Flash Gordon (1980), propuesta sumamente kitsch dirigida por Mike Hodges y producida por Dino De Laurentiis que se basó en el personaje homónimo de historieta creado en 1934 por el norteamericano Alex Raymond, es uno de los exponentes más particulares de las muchas trasheadas que nos legó el cine de la década del 80, o mejor dicho de la riqueza conceptual escalonada de los años 70 en pleno proceso de metamorfosis hacia el pastiche de los dos lustros siguientes y más allá, por ello la película se transformaría no sólo en la obra de culto por antonomasia de las space operas, un rubro que nace en la literatura de los años 30 del Siglo XX y suele combinar aventuras intergalácticas con melodrama, belicismo y/ o romance, sino también en uno de los ejemplos más claros de la transición entre aquel ideario naif sesentoso de Diabolik (1968), de Mario Bava, y Barbarella (1968), de Roger Vadim, ambas asimismo adaptaciones de cómics y realizadas con el cuantioso dinero de De Laurentiis, y el sustrato bastante más severo/ ampuloso/ realista de la andanada de los 70 a caballo de una fantasía espacial pulcra que coqueteaba con la ciencia ficción, pensemos en las variopintas La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1977), de George Lucas, Superman (1978), de Richard Donner, y Alien (1979), de Ridley Scott, amén de otras faenas que en su momento resultaron tan decepcionantes en taquilla o a nivel del recibimiento por parte de la crítica como Flash Gordon, en línea con Viaje a las Estrellas: La Película (Star Trek: The Motion Picture, 1979), de Robert Wise, El Abismo Negro (The Black Hole, 1979), de Gary Nelson, y Tron (1982), recordada odisea de Steven Lisberger que comparte muchas de las características en cuestión. Este espíritu retro vanguardista, ya sea volcado al cosmos más lejano o quizás a mundos alternativos al nuestro, es muy propio de la época, en función del repliegue de la inteligencia del Nuevo Hollywood de los 70 y el ascenso de los blockbusters huecos, y por cierto derivaría en epopeyas de la más diversa envergadura en un espectro que va desde trabajos fallidos, como Howard, el Superhéroe (Howard, the Duck, 1986), de Willard Huyck, y Amos del Universo (Masters of the Universe, 1987), de Gary Goddard, pasa por aquella mediocridad apenas simpática de El Último Guerrero Estelar (The Last Starfighter, 1984), de Nick Castle, y Duna (Dune, 1984), de David Lynch, y finalmente llega a obras muchísimo más interesantes, en sintonía con El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982) y Laberinto (Labyrinth, 1986), las dos a cargo del admirable Jim Henson.
De Laurentiis, quien en distintas instancias del proyecto sopesó la posibilidad de elegir a Federico Fellini, George Lucas, Nicolas Roeg o Sergio Leone antes de centrar la mirada en el británico Mike Hodges, un señor que a su vez venía de ser echado por su lentitud de Damian: La Profecía II (Damien: Omen II, 1977), corolario del opus de 1976 de Donner que sería completado por Don Taylor, y de dirigir las dos mejores películas de su carrera, Carter, Asesino Implacable (Get Carter, 1971), prodigioso clásico del neo film noir de investigación y venganza, y El Hombre Terminal (The Terminal Man, 1974), exquisitez de ciencia ficción acerca de la manipulación corporal mediante la tecnología, desde el vamos estaba obsesionado con recuperar el tono lúdico de Diabolik y Barbarella pero también de la lectura sesentosa de William Dozier y Lorenzo Semple Jr. del personaje creado en 1939 por Bob Kane y Bill Finger, hablamos por supuesto de Batman (1966-1968), famosa serie para la ABC con Adam West como Bruce Wayne, y Batman: La Película (Batman: The Movie, 1966), típico producto derivado para la pantalla grande que cayó en manos de Leslie H. Martinson, por ello el tremendo Dino contrató a Semple, con el que ya había trabajado en King Kong (1976), de John Guillermin, y Huracán (Hurricane, 1979), de Jan Troell, luego de que el guionista se hiciese conocido en el mainstream yanqui participando en Un Maravilloso Veneno (Pretty Poison, 1968), de Noel Black, Papillón (1973), de Franklin J. Schaffner, El Último Testigo (The Parallax View, 1974), joya de Alan J. Pakula, La Piscina Mortal (The Drowning Pool, 1975), de Stuart Rosenberg, y Los Tres Días del Cóndor (Three Days of the Condor, 1975), de Sydney Pollack, y le pidió explícitamente recuperar episodios de los tres seriales de Universal Pictures con Buster Crabbe como nuestro héroe a imagen y semejanza del Buck Rogers de 1929 de Philip Francis Nowlan, Flash Gordon (1936), El Viaje de Flash Gordon a Marte (Flash Gordon’s Trip to Mars, 1938) y Flash Gordon Conquista el Universo (Flash Gordon Conquers the Universe, 1940), para en lo pronto literalmente desdibujar la solemnidad de aquellos y del cómic original de Raymond y acercarla hacia la autoparodia camp del Batman de West, ahora con ésta vagando libre entre las extraordinarias creaciones de Danilo Donati, vestuarista y diseñador de producción que supo trabajar con genios del período de oro del cine de Italia como por ejemplo Mario Monicelli, Roberto Rossellini, Pier Paolo Pasolini, Franco Zeffirelli y el inquieto Fellini.
La trama de la película sigue la premisa estándar de la iconografía y los relatos alrededor de Gordon, aquí no un jugador de polo sino de fútbol americano: el protagonista, interpretado por un Sam J. Jones que sería el eje de La Vida Después de Flash (Life After Flash, 2017), documental de Lisa Downs sobre la pelea en postproducción entre De Laurentiis y el actor, cuya única experiencia previa se limitaba a unos cortos publicitarios, 10, la Mujer Perfecta (10, 1979), de Blake Edwards, y eso de posar desnudo para la revista Playgirl, es obligado por el científico loco/ renegado Hans Zarkov (Chaim Topol) a subirse a un cohete espacial junto con una linda agente de viajes, el interés romántico Dale Arden (Melody Anderson), en medio de catástrofes naturales en secuencia en la Tierra y la perspectiva de que la Luna se estrelle contra nuestro planeta en once días, todo cortesía de Ming, el Despiadado (Max von Sydow), emperador de Mongo que gusta de someter a otros mundos a calamidades para juzgar su peligrosidad, en este sentido si los habitantes de dichos planetas atribuyen los fenómenos a la naturaleza los deja vivir pero si reconocen la intervención del tirano, como de hecho lo hizo Zarkov, opta por destruirlos porque el conocimiento es sinónimo de poder, aquí y en todos lados, un planteo que nos pasea por los cómplices de Ming, como su mano derecha Klytus (Peter Wyngarde), el mandamás psicopático del Estado policial de Mongo, y la misteriosa Kala (Mariangela Melato), aparente amante del anterior, y nos deja con la misión de Flash de rescatar a sus amigos, esos Dale y Hans cautivos del villano, y salvar a la Tierra de su aniquilación total, para lo que necesita derrocar a Ming uniendo los ejércitos de los dos reinos más prominentes bajo el yugo del emperador, el correspondiente a la Gente Halcón, unos pícaros con alas liderados por el Príncipe Vultan (Brian Blessed), y Arboria, comarca muy boscosa controlada por el Príncipe Barin (Timothy Dalton), a su vez perdidamente enamorado de nada menos que la hija putona de Ming, la Princesa Aura (esa celestial Ornella Muti), la cual despierta el afecto sádico de Klytus y manipula a un médico imperial sin nombre (Stanley Lebor) para que reviva a Gordon después de ser ejecutado con gas. Como cada satélite de Mongo es un reino que le debe obediencia a Ming, quien adora mantenerlos enemistados con el objetivo de que no cuestionen su dominio, la tarea de Flash se condice con limar posiciones ya que en esta galaxia pueden estar muy avanzados a nivel tecnológico aunque desconocen un antiguo adagio de la política, “la unión hace la fuerza”.
Por supuesto que Jones es un actor anodino, la apariencia de los Hombres Lagartos -otra estirpe del montón- resulta precaria y el desarrollo y los diálogos de Semple, ahora con la ayuda de Michael Allin, dejan mucho que desear porque la jugada de refritar/ aggiornar el camp de los 60 resultaba algo anacrónica a principios de los 80, sin embargo el encanto del opus de Hodges pasa por estos mismos desfasajes que pueden ser sintetizados en cuatro pivotes cruciales, nos referimos en primera instancia al absurdo hiperbólico y estereotipado del film, en esencia siempre manteniéndose en el acervo esquizofrénico de De Laurentiis porque hoy recupera las aventuras de King Kong y anticipa el fetichismo bizarro de Duna, en segundo lugar tenemos la música de Queen, un soundtrack afable en el que se destaca la canción homónima, todo un himno del collage rockero de la época, que de todos modos ya incluía una buena dosis de sintetizadores como el magistral The Game (1980), dos álbumes que preludiaron el vuelco al pop del legendario grupo inglés en los 80 y en ocasión de su otra banda sonora, esa de Highlander (1986), de Russell Mulcahy, encapsulada en el disco A Kind of Magic (1986), en tercera instancia viene la enorme presencia escénica de Max von Sydow como Ming, un sueco que por entonces se había olvidado de sus colaboraciones de antaño con Ingmar Bergman para en sí opacar a otras luminarias de la actuación como Melato, Wyngarde, Muti, un Richard O’Brien en un cameo efímero e incluso Blessed y su célebre línea de diálogo “¿Gordon está vivo?” (Gordon’s alive?), y en cuarto y último lugar nos topamos con las diseños señalados de Donati, aquellos verdes y marrones para Arboria, los blancos resplandecientes para la Ciudad en el Cielo de la Gente Halcón y los amarillos, rojos y negros para Mingo, la capital imperial de Mongo, sets y ropajes fastuosos que se unifican con el estupendo desempeño en miniaturas, fotografía, pinturas mattes, animación tradicional, superposiciones, perspectiva forzada y múltiples piruetas en altura para simular el vuelo. Entre el grotesco fellinesco, el horror, la comedia tonta, el desparpajo de Georges Méliès, el folletín, el western, el cine de capa y espada y la ciencia ficción de los años 50 y 60, esta acepción de Flash Gordon presagia el antiintelectualismo de los 90 y el Siglo XXI, tan lejos del Señor Spock (Leonard Nimoy) como de 2001: Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), de Stanley Kubrick, y resulta exuberante, entretenida y sexy, rasgos que desaparecerían de casi todo el cine futuro basado en cómics y superhéroes castrados…
Flash Gordon (Reino Unido/ Estados Unidos/ Italia/ Países Bajos, 1980)
Dirección: Mike Hodges. Guión: Lorenzo Semple Jr. y Michael Allin. Elenco: Max von Sydow, Peter Wyngarde, Sam J. Jones, Mariangela Melato, Melody Anderson, Chaim Topol, Ornella Muti, Timothy Dalton, Brian Blessed, Richard O’Brien. Producción: Dino De Laurentiis. Duración: 112 minutos.