Editada en espejo con Carretera Perdida/Lost Highway de David Lynch (ambas estrenadas en la primera mitad de 1997), The Blackout (“El apagón”) es quizás la película más insultada del director neoyorkino Abel Ferrara. No tan onírica como la de Lynch, cumple con las premisas del mismo tipo de pesadilla para neuróticos: haber cometido un asesinato producto de ciertas circunstancias atípicas y no recordarlo. Aunque, a diferencia de la amnesia del asesino de Carretera Perdida, que inconscientemente se forja una personalidad paralela para poder seguir viviendo (conclusión que el propio Lynch extrajo mirando las transmisiones del juicio de O.J. Simpson), el caso de Matty, el protagonista de The Blackout, es el de una ¿víctima? de la amnesia provocada por una jornada de abuso de drogas y alcohol. Del apagón que amenaza con esconder un crimen que lo tiene por asesino.
La película, bomba destinada a perturbar en su proyección en el siempre escandalizado Festival de Cannes, resultó ser una especie de resumen del espíritu que hasta entonces había poblado la filmografía de Ferrara: sexo y drogas duras, crimen organizado, relaciones de pareja inquietantes, lenguaje áspero, personajes pasados de rosca… Y, cosa curiosa, marca un punto de inflexión al ser la película que inicia el período que sucede a la ruptura entre Ferrara y su guionista inseparable, Nicholas St. John, amigo desde la adolescencia con el que había firmado todos los guiones hasta entonces producidos. Todos los guiones menos el de Bad Lieutenant (“Un maldito policía”, 1992), en el que se negó a trabajar oponiendo una objeción de conciencia de índole cristiana. Después vinieron la adaptación de Body Snatchers y, también de 1993, Dangerous Game (sí, esa con Madonna), The Addiction dos años después y, por último, The Funeral, un año antes de The Blackout.
Con cierta afinidad estética, ambiental y premonitoria con la novela Glamorama de Bret Easton Ellis (editada ésta al año siguiente, a fines de 1998), The Blackout tiene, como se dijo, a Matthew Modine en el papel de Matty, un actor cocainómano y, por defecto, alcohólico (como el propio Ferrara por entonces, para qué negarlo) que tiene un tórrido y turbulento noviazgo con una actriz francesa llamada Annie (Béatrice Dalle descollando por primera vez en América). Las cosas alcanzan su punto álgido cuando Annie paga por un aborto y después de otra discusión desaparece. Ocuparán su lugar las omnipresentes drogas y una muchachita también llamada Annie (detalle no menor, en absoluto), más -año y medio y rehabilitación de por medio- la sobriedad y la vida junto a una vendedora de arte encarnada por la modelo Claudia Schiffer. Además, claro está, de la sospecha que le deparan las pesadillas sobre el apagón de la noche en que desapareció la primera Annie: ¿la estranguló Matty o solo decidió no contestar sus cartas ni atender sus llamadas?
Uno de los aspectos más interesantes para un fanático de la obra de Ferrara radica en el doble mensaje encriptado en el personaje periférico de Dennis Hopper y en su proyecto cinematográfico. Hopper encarna a Mickey Wayne, un director amigo de Matty y Annie obsesionado con el formato de videocassette para filmar películas, en oposición al clásico celuloide, formato que explota a través de un circuito cerrado de canales que transmiten pornografía producida en vivo y en directo.
Por un lado, la estructura de la obra que encara Mickey Wayne remite, con amarga ironía, a los problemas que Ferrara solía (y suele) encontrar a la hora de distribuir sus películas. No cualquier empresa del rubro ha estado dispuesta a distribuirlas, especialmente en su propio país. Sin duda mucho mejor reconocidos en Europa, los films de Ferrara no siempre encontraron salas para su proyección en los Estados Unidos, marginación que colaboró con el contenido de la obra misma para catalogarlo como autor maldito. Y no pasar por las salas de estreno era por entonces sinónimo de la humillación que implicaba para un director de películas técnicamente mainstream verlas desembocar directamente en el VHS, en los locales de alquiler de videos para uso doméstico. A través del proyecto de Mickey Wayne, Ferrara asimismo parece burlarse del prejuicio que entrañaba por entonces el mero formato videocassette dentro del mundo del cine (de manera similar al que sufrió el video digital una década más tarde), formato sinónimo de fracaso y precariedad.
Por el otro lado, como para agregarle un tono más a la marginalidad de ser bastardeado por la industria cinematográfica, algo que Abel Ferrara tiene en común con Mickey Wayne es también haber dirigido material destinado a excitar los genitales. 9 Lives of a Wet Pussy (“Las nueve vidas de una gatita húmeda” o, recurriendo al más probable juego de palabras con la acepción vulgar de pussy, “Las nueve vidas de una concha húmeda”) es la película pornográfica que bajo el seudónimo de Jimmy Boy L. dirigió con menos de veinticinco años en 1975, después de haber probado suerte con tres cortometrajes. Rodada en 16mm, con música de Joe Delia (la misma persona detrás de la banda sonora de The Blackout) y el guión de su por entonces inseparable Nicholas St. John (bajo el seudónimo de Nicholas George, con el que es acreditado también en un papel de reparto como chofer), la película afirma en sus títulos iniciales estar basada en la novela Les Femmes Blanches, de un tal Francois DuLea. Se supone que tanto la novela como su autor son apócrifos, aunque no debería descartarse con tanta facilidad la inexistencia de un probable producto pulp muy anterior a la era en que la existencia pasa por figurar en los registros de la Internet.
Con excepción de un papel no sexual a cargo de uno de los actores del film anterior de Ferrara (el inconseguible cortometraje Could It Be Love, de 1973), solo uno de los involucrados en “Las nueve vidas de una gatita húmeda” tenía una carrera en el cine: Tony Richards, el desgarbado empleado de la estación de servicio. Tony tuvo una breve pero tupida carrera en el cine porno entre los años 1974 y 1977, en películas como “Explorando chicas jóvenes” o “Rameras de la carretera”. Su presencia en esta película plantea dos particularidades. La primera, que en la escena con la protagonista en el baño de la gasolinería (su única aparición) solo el sexo oral es real: no hay eyaculación y el coito es simulado. La segunda particularidad es ya, podría decirse, extradiegética: Tony actuó ese mismo año en la película porno The Vixens of Kung Fu (A Tale of Yin Yang) (“Las zorras del Kung Fu (Un cuento del Yin y el Yang)”), en cuyo argumento la protagonista es una prostituta que luego de ser violada por una pandilla es entrenada por un clan de mujeres expertas en las artes marciales y se venga de sus abusadores. La segunda película de la filmografía oficial de Abel Ferrara, Ms .45 (1981), posee alguna similitud argumental básica con este film porno.
Como para agregarle pimienta al pasado secreto y olvidable del encubierto director de “Las nueve vidas de una gatita húmeda”, también interpreta el papel de uno de los personajes. Esta vez el seudónimo de Ferrara es Jimmy Laine, y es el bisabuelo de la protagonista en un flashback totalmente arbitrario, donde este señor, después de leerle a sus dos hijas la historia bíblica del trío incestuoso de Lot, es emborrachado por la abuela de la protagonista y su hermana menor (esto es, sus propias hijas), quienes lo arrastran hasta la cama y se satisfacen sexualmente con el pene erecto del progenitor inconsciente. En realidad, los honorarios de 200 dólares por el papel eran para uno de los actores, pero este no pudo lograr la erección, y, teniendo en cuenta que el papel de la hija menor estaba a cargo de la por entonces novia de Ferrara, lo más lógico había sido que el director asumiera el rol del émulo de Lot.
Se supone que la película contenía una escena de violación, con armas blancas incluidas, en claro estilo exploitation, siete minutos que se perdieron en el camino antes de que la versión de video editada por la distribuidora VCX en 1983 fuera la única sobreviviente en el mercado. La explicación que supo dar al respecto el propio Ferrara es entrañable: “por esos días, cuando un metraje empezaba a circular [por los cines], el proyeccionista iba dejando solo sus escenas favoritas. Después de unos viajes por el país, lo único que quedaba [de ese metraje] eran las malas escenas”.
Durante su carrera posterior Abel Ferrara ha hecho lo posible por evitar las alusiones a esta rareza del porno, cual si fuera un pecado cometido durante un apagón. Lo cual, por respeto al maestro, nos da una excusa para volver a Matty y su amnesia tóxica, no sin antes enlazar ambos apagones con esas palabras que Mickey, el personaje de Dennis Hopper, desliza en el guión de The Blackout: “La cuestión no es ‘¿Lo hice?’. Es ‘¿Lo recuerdo?’”.
Cuando se le preguntó a Matthew Modine cómo se había preparado para el papel de Matty, su respuesta, animus iocandi, fue “Me junté con Abel por un par de semanas”. La realidad, se dice, fue un poco más ríspida: después de una primera lectura Modine aborreció el guión, y no tuvo inconvenientes en decírselo a su autor, esto es, al propio Ferrara. Y hubiera sido o no la preparación del actor principal licenciosa (como cualquier caravana de juergas con este director), Hopper se encargó de disipar dudas respecto de lo que fue la filmación en sí misma: “una atmósfera de caos total”.
No habrá sido casualidad que una actriz como Béatrice Dalle se sintiera mucho más cómoda en el set de Ferrara. Femme fatale adicta a las drogas duras, físicamente violenta y aficionada a robar en tiendas comerciales, capaz de casarse con un violador convicto, en una entrevista con la revista Inrockuptibles a propósito del estreno de The Blackout en Cannes expresó la emoción y la alegría de haber podido trabajar con el maldito director. “Además, hoy me digo ‘¿Con quién voy a filmar ahora?’ ¡Todo parece tan soso e incoloro después de él!”. Demasiada candidez para alguien que confesó en televisión haberse comido bajo los efectos del ácido la oreja de un cadáver, cuando en su adolescencia trabajó en una morgue.
Una de las consecuencias más específicas de las borracheras o los efectos de las drogas psicotrópicas son los apagones, la amnesia parcial o total durante la intoxicación. Y ¿qué mejor que sufrir de un apagón para despertar con la sospecha de haber hecho algo malo? ¿Fui infiel, abusé de alguien en esa fiesta, atropellé a alguien mientras volvía manejando? Porque no estaba dormido: estaba borracho, estaba drogado, me movía sin la vigilancia de mi conciencia. Y no recuerdo qué cuernos pasó en la mitad de la noche. No sé cómo llegué a mi casa. Y ese sería el mejor de los panoramas. El otro, es el que acecha cuando existen recuerdos, pero difusos. ¿Qué pasa si esos retazos de psique remiten a una situación violenta, criminal? Son parte de la memoria, claro está, ¿pero de la memoria de una alucinación, de un mal sueño, de un hecho presenciado o de un hecho cometido por uno mismo? Para colmo de males, los difusos recuerdos de Matty lo incluyen a Mickey en su papel de director de cine testigo del asesinato, una implicancia que sugiere la producción espontánea de una película snuff para el circuito cerrado de porno que ha montado en su estudio.
The Blackout, tan naturalista como una historia rusa del Siglo XIX, se acerca a su final en la métrica temporal del celuloide con la dureza usual del cine de Ferrara, aunque sin los giros sorpresivos típicos del thriller, sin obviedades tampoco, y mucho menos sensiblerías o moraleja. Al mismo tiempo que se condensa el espíritu áspero de toda la etapa anterior, la de los guiones de St. John y Bad Lieutenant, se abre un panorama paradigmático que no tardará en confirmarse en una nueva película, al año siguiente: la ascética New Rose Hotel, adaptación del cuento ciberpunk de William Gibson.
Es el cine de Abel Ferrara, señoras y señores. Nada menos.
The Blackout (Estados Unidos/ Francia, 1997)
Dirección: Abel Ferrara. Guión: Abel Ferrara, Marla Hanson y Christ Zois. Elenco: Matthew Modine, Claudia Schiffer, Béatrice Dalle, Sarah Lassez, Dennis Hopper, Steven Bauer, Laura Bailey, Nancy Ferrara, Andrew Fiscella, Vincent Lamberti. Producción: Clayton Townsend y Edward R. Pressman. Duración: 98 minutos.