Ants from Up There, de Black Country, New Road

Acorazado de la memoria

Por Marcos Arenas

Black Country, New Road se formó en Cambridge, Reino Unido, en 2018, a partir de los escombros de un grupo previo llamado Nervous Conditions que prácticamente compartía todos sus miembros salvo el cantante, un tal Connor Browne, a quien le llovieron denuncias de acoso sexual por parte de fans al extremo de que fue expulsado del colectivo, éste rápidamente cambió de nombre -en honor a una ruta de las Tierras Medias Occidentales de Inglaterra- y además se decidió archivar de manera permanente un disco de estudio que los Nervous Conditions habían grabado, Zak’s Anniversary (2017), desde el mismo armazón genérico indie de Black Country, New Road aunque con un acento más cercano a la improvisación. La flamante banda, compuesta por Isaac Wood en guitarra y voz, Tyler Hyde en bajo, May Kershaw en teclados, Lewis Evans en flauta y saxofón, Charlie Wayne en batería, Georgia Ellery en violín y Luke Mark en segunda guitarra, entregó una inesperada obra maestra como ópera prima, For the First Time (2021), trabajo para el sello discográfico británico Ninja Tune que elevó la figura del líder, letrista, guitarrista y principal vocalista, Wood, a la estratósfera del ecosistema rockero local y situó al grupo como el mejor ejemplo del revival post punk reciente, ese de colectivos varios en sintonía con Squid, Dry Cleaning, The Murder Capital, Idles, Fontaines D.C., Black Midi, Yard Act, Sleaford Mods y Shame, unos cuantos coqueteando en mayor o menor medida con el recitado o sprechgesang en tanto sustituto iconoclasta para el canto tradicional.

 

El estereotipo, en materia de los discursos reduccionistas de la prensa y el público, pasa por vincular a Black Country, New Road con Slint, una analogía que sirve más a modo de resumen ilustrativo que en términos puntillosos, algo que los ingleses parecen compartir desde que se refirieron a sí mismos como “el segundo mejor acto tributo a Slint del mundo” en Science Fair, de For the First Time, ya que efectivamente aglutinan ingredientes -como aquella agrupación norteamericana de fines de los años 80 y principios de los 90- de post punk, rock progresivo, grunge, hardcore y post rock. Instrumental, tema que abría el debut, incluía un marco de jazz símil big band con toques de música klezmer/ de comunidades judías de Europa Central y Oriental, además el rock progresivo siempre impone constantes subdivisiones en las canciones que no le escapan a chispazos de teclados y guitarras noise símil psicodelia modelo Sonic Youth, introspecciones dignas del indie primordial a lo Nick Drake y finales apoteósicos semejantes a los de los dos primeros discos de Arcade Fire, Funeral (2004) y Neon Bible (2007). Sirviéndose de dos EPs de covers, Never Again (2021) y Never Again Pt. 2 (2022), y de citas melómanas de lo más diversas que van desde Scott Walker, Kanye West y Richard Hell de Television y The Heartbreakers, en la épica Sunglasses, hasta artistas más contemporáneos como Jerskin Fendrix, Black Midi y Jack Merrett de Famous, ya en el contexto de la calma meditabunda y semi popera de Track X, la banda nunca ocultó sus influencias y de hecho se benefició mucho de su condición de septeto, lo que supo darle una riqueza, un porte y una textura heterogénea a los temas de los que carecen la enorme mayoría de los grupos actuales. A diferencia de tanto post rock desabrido o gélido, Black Country, New Road recupera la efusividad y la épica del rock clásico y encima Wood cuenta con un rango de resonancias glam o cuasi melodramáticas operísticas que pueden ir desde la pompa trágica de David Bowie, Marc Bolan y Bryan Ferry hasta el tono apesadumbrado y/ o los versos crípticos de Lou Reed, Mark E. Smith de The Fall, el inefable Nick Cave o incluso su admirado Joshua Michael Tillman alias J. Tillman alias Father John Misty, artista de hoy en día agazapado en el folk y el soft rock. Mediante letras mayormente enrevesadas y muy masoquistas, de fragilidad extrema que es tanto emocional como psicológica concreta, muy de colapso a la vuelta de la esquina, las obsesiones temáticas de Isaac son muchas e incluyen el paso del tiempo, la ansiedad cotidiana, las compulsiones, la paranoia, la humillación, los delirios, el hastío posmoderno, las relaciones románticas fallidas, las diferencias de clase social, la futilidad de la vida, la aislación, la metamorfosis, la tendencia a la autoreflexión fetichizada en el Siglo XXI, el suicidio, las inseguridades, la memoria, la vulnerabilidad promedio de las personas que gustan de esconderse detrás de una máscara de fortaleza, los hobbies que ayudan al fracaso de los idilios románticos, la aceptación del ninguneo, el desprecio o las largas esperas como partes constituyentes de la vida, las frustraciones eternas cual círculo vicioso, el estrés apenas maquillado, la presión acumulada por la expectativa externa y finalmente los juegos hegemónicos que se desprenden de esa misma praxis mundana que tanto preocupa a la banda en cuanto sede de instantes sublimes y de un largo calvario en cámara lenta.

 

Cuatro días antes de la salida de la segunda placa discográfica del grupo, Ants from Up There (2022), Isaac anunció su retiro por inconvenientes relacionados con su salud mental y así dejó huérfano a un proyecto musical que se sostenía muchísimo en su personalidad pública/ privada, francamente irremplazable más allá de las intenciones de la banda de seguir unidos a futuro y del bajista Hyde de asumir la voz cantante y el liderazgo tácito de allí en adelante. Intro, primer track de Ants from Up There, es una versión minimalista de la apertura del disco previo, ahora fusionándose con Chaos Space Marine, el primer corte de difusión del álbum, ya que esta última retoma el motivo jazzero profundamente lúdico y apuesta a una metáfora general sobre el escapismo como un medio prosaico para evadir la realidad y sus múltiples problemas, como esos del corazón que hacen sufrir al narrador, en este sentido vale tener presente que los Chaos Space Marines del título son una raza malévola del juego de guerra y estrategia en miniatura Warhammer 40.000 (1987), muy popular en el Reino Unido. Este panorama, asimismo, incluye una cita a Still Ill (1984), de The Smiths, para negar el nacionalismo nauseabundo estándar de Morrissey, una referencia al paso a la siempre anodina Billie Eilish que anticipa Good Will Hunting, alusiones a motivos futuros del disco -como los aviones de Concorde y el hoyo de Haldern– y una conexión paródica con aquella clase alta excrementicia de Sunglasses, genial tema de For the First Time donde el protagonista cambiaba su modo de ser y mutaba en soberbio por una relación con una mujer de la alta burguesía, a cuya parentela pretendía imitar quejándose de los estratos inferiores, la estupidez del mundo moderno y el declive inglés con respecto al pasado imperial, aquel “pináculo absoluto de la ingeniería británica”.

 

La metamorfosis de Black Country, New Road en émulos de Arcade Fire -y el cambio asociado en Wood hacia la identidad escénica de Win Butler, el mandamás del grupo junto con su esposa Régine Chassagne- se nota claramente en Concorde, tercer single y una canción muy deudora del indie in crescendo de los canadienses pero asimismo ubicaba entre el rock alternativo y un pop barroco solipsista, más cerca de Neutral Milk Hotel circa In the Aeroplane Over the Sea (1998) que de Slint. Ahora la alegoría es sobre una mujer de la que el protagonista está enamorado sin que haya cariño recíproco y por ello la ninfa de turno pasará de largo con la velocidad del avión de pasajeros del título, un proyecto supersónico craneado por los franceses y los ingleses que estuvo en servicio entre 1976 y 2003, en este sentido el amor se homologa a un destello fugaz y al masoquismo de siempre de las letras del líder de la banda, quien se somete con ganas a un abuso emocional por parte de la que jamás será su pareja estable. El planteo incorpora una autorreferencia en la letra de Wood acerca de esto mismo, su sufrimiento cuando el avión -o el ser humano efímero y muy deseado- se marcha y él queda nuevamente en soledad: “pero por menos de un momento compartiríamos el mismo cielo/ y entonces Isaac sufrirá, el Concorde volará”, aeronave que por cierto terminó su vida útil con un trágico accidente en julio de 2000 en Gonesse, Francia, que provocó una centena de fallecidos, no obstante la canción en sí finaliza con un dejo de optimismo pueril, digno del escapismo previo de Chaos Space Marine. Con una primera mitad sepulcral y una segunda parte símil country alternativo de Wilco o Kurt Vile, Bread Song, el segundo single, se asemeja a una hipotética acepción folk arty movediza de Joy Division y continúa analizando los tópicos de esa dependencia amorosa que derrapa en limerencia y de ese masoquismo de relaciones tóxicas en donde la mujer tiene el control absoluto y gusta de basurear al varón e imponer su voluntad hasta en minucias como comer una tostada en la cama, templo de la intimidad que aquí es profanado vía las migas, recordemos aquello de “y establece tus reglas para la noche/ ‘no comas tu tostada en mi cama’/ cariño, nunca sentí las migajas hasta que dijiste ‘este lugar no es para hombre cualquiera ni para partículas de pan’”. Todo se da a través de lo que parece ser una llamada telefónica en la que la tecnología es sinónimo de despersonalización y de deterioro romántico por la distancia entre ambos, amén de la denuncia solapada de una adicción web, en unos versos que comparan al asunto con el mismo pan como necesidad cotidiana fundamental, y del motivo repetido del porfiar o no bajar los brazos + el ruego por amor a raíz de la soledad y la depresión, causas de la crisis de la pareja desde el vamos.

 

Amparada en un título que remite a la película homónima de 1997 de Gus Van Sant, escrita y protagonizada por Matt Damon y Ben Affleck y coestelarizada por el enorme Robin Williams, Good Will Hunting se mueve entre el noise y el pop barroco y sigue el recurso de la ciencia ficción pero ahora más mundana, de exploración espacial aunque desde un punto de vista risueño o infantil porque es sinónimo de una aventura que encapsula -y trastoca o engaña- la memoria como esos objetos atesorados en bolsas de la tapa del disco y sus distintos singles. Tampoco se pueden pasar por alto una parábola adicional sobre el viaje estelar hacia la mujer amada, otro caso -el mismo, quizás- de limerencia, basado en un deseo extremo de ser correspondido en el amor sin darse cuenta del sustrato suicida a largo plazo detrás de ello, una parodia del look aparatoso e impostado de las cantantes del mainstream actual, tomando de ejemplo a la mencionada Eilish, e incluso una separación temporaria cuando uno de los dos se muda a Berlín, jugada que no aminora el ansia de codependencia en pos de que la relación no muera y para hallar algo a lo que aferrarse para continuar juntos, sin olvidarnos del reconocimiento del dolor que toda esta situación genera a diario. Haldern, intitulada en función del festival alemán homónimo de música pop, es una letanía cien por ciento indie, sin estribillo y con una estructura repetitiva hipnótica que en un único movimiento recupera a Funeral, Neon Bible y el mismísimo For the First Time e incluye una cita a la reclusión modelo Minecraft (2009), videojuego de mundo abierto que permite cavar un hoyo y permanecer allí durante la noche para evitar a los posibles enemigos. Una vez más reincidimos en el apasionamiento romántico que va acompañado de ansiedad, poca autoestima, experiencias extrasensoriales, manotazos de ahogado para no llegar a la separación terminal y sobre todo mucha angustia, dando a entender -de manera colateral- que la exposición y la fama incipiente del grupo le complicó la vida a Isaac a niveles insospechados, arruinándole su estabilidad mental y anticipando su salida del grupo del mismo modo que Athens, France, del álbum debut, parecía comentar la atormentada desaparición de Nervous Conditions y su reconversión en Black Country, New Road.

 

Mark’s Theme es un pasaje más nostálgico jazzero tradicional, de saxofón totalizador + acompañamiento de piano, que Intro o aquella apertura también sin letra del primer álbum, Instrumental, en esta oportunidad con un muy buen manejo del silencio que separa las dos partes principales de la composición, un tributo sutil al tío del saxofonista Evans, quien murió en 2021 por coronavirus y era un gran admirador de la banda. Ants from Up There comienza a cerrarse de la mano de la primera de las tres épicas finales que magnifican lo hecho en ocasión de Opus y Sunglasses de For the First Time, The Place Where He Inserted the Blade, epopeya rockera clasicista de impronta sesentosa o setentosa, cruza imposible de Donovan, Joni Mitchell, The Kinks, Arcade Fire, los Slint de Spiderland (1991) y unos coros beatlescos alrededor de un motivo culinario de comida compartida y en simultáneo onírico símil noche igualada a la magia de las ensoñaciones del corazón que se caen a pedazos cuando uno de los “bandos en pugna” despierta de la utopía y ve las imperfecciones de la otra mitad. Los versos recurren a incendios impetuosos, casas convertidas en cenizas, confusión entre realidad y ficción y hasta cuchillos que cortan por traumas que pueden ser del amor presente o de algún vínculo pasado, lo que no nos priva de un popurrí temático que incluye una referencia a Bound 2 (2013), obra maestra soulera de codependencia romántica de un Kanye West que ya había sido citado en Sunglasses, un cansancio por parte del narrador sobre el círculo vicioso del amor no correspondido que deriva en separación amarga nunca del todo aceptada por el varón, quien sigue insistiendo en un cariño endiosado, y una metáfora final que vincula al corazón en decadencia con la amalgama entre artista y público, otra codependencia -léase falta de libertad mutua y de amplitud para crecer- que puede llevar al colapso si no se sabe manejar, como sucedió con Issac al marcharse de la banda, descabezándola en la praxis, amén de maravillosas reflexiones sobre la misantropía (“tienes miedo de un mundo donde te necesitan, así que nunca te portaste bien con los lugareños”), la resiliencia paradójica (“se tardan unos años pero los huesos se rompen/ toma unos meses pero nuestros huesos sanan/ somos más fuertes y les decimos a todos nuestros amigos de la escuela/ y se anotan para nuestra farsa en el patio de recreo”) y el sacrificio idealizado al punto de la fantasía (“buenos días, muéstrame el lugar donde insertó la hoja/ alabaré al Señor, quemaré mi casa, me pierdo, me asusto/ llegas al hogar y me abrazas fuerte como si nunca hubiera ocurrido en absoluto”).

 

Snow Globes, cuarto y último single de la placa discográfica que nos ocupa, posee una intro instrumental a lo calma antes de la tormenta con ecos de Astral Weeks (1968), de Van Morrison, todo para una composición in crescendo que llega al tope en furia y a posteriori regresa hacia la tranquilidad primigenia cuando ya no existe altura que sobrepasar, canción construida desde la perspectiva naif y optimista de una Catalina de Aragón que es desechada por el ciclotímico y muy peligroso Enrique VIII, el que fuera su marido, en pos de divorciarse y casarse con la legendaria Ana Bolena, quien tendría una suerte incluso peor bajo sus manos en un caso de capricho real -en busca de un heredero varón para consolidar la Casa Tudor- que desencadenaría la ruptura definitiva con la Iglesia Católica y la instauración formal de la Iglesia Anglicana o Iglesia de Inglaterra. El amor aquí se nos aparece más hipócrita que nunca porque se unifica con la fe y el Estado en un episodio que es retratado desde el punto del vista del eslabón más débil de la cadena, con el cual Issac se identifica por la desesperación y tristeza que se esconden detrás de estos micromundos como bolas de nieve que siempre necesitan que alguien las mueva para generar el efecto deseado, cualquiera sea esa reacción de probeta, lo que además incluye una referencia al paso -y muy sarcástica- a When You Were Young (2006), de los payasescos y mediocres The Killers, y una explicación ya plena de la tapa del álbum cual representación encapsulada y cristalina de un pasado infantil visto desde la adultez, metáfora también sobre el vacío de una modernidad que mata con aburrimiento y genera comportamientos compulsivos como las colecciones en todos los ámbitos de la vida, sustitutos prácticos de algún significado, causa o anhelo en verdad movilizante en tiempos de intercambiabilidad, redundancia, superficialidad y una miseria moral negada; en última instancia regalándonos la resignación fatalista de “debemos dejar que la abrazadera haga lo que la abrazadera hace mejor”, el mandato sacro misterioso detrás de “puede llevar algo de tiempo aprender a usar estos cuerpos correctamente/ pero es para esto que Dios nos ha dado a ambos la noche”, el sustrato banal del recuerdo fetichizado sin aprendizaje de por medio símil “su acorazado de la memoria/ una pequeña nación de souvenirs hace que Enrique esté completo aunque poroso” y desde ya aquel majestuoso mantra final de la ironía política, “oh, Dios del clima, Enrique sabe que los globos de nieve no se mueven solos”.

 

Otra introducción instrumental anticipa el sustrato de epopeya de Basketball Shoes, temazo de casi 13 minutos de duración divididos en tres partes a puro post punk intermitentemente lánguido y fastuoso con algo de rock gótico ochentoso a lo The Cure o Siouxsie and the Banshees: en esta ocasión el Concorde, la pareja ideal que nos rechaza, se abalanza contra la intimidad del cuarto de reposo en el hogar -o contra el espacio de la ciencia ficción, que es el psicológico creativo del sujeto- cual agente divino imparable, por ello ahora buscar una nueva pareja implica superar el fracaso previo y no dejar entrar a unos insectos que eventualmente se apoderan de la mente del desairado y lo conducen hacia la locura, hablamos de nosotros mismos, los otros mortales que nos convertimos en las “hormigas” del título del álbum vistas desde la óptica lejana del jet Concorde. Aquí ya surge una búsqueda sincera de sanación mediante la idea de priorizar las necesidades personales por sobre las de una pareja que no funcionó o de una figura dominante de antaño, la mujer de turno, sin embargo la amargura prevalece y en ello tiene que ver la alusión de las postrimerías del tema a Charli XCX, hembra representante del hyperpop cuya figura de plástico y en extremo trivial y boba aparece como un símbolo de la arpía en cuestión, el público, la crítica, la industria musical, el mentado “hype” cultural y/ o cualquier otro agente parasitario que come y come, se siente dueño del anfitrión y finalmente se marcha cuando la sequía indica que ya no hay nada más que explotar en esta parcela, algo que puede incluir al propio narrador mediante el sincericidio de autoconsumirse mediante sus versos, párrafo a párrafo, así la metamorfosis identitaria honesta -pensemos en versos como “todos estamos trabajando en nosotros mismos/ y rezamos para que al resto no le importe lo mucho que hemos cambiado”- se contrapone a la falsedad pretendidamente omnipresente de “la abrazadera es una mejilla de sonrisa agrietada y me tortura”.

 

En Ants from Up There la vulnerabilidad reemplaza a cierta frialdad concienzuda del álbum anterior, mantiene intacta gran parte de la enajenación mental latente y apuesta a sucesivas explosiones anímicas en las que Wood le prepara el almuerzo a su amante y hace lo que puede en pos de llamar su atención, mimarla, entenderla, acompañarla o hacerla sentir mejor sin recibir más que migajas de afecto como recompensa, por ello mismo la relación enfermiza aunque empardada a la abulia de For the First Time en esta oportunidad muta en una catarata de cariño ninguneado como si estuviésemos hablando de algún mecanismo compensatorio cual yin y yang o euforia nihilista que eventualmente nos redirecciona hacia una catarsis ya de índole espiritual. Quizás el mayor mérito de Black Country, New Road pasa por haber creado una mitología propia, muy específica, en la que la decadencia y la decepción constantemente se dan la mano con una esperanza que incluso maltrecha o atrofiada continúa despertando chispazos de jolgorio a la espera de algo mejor por venir, de una respuesta que por ilusoria no deja de ser menos anhelada y sanadora a lo placebo. Entre el preciosismo mundano, la entelequia que nos salva de la debacle y una verdadera obsesión psicológica con la fugacidad de la vida y especialmente del cariño compartido y conservado en una memoria que suele implosionar por su apego para con el oportunismo sentimental, Ants from Up There es un trabajo que le habla de frente a las angustias del presente y hasta consigue imponerse como un neoclásico rockero instantáneo por el dejo atemporal de los dilemas de Isaac y compañía a lo largo de estas diez ambiciosas canciones, como decíamos con anterioridad muy deudoras de Arcade Fire y Slint pero también de Wolf Parade, Rush y el rock progresivo de Jethro Tull y King Crimson, todo filtrado a través del lente post punk de The Fall, Wire y Public Image Ltd., entre muchos otros. El segundo álbum de los británicos posee el raro privilegio no sólo de ser una de las pocas obras maestras del Siglo XXI de una banda nueva sino de suceder a otra obra maestra, aquel disco debut, proeza que pone en vergüenza a tantos colegas músicos de todo el globo.

 

Ants from Up There, de Black Country, New Road (2022)

Tracks:

  1. Intro
  2. Chaos Space Marine
  3. Concorde
  4. Bread Song
  5. Good Will Hunting
  6. Haldern
  7. Mark’s Theme
  8. The Place Where He Inserted the Blade
  9. Snow Globes
  10. Basketball Shoes