que merecen mayor reconocimiento que el acreditado, e incluso pueden tratarse de películas que técnicamente aventajen a sus films más recordados. Este es el caso de Don’t Torture a Duckling (Non si Sevizia un Paperino, 1972).
La historia nos traslada al pequeño pueblo italiano de Accendura donde sus habitantes llevan una existencia basada en el trabajo rural, la vida en familia, acudir a la iglesia y el consumo de prostitución. Esta aparente paz pueblerina se ve trastornada por el desencadenamiento de cruentos infanticidios que transforman a la localidad en campo fértil para una cacería de brujas en búsqueda del sádico asesino. El periodista romano Andrea Martelli (Tomas Milian) se une a la policía local en el intento de atrapar al homicida y detener la paranoia que rodea a Accendura. Una de las principales sospechosas es Patrizia (Barbara Bouchet), una mujer con privilegio de clase y sexualidad explícita que está escapando de la facilidad para acceder a las drogas en la ciudad, lo cual atrae las miradas de desconfianza de los rústicos habitantes. La lista de sospechosos centrales se completa con Giuseppe (Vito Passeri), el chivo expiatorio del pueblo, y Maciara, una practicante de magia negra (interpretada por una magnética Florinda Bolkan) protagonista de la escena inicial de la obra, donde observamos el desentierro de los huesos de un infante como si se tratara de una Terciopelo Azul (Blue Velvet, 1986) a la italiana y sin ningún tipo de restricciones.
Fulci se autoproclamaba católico, pero la trama nos conduce al infierno de un pueblo chico donde la religión institucionalizada y al servicio del control patriarcal actúa como agente de la hipocresía, la paranoia y la represión emocional/ sexual de los pobladores. La cara de la institución es el Párroco Alberto (Marc Porel), portador de una calma intranquila y consternado de igual forma por los asesinatos y por el comportamiento moral de la niñez y la juventud en Accendura. El maestro del terror italiano nos brinda un giallo que se atreve a salir de varias convenciones propias llevando la acción a un espacio rural y no a una gran urbe, optando por no mostrar al “asesino de guantes” distintivo del subgénero y, además de tratarse de una historia sobre infanticidio, explora otro tema tabú para cualquier género cinematográfico, la pedofilia. Esta provocación con la parafilia se ve reflejada en el momento íntimo donde Miguele, uno de los preadolescentes del pueblo, le alcanza una jarra con jugo a una Patrizia bronceándose desnuda en la casa donde se hospeda. Lejos de alejarse de la situación, Patrizia coquetea con el púber hasta llegar a preguntarle si le gustaría ir a la cama con ella. La escena se queda solo en ese coqueteo extraño, pero es lo suficiente para sentirse incómodo y perturbado. ¿El italiano jugando a su manera con los prejuicios del género? Por supuesto.
Durante su carrera el director ha sido el blanco de acusaciones de misoginia por su cine, especialmente por la controversial The New York Ripper; pero echarle culpas a Fulci por uno de los peores vicios que puede llegar a tener el cine de terror (y el séptimo arte en general) sería un mero simplismo. Don’t Torture a Duckling posee probablemente la escena más cruda y triste de toda su filmografía: el asesinato de Maciara a manos de tres habitantes varones del pueblo. Una escena de femicidio donde el italiano utiliza sus recursos para mostrar una realidad social enferma presente en todos los tiempos y colocarnos en el lugar de quien recibe este tipo de violencia. La actuación de Bolkan sobresale como la interpretación más profunda e interesante de todo el metraje y es ella la más cercana a un papel realmente protagónico. Fulci se encargó de crear situaciones cinematográficas al límite, pero ninguna por su contexto que sea tan impactante y conmovedora como esta en toda su carrera.
El romano dirigió clásicos del cine de terror más populares que este largometraje del 72, sin embargo en cuanto a guión, crítica social ácida y desarrollo de personajes, estamos frente a su obra más completa y visceral. Una gema escondida dentro del monumental trabajo de uno de los directores más emblemáticos del cine del género.
Don’t Torture a Duckling (Non si Sevizia un Paperino, Italia, 1972)
Dirección: Lucio Fulci. Guión: Lucio Fulci, Roberto Gianviti y Gianfranco Clerici. Elenco: Florinda Bolkan, Barbara Bouchet, Tomas Milian, Irene Papas, Marc Porel, Georges Wilson, Antonello Campodifiori, Ugo D’Alessio, Virgilio Gazzolo, Vito Passeri. Producción: Renato Jaboni. Duración: 105 minutos.