Buenos Aires continúa presa del coronavirus y es por ello que nos juntamos vía Zoom con Alma Laprida, una compositora experimental que trabaja con registros de campo o field recordings e instrumentos poco frecuentes como la trompa marina. Alma es una artista musical salida del conservatorio que nos cuenta acerca de su formación, influencias y un poco de lo que sucedió en Radio CASo (Centro de Arte Sonoro), un espacio online con programación durante las 24 horas dedicado exclusivamente a la difusión de la escena contemporánea y experimental argentina.
¿Cuál es tu primer recuerdo musical?
En mi casa recuerdo de escuchar mucha música. No sé cuántos años tenía pero tenía un cassette con una grabación de mi corazón cuando nací, porque parece que habían detectado un pequeño soplo en el corazón. Después se fue con el crecimiento y no fue nada realmente grave, pero tenía un cassette que cada tanto ponía con el sonido de mi corazón, que no sonaba “tun-tun-tun”, como debería sonar. Sino que emitía un sonido parecido al del subte. O sea yo no vivía en Capital Federal, soy de Muñiz, en San Miguel. Entonces me acuerdo que cuando iba a Capital, decía “¡suena igual que el sonido de mi corazón!”. Tenía un ritmo específico y luego lo bailaba en el living de mi casa, y cuando ya era más grande pensaba que un día iba a usar eso para hacer música.
Viví hasta los veinticuatro años en Muñiz pero venía bastante para Capital desde muy chica, alrededor del principio de los 2000, y ya sabía que la movida experimental era mucho más grande. Quería evitar viajar en el tren muy tarde o muy temprano a la mañana con instrumentos, ya que algunas veces era cuesta arriba.
¿Hubo algún músico en tu familia?
Hubo músicos pero ninguno se dedicó a ser músico. Todos a la música la tuvieron como un hobby. En la casa de mi abuelo fue que encontramos una carta de él que le envió a su hermano que se venía de Córdoba a Buenos Aires para estudiar música, específicamente el acordeón. Este abuelo tocaba música. Mis padres se conocieron en el conservatorio de música. Pero nunca hubo ningún lanzamiento profesional. En mi familia se podría decir que hubo muchos músicos frustrados. Yo no empecé en el conservatorio, antes de hablar cantaba en la cuna bastante, respondía mucho a la música y bailaba. De hecho cuando a los tres años empecé a estudiar iniciación musical, con todos mis juguetes trataba de componer. Se hizo difícil estudiar cuando era pequeña. Luego me desaté, empecé a tocar la guitarra, con canciones de The Beatles, o sea, canciones que hace cualquier persona en la guitarra.
¿De dónde sale la inspiración a la hora de componer?
De encontrar timbres o sonidos que me parecen medio extraños, cosas que me sorprenden, me generan extrañeza. No sé si es lindo o feo. Pero como es extraño quiero trabajar con eso. Esa es la patada inicial para que pueda trabajar en composiciones.
¿Cuándo empezaste esa búsqueda y luego profesionalizaste la composición en la música experimental?
Cuando se presentaba algún grupo “experimental” los iba a ver. Hace unos años había unos grupos muy “performáticos”. Recuerdo en San Miguel gente que tocaba disfrazaba. Había un bar donde tocaban bandas de rock más tradicional pero algunas veces abrían las puertas para propuestas no tan ortodoxas como Luciano Perucci, quien se presentaba en formato dúo y frecuentemente se vestían de astronautas y colocaban unos televisores de fondo. Había mucha libertad en ese lugar.
Ya con dieciocho años estaba en el conservatorio, fui a ver a una banda que era un ensamble de música antigua, medieval, música del Siglo XIII interpretada con trajes medievales. Era una propuesta muy teatral, realmente didáctica. Y fue ahí donde empecé a cantar, a descubrir sonidos raros. Este ensamble tocaba con instrumentos que eran réplicas de los antiguos, como el salterio. Fue desde ahí que empecé a manejarme en mundos que se iban por afuera de los sonidos y tonalidades más tradicionales, eso tenía otras energías. Se priorizaba la reverberación para mantener una relación con el espacio y para que nuestro sonido se luzca mejor. Empecé a pensarme a mí misma como proyecto. Y luego para empezar a tocar de manera profesional.
¿Cómo era el diálogo en el ensamble?
En las partituras antiguas sólo quedan restos de una línea melódica y un poema, lo que sería la letra. Después de ahí se van probando instrumentos: “OK, improvisemos”, sería el ejercicio. Sacamos y ponemos instrumentos. No hay una intro escrita. La inventás vos, lo mismo las secciones, implica el hecho de querer investigar, armar cada uno los arreglos si en determinado tema empiezan las flautas dado que hay poca información en la partitura ya que no figura la duración de cada nota. Además de que hay que pronunciar en latín. Uno se pregunta: ¿Hasta qué punto es posible hacer una reproducción fiel? Sabiendo que la auralidad ahora es muy distinta, por ejemplo las tonalidades y el acercamiento de cada región eran muy distinto, la música de lo que hoy sería Francia por ejemplo. Había una presencia de tiempos más libres. En muchas de las regiones de lo que sería Alemania, los ritmos eran más pulsados. Empecé a leer una biografía de John Cage, hay un párrafo que el autor le dedica a cómo Cage reconoce la importancia de la música medieval. Y cómo él hace su historiografía de la música que lo inspira, resaltando lo medieval por sobre el clasicismo. No hay que erradicar la música clásica para nada. Pero dije: “¡Entiendo completamente por qué él dice lo que dice!”. La música medieval ya casi no se estudia en los conservatorios y se empieza con el paradigma moderno.
¿Hay algún límite en la música experimental?
La verdad que aparecen nuevas posibilidades tecnológicas que permiten generar cosas nuevas y ciertos tipos de texturas, estructuras, etc. No es el momento de decir: “Sí, creo que llegamos al límite”, o tampoco decir “¡falta mucho!”. Siempre va a haber cosas nuevas porque se reactualizan, se resignifican, y en ese punto estuve escuchando obras de Beatriz Ferreyra, Horacio Vaggione, ayer escuché una composición para chelo de Hilda Dianda. Me gusta también lo que hace Virginia Barca, “Vic Bang”, cuyo sonido es muy particular, es un pequeño tesoro. También estoy usando un programa que se llama AudioStellar, es una app en la que cargas sonidos breves, tiene distintas maneras de ordenar los sonidos. La computadora analiza de acuerdo a su similitud y cuáles son distintos. Ese software fue desarrollado en Argentina por Leonardo Garber y Tomás Ciccola.
¿Cómo podrías describir el año para Radio CASo?
Empecé a trabajar justo después de que comenzó la cuarentena. No sabíamos muy bien que hacer. Plantearon la de hacer una radio 24 horas y yo exclamé: “¿Están locos?”. Pero teníamos razón, la verdad es que fue un trabajo intenso que hemos hecho con amor. Lo que tuvo de interesante fue poder descubrir música copada de músicos locales y de todo el país. Hicimos un programa llamado PAN (Panorama de Audioexperimentación Nacional), en el cual estamos invitando un referente por provincia para que nos comente cómo son las escenas locales alrededor del país. Es interesante lo que sucede en otros espacios con otros paisajes sonoros y en otras comunidades. Y sobre todo, darle lugar a esas voces no tan escuchadas.
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