Villains, de Queens of the Stone Age

Aterroricemos la normalidad

Por Emiliano Fernández
“All for one, all for naught
Perish, baby, perish the thought
Beat the kids to the punch
You’ve got heart, I’ll have it for lunch…”
 
“Todos para uno, todo por nada
Muere, nena, muere el pensamiento
Muele a los niños a golpes
Tú tienes corazón, yo lo tendré para el almuerzo…”
 
Domesticated Animals, Queens of the Stone Age.

 

Sin lugar a dudas el rock del nuevo milenio sería una soberana porquería si no fuera por la presencia demoledora de los Queens of the Stone Age, el legendario proyecto musical de Josh Homme, una de las muy pocas bandas que unifican por un lado una actitud de confrontación e independencia para con el circo decadente de la industria cultural contemporánea y por el otro lado el talento suficiente para encauzar los viejos axiomas contraculturales del rock hacia canciones que se ubican entre lo mejor de la producción musical de nuestros días, porque literalmente no sólo enarbolan melodías memorables -esas grandes ausentes hoy por hoy- sino que además saben cómo explotar al máximo las posibilidades de los otros dos ingredientes paradigmáticos del rock, léase los riffs y la potencia de la base rítmica.

 

El lanzamiento de su último disco, Villains (2017), nos ofrece la excusa necesaria para sopesar brevemente el recorrido del colectivo -del cual Homme es el único miembro estable a lo largo de los años- y profundizar en sus preocupaciones formales/ conceptuales de hoy y siempre. Luego de la separación de Kyuss en 1996, una de las bandas pioneras del stoner, una suerte de amalgama entre el metal lánguido de Black Sabbath y el costado más psicodélico de Led Zeppelin, Deep Purple y Jimi Hendrix, Homme de manera paulatina comenzó a dar forma a lo que posteriormente serían los Queens of the Stone Age, un grupo con el que el vocalista y guitarrista lleva editados siete álbumes de estudio y uno en vivo, cada uno de ellos solidificando y a la vez ampliando el horizonte del anterior como una estrategia de jamás quedarse en lo que el público, la prensa y el mainstream espera de ellos; por cierto una postura que va a contramano de esa tendencia del capitalismo cultural actual orientada a ir a seguro todo el tiempo y garantizar la sobreproducción uniformizadora de las obras, anulando de facto cualquier verdadera diferencia estilística tanto entre temas como entre discos (se podría decir que el mayor complemento de lo anterior es la presencia de una multiplicidad de productores, lo que genera curiosamente un desnivel cualitativo constante pero siempre dirigido hacia esa pomposidad y esa mediocridad de la exageración a la que hacíamos referencia previamente).

 

Lejos de tendencias renovadoras recientes que pronto se desinflaron por falta de ideas y ausencia de continuidad propiamente dicha, como por ejemplo el hip hop futurista y el retro rock de la década previa, el stoner ya cumplió 20 años de pelearla con pocos exponentes concretos aunque con un dinamismo y una vitalidad que resultan apasionantes en medio de la previsibilidad del ambiente musical actual, en donde las bandas y solistas de índole clasicista -como es el caso de Homme y sus Queens of the Stone Age- casi nunca van más allá de una colección de gestos inocuos que más que sacarle el lustre a los viejos truquitos del rock, lo único que hacen es pintar un retrato demacrado de glorias pasadas; a lo que se agrega el hecho de que la reconstrucción a base de estereotipos no se parece en nada a los originales de antaño ya que aquella actitud progresista/ de izquierda es muy difícil de reproducir en tiempos como el presente, en donde todo se transforma en cliché y automatismo promercado. Bueno, esa disposición aguerrida -basada en esencia en la valentía de nunca dormirse en los laureles y mandar a todos al demonio cíclicamente- es la que caracteriza al amigo Josh, ya sea que hablemos de los Queens, de sus bandas paralelas Eagles of Death Metal y Them Crooked Vultures o de sus múltiples colaboraciones con otros músicos, esas cuyo punto máximo de cristalización fue/ es The Desert Sessions, algo así como una serie de improvisaciones en vivo y de naturaleza abierta que luego derivaron en una decena de discos ultra independientes con el transcurso de los años (la experiencia detrás de estas zapadas se remonta a las “generator parties” de Kyuss y su período anterior, correspondiente a la década del 80, cuando el principal público de los shows en el desierto californiano eran amigos de la banda y el suministro eléctrico para los equipos venía de la mano de generadores nafteros). Los temas de Queens of the Stone Age -por lo general la música está acreditada a la banda en su conjunto y las letras a Homme en solitario- van en consonancia con este carácter batallante, lo que se traduce en primera instancia en una denuncia contra los fascistas en el poder y sus esbirros de la población civil, y en segundo término en la celebración de la capacidad redentora de asumirse como un renegado; dos ítems que por cierto obedecen al esquema ideológico de los comienzos del rock y que no han perdido ni un ápice de vigencia considerando el giro hacia la derecha del mundo durante los últimos años, con pueblos que convalidan los proyectos más injustos y regresivos de este nuevo capitalismo de empresarios ridículos/ corruptos/ explotadores/ delirantes/ moralmente execrables reconvertidos en políticos.

 

Así como el debut homónimo de 1998 de la banda fue una incursión maravillosa en la sensibilidad stoner clásica de los desaparecidos Kyuss, el quiebre real con el pasado llega con el segundo disco y su primera obra maestra, el Rated R (2000), un trabajo prodigioso en el que se meten de lleno en canciones melodiosas que se combinan con arrebatos punk, riffs hipnóticos, mantras sonoros cada vez más volados, chispazos acústicos y hasta detalles jazzeros. Su tercer disco de estudio es también uno de los más desparejos y desconcertantes, el extenso Songs for the Deaf (2002), en el que prevalecen el pulso punk y una vuelta a los pasajes psicodélicos pesados de los comienzos, pero ahora volcados hacia los coros y una estructura interna épica y profundamente compleja que va y viene entre estrofas, puentes y estribillos a puro caos. Su segunda obra maestra es Lullabies to Paralyze (2005), una creación hiper densa llena de capas de guitarras y una iconografía oscura/ esotérica/ avasallante que recupera con todo una de las obsesiones de Homme en materia de las letras, la de usufructuar el argot de la magia negra, los nigromantes, la locura y los marginados sociales para girarlo hacia el inconformismo político anti-instituciones del rock, la sensación de peligro acechante, los viajes por geografías áridas, el sexo sin representaciones edulcoradas y ese típico cuelgue lisérgico que ofrece la marihuana, la cual asimismo suele ir de la mano del sustrato autodestructivo que acompaña siempre al alcohol. Over the Years and Through the Woods (2005) fue un extraordinario combo CD/ DVD que abarcó distintos registros en vivo de los muchachos a lo largo de toda su carrera hasta ese momento, un pequeño tesoro para los fans que los seguimos desde los comienzos y que pudimos experimentar varias veces el virtuosismo y la energía desplegada en directo por los señores. Era Vulgaris (2007), otra joya demoledora que destrozó la estupidez y la chabacanería de nuestros días, a su vez profundizó el estilo pulido y meticuloso de la banda, con un Josh desparramando falsetes por un lado en propuestas deliciosamente tranquilas y sensuales y por el otro en temas basados en riffs asesinos que comienzan a acoplarse definitivamente al andamiaje tradicional del rock, aunque ahora bajo la lógica narcótica de los Queens. Finalmente, …Like Clockwork (2013), el anteúltimo álbum de estudio, estuvo aún más orientado hacia el formato canción, un signo explícito de la madurez compositiva del cantante y guitarrista, quien comienza a incluir sintetizadores setentosos para esculpir sus paisajes de desolación y vulnerabilidad, esos que se mezclan con un heavy metal existencialista a la Black Sabbath.

 

Así llegamos al disco que nos ocupa, Villains, con un Homme que ha ganado mucha experiencia -además de girando constantemente alrededor del globo y modificando sin parar la formación de Queens of the Stone Age- produciendo trabajos ajenos como los interesantes Humbug (2009) de Arctic Monkeys, New Skin (2016) de CRX y en especial Post Pop Depression (2016) de Iggy Pop, una maravilla que revigorizó el nervio rockero del mítico norteamericano de 70 años. Estamos ante la tercera obra maestra de la banda, hoy compuesta por Homme en voz y guitarras, Troy Van Leeuwen y Dean Fertita en teclados y guitarras, Michael Shuman en bajo y Jon Theodore en batería. En esta oportunidad el líder decidió trabajar por primera vez con un productor que no viene precisamente del palo del rock pesado, el británico Mark Ronson, conocido sobre todo por sus colaboraciones con Amy Winehouse, Adele y Paul McCartney, un experimento en el que -de nuevo- sobresale la cohesión y meticulosidad que ofrece Homme, prácticamente el único músico trabajando en la actualidad cuyos proyectos colectivos/ cooperativos no saben a una ensalada mal condimentada (eso mismo es lo que le sucede a casi todo el mainstream y el indie de nuestros días, con su ejército de productores, invitados y sesionistas que no terminan de “encajar” entre sí) y hasta logran enriquecer las carreras de los involucrados desde una coherencia en verdad inusitada (vaya uno a saber cuál será el factor preponderante para llegar a este resultado, si la personalidad de Joshua y/ o una dialéctica laboral férrea pautada de antemano, lo cierto es que se consiguen creaciones de una poderosa congruencia general).

 

A lo largo de tan sólo nueve canciones, Queens of the Stone Age en Villains reconfirma el talento del pasado, amplía su rango sonoro y para colmo alcanza una proeza largamente anhelada por una infinidad de grupos de nuestros días que jamás llegarán ni siquiera a los talones de la banda en cuestión, léase el sonar clásicos y contemporáneos al mismo tiempo con la decidida intención de conjugar el acervo característico del rock pero dándole un toque distintivo que permita identificar de inmediato a Homme y compañía como los artífices de turno. En la canción que abre el disco, la extraordinaria Feet Don’t Fail Me, mientras el líder del grupo reflexiona precisamente sobre su vida hasta la fecha, afirmando “soy mucho más viejo de lo que pensé que sería” y “me siento como un tonto, sí, como un tonto que baila/ libre y elegante”, las capas de sintetizadores se suman a una sección de cuerdas en lo que será un anticipo del tono general del disco, con una preeminencia de las líneas de teclados que se acoplarán de manera majestuosa con los riffs de guitarra -más o menos sosegados o por el contrario, furiosos- marca registrada de Homme. El tema también trae a colación un tópico común a lo largo del álbum, el del placer de bailar, moverse o avanzar en tanto manifestación de la libertad, una contraposición a las cárceles simbólicas, la trivialidad comercial y las falacias de todo tipo que suele proponer la sociedad: “me empujo a mí mismo hasta el punto de quiebre/ es todo lo que sé hacer excepto por mentir/ persigo luces de freno y polvo ad nauseam/ impulsado por sentimientos que no puedo ocultar/ para ser tan civilizado, uno debe decir mentiras civiles”. La unión entre lo mundano y lo celestial, otra de las preocupaciones del rock por antonomasia y de Josh en particular, también reaparece con toda su fuerza a través del choque entre lo cotidiano anodino y el arte tendiente a la liberación y el desenfreno que desconoce la previsibilidad: tomemos como ejemplo los instantes cuando el señor canta el estribillo, “pies, no me fallen ahora/ un pie en el canal, el otro en las nubes/ pies, no me fallen ahora/ sólo tengo que seguir adelante”, o el puente, “mi pandilla y yo venimos a reventarte/ nos movemos con urgencia/ entre el placer y la agonía, en una línea fuera de control/ ese es el sonido que me está llamando”. Por supuesto que, asimismo, siempre queda tiempo para humoradas irónicas -y muy inteligentes- como “la vida es dura, por ello nadie sobrevive” y “es hora de irse, laméntate más tarde/ vamos a tomarlo como viene/ el futuro se encuentra con el dedo del medio”.

 

El entramado de guitarras procesadas y un sutil dejo rockabilly pasa al primer plano en la súper adictiva The Way You Used to Do, la segunda canción del disco y el primer corte de difusión, la cual se mete en el terreno del amor juvenil y el pedido a la compañera -Brody Dalle, la esposa de Homme, con la que tiene tres hijos- para que lo ame como solía hacerlo en el pasado, todo con geniales meditaciones al paso como “¿es el amor una enfermedad mental o un sueño de la fiebre de la suerte?/ Me satisface cualquiera de las dos opciones/ daremos a luz a monstruos que aterrorizarán la normalidad, sí/ ellos aterrorizarán”. La ponderación del aislamiento del afecto, ese que lleva a desconocer la influencia de la comunidad -vista como negativa/ contaminante- aquí es uno de los leitmotivs centrales en esta historia de un amor desafiante que se amalgama a la tradición popera/ rockera que idealiza al cariño en tanto vínculo todopoderoso y eterno: “si el mundo explota detrás de nosotros/ nunca me daría cuenta de ello/ que nadie se atreva a confinarnos/ enterraré a cualquiera que lo haga”. El pulso contagioso y bailable del tema calza perfecto con el trasfondo lúdico de varias canciones del disco y con esta pretensión de movimiento en términos de libre apreciación artística y autoafirmación individual, lejos de las ataduras sociales y el mainstream cultural.

 

En un nivel cualitativo muy similar al de Feet Don’t Fail Me, Domesticated Animals también se ubica como otra de las grandes canciones del Villains e indudablemente una de las más ambiciosas, con un sustrato apocalíptico y sepulcral que recuerda al de Lullabies to Paralyze aunque hoy mucho más orientado hacia la arena política desesperante de la actualidad y estas parodias de democracia que nos acechan por todos lados bajo el ascenso de la derecha, con el beneplácito de los conglomerados mediáticos y buena parte del vulgo. Los sintetizadores -arrastrados del track anterior- abren la canción y se acoplan de inmediato a una intro poderosa tracción a guitarras, indicando el comienzo de esta interrelación entre los momentos de quietud y los instantes de éxtasis altisonante, una lógica que incluye una suerte de contrarrevolución salvaje en la que la naturaleza retoma el control del planeta en esencia porque los seres humanos se destruyeron a sí mismos de tanto egoísmo, soberbia y mentiras entrecruzadas. Una relectura nihilista de las fábulas infantiles -en las que los animales adquieren la forma de seres antropomorfizados- aparece en estrofas como “mascotas bonitas, que alguna vez fueron salvajes/ esclavo del amor domesticado, danos una sonrisa/ tienes un número, ¿no es lo mismo que esa sonrisa?/ ¿A quién perteneces? ¿Eres salvaje o domesticado? (Probablemente domesticado)”. La referencia constante a la búsqueda de oro también apunta al éxito facilista/ banal que venden los medios de comunicación y que nunca se condice con la realidad, un esquema al cual Josh le pone punto final en la siguiente estrofa: “te diré dónde está el oro, está en el suelo/ ¿te preguntas dónde está la razón?/ Está en el departamento de objetos perdidos/ te diré dónde está el oro, está en el suelo/ ¿te preguntas dónde está la libertad?/ Está en el departamento de objetos perdidos/ todavía no ha sido reclamada”. La semblanza definitivamente está dirigida a dejar de seguir a delincuentes y “chantas” varios y actuar desde la individualidad pensante en consonancia con el bienestar social más general, ese que terminará pereciendo si las mayorías continúan sometiéndose a los monstruos estatales y las corporaciones del mercado capitalista, algo que queda bien de manifiesto en el glorioso desenlace del tema, cuando se nos dice “levántate, arrodíllate e inclínate/ ¿dónde está tu revolución ahora?/ Vuélvete a parar, siéntate derecho/ lágrimas de oro, bébelas hasta ahogarte/ levántate, arrodíllate e inclínate/ cabezas encogidas desfilan por la ciudad/ lágrimas de oro, bébelas hasta ahogarte/ Mareados, mareados, mareados, todos caeremos”.

 

El aislamiento como temática regresa, ya en contraposición a The Way You Used to Do porque hablamos de su vertiente negativa, en Fortress, una hermosa balada que arranca con violines y curiosamente deja el sustrato romántico de lado y apunta más a la interacción con otras personas a nivel macro, utilizando la vieja metáfora de la coraza o máscara como un mecanismo para protegerse frente a los embates del resto: “tu corazón es como una fortaleza/ mantienes tus sentimientos encerrados/ ¿es más fácil así, te hace sentir seguro?/ Vagas por la oscuridad del desierto detrás de tus ojos/ sé que tienes miedo pero debes seguir adelante”. Si por un lado la honestidad, la fuerza de voluntad y la capacidad de recuperarse se nos aparecen como las principales armas ante el todo social en líneas como “cada fortaleza cae/ no es el final, no lo es si tú caes/ pero la forma en que te levantas dice quién eres realmente/ así que levántate y muévete/ si alguna vez tu fortaleza cae, siempre estarás a salvo”, por el otro lado la solidaridad viene a complementarlas en versos como “si tu fortaleza está bajo asedio/ siempre puedes correr hacia mí”, detalle que además se corona en la invitación final a combinar la integridad individual con el hecho de compartir de a dos la fortaleza en cuestión.

 

Head Like a Haunted House es otra de esas canciones agitadas de Queens of the Stone Age en las que se dan cita una multitud de ingredientes: los fantasmas/ los arrepentimientos/ la memoria del pasado del comienzo del tema, “tu cabeza es como una casa embrujada/ un tutti frutti escrito sobre los subtítulos”, la enajenación en sintonía con “la desesperación puede llevar a la locura/ la de-de-degradación es una obligación/ el ABC de la lepra”, las palabras mal pronunciadas a propósito o directamente inventadas -un recurso también utilizado en Domesticated Animals– en tanto juegos sardónicos del lenguaje, los enfrentamientos varios en líneas como “esta noche voy a entablar una pelea/ voy a tener esa reacción que me gusta/ quemo los días, rechazo tus pantallas/ exijo satisfacción o el cuchillo”, el regreso a la oposición entre libertad o sumisión en “bebe el Kool-Aid y traga la pastilla/ dices que no lo haces ni lo harás, pero lo harás/ reventado”, y hasta la urgencia de intimar lo más pronto posible, pensemos para el caso en los versos “las circunstancias en mis pantalones están llamando a la acción/ chica, te volaré la cabeza, entonces tú volarás la mía/ somos ‘subleem’, sublimes/ vamos a dar un paseo”. Como si se tratase de un “joyride” conceptual (quizás más cercano a un tren fantasma o una rueda de la fortuna del espanto), el tema gira alrededor del costado menos luminoso del american way of life y las frustraciones que se derivan tanto de decisiones propias como de un exterior siempre volcado a la manipulación más berreta.

 

La amalgama entre sintetizadores y guitarras llega a su cenit en otro de los mejores tracks del Villains, Un-Reborn Again, prueba irrefutable de la perspicacia de Homme al momento de disparar munición gruesa hacia las distintas facetas de la estupidez e ignorancia del presente, incentivadas por las redes sociales, los mass media, los oligopolios capitalistas y las patéticas estrategias de publicidad/ promoción craneadas por los autómatas del marketing y sus discípulos. Ahora específicamente le toca morder el polvo a la infantilización de la sociedad, la drogodependencia y el culto a la adolescencia eterna por parte de gansos que superaron ampliamente esa fase de la vida, todo un catálogo de energúmenos que se sumergen en tics, conductas, estereotipos y frases hechas con las que pretenden detener el paso del tiempo de manera lastimosa y sin asumir el derrotero acumulado a la fecha; frente a lo cual la canción propone aceptar los años con dignidad lejos de las fórmulas simplonas y las nimiedades acríticas/ comerciales de la industria cultural. Hasta el mismo riff en términos concretos coquetea con la paradójica sencillez al citar cierta impronta a la T. Rex en el período “glam explosivo” de Marc Bolan, el correspondiente a mediados de su carrera, una jugada que resulta magistral porque calza perfecto con la ciclotimia melodiosa de los Queens of the Stone Age y la letra feroz de Homme, en la que a la par de enumerar a unos cuantos protagonistas -algunos inspirados en personas reales, otros productos de la imaginación- se enfatiza la idea de que las metamorfosis artificiales pueden derivar en desastre y que el mismo anhelo de rejuvenecer es un delirio que eventualmente nos llevará a querer desarticular los cambios para alcanzar un estado previo del intelecto y/ o cuerpo, circunstancia que de paso quiebra el tradicional cliché del rock que lo vincula a un progreso ideal a futuro, ahora dado vuelta vía una alegoría irónica sobre la pretensión -aclarada por el mismo título del tema- de “deshacer el renacimiento otra vez” (el ser humano suele fetichizar el arte de tropezarse con la misma piedra una infinidad de veces…). Precisamente, al inicio del tema tenemos una sistematización de los personajes en líneas como “el flacucho conoce a Jack, el flacucho conoce a Jack/ saber nada de nada es una bendición, de hecho/ Jake cara de ácido, Jake cara de ácido/ le gusta bailar con los chicos heterosexuales, hace que sus pupilas se dilaten/ Juzzy ven rápido, Juzzy ven rápido/ dile al doctor que venga cuanto antes, que traiga el kit de emergencia/ el viejo Diablo, el viejo Diablo/ bebe el agua de la canaleta, es algo natural”, y a posteriori llega el momento de subrayar la ilusión social de turno, “juventud, podrías ser joven otra vez/ nuevamente, deshacer el renacimiento otra vez/ torcido”. La moraleja está condensada de manera exquisita en el estribillo, eso de “congelado en una pose, encerrado en ámbar eternamente/ enterrado tan cerca de la fuente de la juventud que casi la puedes alcanzar”. Otros focos de genialidad de la -de por sí- prodigiosa canción son los “detalles” en italiano, francés y slang mexicano (“bueno, Chi Chi se sacudió, Chi Chi se sacudió/ Ti rompo il culo, c’est magnifiqué, órale”) y el mantra del último tramo y cómo retoma todos los conceptos previos (“tuve una visión tan clara como el día/ delirios de grandeza en nuestro ADN/ cada gota como un océano, un momento de verdad/ todo el mundo se está ahogando en la fuente de la juventud”).

 

Los teclados de vocación disco son en simultáneo sexys y peligrosos en Hideaway, un cuento de manipulación narrado por un depredador sexual que coquetea con la pederastia, atrapando a un joven que se sabe perdido entre la catarata de estímulos de nuestros días: “un niño desea algunos de los placeres de la vida/ intentó con atajos, todos mitos/ a pesar de las novedades, los fracasos, los moretones, las mordeduras/ la cuchara dolorosa que invita el ajetreo/ di mi nombre y apareceré justo aquí”. Ya el mismo título indica que el “romance” es clandestino, a lo que se suma el desbalance de poder/ experiencia que se plantea como base entre el dúo, sopesemos versos como “necesito un alumno y estoy seguro de que eres tú/ escondite, escondite/ te mantendrás veloz y solitario/ nunca necesitarás huir y esconderte de mí/ nueva presa, suave y fácil, enredada por siempre en mis brazos/ sentirás amor”. Temas recurrentes en el acervo de Queens of the Stone Age como la falsificación, la hipocresía, la sumisión y el maniqueísmo de la sociedad en esta ocasión quedan circunscriptos al ámbito privado mediante la pérdida de la inocencia y los coletazos de la corrupción, como bien indica la última y excelente estrofa, “la inocencia es lo que pierdes/ como llaves y sueños y viejos tatuajes/ con un giro rápido el amor se convierte en cicatriz/ generando moretones en mi auto/ atrapa las llaves, toma el volante y conduce por un rato”.

 

Las cruzadas sacrílegas vinculadas a los viajes sin destino y bajo influencia maligna -o relacionados con Belcebú o la iconografía/ ideario de la magia negra, esa que acompaña al metal desde sus inicios- también constituyen uno de los tópicos predilectos de Homme y en el anteúltimo tema del disco y segundo corte de difusión, The Evil Has Landed, las susodichas adquieren dimensiones épicas con un riff símil Led Zeppelin y un gustito funk que va mutando a lo largo de las distintas partes de la composición -casi siempre homologadas al ciclo de la repetición escalonada- hasta terminar en la ferocidad del desenlace. El inefable hedonismo del rock regresa a pura algarabía en versos que tergiversan frases hechas como “vamos en una excursión viviente/ sabes que quieres venir conmigo/ no voy a perder mi oportunidad/ una experiencia cercana a la vida” o “caras haciendo ruido/ dicen ‘sean buenos, chicas y chicos’/ no está medio vacío o medio lleno/ puedes romper el vaso o beberlo todo, ¿entiendes?/ Cerca, acércate”. Más palabras compuestas inventadas por Joshua condimentan la sagacidad, el sustrato lúdico y la anarquía anticareta de la canción, todas nociones que aparecen en estrofas como la siguiente: “un gran ‘macabaret’/ la última carroza del desfile/ mientras barren justo detrás nuestro/ cada rompecabezas, un pedazo mío/ apretón de manos y fachada/ juega a ser el tonto o juega a ser Dios/ Pero por el amor de Dios, juega/ o bien puedes tararear/ golpéalo”. A fin de cuentas se podría afirmar que el despreocuparse por lo que piensen los demás es el eje conceptual del tema, como deja entrever el puente con aquello de que “todos estamos un poco enredados/ corroídos y destrozados, sí/ pero estoy a punto de dejarme ir/ sí, estoy a punto de dejarme ir”, algo que finalmente aclara el outro de manera explícita condenando las sonseras populares con un contundente “no importa lo que diga la gente/ porque aquí vamos, aquí vamos/ quítate del camino/ ten cuidado”.

 

La canción final del Villains es otra de sus joyas inclaudicables, Villains of Circumstance, una balada que arranca con un bajo taciturno que de a poco da paso a lo que vendría a ser la versión de Homme de una típica historia de un amor separado por la distancia: “te extraño ahora, ¿qué fue lo que me pasó?/ somos rehenes de la geografía/ la espera es larga y pesada también/ a pesar de lo que sea a lo que estés acostumbrado/ sé que la vida sigue, eso es lo que me asusta/ no tienes intenciones de dejarlo ir/ sólo nosotros, nadie más en el mundo”. Si bien el estribillo pone en primer plano una obsesión/ recuerdo que puede parecer hasta optimista, “cierra los ojos y suéñame en casa/ siempre mía, siempre seré tuyo/ perpetua, eterna y así por siempre”, en otros momentos queda de manifiesto el dolor y la incertidumbre que se desprenden de la separación compulsiva, “no existe una solución mágica, no hay cura para el dolor/ lo hecho, hecho está hasta que lo vuelvas a hacer/ una vida en busca de una presa sin nombre/ he estado tan cerca, hoy estoy tan lejos/ es tan difícil explicar, tan fácil sentir/ te necesito ahora, nada es real/ sálvame de los villanos de las circunstancias/ antes de perder mi lugar”. Como siempre en todos los temas que califican de “lentos” dentro del enclave compositivo de los Queens of the Stone Age, la locura asoma su cabeza bajo esos “villanos de las circunstancias” a los que se alude, algo así como la colección de imponderables internos/ externos que nos llevan a un punto muerto, a una equivocación, a una dificultad, a no saber cómo reaccionar ante tal entuerto o tal ruptura. El amor recorre la bella melodía de la canción como una potencialidad que no opera mágicamente sobre nada y nos regala el consuelo de la trascendencia, de ir más allá de las limitaciones del tiempo y el espacio para fijar nuestros sentimientos -vía los vínculos con aquellos que amamos- en otras mentes y otros corazones.

 

En tiempos como los que corren dominados por la falta de ideas, los devaneos posmodernos que saben a rancios y fundamentalmente un clasicismo que poco y nada dice sobre el contexto que tenemos enfrente, la verdad es que un disco como el presente es un milagro que no podemos ponderar lo suficiente. Sinceramente no hay muchos secretos involucrados en el perdurable éxito artístico de la banda a lo largo de los años, más bien hablamos de todos factores relativamente tradicionales que la mayoría de los artistas contemporáneos suele dejar de lado en favor de la plataforma comercial, un interés desmedido por la estética de sus shows o un feedback lastimoso e hiriente con el público, las discográficas, los trolls de las redes sociales y/ o los bobos encargados de su publicidad y de darlos a conocer al “gran público”, sea lo que sea lo que signifique eso en un mercado tan segmentado y pueril como el actual: entre las razones del triunfo de los queridos Queens of the Stone Age en la era digital, podemos citar la experiencia ganada a lo largo de tours infatigables alrededor del mundo, el conocimiento de la historia del rock y los truquillos de los estudios en particular, la curiosidad musical en tanto hambre de incorporar pequeñas vueltas al andamiaje prototípico del género, el fanatismo de Homme para con el sonido mismo de las violas y todo lo que se puede obtener de ellas, la precisión en cuanto a una producción que condimenta canciones de por sí excelentes sin “taparlas” con sobregrabaciones eternas y adornos exagerados de estudio/ computadoras/ orquestas, la apertura a un experimentar continuo con diferentes músicos en las diversas formaciones de Queens of the Stone Age sin que ello implique traicionar el espíritu y la identidad por antonomasia del grupo, la decisión de recuperar -como señalábamos al inicio- aquel inconformismo del rock de otras épocas menos cargadas de información aunque más dispuestas al intercambio verdaderamente dialoguista entre pares, el ejercitar los axiomas de la escena alternativa/ independiente de décadas previas con el objetivo de mantener la coherencia profesional y no dejarse obnubilar por el circo mediático o los chupasangres de turno, y finalmente la alegría que genera el dejarse fagocitar por los “demonios” que dan rienda suelta a las pinceladas de este nihilismo paradójicamente -o irónicamente- esperanzador que recorre las canciones de la banda, siempre riéndose de la falsa sensación de seguridad de los colegas músicos, el establishment que los sostiene y la docilidad acrítica de buena parte de las sociedades contemporáneas.

 

Desde una humildad que no tiene ni un gramo de inocencia ideológica ni de fetichismo para con los artilugios digitales, quizás las dos características principales de Homme y compañía sean el talento a la hora de componer (un rubro del que poco se puede decir porque abarca la formación de cada artista en particular y la influencia que en ella tuvo la complementariedad entre las diferentes disciplinas culturales con vistas al mutuo enriquecimiento) y el hecho de contar con un discurso propio en una coyuntura en la que suele dominar el cinismo más facilista y apático, el de aquellos a los que no se les cae ni una bendita idea al momento de proponer algo -lo que sea, no nos pongamos quisquillosos- que ocupe el lugar de aquello a lo que están destruyendo con tanta liviandad y a través de lugares comunes quemados (la retórica del californiano, si bien es clasicista a más no poder, al mismo tiempo transforma arquetipos de antaño para reconvertirlos en un alegato enérgico que interpela a este presente con inteligencia gracias a un gran sentido de la oportunidad y la astucia de leer los problemas actuales sin romantizaciones ni fatalismo ni anteojos controlados por el statu quo político/ económico/ social). Al apelar a esquemas vinculados al nihilismo, la contracultura, el hedonismo, lo esotérico, el erotismo y la izquierda de barricada, los Queens of the Stone Age consiguen por un lado invocar a un rock añejo pero necesario para enfrentar la pantomima e hipocresía suicida del mundo que nos rodea, y por el otro lado sacan a relucir la vigencia de las estructuras de siempre y su capacidad de lucha cuando son retomadas por señores con el ingenio necesario para explotarlas/ aprovecharlas en serio, sin sucumbir a poses demacradas que perdieron su garra al desaparecer el entorno que las vio nacer y -en cambio- apelando a la misma esencia confrontacional que las motivó en primera instancia, suerte de “grado cero” de las diatribas rockeras de ayer, hoy y siempre. De hecho, si pensamos que el delirio capitalista, su soberbia, la vacuidad de las máscaras sociales y sus ficciones asociadas continúan rebosantes de vida luego de 70 años contados desde la génesis del rock, no cabe duda alguna de que a rasgos generales esta actitud beligerante puede y debe seguir estando al frente de toda la cultura que pelea y escapa al grueso uniformizador de la industria… más allá de las mutaciones temporales que ella misma experimente de acuerdo a los géneros, rótulos, estilos y subdivisiones que se desarrollen en tal o cual período histórico.

 

Sólo resta volver a escuchar obras como la que nos ocupa, productos de la mente de pequeños emprendedores del arte que han sido bendecidos con un triunfo más que moderado, que a su vez les permitió que desde el distante sur estemos hablando de ellos y extrapolando condiciones de recepción en este desconcertante mercado global, ese que habilita contradicciones de la más variada índole aunque a decir verdad tiende a promediar hacia abajo a nivel macro y a olvidarse de esplendorosas excepciones como la presente. A mitad de camino entre el bastión retro y la reconstitución de vanguardia sobre elementos residuales de antaño, el Villains es un estandarte de la opulencia creativa bien entendida, volcada en primera instancia a “aterrorizar a la normalidad”, como canta Josh en The Way You Used to Do, y luego a alimentarse con desenfreno de la propia energía vital con vistas a seguir en esta tierra de la mano de una serie de manantiales enmarcados en un misticismo sombrío (símil carrusel de las alucinaciones que se saben acotadas al terreno onírico) y en un éxtasis conocedor de su propia mortalidad y por ello mismo consagrado a celebrar la vida en toda su plenitud (sin bobadas conservadoras que coarten la libertad o nos hagan apostar a seguro en el trajín cotidiano).

 

Villains, de Queens of the Stone Age (2017)

Tracks:

  1. Feet Don’t Fail Me
  2. The Way You Used to Do
  3. Domesticated Animals
  4. Fortress
  5. Head Like a Haunted House
  6. Un-Reborn Again
  7. Hideaway
  8. The Evil Has Landed
  9. Villains of Circumstance