La Marca de la Pantera (Cat People, 1942), una de las películas más famosas e influyentes de la historia del cine de terror, forma parte de una trilogía de joyas Clase B que su director, el galo Jacques Tourneur, realizó al servicio del productor ruso Val Lewton, por entonces trabajando para la RKO Pictures, hablamos además de Yo Caminé con un Zombie (I Walked with a Zombie, 1943) y El Hombre Leopardo (The Leopard Man, 1943), la primera clara instigadora de la tradición cinematográfica de los muertos vivientes y la segunda una suerte de proto epopeya de asesino en serie. Tourneur, recordado también por sus incursiones en el film noir en sintonía con Noche en el Alma (Experiment Perilous, 1944), El Expreso de Berlín (Berlin Express, 1948), Se Acerca la Noche (Nightfall, 1956) y sobre todo aquella magnífica Retorno al Pasado (Out of the Past, 1947), redondearía otras películas de horror interesantes como sus dos simpáticas colaboraciones tardías con Vincent Price, La Comedia de los Terrores (The Comedy of Terrors, 1963) y Dioses Guerreros de lo Profundo (War-Gods of the Deep, 1965), o la muy ampulosa La Noche del Demonio (Night of the Demon, 1957), esta última precursora del cine moderno acerca de cultos satanistas desquiciados, no obstante sus cúspides cualitativas son aquellos trabajos con Lewton, padrino artístico de nada menos que Mark Robson y Robert Wise, dos futuras luminarias del séptimo arte, y especialmente La Marca de la Pantera, una propuesta sin dudas diminuta -de apenas 73 minutos totales de duración- que inspiró el arquetipo temático de la hembra monstruosa en potencia y patentó la dinámica de los jump scares mediante el legendario “bus effect” de la escena del acoso en el parque, sin embargo el film va bastante más allá de sus innovaciones formales minimalistas porque funciona como una fábula de amor frustrado que sirve de tapadera para una reflexión sobre la represión sexual bajo la variante felina de los cuentos de licantropía u “hombres lobos”, amén de explorar la naturaleza del espanto, la atracción física, los triángulos amorosos, la locura, la xenofobia y esa autodiscriminación cultural.
Cuatro décadas después llega la remake a instancias de Universal Pictures, La Marca de la Pantera (Cat People, 1982), ahora al mando de un Paul Schrader que dirigió la faena y la coescribió sin acreditar con Alan Ormsby, guión basado en el original de 1942 de DeWitt Bodeen y un Lewton que había decidido permanecer en las sombras en su faceta de escritor porque esa solía ser su estrategia como productor, sólo en contadas oportunidades firmando sus historias con el seudónimo de Carlos Keith. Irena Gallier (Nastassja Kinski) es una muchacha huérfana y virgen que llega desde Canadá a Nueva Orleans para reencontrarse con su hermano mayor extraviado, Paul Gallier (Malcolm McDowell), señor que ha pasado por muchas casas de acogida y tratamientos psiquiátricos y hoy por hoy trabaja en una iglesia protestante y vive junto a una criolla bonachona, Female (Ruby Dee), apariencia de normalidad que esconde un secreto de lo más colorido porque los hermanos descienden de una tribu antigua que sacrificaba a sus hijos a los leopardos negros, lo que provocó que las almas de los mocosos creciesen dentro de los animales hasta que éstos se convirtiesen en humanos, en esencia una raza híbrida e incestuosa porque únicamente pueden hacer el amor entre ellos ya que intentarlo con un humano o excitarse deriva en la metamorfosis a felino, estado del que a su vez sólo se puede salir matando. Así las cosas, Irena comienza a trabajar en la tienda de regalos del zoológico citadino y se siente atraída a su jefe, el zoólogo Oliver Yates (John Heard), quien tuvo una relación romántica con una compañera de trabajo que sigue enamorada por lo bajo de él, Alice Perrin (Annette O’Toole), mientras que Paul se convierte en pantera implacable, se abalanza contra una prostituta, Ruthie (Lynn Lowry), y para colmo le arranca un brazo a un cuidador del zoo, Joe Creigh (Ed Begley Jr.), el cual pronto fallece. El personaje de McDowell trata de convencer a Irena de la necesidad de aparearse como sus padres, artistas de circo que asimismo eran hermanos, pero la mujer se niega y el asunto se descontrola por el temperamento visceral tanto de ella como de Paul.
La acepción adulta, intelectual y sofocante de Schrader de la crónica de base recupera algo de aquella represión sexual paradigmática de mediados del Siglo XX, sobre todo con el objetivo de introducir pinceladas de glorioso erotismo macabro, sin embargo la película se abre camino fundamentalmente como una parábola acerca de la animalización asocial del ser humano, la magia en la cotidianeidad utilitarista desabrida y en especial tabúes como la zoofilia y el incesto, además aprovecha de manera mucho más madura que la original el motivo del animal majestuoso encerrado en un zoológico para que lo aprecien los imbéciles del vulgo como si fuera una mascota maximizada o un trofeo del imperialismo capitalista, precisamente como nacen los zoológicos, en tanto colecciones de fauna de las “aventuras” de conquista en tierras lejanas. Lejos también de la infantilización promedio del ciclo de los años 80 acerca de la licantropía, aquel de Aullidos (The Howling, 1981), de Joe Dante, Un Hombre Lobo Americano en Londres (An American Werewolf in London, 1981), de John Landis, Wolfen (1981), opus de Michael Wadleigh, Los Chacales de la Luna (Silver Bullet, 1985), de Daniel Attias, y Muchacho Lobo (Teen Wolf, 1985), de Rod Daniel, la propuesta incluye tanto autorreferencias en materia de la idiosincrasia, los gustos y la carrera/ vida de Schrader, en línea con el trasfondo religioso del hermano mayor, una secuencia de visita carcelaria de Irena a Female símil el desenlace de Pickpocket (1959), de Robert Bresson, una de las obras maestras preferidas del realizador, y hasta un libro sobre Yukio Mishima que anticipa su siguiente odisea, Mishima (Mishima: A Life in Four Chapters, 1985), como alusiones explícitas al film de Tourneur, pensemos en esas garras de ella que destruyen algo de tela, en la presencia de otra hembra enigmática que la reconoce como su “hermana” y en escenas específicas reproducidas al detalle como las dos más famosas del convite de 1942, la citada del parque y la de la piscina, ahora unificadas en una única secuencia que implica el sutil acecho de Irena sobre Alice, su competencia romántica en lo que respecta a Oliver.
A Schrader evidentemente le importa un comino el terror de bajo presupuesto y bastante moroso desde lo narrativo de Tourneur y Lewton o el gore y aquellos efectos especiales de los 80 porque lo que en realidad siempre le interesó fue el film noir enmarcado en el drama existencialista, no obstante La Marca de la Pantera es un trabajo muy interesante -para su época y también visto desde nuestro presente, tiempo de un mainstream pueril y castrado- ya que complejiza el triángulo amoroso de los 40, ahora expandiéndolo a un cuarteto vía los hermanos, el zoólogo y su asistente, e incluso profundiza los ribetes oníricos y míticos del relato, aquí con el sexo homologado al riesgo, las parafilias y el coito felino agresivo cual ritual del amor/ odio que simboliza el histórico carácter endeble del cariño. El director, que venía de tres joyas, Blue Collar (1978), Hardcore (1979) y Gigoló Americano (American Gigolo, 1980), y de un gran popurrí de guiones para Martin Scorsese, Sydney Pollack, Joan Tewkesbury, Brian De Palma y John Flynn, exprime a la perfección la fotografía cerebral de John Bailey, ese estupendo soundtrack de Giorgio Moroder, cuyo leitmotiv central es la excelente Cat People (Putting Out Fire), con letra y voz de David Bowie, y el desempeño de la bella Kinski, con quien Schrader estaba protagonizando un affaire, y del inoxidable McDowell, ya todo un experto en villanos gracias al Alex DeLarge de Stanley Kubrick, el Capitán Von Berkow de J. Lee Thompson y el Calígula de Tinto Brass. El saber científico presuntuoso del pasado, condensado en un psiquiatra, muta en un saber mágico y marginal, simbolizado en esa Female que termina presa en calidad de cómplice de un Paul empardado a asesino en serie pasional y compulsivo que gusta de “apagar el fuego con gasolina”, como bien dice la composición de Bowie y Moroder, de allí que el final -cargado de una precisión austera símil Michelangelo Antonioni- explicite con astucia esta rivalidad entre lo salvaje sincero y lo civilizado bobo e hipócrita, con ella reconvertida en leopardo y encerrada en el zoológico mientras Oliver mantiene una farsa romántica burguesa con la anodina Alice…
La Marca de la Pantera (Cat People, Estados Unidos, 1982)
Dirección: Paul Schrader. Guión: Alan Ormsby y Paul Schrader. Elenco: Nastassja Kinski, Malcolm McDowell, John Heard, Annette O’Toole, Ruby Dee, Ed Begley Jr., Scott Paulin, Frankie Faison, Ron Diamond, Lynn Lowry. Producción: Charles W. Fries. Duración: 118 minutos.