La Danza de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967) es una película importante dentro del derrotero del genial Roman Polanski por diversas razones, a saber: en primera instancia fue su primer trabajo en color luego de tres propuestas al hilo en blanco y negro, El Cuchillo bajo el Agua (Nóz w Wodzie, 1962), Repulsión (1965) y Cul-de-sac (1966), algo que tiene que ver tanto con el salto en sí a la experimentación con el formato por parte del cineasta como con la naturaleza paródica del film en relación a los opus de horror de la por entonces en auge Hammer Film Productions, compañía británica que precisamente se caracterizaba por reformulaciones a todo color de los motivos y monstruos clásicos de la Universal Pictures, en segundo lugar la película que nos ocupa ofició de “puente” concreto entre la etapa europea de su carrera y el viaje inmediatamente posterior a Estados Unidos de la mano de El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), realizada para la Paramount Pictures en control de Robert Evans, basta con recordar que El Cuchillo bajo el Agua fue una producción de Polonia, que las dos siguientes fueron inglesas y que La Danza de los Vampiros ya es una coproducción entre la británica Cadre Films y la yanqui Filmways que fue distribuida por la Metro-Goldwyn-Mayer, en tercera instancia hay que tener presente que hablamos de la primera comedia negra explícita y/ o de influjo erótico a toda pompa de Polanski, sustrato libidinoso y sarcástico que ya había explorado en las tres obras previas aunque recurriendo mucho más al andamiaje retórico del drama, y finalmente en cuarto lugar La Danza de los Vampiros ofreció la oportunidad crucial para que Roman terminase de conocer en el set a la que se convertiría en su esposa en 1968, Sharon Tate, una modelo y actriz de muy corta trayectoria que sería asesinada estando embarazada en 1969 a los 26 años de edad por esa colección de psicópatas comandada por Charles Manson, una chica que por entonces había tenido participaciones sin acreditar en Barrabás (Barabbas, 1961), de Richard Fleischer, y Nunca Comprarás mi Amor (The Americanization of Emily, 1964), de Arthur Hiller, venía de intervenciones en series de TV como Mister Ed (1961-1966), El Agente de C.I.P.O.L. (The Man from U.N.C.L.E., 1964-1968) y Los Beverly Ricos (The Beverly Hillbillies, 1962-1971) y había conseguido papeles de mayor importancia en El Ojo del Diablo (Eye of the Devil, 1966), de J. Lee Thompson, y No Hagan Olas (Don’t Make Waves, 1967), última obra del querido realizador norteamericano Alexander Mackendrick.
Si bien, como decíamos antes, Polanski siempre trabajó lo lujurioso y lo unificó de manera más o menos sutil con el humor negro en sintonía con las tensiones de El Cuchillo bajo el Agua, las frustraciones y delirios de Repulsión y aquel canibalismo simbólico galopante de Cul-de-sac, el verdadero origen de la rama picaresca de su producción artística es La Danza de los Vampiros y prueba de ello es la influencia de la película en opus posteriores que recuperaron algún elemento distintivo como por ejemplo la arquitectura de encadenamiento teatral, el sustrato farsesco, los detalles cuasi surrealistas, las luchas identitarias de fondo, la desmitologización de todo lo social y la presencia de putas deliciosas y varones algo mucho tontuelos, recordemos para el caso ¿Qué? (Che?, 1972), El Inquilino (Le Locataire, 1976), Piratas (Pirates, 1986), Perversa Luna de Hiel (Bitter Moon, 1992), Oliver Twist (2005), Un Dios Salvaje (Carnage, 2011) y La Piel de Venus (La Vénus à la Fourrure, 2013), entre otras. Basada en un guión del realizador y su socio habitual del período Gérard Brach, con quien escribió además las citadas Repulsión, Cul-de-sac, ¿Qué?, El Inquilino, Piratas y Perversa Luna de Hiel más Tess (1979) y Búsqueda Frenética (Frantic, 1988), señor que también colaboraría con una multitud de realizadores como Claude Berri, Marco Ferreri, Jean-Jacques Arnau, Michelangelo Antonioni, Philippe de Broca, Bertrand Blier, Dino Risi, Otar Iosseliani, Andrey Konchalovskiy y Dario Argento, la propuesta se desarrolla en la Transilvania invernal del Siglo XIX y arranca con la llegada del Profesor Abronsius (Jack MacGowran), un científico avejentado y débil expulsado de la Universidad de Königsberg por sus teorías sobre los vampiros, y su ayudante Alfred (el propio Polanski), un muchacho tímido e hiper atolondrado, a una posada/ taberna propiedad del matrimonio Shagal, ese de la gigantona Rebecca (Jessie Robins) y el asimismo grotesco Yoyneh (Alfie Bass), quien adora acosar a la sirvienta del lugar, la rubia putona Magda (Fiona Lewis). Mientras que Alfred se enamora de a poco de la hija de los Shagal, la amante del aseo Sarah (una siempre esplendorosa Tate con una peluca colorada), Abronsius infiere -por el temor generalizado y la presencia de ajos- la intervención de un jerarca local de los chupasangres, el Conde von Krolock (Ferdy Mayne), aristócrata petulante que vive en un castillo de la región y tiene un vástago también vampiro, Herbert (Iain Quarrier), y un esclavo humano multifunción símil Igor, Koukol (Terry Downes), sujeto con una joroba y un severo problema de ortodoncia.
Polanski no sólo se ríe de la ampulosidad barroca de los diversos films de la Hammer Film Productions sino que incluso se muestra mucho más interesado en construir primero una sátira de la soberbia cientificista de la Ilustración con el conocimiento y la razón al frente como panaceas sociales, un rubro simbolizado en el esperpéntico Profesor Abronsius y su cruzada fanática con investigar e inmediatamente destruir lo sobrenatural desconocido, y segundo una parodia del clásico formato de la “damisela en peligro”, en esta oportunidad una Sarah que es secuestrada por el conde para que se transforme en el “manjar principal” en esa celebración vampírica con lujoso baile incluido a la que hace referencia el título en castellano, episodio que genera la típica bola de nieve de acontecimientos de la comedia desfachatada y claustrofóbica ya que su padre marcha al rescate pero es mordido en todo su cuerpo, el cual después impregna a Magda y a su vez provoca que Alfred y Abronsius se dirijan al castillo de Von Krolock para enfrentarse con el origen de la epidemia, lo que por cierto nos deja con detalles muy graciosos que giran alrededor de la torpeza del ayudante del profesor, la inclemencia del invierno, el trasfondo ridículo del científico, la rusticidad del jorobado, el fetiche libidinoso de Yoyneh, los celos de su esposa, esa eterna indiferencia de Magda y la participación de los primeros chupasangres judíos y homosexuales de la gran pantalla, el posadero y Herbert respectivamente. Un rasgo repetido del cine de Polanski, léase el ensimismamiento de los personajes al punto de no sólo nublar su conciencia sino funcionar como negaciones sardónicas con patas de los estereotipos intra género, reaparece de manera clarísima en La Danza de los Vampiros mediante el sutil trastrocamiento de las distintas “misiones naturales” de cada criatura del relato, así Alfred pierde el interés en la pesquisa de su maestro y se ofusca con salvar a Sarah, Abronsius en cambio no muestra inclinación alguna por rescatar a nuestra ninfa y se obsesiona con clavarle una estaca en el corazón al conde, Yoyneh tampoco tiene demasiado interés en su hija y sólo se preocupa por hacerse de la apetecible Magda y finalmente a Herbert le importa un comino el legado de su progenitor y gusta de andar persiguiendo -a escala culinaria y sexual- a Alfred, quien por su cobardía a la hora de matar al aristócrata -y por este leitmotiv existencial de fondo de salvar a la pelirroja, desde ya- en última instancia termina desperdigando por todo el mundo la maldición que el dúo se proponía combatir, desenlace astuto y paradójico de por medio.
Anticipándose a todo lo hecho a futuro por Mel Brooks, Carl Reiner, Woody Allen, Colin Higgins, John Landis e incluso el equipo creativo estadounidense conocido como ZAZ o Zucker, Abrahams y Zucker, compuesto por Jim Abrahams y los hermanos David y Jerry Zucker, Polanski construye un proto pastiche posmoderno cual licuadora en la que caen ingredientes tan heterogéneos como el slapstick o comedia física del cine mudo, los dibujos animados bien anarquistas a lo Looney Tunes y Fantasías Animadas de Ayer y Hoy (Merrie Melodies), la influencia de luminarias anteriores de la comedia como los Hermanos Marx, Blake Edwards, Jerry Lewis, Mike Nichols y Los Tres Chiflados (The Three Stooges), el horror gótico de Terence Fisher, Mario Bava y ese Roger Corman adaptando a Edgar Allan Poe y los mismos monstruos hilarantemente acartonados de la Universal, amén de muchos componentes extra cinematográficos en línea con el terror de Poe y Guy de Maupassant, el vodevil, el costumbrismo bizarro de Europa del Este, la tradición de los cuentos de hadas, el absurdo de idiosincrasia kafkiana, el erotismo popular anti corrección política burguesa, la mencionada sátira social e intra género, el bildungsroman o epopeya de aprendizaje, las resonancias culturales necrológicas, la hazaña romántica, las aventuras modelo folletín y cierto decadentismo hedonista -en especial en el segmento ulterior en el castillo del conde- vinculado a las ironías y el ingenio de Oscar Wilde. Con una sublime música de Krzysztof Komeda y un excelente trabajo en fotografía de Douglas Slocombe y diseño de producción de Wilfred Shingleton, la película ejemplifica a todas luces la destreza suprema adicional de Polanski como actor, el cual ya arrastraba un larguísimo derrotero como intérprete en Polonia desde principios de los años 50, y nos regala un desempeño inmaculado de parte de Bass, MacGowran y Mayne, siendo la malograda Tate una pieza fundamental porque su encanto justifica la gesta de rescate a cargo de los varones, una mujer que después apenas si completaría un cameo en El Bebé de Rosemary y su trilogía actoral del final, El Valle de las Muñecas (Valley of the Dolls, 1967), de Mark Robson, Las Demoledoras (The Wrecking Crew, 1968), de Phil Karlson, y 12+1 (1969), de Nicolas Gessner y Luciano Lucignani, un periplo en el que sólo se destaca La Danza de los Vampiros porque sus otras propuestas de valía, El Ojo del Diablo y El Valle de las Muñecas, caen muy por debajo en calidad y nos dejan con la gran duda sobre su hipotético futuro en este ciclo de despegue profesional…
La Danza de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, Reino Unido/ Estados Unidos, 1967)
Dirección: Roman Polanski. Guión: Roman Polanski y Gérard Brach. Elenco: Jack MacGowran, Roman Polanski, Alfie Bass, Jessie Robins, Sharon Tate, Ferdy Mayne, Iain Quarrier, Terry Downes, Fiona Lewis, Ronald Lacey. Producción: Gene Gutowski. Duración: 103 minutos.