En su cuarto film, el realizador italiano Francesco Rosi comenzaría una indagación que recorrería gran parte de su filmografía acerca de la connivencia histórica entre la mafia y la policía para detener cualquier tipo de mejora para el pueblo y controlar así a los humildes campesinos, jornaleros y trabajadores mediante la sumisión al sistema mafioso, fustigando con el apoyo del Estado a los militantes comunistas que combatían estas prácticas.
La muerte de Salvatore Giuliano, un prominente bandido rural de Sicilia conectado con la derecha más recalcitrante de la isla italiana y sus huestes independentistas, acusado de secuestros y asesinatos de policías en varias escaramuzas ocurridas tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial, es el punto de partida para un recorrido por la historia de la isla que tendrá uno de sus episodios más nefastos en la Masacre de Portella della Ginestra, acontecimiento ocurrido el primero de mayo de 1947, de la que Giuliano fue culpado junto a varios de sus lugartenientes. A través de la técnica del flashback, prácticamente inexistente en el cine italiano hasta ese momento, el film de Rosi sigue las conexiones del bandido con la policía y la mafia para analizar el juicio contra Gaspare Pisciotta (Frank Wolff), el lugarteniente de los bandoleros independentistas, y el resto de los imputados por la matanza para terminar con una condena a cadena perpetua y posteriormente el envenenamiento del segundo de Giuliano en la cárcel para silenciarlo, ante la posibilidad de que escriba sus memorias y cuente la verdad de una masacre sobre la que los historiadores aún debaten.
Fiel a su estilo, Rosi construye en colaboración con Franco Solinas, Suso Cecchi D’Amico y Enzo Provenzale un guión revelador que desnuda el temor de los terratenientes a perder sus privilegios ante el inesperado triunfo de la coalición de izquierda que hizo pensar a muchos que un cambio radical de las condiciones sociales era posible. En este contexto Giuliano, considerado por historiadores como Eric Hobsbawn como uno de los últimos bandoleros clásicos al estilo de Robin Hood, ocupa un lugar central como chivo expiatorio y como mano de obra descartable de los estertores del fascismo, que buscaban mantener un dominio que se veía afectado por el resultado de la guerra y las esperanzas de los campesinos de un cambio social luego del desastre de Benito Mussolini y sus secuaces.
Salvatore Giuliano (1962) recurre a la voz en off del propio Francesco Rosi para narrar los sucesos históricos en los cuales se inserta y trabaja la película, generando una mirada documental apoyada en el genial director de fotografía Gianni di Venanzo, que a pesar de tener una corta carrera que comenzaría con la finalización de la guerra y culminaría con su muerte cuatro años después del estreno del film de Rosi, lograría un reconocimiento internacional por su labor en propuestas de gran valor. Venanzo, responsable de la fotografía de clásicos del cine italiano como 8½ (1963), de Federico Fellini, y Los Amigos (Le Amiche, 1955), de Michelangelo Antonioni, refleja la desolación y el atraso de los pueblos sicilianos y la vida en los montes, siempre colocando su lente en el lugar más significativo para el carácter documental general. El recurso del flashback como técnica narrativa es crucial en la creación de la estética documental de esta odisea de denuncia en la que los acontecimientos son presentados para intentar que el espectador asocie hechos, alentándolo a que saque sus propias conclusiones y ejercite su intelecto visual.
Con esta película Rosi consigue adentrarse hasta el fondo de la trama de corrupción entre la mafia, la policía y los confundidos bandoleros, que creyendo combatir a los terratenientes terminan trabajando para su beneficio y cayendo en las garras de todo lo que buscaban erradicar, convirtiéndose así en carne de cañón. Pero Rosi también desnuda los enconos dentro de las propias fuerzas policiales y la relación de las instituciones represivas con la política, la justicia y la mafia, vínculo que profundizará en sus siguientes films a medida que las condiciones sociales de Italia se agraven.
En Salvatore Giuliano, al igual que en muchos de sus films, Rosi narra cómo la verdad es silenciada por las fuerzas mafiosas y la policía mediante los entramados del poder que se cierran para impedir que la verdad salga a la luz, revelando que todo lo que se pensaba era una mentira construida para mantener el statu quo y para que el sistema de explotación se siga consolidando. La política y la mafia, el Estado y el capital, se asocian para mantener en la pobreza a la mayoría trabajadora. Donde los hechos tienen la palabra, los discursos y las arengas sobran.
En obras como Salvatore Giuliano Francesco Rosi construirá un cine político de denuncia con un estilo neorrealista en el que las actuaciones estarán al servicio de la trama y los personajes serán protagonistas de un entramado social de injusticias y corrupción que tendrá como escenario los paisajes agrestes que recorre día tras día el sufrido pueblo siciliano, atenazado por las garras de la mafia, sus alianzas políticas y su brazo policial.
Salvatore Giuliano (Italia, 1962)
Dirección: Francesco Rosi. Guión: Francesco Rosi, Franco Solinas, Suso Cecchi D’Amico y Enzo Provenzale. Elenco: Salvo Randone, Frank Wolff, Pippo Agusta, Sennuccio Benelli, Giuseppe Calandra, Pietro Cammarata, Max Cartier, Nando Cicero, Pietro Franzone, Giovanni Gallina. Producción: Franco Cristaldi. Duración: 125 minutos.