Sin Ley y sin Alma (Criss Cross)

Andanada de traiciones

Por Emiliano Fernández

El Hollywood Clásico, categoría paraguas que responde a la producción cinematográfica industrial norteamericana especialmente de los años 30, 40 y 50 del Siglo XX, de rasgos verdaderamente autóctonos no tenía mucho que digamos porque una enorme cantidad de los responsables creativos principales, los directores, guionistas y demás, eran de hecho “importados” de diversas partes del mundo y en especial de Europa, algo que tenía que ver con las diferentes modalidades de exilio que se presentaban en la época y su maridaje con las razones para que el artista deba emigrar en primera instancia, pensemos para el caso en el ascenso de los fascismos en el viejo continente, el mega estallido de la Segunda Guerra Mundial, alguna limpieza étnica o política eventual, el sueño de un trabajo más estable o el típico ascenso en la jerarquía del mundillo cinematográfico, desde el enclave nacional del séptimo arte hacia dicha aventura hollywoodense sólo si en el terruño se alcanzó un éxito importante. Sinceramente pocos cineastas aguantaban el régimen de trabajo de los grandes estudios de aquellas décadas, efectivamente rodando una multitud de películas por año y casi siempre sin la posibilidad de elegir los proyectos, el elenco y sus colaboradores en cada propuesta, por ello la situación estándar era permanecer un puñado de años en yanquilandia -generalmente entre un lustro y una década, si daba el cuero- para a posteriori regresar al lugar de nacimiento y tratar de retomar la carrera en cuestión, planteo que reiteradamente derivaba en decepción porque la famosa regla inversamente proporcional metía la cola en todo momento, léase la libertad en casa pero sin demasiado dinero/ presupuesto y el yugo en Hollywood pero con recursos en general más cuantiosos que de vez en cuando permitían crear algo en verdad propio, no tan impersonal como la enorme mayoría de los productos del entramado industrial estadounidense, enjambre donde la cadena de montaje y la meta de encandilar a las masas suelen comerse cualquier aspiración artística o autoral o discursiva valiosa de fondo, que complejice la narración de turno más allá del maniqueísmo yanqui.

 

Robert Siodmak, señor alemán y judío, fue uno de estos expatriados que primero huyó del nazismo hacia Francia y después de la Segunda Guerra Mundial hacia Hollywood, donde desarrolló una prolífica carrera a lo largo de la década del 40 y comienzos de los años 50 que se caracterizó en general por una andanada de policiales negros que lo transformaron en uno de los artífices indiscutibles del formato junto con John Huston, Julien Duvivier, Robert Wise, Billy Wilder, Jules Dassin, Alfred Hitchcock, Jacques Becker, Fritz Lang, Samuel Fuller, Otto Preminger, Jacques Tourneur, Robert Aldrich, Jean-Pierre Melville, Orson Welles y Raoul Walsh, entre otros. Dentro del lote de Siodmak especializado en el film noir existen dos grupos, uno maravilloso que abarca a La Dama Fantasma (Phantom Lady, 1944), El Sospechoso (The Suspect, 1944), Los Asesinos (The Killers, 1946), Tras el Espejo (The Dark Mirror, 1946), Una Vida Marcada (Cry of the City, 1948) y Sin Ley y sin Alma (Criss Cross, 1949), y otro más accesorio pero muy atractivo que incluye a películas como Luz en el Alma (Christmas Holiday, 1944), Amor que Mata (The Strange Affair of Uncle Harry, 1945), Desvarío (Time Out of Mind, 1947), El Caso de Thelma Jordon (The File on Thelma Jordon, 1949) y Deportado (Deported, 1950), amén de una mixtura entre terror y policial negro que se abre camino como uno de los antepasados más esplendorosos del giallo y el slasher, la también magnífica La Escalera de Caracol (The Spiral Staircase, 1946). Sin Ley y sin Alma, además conocida en castellano como El Abrazo de la Muerte, es de hecho el último gran film noir de Siodmak si no contamos sus coqueteos posteriores con este esquema narrativo en ocasión de El Diablo Ataca de Noche (Nachts Wenn der Teufel Kam, 1957), joya ya correspondiente a su regreso tardío a Alemania desde mediados de los 50 y otro thriller criminal con ingredientes de horror, y quizás su mejor exponente en el ecosistema delictivo porque aquella destreza formal promedio, muy enraizada en el arte de exprimir las limitaciones de la Clase B, está al servicio de una trama fascinante y mundana.

 

Basado en la novela homónima de 1934 de Don Tracy, el guión de Daniel Fuchs, todo un experto en los policiales negros hoy por hoy recordado por El Expreso Bagdad-Estambul (Background to Danger, 1943), del imponderable Walsh, Pánico en las Calles (Panic in the Streets, 1950), de Elia Kazan, y Aviso de Tormenta (Storm Warning, 1950), de Stuart Heisler, sería asimismo utilizado como la fuente de inspiración para una cuasi remake de Steven Soderbergh, Pasiones Latentes (The Underneath, 1995), obra despareja que toma la forma de una relectura heterodoxa o más bien lejana con respecto al opus del amigo Robert. Steve Thompson (Burt Lancaster) regresa a Los Ángeles luego de haber recorrido Estados Unidos porque desea asentarse y volver a ver a su familia, hablamos de su madre (Edna Holland) y su hermano menor Slade (Richard Long), no obstante la felicidad del muchacho con su novia, una tal Helen (Meg Randall), le recuerda a la que fuera su esposa, Anna (una despampanante Yvonne De Carlo que justifica toda lujuria), eje de una relación tormentosa de amor/ odio que duró siete meses pero dejó cenizas, esas que dos años después lo llevan a buscarla en el club nocturno donde siempre se encontraban, un ámbito que siente distante porque un nuevo barman reemplaza al anterior, Frank (Percy Helton), y porque la ninfa está saliendo con un jefe criminal carismático y un tanto mucho violento, Slim Dundee (Dan Duryea), con el que termina casándose luego de que un amigo de Steve de la infancia, el hoy Teniente Pete Ramírez (Stephen McNally), utilizase su trabajo policial para amenazarla con meterla presa si no corta la relación con Thompson, antipatía que comparte la madre del protagonista. A pesar de percatarse de la atracción malsana que lo conduce hacia Anna, Steve no puede evitarlo e inicia un affaire que en el punto más álgido del asuntillo, cuando Dundee efectivamente los descubre in fraganti, muta en un plan improvisado para robar la jugosa carga de un camión blindado sirviéndose de un clásico cómplice interno, el mismo Thompson, quien recuperó su antiguo trabajo en una compañía transportadora de caudales.

 

El director, aquí en la segunda de sus tres colaboraciones con Lancaster a posteriori de la excelente Los Asesinos, basada en el cuento de 1927 de Ernest Hemingway y con guión sin acreditar de Huston y Richard Brooks, y antes de El Pirata Hidalgo (The Crimson Pirate, 1952), un swashbuckler algo ridículo aunque afable en la tradición de Douglas Fairbanks, ofrece una acepción insólitamente vulnerable del casi siempre recio/ severo Burt ya que su personaje está constantemente debilitado por amor y sufre las sucesivas traiciones de la mujer que adora y su marido, recordemos que ella lo deja plantado sin más en la “cita del reencuentro”, Slim intenta asesinarlo durante el asalto callejero al camión blindado y ella para colmo pretende abandonarlo en los minutos finales porque por la balacera termina con un brazo inutilizado. Esta ciclotimia darwinista de fondo, en la que lo romántico se da la mano con lo profesional, lo familiar e incluso lo amistoso porque Ramírez es el encargado de alertar a Steve sobre el riesgo que corre su vida por haber sobrevivido al atraco y haberle arrebatado la hembra y los billetes a Dundee, se condice en la praxis con la estructura del relato porque éste empieza como melodrama de triángulo amoroso, continúa en tanto caper movie y en última instancia muta en suspenso de acecho, siempre con el destino moviendo los hilos del azar y con la perfidia imponiéndose como la variable fija en la existencia del crédulo que se deja estafar sistemáticamente por el sádico cercano, sea consciente como el mafioso o inconsciente como Anna, por cierto una exégesis muy interesante de la figura de la femme fatale porque al sustrato semi involuntario se suma la capacidad de despertar el masoquismo insaciable de Thompson. Aquí la complejidad psicológica está aunada a un desarrollo meticuloso y a una atmósfera fatalista que incluye uno de los mejores desenlaces de la historia del film noir, el que inmortaliza el abrazo del título alternativo para el mundo hispanoparlante, además de marcas registradas claras de Siodmak como el expresionismo, el contexto proletario, los sueños ingenuos de futuro, el nihilismo y un cariño enfermizo…

 

Sin Ley y sin Alma (Criss Cross, Estados Unidos, 1949)

Dirección: Robert Siodmak. Guión: Daniel Fuchs. Elenco: Burt Lancaster, Yvonne De Carlo, Dan Duryea, Stephen McNally, Percy Helton, Richard Long, Edna Holland, Meg Randall, Griff Barnett, Alan Napier. Producción: Michael Kraike. Duración: 88 minutos.

Puntaje: 10