Salvaje (Savage)

Alcances de la violencia recreativa

Por Emiliano Fernández

Sinceramente no abundan las películas sobre un tópico tan doloroso como la castración y menos todavía aquellas que deciden encarar el asunto desde la idiosincrasia del vigilante suburbano en descenso en espiral hacia una sutil locura digna de El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), de Michael Winner, Taxi Driver (1976), de Martin Scorsese, y hasta Irreversible (2002), de Gaspar Noé, no obstante esa es de hecho la perspectiva y el tema de cabecera de Salvaje (Savage, 2009), el poderoso y astuto primer largometraje del irlandés Brendan Muldowney, un señor que aquí no teme analizar enclaves adicionales y tabúes varios como por ejemplo el concepto social de masculinidad en boga, la idiotez pusilánime de la burguesía, el sadismo como forma de vida de determinados estratos y tribus urbanas, la inoperancia del Estado en materia de contener a las víctimas de los crímenes, el recurso siempre latente de la venganza, las mentiras institucionales prototípicas del acervo de los médicos/ psicólogos/ psiquiatras, las múltiples inequidades sociales y económicas del capitalismo, la cultura del miedo y la paranoia difundida por los formadores de opinión y los medios de comunicación, la soledad como gran rasgo de estos tiempos egoístas y la tendencia de los habitantes metropolitanos a mostrar indiferencia ante el prójimo, quien puede estar sufriendo a centímetros de distancia sin que nadie mueva un dedo en su auxilio.

 

La trama en sí es muy sencilla y está dividida en cuatro macro capítulos intitulados Miedo, Control, Ira y Venganza: el protagonista es Paul Graynor (Darren Healy), un fotógrafo que suele aportar fotos para notas de grandes periódicos sobre noticias policiales y que en los primeros segundos del metraje mira impasible cómo dos homeless luchan en la calle por una botella de alcohol frente a la abulia distante de los transeúntes de Dublín, a la que él se suma cuando les saca una foto y acto seguido se marcha desde el clásico oportunismo de la prensa en general (servirse del otro como carne de cañón en vez de ayudarlo y/ o intervenir para mejorar las cosas). El solitario Graynor paga los cuidados y suele visitar a su padre (Jer O’Leary), un hombre en estado senil que es asistido por la bella enfermera Michelle (Nora-Jane Noone), y lo más cerca a un amigo que tiene es Ian (Feidlim Cannon), un colega fotógrafo con el que suele asediar los traslados policiales de prisioneros para vender de inmediato las imágenes resultantes. Todo el mundo del hombre se viene abajo cuando después de una cita nocturna con Michelle, en la que se percibe la química entre ambos, Paul es asaltado y atacado a pura brutalidad en un callejón por dos jóvenes (Johnny Ward y Diarmuid Noyes) que le hacen vaciar sus bolsillos, le sacan la campera, le cortan el rostro con un generoso y afilado cutter, lo muelen a golpes y finalmente le tajean los testículos.

 

El film de Muldowney no se anda con eufemismos bobalicones del mainstream y subraya que de determinadas experiencias traumáticas no hay vuelta atrás porque nada ni nadie puede deshacer el daño sufrido, una certeza que en esta ocasión sigue los patrones del thriller psicótico bien hardcore aunque con los pies sobre la tierra, sin exageración retórica alguna y apostando por esa proverbial crudeza del cine anglosajón volcado al realismo sucio e inclemente. Uno tras otro van pasando los distintos personajes y/ o representantes institucionales que desfilan frente a una víctima que de a poco se convierte en una amalgama amorfa entre su yo de antaño y ese otro que surge luego de la cruenta arremetida y que en parte lo acerca a la postura depredadora nocturna de sus victimarios: los detectives a cargo del caso (Andrew Bennett y Alan King) desean dar a conocer los detalles al público para detener a esos atacantes cuyos rostros quedaron grabados por una cámara cercana, su médico (Peter Gaynor) le receta suplementos sustitutivos para la testosterona faltante, le recomienda ir a un gimnasio y le ofrece una cirugía cosmética para insertarle una prótesis en el costal testicular, Ian lo ayuda no difundiendo su rostro en los diarios, la psiquiatra de turno, la Doctora Cusack (Cathy Belton), desparrama latiguillos de manual para elevar su autoestima y hacer que reflexione sobre el embate, su flamante instructor de defensa personal (Bill Murphy) atestigua su cada vez más complejo/ atribulado estado mental, un fisicoculturista ruso del gimnasio (Slawomir Slazak) le vende esteroides masticables semejantes a los caramelos, y hasta la misma Michelle trata de ayudarlo mientras el hombre busca desesperadamente volver a tener una erección normal entre todo este atolladero de influencias, opiniones y manotazos de ahogado que no solucionan ni compensan el dolor.

 

La invariabilidad de lo acontecido, la falta de respuestas satisfactorias por parte del entorno, y hasta la banalidad automatizada -o acaso explotadora- que esconden las inefables “buenas intenciones” de las personas que se acercan a la víctima constituyen en conjunto un laberinto de degradación psicológica y moral que en pantalla toma la forma del detalle de pasar de comprarse una alarma tontuela de puro sonido chirriante y hacer colocar una mirilla en la puerta de entrada de su departamento a conseguirse una picana por correo o directamente adquirir un aparatoso cuchillo de cazador con vistas a patrullar la ciudad en busca de los dos responsables de la agresión, lo que deriva en una fórmula narrativa similar a la de El Vengador Anónimo porque frente a la incapacidad de dar con los victimarios concretos, el protagonista tiende cada vez más a aventurarse en asuntos foráneos, cargar contra aquellos que ve como peligrosos o hasta desquitarse de modo salvaje -precisamente, equiparando el daño sufrido con el infligido al azar- con cualquier pobre diablo que tenga la mala fortuna de cruzarse en su camino en un día donde las frustraciones rocen el cielo y los esteroides eleven la agresividad y la homologuen a una sensación de poder y gran fuerza que desde ya no se condice con la debilidad real de base de Graynor. Aquí los alcances de la “violencia recreativa” aparecen afectando a toda una sociedad enferma -que es la global de nuestros días, por supuesto- en tanto vías de escape tristes, furiosas e infructuosamente compensatorias frente a la distancia entre los ciudadanos de a pie y las barrabasadas cotidianas del poder estatal/ empresario/ financiero, un planteo antihumanista y de lo más caníbal en el que el amor derrapa ante la revancha, lo masculino avasallante se siente en crisis de manera terminal y lo femenino delicado/ atento/ diligente se acerca a lo anodino…

 

Salvaje (Savage, Irlanda, 2009)

Dirección y Guión: Brendan Muldowney. Elenco: Darren Healy, Nora-Jane Noone, Jer O’Leary, Feidlim Cannon, Johnny Ward, Diarmuid Noyes, Andrew Bennett, Alan King, Cathy Belton, Bill Murphy. Producción: Conor Barry. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 8